El pasado nos condena
El pasado lunes 24 de marzo, a la 1:15 de la madrugada, la ciudad de Mar del Plata se vio conmovida...
29 de Marzo de 2014
El pasado lunes 24 de marzo, a la 1:15 de la madrugada, la ciudad de Mar del Plata se vio conmovida por el brutal asesinato de un taxista de 41 años. Apenas salió el sol, la otrora llamada 'Ciudad Feliz' amaneció sitiada por taxistas, colectiveros, remiseros y choferes de larga distancia, cortando toda suerte de accesos, esquinas neurálgicas. Incluso tomaron la terminal de micros.
En el momento que dos personas daban cuenta de la vida del pobre taxista, se cumplían exactamente 38 años del ultimo golpe militar, cuando el helicóptero presidencial desvió su curso de manera intencionada para que la entonces presidente Isabel Perón fuera puesta bajo arresto y conducida a una base militar del Aeroparque Metropolitano, para que de ese modo los militares accedieran al poder. No solo se cumplían 38 años de la fecha: acaso por obra de una travesura del destino, las horas casi coinciden.
Aquella Argentina de 1976 remitía a un caos en todo aspecto: destacaban en el panorama una inflación descontrolada, un desgobierno absoluto, asesinatos a mansalva acometidos por parte de Montoneros, ERP y la Triple A, en tanto las Fuerzas Armadas ya venían haciendo de las suyas desde cierto tiempo previo al golpe. Pero la violencia se mostraba focalizada: la Triple A asesinaba a elementos de Montoneros, a guerrilleros y a dirigentes políticos identificados con la llamada 'Tendencia Peronista', que no era otra cosa que la izquierda 'infiltrada' en el Movimiento -tal fue su visión. Los terroristas, por su parte, hacían blanco en objetivos militares, políticos y sindicales identificados con la derecha peronista. En ese contexto, el ataque contra el gobierno comandado por Jorge Rafael Videla, Emilio Massera y Orlando Agosti fue celebrado por buena parte de la sociedad, espectro en donde incluso se anotaba el Partido Comunista.
Durante el próximo-pasado 24 de marzo, resultó por demás curioso contemplar, en Mar del Plata, por un lado a la fuerte protesta de los trasportistas públicos que prácticamente sitió a la ciudad en reclamo de mayor seguridad, y en forma paralela, el modo como numerosos grupos oficialistas y de extracción opositora recordaban el 'Día de la Memoria' -feriado instaurado por el ex presidente Néstor Carlos Kirchner en 2006. Un aspecto no excluye al otro, por cierto. Pero no deja de ser un signo de la Argentina actual.
Sobra decir que las épocas en cuestión son incomparables; sin embargo, parece preferible esta democracia imperfecta -por momentos caricaturezca- a un país gobernado por uniformados. En especial cuando uno recuerda a aquellos militares que, bajo el pretexto de erradicar al terrorismo, terminaron diezmando a toda una generación, a la sombra de una metodología tan aborrecible como espantosa. Con todo, la espiral de violencia que experimenta hoy el país merece un análisis y un debate bastante más profundo. Especialmente en un contexto en el que un grupo de dirigentes comandados por el juez oficialista Eugenio Raúl Zaffaroni tiene a bien redactar un borrador de reforma al Código Penal que, en lugar de endurecer penas y garantizar la remoción de los delincuentes de las calles, torna a aquellas más permisivas.
Y las acciones delictivas del presente, lejos de ser focalizadas, se presentan al voleo. Un día antes del crimen del taxista en Mar del Plata, una mujer de 28 años -madre de una nena de 3- era masacrada a sangre fría en la localidad bonaerense de Villa Celina, solo para serle hurtado su teléfono móvil. En la última nochebuena, otra mujer era asesinada cuando llegaba a la casa de sus padres para la cena familiar en Lanús. Desde luego, son apenas dos hechos de los miles que se cuentan en la últimos años. La locura no tiene fin.
En las aciagas jornadas de finales de diciembre de 2001 -hace menos de 13 años-, la sociedad salió a la calle gritando 'Que se vayan todos'. Si bien esa proclama carecía de verdadero sustento, no dejaba de portar un grito esperanzador. Pero el reclamo desesperado terminaría mutando, por desgracia, en resignación frente a un absoluto estado de anomia: muertes por doquier, piquetes y corte de calle con rigor diario, la punzante y recurrente penetración del narcotráfico, delincuentes que son liberados sin mediar trámite, el eterno paro de docentes en la Provincia de Buenos Aires, corrupción y lavado de dinero en las mas altas esferas del poder, etc. Los argentinos asistimos a estas situaciones casi como si fueran parte de algo normal; las escabrosas noticias ya no nos conmueven. Mar del Plata sí se mostró conmocionada por el episodio del taxista, pero esa conmoción solo duró un día: por la noche, representantes del gremio se reunieron con el intendente Gustavo Pulti, el Jefe de la Policía y el Ministro de Seguridad de la Provincia, Alejandro Granados. Solo se llevaron promesas, y todo siguió su curso. Al día siguiente, el alcalde marplatense anunció con bombos y platillos que volverían a la ciudad los 'comandos de patrullas', terminología que, en rigor, parece extraída de la serie 'El Superagente 86'. Porque -todos lo tenemos bien claro- nada va a cambiar.
