La dimensión ética del liberalismo
El término más empleado es “capitalismo” pero, personalmente, prefiero el de “liberalismo”, puesto que el primero remite a lo material...
06 de Junio de 2014
El término más empleado es “capitalismo” pero, personalmente, prefiero el de “liberalismo”, puesto que el primero remite a lo material, al capital, aunque existen quienes derivan la expresión de caput, es decir, de mente y de creatividad en todos los órdenes. Por otro lado, la aparición de esta palabra fue debida a Karl Marx, responsable del bautismo correspondiente, lo cual no me parece especialmente atractivo. De todos modos, en la literatura corriente y en la especializada, ambos vocablos se emplean como sinónimos y, por ende, de modo indistinto (incluso en el mundo anglosajón —especialmente en EE.UU.— se recurre con mucho más frecuencia a capitalismo ya que, con el tiempo, liberalismo adquirió la significación opuesta a la original, aunque los maestros de esa tradición del pensamiento la siguen utilizando, algunas veces con la aclaración de “in the classic sense, not in the american corrupted sense”).
La moral alude a lo prescriptivo y no a lo descriptivo, a lo que debe ser y no a lo que es. Si bien es una noción evolutiva como todo conocimiento humano, deriva de que la experiencia muestra que no resulta conducente para la cooperación social y la supervivencia de la especie que unos se estén matando a otros, que se estén robando, haciendo trampas y fraudes, incumpliendo la palabra empeñada y demás valores y principios que hacen a la sociedad civilizada. Incluso los relativistas éticos o los nihilistas morales se molestan cuando a ellos los asaltan o violan. La antedicha evolución procede del mismo modo en que lo hace el lenguaje y tantos otros fenómenos en el ámbito social.
El liberalismo abarca todos los aspectos del hombre que hacen a las relaciones sociales, puesto que alude a la libertad como su condición distintiva y como pilar fundamental de su dignidad. No se refiere a lo intraindividual que es otro aspecto crucial de la vida humana reservada al fuero íntimo, hace alusión a lo interindivudual que se concreta en el respeto recíproco. Robert Nozick define muy bien lo dicho en su obra titulada Invariances. The Structure of the Objective World (Harvard University Press, 2001, p. 282) cuando escribe que “Todo lo que la sociedad debe demandar coercitivamente es la adhesión a la ética del respeto. Los otros aspectos deben ser materia de la decisión individual”.
Todos los ingenieros sociales que pretenden manipular vidas y haciendas ajenas en el contexto de una arrogancia superlativa deberían repasar la definición de Nozick una y otra vez. Recordemos también que el último libro de Friedrich Hayek se intitula La Arrogancia Fatal. Los Errores del Socialismo (Madrid, Unión Editorial, 1992), donde reitera que el conocimiento está disperso entre millones de personas y que, inexorablemente, se concentra ignorancia cuando los aparatos estatales se arrogan la pretensión de “planificar” aquello que se encuentre fuera de la órbita de la estricta protección de los derechos de las personas.
Además, hay un asunto de suma importancia respecto a la llamada planificación gubernamental y es la formidable contribución de Ludwig von Mises de hace más de ochenta años, referida al insalvable problema del cálculo económico en el sistema socialista (“Economic Calculation in the Socialist Commonwealth”, Kelley Publisher, 1929/1954). Esto significa que si no hay propiedad no hay precios y, por ende, no existe contabilidad ni evaluación de proyectos; lo cual quiere, a su vez, decir que no hay tal cosa como “economía socialista”: es simplemente un sistema impuesto por la fuerza. Y esta contribución es aplicable a un sistema intervencionista: en la medida de la intervención se afecta la propiedad y, consiguientemente, los precios se desdibujan, lo cual desfigura el cálculo económico.
El derecho de propiedad se muestra estrechamente vinculado a la ética del liberalismo, puesto que se traduce -en primer término- en el uso y disposición de la propia mente y del propio cuerpo y, luego, al uso y la disposición de lo adquirido lícitamente, es decir, del fruto del trabajo propio o de las personas que voluntariamente lo han donado. Esto remite a la libertad de expresar el propio pensamiento, el derecho de reunión, el del debido proceso, el de peticionar, el de profesar la religión o no religión que se desee, el de elegir autoridades; todo en un ámbito de igualdad ante la ley.
