Demasiadas preguntas; pocas respuestas
Mucho se ha hablado y comentado ya sobre el almuerzo que mantuvieron el pasado...
25 de Septiembre de 2014
Mucho se ha hablado y comentado ya sobre el almuerzo que mantuvieron el pasado sábado 20 de septiembre el Papa Francisco y Cristina Fernández de Kirchner. El contenido de esa reunión es conocido solo por sus protagonistas, pese a que una miríada de analistas buscó reconstruirlo. Pero, en este caso, interesa más el gesto que las palabras.
La invitación que Su Santidad Francisco hiciera a Cristina cayó verdaderamente mal en el creciente porcentaje de ciudadanos que se confiesan antikirchneristas, y ruidosamente bien entre los K. Pese a ésto, se intentó resguardar a la figura papal en los trabajos publicados por analistas críticos del gobierno en los medios. La teoría que más adeptos tiene entre estos últimos es que Bergoglio está preocupado por un eventual estallido social en su país de origen, y por la eventualidad de que CFK se vea imposibilitada de completar su mandato; lo cual -según dicen- sería mal visto en el mundo. En este contexto, habría margen para fuertes cuestionamientos contra Francisco: mientras éste profesa paz para el globo, la paz social vuela por los aires en su propia patria.
Si acaso la última teoría exhibiera visos de verdad, surgirían -inevitablemente- numerosos interrogantes: ¿qué importa más, la forma o el contenido? ¿Qué resulta más perjudicial: un gobierno que persevera en su rumbo de colisión o una interrupción institucional? ¿Qué comporta mayor relevancia, la salud y el normal funcionamiento de un país o el egoísmo de una persona?
Huelga decie que, en las democracias occidentales al menos, los gobiernos se eligen para gobernar un período acotado de tiempo, y que suele existir un espacio de oposición que controla y sabe ofrecer alternativas. Se entienden, dentro de esta prerrogativa, las potencialmente perturbadoras consecuencias derivadas de escenarios en los que las Administraciones no pueden finalizar sus respectivos mandatos. Con todo, el problema radica en que, en la República Argentina, la democracia es percibida por sus propios ciudadanos como demasiada imperfecta o como malsana; así las cosas, se asiste a sobrados ejemplos en los que los gobiernos administran los recursos del Estado Nacional como si perteneciera a sus funcionarios, hiriendo -en el proceso- al país en su conjunto. ¿Es esto justificativo suficiente para promover la interrupción de un mandato constitucional? La presunción políticamente correcta es que no, por cuanto la herramienta para hacerlo es el sufragio o voto. Durante las últimas elecciones legislativas de 2013, un primer análisis expone que, de cada 10 personas, solo 3 votaron a los candidatos oficialistas. Aunque nunca los análisis resultan ser tan lineales: el resto de los consultados votó por alternativas diferentes, algunas claramente opositoras, y otras no tanto. Cuando el ciudadano de a pie culpa a los referentes opositores por su declarada incapacidad a la hora de evitar anteponer los intereses nacionales por sobre los personales, la discusión pasa por la efectividad del oficialismo en explotar esta realidad. Más aún, no pocos dirigentes critican a la Presidente y al FPV a micrófono abierto para, luego -por debajo de la mesa- pactar con el poder central. ¿Es factible aducir que Sergio Massa es, realmente, un opositor? ¿Qué sucedería a la hora de estimar la valuación política de Hermes Binner o de, por ejemplo, Claudio Lozano? Hasta el mismísimo José Manuel De la Sota ofrece espacio para la sospecha. El presente escenario no resulta disímil frente al de 2010, un año después de la dura derrota padecida por Néstor Carlos Kirchner en la Provincia de Buenos Aires, en compañía de Daniel Scioli y... de Massa. En aquella oportunidad, el futuro del kirchnerismo no compartía mayores esperanzas. Un año más tarde, Cristina Fernández -indudablemente sostenida por el sentimiento culposo de la ciudadanía ante su flamante viudez- arrasó con el 54% de los votos. Hoy, dos de las tres opciones que más posibilidades tienen de ganar las próximas elecciones presidenciales son, precisamente, los referidos Daniel Scioli y Sergio Massa. ¿Qué expresa esta indicador? ¿Acaso que cuarenta millones de connacionales están irremediablemente condenados a sufrir al peronismo, o que el kirchnerismo sigue triunfando, buscando extender su influencia en el tiempo de la mano de candidatos presidenciales prefabricados?
