SOCIEDAD: MARIANO ROVATTI

De echar la culpa a hacernos cargo

Todo termina. Abruptamente, o diluyéndose en el tiempo.

09 de Diciembre de 2014
Todo termina. Abruptamente, o diluyéndose en el tiempo. El ciclo político nacido en 2003, tras la transición conducida por Eduardo Duhalde, culminará el año próximo. Los tres candidatos que hoy están instalados en la grilla de partida garantizan un nuevo tiempo para la Argentina. Y sobre todo, así lo demanda la ciudadanía.

Sergio Massa, Daniel Scioli y Mauricio Macri –con distintos matices- prometen estilos, programas y prioridades similares entre sí, y bastante diferentes respecto de lo que propuso el kirchnerismo. Con cualesquiera de los tres en el poder, el próximo gobierno será más tolerante y republicano que el actual, y su política económica más abierta a los mercados y al sinceramiento de las variables de la producción y el comercio.

Más allá de los acuerdos que logre imponerle Cristina Fernández a Daniel Scioli, el final del kirchnerismo es un hecho, que para materializarse sólo requiere del transcurrir del tiempo. Mientras tanto, la máxima aspiración gubernamental es aguantar hasta el minuto final, sin que se descalabren las variables económicas y sociales, y asegurar la impunidad de sus principales referentes para el futuro.

Más allá de todas las dificultades financieras y sociales que heredará el próximo gobierno y de la creciente amenaza del narcotráfico consolidándose como factor de poder, la Argentina tiene frente a sí la posibilidad de un futuro próspero dada la creciente demanda mundial de alimentos, la explotación del megayacimiento de Vaca Muerta y el previsible aumento de la participación de América Latina en la economía mundial.

Ello dará la posibilidad al próximo gobierno de ser reelecto, si logra sortear los desafíos que heredará del actual. Con lo que en las próximas elecciones, el pueblo argentino no sólo elegirá por cuatro años, sino muy probablemente por ocho y quizás por más.

¿Es consciente el ciudadano argentino de la tamaña decisión que tiene frente a su propio futuro?

Se estima que sólo el 25% de la población tiene algún grado de interés en los asuntos de la política. El 75% restante es indiferente, y una buena parte de él ni siquiera concurre a votar.

De ese 25%, son muy pocos los que se interesan por propuestas, programas o ideologías. Hoy, se debate política principalmente por televisión, y no en los espacios dedicados al género, sino a través de alusiones fugaces en envíos de difusión masiva Fútbol para Todos o Showmatch.

Los referentes políticos son estrellas mediáticas que, mientras más se mimetizan con el mundo del espectáculo, más se vuelven conocidos, y más amplían sus posibilidades de ser votados.

¿De quién es la responsabilidad? ¿Del dirigente que se tiene que farandulizar? ¿De los medios que se fagocitan las cuestiones políticas conviertiéndolas en parte del show? ¿De la sociedad, que sólo quiere entretenerse y no romperse la cabeza analizando proyectos y antecedentes de los candidatos?

Desde 1983 hasta aquí, el péndulo del humor social osciló siempre del mismo modo, con Alfonsín, Menem, De la Rúa y los Kirchner. Primero, la gente creyó en el candidato, mientras no hubo problemas se desentendió del asunto, y por último, frente a la crisis o la decadencia, vino la decepción. “Creí y me engañaron”, “al principio estuvo bien, pero después fue un desastre”, “estoy harto/a de que me mientan”, “¿a quién querés que le crea?” son recurrentes reflexiones de una sociedad que siempre pone en el poder de turno la responsabilidad casi exclusiva de lo que nos pasa como Nación.

El sistema republicano de gobierno está previsto para que sea el ciudadano el máximo responsable de los destinos de un país.

La división de poderes, la publicidad de los actos de gobierno, la periodicidad de los mandatos, la igualdad ante la ley y la responsabilidad de los funcionarios son los rasgos principales de la república, pero además son una invitación a la ciudadanía a hacerse cargo e intervenir en la vida de su comunidad, más allá del derecho de votar, que es una característica de la democracia.

La sociedad argentina –en su mayoría- ignora esa invitación, y se reserva su participación sólo para votar. Normalmente, opta entre el menú que le ofrece el sistema, cada vez más acotado y superficial. Para elegir a un mesías que lleva el título formal de Presidente de la Nación, a quien el entrega un cheque en blanco. Tarde o temprano, se decepcionará con él/ella y finalmente, dirá que la engañaron y que no se puede confiar en nadie.

En los últimos años, desde el gobierno se alentó esta actitud inmadura, echándole la culpa siempre a alguien: los militares genocidas, el campo, el grupo Clarín, los fondos buitre.

Este cambio de era que está llegando es una formidable oportunidad para hacerse cargo del futuro como sociedad. ¿significa que tenemos que ser cuarenta millones de militantes políticos?

No en el sentido estricto del término “militante”, pero sí en cuanto a la actitud frente a los temas comunes de la Argentina como nación. Empecemos a tener ideas propias sobre lo que tenemos que ser, a revisar los viejos apotegmas, a escuchar más a quienes transmiten ideas y menos a los superficiales. Reclamemos más en la calle, en las cartas de lectores, llamando a las radios. Agrupémosnos más en centros vecinales, sociedades de fomento y organizaciones sociales.

¡No creamos más en nadie, más que en nosotros mismos! Veamos al voto como un mandato del que nos tienen que rendir cuentas y seamos exigentes en la evaluación. Veamos al Presidente como un empleado nuestro y no como un papá sustituto.

Examinemos de cada candidato sus propuestas, sus antecedentes y sus equipos de trabajo Y por qué no, su vida privada. No la que él muestre en los programas de chimentos, sino la verdadera: cómo se comportó en la vida con sus padres, sus hijos, sus parejas y sus amigos.

Si volvemos a “creer” en Massa, Scioli, Macri, Carrió, Binner o Sanz, el que gane y gobierne, tras un tiempo determinado nos volverá a decepcionar, y así seguiremos en nuestra rueda interminable de oportunidades desperdiciadas.

Como ya aprendimos para siempre lo que es la dictadura o la inflación, confío en que ésto también lo aprenderemos alguna vez.

 
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