'¿Cuál es el punto de tener estos militares tan poderosos, si Usted siempre termina concluyendo que no puede utilizarlos?' (Madeleine Albreight, Secretaria de Estado, en 1993; en ocasión de acordar el envío de tropas estadounidenses a Bosnia)
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Existe un aspecto no considerado en la ocurrencia de Albright; una que sugiere una aguda distinción en el modo cómo progresistas y realistas contemplan el propósito de la gente del Pentágono.
Los realistas se hacen eco del mandato constitucional de 'proveer a la defensa común' como valor aparente. Ellos ven el propósito primario de las fuerzas armadas como destinado a proveer la fuerza coercitiva necesaria para proteger a la nación. A diferencia de los monarcas europeos, los fundadores de los Estados Unidos no veían por el espejo retrovisor a la guerra como un deporte de reyes. Las democracias solo pelearían para proteger intereses nacionales vitales.
De seguro, la Constitución ofrece una amplia discrecionalidad a la autoridad del comandante en jefe a la hora de cómo emplear mejor a las fuerzas armadas. A lo largo del curso de la historia americana, los presidentes han utilizado a los militares como tareas auxiliares desde la Reconstrucción, pasando por la vigilancia de fronteras, y llegando a la respuesta ante desastres naturales como el huracán Katrina. Pero estas actividades nunca se correspondieron con la misión principal de las fuerzas armadas. Y tampoco debieron separarse de su función primaria -a menudo descripta como 'pelear y ganar las guerras de la nación'.
En otro orden, los
progresistas tienden a ver a los militares solo como
otro instrumento del gobierno. Ellos interpretan a la autoridad presidencial como comandante en jefe como una
carta blanca para emplear a los uniformados para cualquier propósito que consideren conveniente. Conforme lo explica el sitio web del
Centro para el Progreso Americano (Center for American Progress), el gobierno puede
'proponerse como pionero del bien común por encima de un estrecho interés propio, resguardar la fortaleza de nuestra diversidad, y asegurar los derechos y la seguridad de su pueblo'.
Pero el recurrir a los militares para consolidar todos los objetivos de un gobierno es una obviedad para los progresistas. Después de todo, ayuda a convertir al gobierno en 'más abierto y efectivo'.
Ambas visiones contrastan una con la otra, y son incompatibles. Una representa un intento de preservar a las fuerzas armadas principalmente como un instrumento para la guerra. La otra adolece de esa restricción.
La visión de nuestro actual comandante en jefe en relación a las fuerzas armadas se ubica, claramente, en el campo progresista. En efecto, se muestra en el extremo de ese terreno.
La expresión más reciente de ese sentimiento fue la declaración de Barack Obama a los cadetes graduados de West Point, en el sentido de que 'el esfuerzo global para combatir el cambio climático, una preocupante crisis de seguridad nacional que ayudará a ustedes a moldear el tiempo que permanezcan como uniformados (...)'. En otras palabras, la misión primaria que da forma a los militares, en la visión del presidente estadounidense, es el combate contra el clima.
Claramente, los militares fueron reclutados para montar una guerra contra el cambio climático. La Casa Blanca está obligando a las fuerzas armadas a gastar sus escasos dólares en programas de 'energía verde', ya sea que éstos tengan sentido o no. La Oficina de Responsabilidad del Gobierno informa que el Pentágono pagó US$150 por galón de combustible para jets de combate desarrollado en base a algas -un precio 64 veces más elevado que el precio actual para este tipo de aeronaves.
La Administración incluso ordenó la construcción de una 'línea de energía verde' a través del Polígono Misilístico de White Sands, aún cuando funcionarios de la Defensa advirtieron que ello provocaría una disrupción en operaciones vitales de una de las instalaciones de entrenamiento y pruebas más importantes.
Cuando las fuerzas armadas se convierten en otra repartición gubernamental, comiezan a ser vistas como un recurso reemplazable. Por lo tanto, la fuerza militar es pasible de ser reemplazada por un poder 'inteligente' -como la diplomacia personal encarnada por el presidente. Todos los dólares de la Defensa pueden ser luego intercambiados por otros usos públicos -como ser, respaldar el presupuesto para estampillas para alimentos.
Uno se lleva la impresión de que el presidente estadounidense y su círculo íntimo pujan por comprender por qué los ciudadanos del país se muestran cada vez más dubitativos de cara a su liderazgo, o por qué amigos y aliados de EE.UU. están cada vez más inseguros frente a la resolución de Washington, y por qué potencias menos amigables se muestran cada vez más dispuestas a actuar contra los intereses estadounidenses.
Al momento de rastrear una respuesta, los ciudadanos americanos deberían analizar a consciencia cómo su gobierno ha utilizado y tratado a sus fuerzas armadas.
Traducción al español: Matías E. Ruiz | Artículo original en inglés, en http://dailysignal.com/2014/06/21/obamas-idealist-foreign-policy/
Foto de portada: piloto estadounidense. Crédito: Brian Stephens/Sipa/NEWSCOM