Cuesta explicar, de acuerdo a la pretendidamente prestigiosa consultora Poliarquía, que Cristina mantenga un 40% de imagen positiva. Se trata de la misma Presidente que bailaba mientras moría gente a fines del año pasado; la que -al tiempo que la ignora- promueve una de las más altas inflaciones en el mundo; la misma que interpuso un grueso cerrojo a la compra-venta de dólares; la que ignora (¿o defiende?) la inseguridad y la violencia; pasando por Amado Boudou, las declaraciones sobre que la Argentina es la nueva 'Arabia Saudita', la recesión y los despidos, etcétera. En definitiva, se trata de la misma Presidente de la Nación que trabaja con esmero para dejar un legado de tierra arrasada. Por otra parte, no hay quien no se haya preguntado qué sucedería si el jefe de Estado hubiese sido hombre: ¿conservaría -si es factible creerlo, por cierto- un 40% de imagen positiva? ¿Hubiese pedido por él el Papa, para que 'lo cuiden'? ¿O será tan sencillo como concluír que la sociedad argentina es una variable sencillamente inexplicable?
Cristina Kirchner podrá estar descontrolada y entusiasmada con sus planes para después de 2015. No comprende que su rol estaría más cercano de emular al de Priscilla, la Reina del Desierto. Sus únicas prioridades coinciden con no terminar su gobierno como Raúl Alfonsín, y legarle una tierra arrasada a su sucesor. Dicen por ahí que el clic que hizo que aflorara una personalidad ensimismada y resentida, fue la inevitable comparación que en su oportunidad se hiciera de su persona con la de Isabel Perón, tras fallecer su esposo. La situación era similar a la de 1974, cuando Perón dejó de existir y la nación se preguntaba por el futuro inmediato. 'Les voy a demostrar que no soy Isabel', habría confesado la Presidente. Y no lo era, aunque resulta inocultable que, detrás del rencor y la arenga despiadada, se esconde un mujer tan frágil como insegura. En pleno gobierno de Isabel, el país fue impiadoso con la viuda de Perón y el mandato concluyó con un golpe militar. También el país supo ser excesivamente cruel con Fernando De la Rúa, cuya Administración no pudo siquiera superar los dos años. En aquellas temporadas, los sindicalistas se hallaban en pie de guerra y los hombres de empresa respondieron a Isabel con un lockout; en tiempos de De la Rúa, intrigaban fuera de palacio para que el mismo sistema cambie de mando. Hoy, los 'capitanes de la industria' -alejados de aquellas posturas- intentan ser protagonistas de un arreglo con los holdouts. ¿Hemos aprendimos a respetar los tiempos institucionales, afloró el machismo de no tocar a una mujer, o simplemente se asiste a un recurrente acto de cobardía?
Mientras Bergoglio insiste en que los argentinos 'cuiden a Cristina', la persona que nos fue ordenado proteger fogonea la inflación, promueve la Ley de Abastecimiento, intenta reformar el Código Civil, avanza sobre los medios, llena al Estado de cuadros de La Cámpora y genera cada vez más pobres. En definitiva, se radicaliza. Con el agravante de que aún resta más de un año para que abandone el poder.
Acaso Su Santidad esté comportándose de manera egoísta, velando solo por el mantenimiento de las formas -o, quizás, por su propia reputación. Más que 'cuidar' a la Presidente, probablemente sea prioritario cuidarnos a nosotros mismos. En ocasiones, algunos gestos sobran; o bien son absolutamente prescindibles.
