SOCIEDAD | OPINION: ALBERTO MEDINA MENDEZ

Sobre el desprestigio de la justicia

Que la actividad política ha perdido credibilidad ya no es noticia.

15 de Junio de 2014
Que la actividad política ha perdido credibilidad ya no es noticia. Si bien la mayoría admite que es un instrumento que puede generar cambios, los más coinciden también en que sus habituales formas, los excesos y la inmoralidad, han convertido a la política en un quehacer de pésima reputación.
 
No se trata de meras afirmaciones. Tampoco de suposiciones o prejuicios. Numerosos estudios respaldan esta descripción. Es un fenómeno universal y no solo doméstico, aunque se presenta con matices e intensidad singulares.
 
Ese desprestigio alcanza no solo a los dirigentes, a los que aparecen en los medios de comunicación o en los actos públicos, sino que también incluye a los burócratas del gobierno en cualesquiera de sus estamentos.
 
Desde un ministro, a un legislador, pasando por un miembro de la justicia, nadie se salva. Pueden tener diferentes grados de responsabilidades, pero ello no impide que sean vistos de igual modo.
 
Sin embargo, no todo es lo mismo. Están los honestos, pero también quienes eligieron el camino del delito. Algunos se esmeran obrando correctamente y otros buscan consolidar negociados, utilizando sus cargos. Adicionalmente, están aquellos que tienen coraje y se animan, los que conviven no solo con los indecentes, sino con los que adoptan la vergonzosa comodidad de la inacción.
 
Buena parte de la administración de justicia presupone que esa imagen negativa no tiene que ver con su labor cotidiana. Creen ser las  víctimas de un esquema que los condiciona y prefieren el tímido lamento a la heroica acción.
 
A lo largo de estos años, sus referentes han transitado múltiples gestiones de gobierno, de distinto color partidario, impronta y estilo. Resulta poco creíble que, luego de tanto tiempo, los casos de corrupción denunciados sean tan escasos y los encarcelados puedan ser contados con los dedos de una mano.
 
La corrupción es parte del presente. Muchos funcionarios públicos se han apropiado del Estado como si les perteneciera. Usan los recursos de los ciudadanos como si fueran suyos. Que muchos lo hagan, no lo convierte en correcto. Que esta práctica se haya naturalizado, no hace que se convierta en un hecho legítimo.
 
Son demasiados años de impunidad, pero también de cobardía. Nadie desconoce que el Poder Judicial es parte de la corporación política. Si no actúa como debe no es por casualidad, sino porque se entremezclan evidentes intereses compartidos y un sinnúmero de indisimulables presiones, a lo que se suma la necesaria complicidad encarnada en la falta de valentía.
 
Algunas personas viven desinformadas, o bien no han podido acceder a ciertos niveles educativos. De todas maneras, perciben que, frente a delitos menores, muchas veces la justicia actúa de oficio, sin siquiera ser convocada.
 
No obstante, y de cara a la obscena actitud de ciertos personajes que, sin disimulo, ostentan poder, despliegan recursos que no le son propios y se enriquecen de forma indebida, los magistrados prefieren apelar a la infantil fórmula de justificarse frente a la ausencia de denuncias formales concretas.
 
No es posible ser parte del sistema y hacerse el distraído, como si los jueces nada tuvieran que ver con lo que ocurre. Por acción u omisión, son protagonistas; el ingenuo rol de virtuosos no les queda elegante.
 
Es bueno saber que, en esa "jungla", revistan también otros individuos, que resisten con hidalguía a la inercia, que combaten con perseverancia para no ser más de lo mismo y, así, diferenciarse. La lucha es dispar, porque el sistema produce los anticuerpos suficientes como para disuadir a los más rebeldes, a aquellos que no acatan sus perversas reglas.
 
Y no todo está perdido. Una larga lista de funcionarios probos intenta -desde adentro- presentar batalla, con pocas posibilidades de lograr un final feliz. Es probable que no consigan cambiar totalmente la historia, lo cual no implica que no deban mostrar el sendero, para así orientar a la próxima generación -esa que tendrá la difícil labor de completar la gesta.
 
Si la justicia continúa transitando el presente derrotero, no logrará escaparse de las críticas. Por mucho que se ofendan los miembros del Poder Judicial, y pese a sus explicaciones sobre las dificultades estructurales, el descrédito los roza.
 
Para sacarse de encima ese estigma, deberán atrecerse a hacer lo necesario. En lugar de quejarse de los hechos, tal vez sea tiempo de revisar si están haciendo lo suficiente para que algo del presente cambie.
 
Mientras unos pocos intentan dar el ejemplo, otros han preferido plegarse a la dinámica impuesta, a esa cruel tradición del pasado, que no solo no cambia de rumbo, sino que se profundiza, agravando aun más la situación.
 
Nadie dice que sea tarea sencilla. Pero nada se transforma si antes no se asume la realidad con honestidad absoluta. Más tarde, llegará la hora de seleccionar una estrategia que sea más audaz que solo entregarse a las despiadadas garras del sistema.
 
Hasta tanto la sociedad no perciba modificaciones importantes o giros significativos, no será posible aspirar a que un milagro devuelva el orgullo a aquellos que deberían garantizar el pleno ejercicio de los derechos ciudadanos. Mientras, se seguirá asistiendo a este patético espectáculo que muestra el interminable desprestigio de la justicia.
 
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