Los eurócratas, a la desesperada
El problema de Europa no es su insuficiente gasto público. En el año 2013, tras varios ejercicios...
23 de Octubre de 2014
El problema de Europa no es su insuficiente gasto público. En el año 2013, tras varios ejercicios de una supuesta austeridad insoportable y asfixiante, los Estados que componen la eurozona gastaron 4,8 billones de euros: un 15% más que en 2007 y una suma equivalente al 49,8% de su PIB (frente al 46% que pesaba en 2007). Contrasten esas cifras con las de Estados Unidos, el presunto paradigma del crecimiento impulsado por la activa participación del sector público en la economía: en 2013, EE.UU. gastó 6,14 billones de dólares (aproximadamente otros 4,8 billones de euros) que equivalían al 36,6% de su PIB, esto es, 13 puntos menos que la eurozona.
Ciertamente, no pretendo poner a EE.UU. como ejemplo de políticas de austeridad durante la presente crisis: aprovechándose de su gigantesca capacidad para atraer ahorro internacional (su moneda es la divisa mundial de reserva), su gobierno ha sido capaz de incurrir en enormes y continuados déficit públicos para mayor satisfacción del lobby keynesiano. Pero, desde luego, tampoco pretendo poner a Europa como ejemplo de austeridad.
Nuestro Viejo Continente padece un Estado mastodóntico desde hace varias décadas: un Estado mastodóntico que devora, dilapida y redistribuye la mitad de su producción anual. No en vano, los ingresos tributarios en el conjunto de la eurozona representan el 46,8% del PIB frente al 30,8% de EE.UU.: al otro lado del Atlántico, pues, las familias y las empresas mantienen el control de 16 puntos más de la riqueza que ellas mismas generen que la que retienen en Europa. Una diferencia que, además, no ha hecho más que ensancharse durante estos años de crisis (en 2007, la diferencia era de 13,5 puntos).
O dicho de otra manera: por muy pródigo que haya podido ser el Gobierno de EE.UU. durante esta crisis, lo ha sido en un entorno de estatismo mucho más atenuado que el europeo. Quienes aquí reclamaban más Estado y menos mercado lo hacían toda vez que el hiperestatismo europeo había condenado a nuestras economías a la esclerosis: no buscaban más intervención estatal y más inversión pública en un contexto de desatado libre mercado y de atrofia gubernamental, sino en uno de libres mercados capitidisminuidos y de estatismo salvaje.
Pese a estas radicales diferencias en el peso y el grado de intervencionismo del Estado, desde Europa escuchamos recurrentemente los cantos de sirena de que las causas profundas de nuestro estancamiento cabe buscarlas en la insuficiente presencia y en el timorato impulso que los Estados europeos han imprimido a nuestras economías.
Esta misma semana, el ministro de Economía español, Luis de Guindos, suplicaba a la Comisión Europea y al Banco Central Europeo que “usaran todas las palancas” para relanzar el crecimiento; asimismo, el presidente de la Comisión Jean Claude Juncker —alias Mr. “cuando las cosas se ponen feas, tienes que mentir”— prometió recientemente 300.000 millones de euros para incrementar las inversiones público-privadas dentro del Continente con el propósito de sustentar la recuperación. Tras siete años manteniendo a flote un Estado sobredimensionado dentro de la eurozona (recordemos: el Estado es hoy mucho más grande en términos absolutos y relativos que antes de comenzar la crisis), recurriendo para ello a la extorsión fiscal contra los pocos creadores de riqueza que han sido capaces de sobrevivir a la actual depresión, los burócratas europeos se hallan desesperados por encontrar “palancas” que les permitan restablecer el crecimiento frente a una población que confía ciegamente en la omnipotencia del Estado (y que como se siente defraudada por esas promesas huecas busca refugio en partidos populistas, amenazando con desalojar de sus sillones a los gerontócratas actuales).
Pero lejos de accionar palancas, los eurócratas apenas se dedican a dar palos de ciego: palos de ciego fiscales, palos de ciego regulatorios y palos de ciego manirrotos. Cualquier política es buena salvo reducir impuestos, reducir el gasto y liberalizar la economía.
Sí Europa se halla estancada porque sigue sumida en crisis y sigue sumida en crisis, no es por tener un Estado demasiado pequeño, sino porque posee uno excesivamente grande. La necesaria reconstrucción de las economías europeas tras la devastación ocasionada por una década de crédito burbujístico no procederá del hiperEstado, sino de mercados libres y mucho más flexibles que permitan la creación de una nueva riqueza: mercados libres y flexibles del todo ausentes en buena parte de Europa y que algunos tratan de reemplazar por una sobredosis de gasto público. Sin ideas. Huida hacia adelante. Totalmente a la desesperada.