La invitación que Su Santidad Francisco hiciera a Cristina cayó verdaderamente mal en el creciente porcentaje de ciudadanos que se confiesan antikirchneristas, y ruidosamente bien entre los K. Pese a ésto, se intentó resguardar a la figura papal en los trabajos publicados por analistas críticos del gobierno en los medios. La teoría que más adeptos tiene entre estos últimos es que Bergoglio está preocupado por un eventual estallido social en su país de origen, y por la eventualidad de que CFK se vea imposibilitada de completar su mandato; lo cual -según dicen- sería mal visto en el mundo. En este contexto, habría margen para fuertes cuestionamientos contra Francisco: mientras éste profesa paz para el globo, la paz social vuela por los aires en su propia patria.
Si acaso la última teoría exhibiera visos de verdad, surgirían -inevitablemente- numerosos interrogantes: ¿qué importa más, la forma o el contenido? ¿Qué resulta más perjudicial: un gobierno que persevera en su rumbo de colisión o una interrupción institucional? ¿Qué comporta mayor relevancia, la salud y el normal funcionamiento de un país o el egoísmo de una persona?
Huelga decie que, en las democracias occidentales al menos, los gobiernos se eligen para gobernar un período acotado de tiempo, y que suele existir un espacio de oposición que controla y sabe ofrecer alternativas. Se entienden, dentro de esta prerrogativa, las potencialmente perturbadoras consecuencias derivadas de escenarios en los que las Administraciones no pueden finalizar sus respectivos mandatos. Con todo, el problema radica en que, en la República Argentina, la democracia es percibida por sus propios ciudadanos como demasiada imperfecta o como malsana; así las cosas, se asiste a sobrados ejemplos en los que los gobiernos administran los recursos del Estado Nacional como si perteneciera a sus funcionarios, hiriendo -en el proceso- al país en su conjunto. ¿Es esto justificativo suficiente para promover la interrupción de un mandato constitucional? La presunción políticamente correcta es que no, por cuanto la herramienta para hacerlo es el sufragio o voto. Durante las últimas elecciones legislativas de 2013, un primer análisis expone que, de cada 10 personas, solo 3 votaron a los candidatos oficialistas. Aunque nunca los análisis resultan ser tan lineales: el resto de los consultados votó por alternativas diferentes, algunas claramente opositoras, y otras no tanto. Cuando el ciudadano de a pie culpa a los referentes opositores por su declarada incapacidad a la hora de evitar anteponer los intereses nacionales por sobre los personales, la discusión pasa por la efectividad del oficialismo en explotar esta realidad. Más aún, no pocos dirigentes critican a la Presidente y al FPV a micrófono abierto para, luego -por debajo de la mesa- pactar con el poder central. ¿Es factible aducir que Sergio Massa es, realmente, un opositor? ¿Qué sucedería a la hora de estimar la valuación política de Hermes Binner o de, por ejemplo, Claudio Lozano? Hasta el mismísimo José Manuel De la Sota ofrece espacio para la sospecha. El presente escenario no resulta disímil frente al de 2010, un año después de la dura derrota padecida por Néstor Carlos Kirchner en la Provincia de Buenos Aires, en compañía de Daniel Scioli y... de Massa. En aquella oportunidad, el futuro del kirchnerismo no compartía mayores esperanzas. Un año más tarde, Cristina Fernández -indudablemente sostenida por el sentimiento culposo de la ciudadanía ante su flamante viudez- arrasó con el 54% de los votos. Hoy, dos de las tres opciones que más posibilidades tienen de ganar las próximas elecciones presidenciales son, precisamente, los referidos Daniel Scioli y Sergio Massa. ¿Qué expresa esta indicador? ¿Acaso que cuarenta millones de connacionales están irremediablemente condenados a sufrir al peronismo, o que el kirchnerismo sigue triunfando, buscando extender su influencia en el tiempo de la mano de candidatos presidenciales prefabricados?
