La Argentina continúa en su espiral descendente
El 18 de marzo próximo-pasado, se cumplieron dos meses desde la misteriosa muerte...
23 de Marzo de 2015
El 18 de marzo próximo-pasado, se cumplieron dos meses desde la misteriosa muerte por un disparo del fiscal federal argentino Alberto Nisman -y aún no contamos con respuestas. Pocas semanas atrás, un juez federal de la Argentina descartó la acusación de la cual muchos creían condujo a la muerte de Nisman, citándose falta de evidencias. Ese fallo está siendo apelado ahora.
Nisman recibió un disparo en la cabeza apenas horas después de que se programara su testimonio ante legisladores, en relación a su acusación contra numerosos funcionarios de alto nivel, incluyendo a la Presidente Cristina Fernández de Kirchner y al ministro de Relaciones Exteriores, Héctor Timerman.
El alegato: aquéllos llevaron a cabo negociaciones ilegales y secretas con Irán, a criterio de encubrir el involucramiento de funcionarios iraníes senior en el ataque de 1994 contra un centro de la comunidad judía en Buenos Aires.
La controvertida acusación signó la culminacin de una década de investigaciones que, al cierre, sirvieron para mapear una red iraní de alcance significativo. El acuerdo, según se informó, negociado por Fernández de Kirchner, hubiese completado el extendido esfuerzo de Irán con miras a encubrir sus actividades, un intercambio de impunidad a cambio de beneficios económicos para la Argentina.
Inicialmente, la Presidente Fernández de Kirchner declaró a la muerte de Nisman como un suicidio, aunque revirtió su relato en las narices de la indignación ciudadana. En lugar de ello, ella culpa ahora a oficiales rebeldes surgidos de sus propios servicios de inteligencia, de entorpecer la investigación de Nisman y luego asesinarlo, con el objetivo de comprometerla por la muerte. Desde entonces, ella ha disuelto la agencia de inteligencia, reemplazándola con una de diseño propio. Fernández de Kirchner ha incluso acusado a los Estados Unidos de promocionar un golpe de Estado, y a los magistrados argentinos de fogonear el final de su mandato prematuramente.
En su discurso ante la Asamblea Nacional del 1ero. de marzo, oportunidad en la que habló por el término de casi cuatro horas, Fernández de Kirchner la emprendió agresivamente contra Nisman y contra otros que percibe como enemigos -pero apenas se hizo eco de la realidad en el terreno: la economía está en ruinas, la inflación escala por los techos, la tasa de criminalidad se ha disparado, y la confianza pública en su gobierno está por los suelos. En un año en el que se auspiciaba como de transición gradual hacia el final del mandato de la Presidente, está cada vez menos claro si ella llegará hasta la elección presidencial del otoño [N. del T.: en el Hemisferio Norte].
Con todo, el escándalo Nisman ha atraído poca atención frente a lo que su homicidio significaría, más allá de la Administración de Fernández de Kirchner y más allá de las fronteras de la Argentina. Mientras que Fernández de Kirchner, su vicepresidente y otros de alto calibre están en la picota a raíz de alegatos de corrupción y los prospectos de inversión extranjera se presentan dudosos -dada la problemática política económica del país-, la esperanza está depositada en que una nueva Administración modifique el panorama.
Pero la muerte de Nisman ha aplastado aquella esperanza. Un nuevo presidente podría mejorar la economía de la Argentina, pero el fortalecimiento de las instituciones judiciales, la optimización del Estado de Derecho, y la restauración de la credibilidad gubernamental llevarán mucho más tiempo.
Más allá de las fronteras argentinas, la declinación de la Presidente es parte de una más amplia erosión de la democracia en porciones de América Latina (y más allá todavía, en Rusia). El populismo destructivo y el autoritarismo han cercernado el Estado de Derecho, arraigado el clientelismo político, tolerado incrementos masivos de actividades ilegales, y canalizado miles de millones de dólares fuera de las arcas de las naciones. Estos gobiernos se muestran cada vez más desesperados por aferrarse al poder, bajo cualquier medio.
Tales medios podrían incluír la represión de la oposición política -táctica que la muerte de Nisman podría convertir en todavía más atractiva, proporcionando una nueva herramienta para reprimir exigencias de rendición de cuentas y transparencia. Si la Administración Fernández de Kirchner lograse salir indemne, otros gobiernos de corte radical podrían adoptar tácticas igualmente represivas.
Esto es particularmente relevante para Venezuela.
Desde la muerte de Hugo Chávez, Venezuela ha descendido hacia el caos. La economía se halla al borde del colapso. La Administración Maduro ha inrementado la represión violenta de manifestantes antichavistas, encarcelado al líder de la oposición Leopoldo López y a otros bajo cargos falseados. Un mes atrás, las autoridades arrestaron al alcalde de Caracas, Antonio Ledezma, en una maniobra que la oposición estimó como motivada políticamente; motivos que resumen los alegatos de Maduro en el sentido de que la oposición está conspirando con Washington para derribar a su gobierno.
La muerte de Nisman, el arresto de Ledezma y el aniversario del encarcelamiento de López podrían revitalizar los movimientos de protesta que, eventualmente, podrían ayudar a restaurar la democracia en dos países con gran peso en el hemisferio. El pasado año se ha mostrado prolífico en catalizadores para el cambio, en el rostro del innegable fracaso del modelo radical-populista.