Asimismo, como los recursos son escasos en relación a las necesidades, la manera en que éstos se aprovechen es que sean administrados por quienes obtienen apoyo de sus semejantes debido a que, a sus juicios, atienden de la mejor manera sus demandas y los que no dan en la tecla deben incurrir en quebrantos como señales necesarias para asignar recursos de modo productivo. Todo lo cual, dentro de un contexto de normas y marcos institucionales que garanticen los derechos de todos.
Los derechos de propiedad incluyen el de intercambiarlos libremente, que es lo mismo que aludir al mercado en un clima de competencia, esto es, una situación en la que no hay restricciones gubernamentales a la libre entrada para ofrecer bienes y servicios de todo tipo. A su vez, el respeto a la propiedad se vincula a la Justicia al efecto de “dar a cada uno lo suyo”. En resumen, lo consignado en las Constituciones liberales: el derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad.
La solidaridad y la caridad son por definición realizadas allí donde tiene vigencia el derecho de propiedad, puesto que entregar lo que no le pertenece a quien entrega no es en modo alguno una manifestación de caridad ni de solidaridad.
En las sociedades abiertas, el interés personal coincide con el interés general, ya que éste quiere decir que cada uno puede perseguir sus intereses particulares siempre y cuando no se lesionen iguales derechos de terceros. En sociedades abiertas, se protege el individualismo lo cual es equivalente a preservar las autonomías individuales y las relaciones entre las personas, precisamente lo que es bloqueado por las distintas variantes de socialismos que apuntan a sistemas alambrados y autárquicos.
Es que las fuerzas socialistas siempre significan el recurrir a la violencia institucionalizada para diseñar sociedades, a contramano de lo que prefiere la gente en libertad. De la idea original de contar con un gobierno para garantizar derechos anteriores y superiores a su establecimiento, se ha pasado a un Leviatán que atropella derechos en base a supuestas sabidurías de burócratas que no pueden resistir la tentación de fabricar el hombre nuevo en base a sus elucubraciones.
Infortunadamente, no se trata solo de socialistas sino de los denominados conservadores que apuntan a gobernar sustentados en base a procedimientos del todo incompatibles con el respeto recíproco diseñados por estatistas que les han corrido el eje del debate y los acompleja encarar el fondo de los problemas al efecto de revertir aquellas políticas. No hace falta más que observar las propuestas de las llamadas oposiciones en diversos países para verificar lo infiltrada de estatismo que se encuentran las ideas. Se necesita un gran esfuerzo educativo para explicar las enormes ventajas de una sociedad abierta, no solo desde el punto de vista de la elemental consideración a la dignidad de las personas, sino desde la perspectiva de su eficiencia para mejorar las condiciones de vida de todos, muy especialmente de los más necesitados.
Lo que antaño era democracia, ha mutado en dictaduras electas en una carrera desenfrenada por ver quien le mete más la mano en el bolsillo al prójimo. Profesionales de la política que se enriquecen del poder y que compiten para la ejecución de sus planes siempre dirigidos a la imposición de medidas “para el bien de los demás”, falacia que ya fue nuevamente refutada por el Public Choice de James Buchanan y Gordon Tullock, entre otros. Por no prestar debida atención a estas refutaciones es que Fréderic Bastiat ha consignado que “el Estado es la ficción por la que todos pretenden vivir a expensas de todos los demás” (en “El Estado”, Journal des débats, septiembre 25, 1848). Es que cuando se dice que el aparato estatal debe hacer tal o cual cosa, no se tiene en cuenta que es el vecino que lo hace por la fuerza, ya que ningún gobernante sufraga esas actividades de su propio peculio.
La totalidad de las manifestaciones culturales tan apreciadas en países que han superado lo puramente animal (libros, teatro, poesía, escultura, cine y música) están vinculadas al espíritu de libertad y a las facilidades materiales. No tiene sentido declamar sobre “lo sublime” mientras se ataca la sociedad abierta, sea por parte de quien la juega de intelectual y luego pide jugosos aumentos en sus emolumentos; o sea, desde el púlpito de iglesias que despotrican contra el mercado y luego piden en la colecta y donaciones varias para adquirir lo que necesitan en el mercado.
En resumen, la ética del liberalismo consiste en el respeto irrestricto por los proyectos de vida de otros, esto es, dejar en paz a la gente y no afectar su autoestima para que cada uno pueda seguir su camino asumiendo sus responsabilidades y no tener la petulancia de la omnisciencia aniquilando en el proceso el derecho, la libertad y la justicia con lo que se anula la posibilidad de progresar en cualquier sentido que fuere.
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