Cuesta explicar, de acuerdo a la pretendidamente prestigiosa consultora Poliarquía, que Cristina mantenga un 40% de imagen positiva. Se trata de la misma Presidente que bailaba mientras moría gente a fines del año pasado; la que -al tiempo que la ignora- promueve una de las más altas inflaciones en el mundo; la misma que interpuso un grueso cerrojo a la compra-venta de dólares; la que ignora (¿o defiende?) la inseguridad y la violencia; pasando por Amado Boudou, las declaraciones sobre que la Argentina es la nueva 'Arabia Saudita', la recesión y los despidos, etcétera. En definitiva, se trata de la misma Presidente de la Nación que trabaja con esmero para dejar un legado de tierra arrasada. Por otra parte, no hay quien no se haya preguntado qué sucedería si el jefe de Estado hubiese sido hombre: ¿conservaría -si es factible creerlo, por cierto- un 40% de imagen positiva? ¿Hubiese pedido por él el Papa, para que 'lo cuiden'? ¿O será tan sencillo como concluír que la sociedad argentina es una variable sencillamente inexplicable?
Cristina Kirchner podrá estar descontrolada y entusiasmada con sus planes para después de 2015. No comprende que su rol estaría más cercano de emular al de Priscilla, la Reina del Desierto. Sus únicas prioridades coinciden con no terminar su gobierno como Raúl Alfonsín, y legarle una tierra arrasada a su sucesor. Dicen por ahí que el clic que hizo que aflorara una personalidad ensimismada y resentida, fue la inevitable comparación que en su oportunidad se hiciera de su persona con la de Isabel Perón, tras fallecer su esposo. La situación era similar a la de 1974, cuando Perón dejó de existir y la nación se preguntaba por el futuro inmediato. 'Les voy a demostrar que no soy Isabel', habría confesado la Presidente. Y no lo era, aunque resulta inocultable que, detrás del rencor y la arenga despiadada, se esconde un mujer tan frágil como insegura. En pleno gobierno de Isabel, el país fue impiadoso con la viuda de Perón y el mandato concluyó con un golpe militar. También el país supo ser excesivamente cruel con Fernando De la Rúa, cuya Administración no pudo siquiera superar los dos años. En aquellas temporadas, los sindicalistas se hallaban en pie de guerra y los hombres de empresa respondieron a Isabel con un lockout; en tiempos de De la Rúa, intrigaban fuera de palacio para que el mismo sistema cambie de mando. Hoy, los 'capitanes de la industria' -alejados de aquellas posturas- intentan ser protagonistas de un arreglo con los holdouts. ¿Hemos aprendimos a respetar los tiempos institucionales, afloró el machismo de no tocar a una mujer, o simplemente se asiste a un recurrente acto de cobardía?
Mientras Bergoglio insiste en que los argentinos 'cuiden a Cristina', la persona que nos fue ordenado proteger fogonea la inflación, promueve la Ley de Abastecimiento, intenta reformar el Código Civil, avanza sobre los medios, llena al Estado de cuadros de La Cámpora y genera cada vez más pobres. En definitiva, se radicaliza. Con el agravante de que aún resta más de un año para que abandone el poder.
Acaso Su Santidad esté comportándose de manera egoísta, velando solo por el mantenimiento de las formas -o, quizás, por su propia reputación. Más que 'cuidar' a la Presidente, probablemente sea prioritario cuidarnos a nosotros mismos. En ocasiones, algunos gestos sobran; o bien son absolutamente prescindibles.
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@PortaluppiPablo
Sobre Pablo Portaluppi
Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Periodismo. Columnista político en El Ojo Digital, reside en la ciudad de Mar del Plata (Provincia de Buenos Aires, Argentina). Su correo electrónico: pabloportaluppi01@gmail.com. Todos los artículos del autor, agrupados en éste link.