Ciertamente, no pretendo poner a EE.UU. como ejemplo de políticas de austeridad durante la presente crisis: aprovechándose de su gigantesca capacidad para atraer ahorro internacional (su moneda es la divisa mundial de reserva), su gobierno ha sido capaz de incurrir en enormes y continuados déficit públicos para mayor satisfacción del lobby keynesiano. Pero, desde luego, tampoco pretendo poner a Europa como ejemplo de austeridad.
Nuestro Viejo Continente padece un Estado mastodóntico desde hace varias décadas: un Estado mastodóntico que devora, dilapida y redistribuye la mitad de su producción anual. No en vano, los ingresos tributarios en el conjunto de la eurozona representan el 46,8% del PIB frente al 30,8% de EE.UU.: al otro lado del Atlántico, pues, las familias y las empresas mantienen el control de 16 puntos más de la riqueza que ellas mismas generen que la que retienen en Europa. Una diferencia que, además, no ha hecho más que ensancharse durante estos años de crisis (en 2007, la diferencia era de 13,5 puntos).
O dicho de otra manera: por muy pródigo que haya podido ser el Gobierno de EE.UU. durante esta crisis, lo ha sido en un entorno de estatismo mucho más atenuado que el europeo. Quienes aquí reclamaban más Estado y menos mercado lo hacían toda vez que el hiperestatismo europeo había condenado a nuestras economías a la esclerosis: no buscaban más intervención estatal y más inversión pública en un contexto de desatado libre mercado y de atrofia gubernamental, sino en uno de libres mercados capitidisminuidos y de estatismo salvaje.
Pese a estas radicales diferencias en el peso y el grado de intervencionismo del Estado, desde Europa escuchamos recurrentemente los cantos de sirena de que las causas profundas de nuestro estancamiento cabe buscarlas en la insuficiente presencia y en el timorato impulso que los Estados europeos han imprimido a nuestras economías.
Esta misma semana, el ministro de Economía español, Luis de Guindos, suplicaba a la Comisión Europea y al Banco Central Europeo que “usaran todas las palancas” para relanzar el crecimiento; asimismo, el presidente de la Comisión Jean Claude Juncker —alias Mr. “cuando las cosas se ponen feas, tienes que mentir”— prometió recientemente 300.000 millones de euros para incrementar las inversiones público-privadas dentro del Continente con el propósito de sustentar la recuperación. Tras siete años manteniendo a flote un Estado sobredimensionado dentro de la eurozona (recordemos: el Estado es hoy mucho más grande en términos absolutos y relativos que antes de comenzar la crisis), recurriendo para ello a la extorsión fiscal contra los pocos creadores de riqueza que han sido capaces de sobrevivir a la actual depresión, los burócratas europeos se hallan desesperados por encontrar “palancas” que les permitan restablecer el crecimiento frente a una población que confía ciegamente en la omnipotencia del Estado (y que como se siente defraudada por esas promesas huecas busca refugio en partidos populistas, amenazando con desalojar de sus sillones a los gerontócratas actuales).
Pero lejos de accionar palancas, los eurócratas apenas se dedican a dar palos de ciego: palos de ciego fiscales, palos de ciego regulatorios y palos de ciego manirrotos. Cualquier política es buena salvo reducir impuestos, reducir el gasto y liberalizar la economía.
Sí Europa se halla estancada porque sigue sumida en crisis y sigue sumida en crisis, no es por tener un Estado demasiado pequeño, sino porque posee uno excesivamente grande. La necesaria reconstrucción de las economías europeas tras la devastación ocasionada por una década de crédito burbujístico no procederá del hiperEstado, sino de mercados libres y mucho más flexibles que permitan la creación de una nueva riqueza: mercados libres y flexibles del todo ausentes en buena parte de Europa y que algunos tratan de reemplazar por una sobredosis de gasto público. Sin ideas. Huida hacia adelante. Totalmente a la desesperada.
Seguir en
@JuanRallo
Sobre Juan Ramón Rallo Julián
Director del Instituto Juan de Mariana (España) y columnista en ElCato.org. Es Licenciado en Derecho y Licenciado en Economía (Universidad de Valencia).