¿Quién mató a Kennedy? La CIA.
¿Quién introdujo el SIDA en Africa? La CIA.
Claro; se trata de los comentarios de un loco. Pero esos relatos remiten a dos de las campañas de desinformación más exitosas de la Guerra Fría.
Y, ahora, Vladimir Putin está reavivando el uso de estos trucos sucios.
Este es el argumento detrás del libro
Desinformación: Antiguo Jefe del Espionaje Revela Estrategias Secretas para Minar la Libertad, Atacar a la Religión y Promover el Terrorismo. El trabajo tiene como coautores a
Ion Mihai Pacepa, ex oficial de inteligencia que desertó desde
Rumanía en 1978 y a
Ronald Rychlak, profesor en la Universidad de Mississippi. Y lo que sucedió durante la crisis ucraniana seguramente respalda la tesis del libro de referencia.
En los albores de la protesta ciudadana registrada en la Plaza de la Independencia de Kiev, numerosos relatos -muchos de ellos promocionados por la versión en habla inglesa de RT (Russia Today)- informaron que las manifestaciones fueron ingeniadas por una colección de skinheads o cabezas rapadas, neonazis respaldados por financistas de Londres, banqueros y Wall Street y -por supuesto-, la CIA.
La diferencia principal entre el 'nuevo' Moscú y el viejo régimen es que, ahora, Putin dispone de un nuevo set de herramientas, incluyendo un compendio impresionante de armas cibernéticas.
Y Putin se muestra feliz empleándolas.
Cuando Putin marchó sobre Crimea, la prensa occidental apenas se notificó de las escaramuzas montadas en el ciberespacio que precedieron y acompañaron a tanques y tropas. La inserción de software del estilo malware, los ataques de denegación de servicios [DOS, Denial of Service], cantidades de trolls y marionetas online diseminaban desinformación a través de redes sociales -y todo ello quedó en evidencia.
No fue la primera vez que las naciones que se anotaron la ira del Kremlin se convirtieron en objetivo de ataques cibernéticos. Pero, en esta oportunidad, todo se hizo de manera más subterránea. Las primeras acciones de Moscú en materia de ciberguerra -contra Estonia y Georgia, por ejemplo- fueron el equivalente digital de los bombardeos. Virtualmente, la totalidad de la ciberestructura gubernamental fue víctima de ataques online masivos en aquellas instancias.
La ciberguerra contra Ucrania, aunque no observó un carácter malicioso, fue conducida hasta el momento de la mano de un toque light, más sofisticado. Se presenta bien sincronizado con las operaciones de Moscú en el terreno, y se exhibe complementaria con su esfuerzo ulterior de suprimir o bien de poner fuera de combate al periodismo del extranjero.
Claramente, los rusos se están volviendo mas inteligentes y efectivos al momento de integrar técnicas de guerra cibernética con sus estratagemas de guerra física y psicológica.
Y, también con toda claridad, Vladimir Putin se muestra menos interesado en 'resetear' las relaciones con Occidente, y más interesado en redibujar el mapa de las fronteras occidentales hacia el oeste. Ahora, la gran pregunta -después de Georgia y Ucrania- es: ¿qué sucederá la próxima vez, cuando Putin sienta la necesidad de intervenir en defensa de los 'rusos étnicos' que residan en alguna nación del Báltico -alguna que resulta ser miembro de la OTAN-?
El resurgimiento de Putin no remite al comienzo de una segunda Guerra Fría. Moscú es un poder de segundo orden que no puede competir con los Estados Unidos de América. Pero Rusia es una nación con armas más que suficientes para iniciar problemas allí donde es difícil solucionarlos.
Como primer paso, Estados Unidos debe dejar de mostrarse como un facilitador de malos comportamientos. La Casa Blanca debe enviar un mensaje, dejando en claro que Moscú tuvo su oportunidad para convertirse en un miembro responsable de la comunidad internacional... oportunidad que desperdició.
El presidente estadounidense Barack Obama debería comenzar retirando a EE.UU. del Nuevo START. Renegar del tratado resignificaría el obvio hecho de que Putin ya no es un socio creíble en materia de control de armas.
El convenio Nuevo START jamás ofreció beneficio estratégico alguno para los Estados Unidos. Washington lo ofreció como expresión de 'buena voluntad', con la esperanza de que la Federación Rusa se convirtiera en socio de esfuerzos futuros para reducir el arsenal nuclear mundial. Pero, durante las últimas semanas, Moscú ha demostrado que continúa más interesado en agregar territorio que en reducir las armas nucleares.
Desde el empleo de trucos sucios y el expansionismo territorial, Putin ha demostrado su deseo de emular a la ex Unión Soviética, negándose a dejarla en el pasado. Es hora de que el presidente estadounidense le dé la espalda a este falso amigo.