Así como los capítulos que versan sobre 'inseguridad' son tomados como normales, lo propio sucede con la corrupción de los dirigentes: este comportamiento es socialmente aceptado. Somos, los argentinos, un curioso caso de diván. Por momentos, es como si nos encontráramos atrapados en un relato corto de Borges, o en algún laberinto sin fin, siempre creyendo que transitamos el camino correcto. Y apelamos y volvemos a apelar a las aparentes salidas mágicas de personas que son parte del problema, no de la solución. ¿Cómo se explica, por ejemplo, que el Gobernador Daniel Osvaldo Scioli sea un presidenciable cuando no pudo siquiera llegar a un atisbo de solución frente a los problemas de 'inseguridad'? Scioli no tiene toda la culpa por el accionar de la delincuencia, por cierto. Pero tampoco deja de ser cierto que, en seis años de gestión, poco se supo de soluciones. O, acaso, nada. Sus reflejos son siempre idénticos: poner la cara y prometer más policías en las calles. Y tómese debida nota: se trata del mismo Gobernador Scioli que designó como Ministro de Seguridad al 'pistolero' Alejandro Granados padre, ex intendente de Ezeiza y curioso personaje que parece sacado de un Spaguetti-western de Leone. O -dirán otros-, el lobo en custodia del gallinero. Y qué decir de Sergio Tomás Massa, protagonista ineludible del gobierno kirchnerista durante diez (10) años, y que acaba de aliarse con Raul Othacehé, polémico actor de reparto del concierto del FPV con sobradas denuncias por ordenar apalear e incluso asesinar a opositores políticos. Curioso caso el argentino, que convierte en potenciales jefes de Estado a referentes como los aquí revistados. ¿Estarían Jean Jacques Lacan y Sigmund Freud, de hallarse vivos, en posición de hacer frente al análisis de esta, nuestra gran psicopatología nacional? ¿Será acaso que, en el fondo, no está en nuestro interés como sociedad solucionar ningún problema? Porque, si así fuera, ¿de qué nos quejaríamos en la cola del banco o en la sala de espera del médico clínico?
¿Por qué no quitarnos la careta de una vez y dejar de reclamar a la política que hagan frente al problema del narcotráfico cuando, a fin de cuentas, sospechamos que muchos de ellos son socios de los vendedores de drogas? ¿Por qué seguimos 'comprando' el discurso que se nos viene promocionando desde la justicia, y que remite a la condición de víctimas que -así dicen- les corresponde a los victimarios, por aquello de la 'desigualdad social' que padecen? No son más que parte de la fraseología del progresista que reside en Londres, Nueva York o París. Los arquitectos de este discurso desconocen lo que es poner un pie en el barro; porque sobrevuelan el territorio nacional en helicóptero. Todo lo miran siempre desde arriba.
El problema parece coincidir con que nuestra célebre dirigencia tampoco se esfuerza para dar el ejemplo: un ex presidente fallecido es sospechado de 'lavar' millones en compras de hoteles, sobran 'cuevas' financieras que son usadas para blanquear fondos negros para incontables dirigentes. Conservar y nutrir una sociedad ordenada se vuelve una tarea titánica cuando la corrupción estatal es tan evidente. O cuando los discursos presidenciales -que versan sobre la bandejita de Aerolíneas o el alfajor Fantoche- ignoran abierta y descaradamente la variable de los asesinatos de cada día y el paro docente. Pero Cristina Kirchner cree ser la madre de los argentinos...
El recuerdo del 24 de marzo de 1976 no se presenta caprichoso. Solemos escandalizarnos al recordar aquella obscura etapa. Evidentemente, aquello aún nos duele, y la sociedad hace acuse de recibo de esas marcas. Quizás seamos hijos de aquella etapa, todavía hoy. Pero, en palabras de psicoanalista, quizás sea hora de que el hijo abandone el útero y se asuma como adulto. El pasado debe quedar atrás, pero no para olvidarlo, sino para enfocar mejor el presente. La mejor excusa que encuentra un ser humano para no crecer es atribuir culpas al pasado, permanentemente. En buen criollo, tal vez sea momento de dejarnos de joder.
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@PortaluppiPablo
Sobre Pablo Portaluppi
Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Periodismo. Columnista político en El Ojo Digital, reside en la ciudad de Mar del Plata (Provincia de Buenos Aires, Argentina). Su correo electrónico: pabloportaluppi01@gmail.com. Todos los artículos del autor, agrupados en éste link.