¿Qué sigue ahora? ¿Continuarán la Argentina y Venezuela en su espiral descendente? ¿O habrá más que protesten en pos del cambio? ¿Avanzarán los gobiernos en la supresión de las voces de oposición, o podría asistirse al florecimiento de una 'Primavera Latinoamericana'?
Estas naciones habrán de enfrentar estos desafíos, más temprano que tarde. De otro modo, arriesgamos a asentar un peligroso precedente, que permitirá que caudillos y autócratas incrementen su represión a lo largo de la región.
Traducción al español: Matías E. Ruiz | Artículo original en inglés, en The Miami Herald: http://www.miamiherald.com/opinion/op-ed/article15514169.html | Traducido y reproducido con permiso
Nisman recibió un disparo en la cabeza apenas horas después de que se programara su testimonio ante legisladores, en relación a su acusación contra numerosos funcionarios de alto nivel, incluyendo a la Presidente Cristina Fernández de Kirchner y al ministro de Relaciones Exteriores, Héctor Timerman.
El alegato: aquéllos llevaron a cabo negociaciones ilegales y secretas con Irán, a criterio de encubrir el involucramiento de funcionarios iraníes senior en el ataque de 1994 contra un centro de la comunidad judía en Buenos Aires.
La controvertida acusación signó la culminacin de una década de investigaciones que, al cierre, sirvieron para mapear una red iraní de alcance significativo. El acuerdo, según se informó, negociado por Fernández de Kirchner, hubiese completado el extendido esfuerzo de Irán con miras a encubrir sus actividades, un intercambio de impunidad a cambio de beneficios económicos para la Argentina.
Inicialmente, la Presidente Fernández de Kirchner declaró a la muerte de Nisman como un suicidio, aunque revirtió su relato en las narices de la indignación ciudadana. En lugar de ello, ella culpa ahora a oficiales rebeldes surgidos de sus propios servicios de inteligencia, de entorpecer la investigación de Nisman y luego asesinarlo, con el objetivo de comprometerla por la muerte. Desde entonces, ella ha disuelto la agencia de inteligencia, reemplazándola con una de diseño propio. Fernández de Kirchner ha incluso acusado a los Estados Unidos de promocionar un golpe de Estado, y a los magistrados argentinos de fogonear el final de su mandato prematuramente.
En su discurso ante la Asamblea Nacional del 1ero. de marzo, oportunidad en la que habló por el término de casi cuatro horas, Fernández de Kirchner la emprendió agresivamente contra Nisman y contra otros que percibe como enemigos -pero apenas se hizo eco de la realidad en el terreno: la economía está en ruinas, la inflación escala por los techos, la tasa de criminalidad se ha disparado, y la confianza pública en su gobierno está por los suelos. En un año en el que se auspiciaba como de transición gradual hacia el final del mandato de la Presidente, está cada vez menos claro si ella llegará hasta la elección presidencial del otoño [N. del T.: en el Hemisferio Norte].
Con todo, el escándalo Nisman ha atraído poca atención frente a lo que su homicidio significaría, más allá de la Administración de Fernández de Kirchner y más allá de las fronteras de la Argentina. Mientras que Fernández de Kirchner, su vicepresidente y otros de alto calibre están en la picota a raíz de alegatos de corrupción y los prospectos de inversión extranjera se presentan dudosos -dada la problemática política económica del país-, la esperanza está depositada en que una nueva Administración modifique el panorama.
Pero la muerte de Nisman ha aplastado aquella esperanza. Un nuevo presidente podría mejorar la economía de la Argentina, pero el fortalecimiento de las instituciones judiciales, la optimización del Estado de Derecho, y la restauración de la credibilidad gubernamental llevarán mucho más tiempo.
Más allá de las fronteras argentinas, la declinación de la Presidente es parte de una más amplia erosión de la democracia en porciones de América Latina (y más allá todavía, en Rusia). El populismo destructivo y el autoritarismo han cercernado el Estado de Derecho, arraigado el clientelismo político, tolerado incrementos masivos de actividades ilegales, y canalizado miles de millones de dólares fuera de las arcas de las naciones. Estos gobiernos se muestran cada vez más desesperados por aferrarse al poder, bajo cualquier medio.
Tales medios podrían incluír la represión de la oposición política -táctica que la muerte de Nisman podría convertir en todavía más atractiva, proporcionando una nueva herramienta para reprimir exigencias de rendición de cuentas y transparencia. Si la Administración Fernández de Kirchner lograse salir indemne, otros gobiernos de corte radical podrían adoptar tácticas igualmente represivas.
Esto es particularmente relevante para Venezuela.
Desde la muerte de Hugo Chávez, Venezuela ha descendido hacia el caos. La economía se halla al borde del colapso. La Administración Maduro ha inrementado la represión violenta de manifestantes antichavistas, encarcelado al líder de la oposición Leopoldo López y a otros bajo cargos falseados. Un mes atrás, las autoridades arrestaron al alcalde de Caracas, Antonio Ledezma, en una maniobra que la oposición estimó como motivada políticamente; motivos que resumen los alegatos de Maduro en el sentido de que la oposición está conspirando con Washington para derribar a su gobierno.
La muerte de Nisman, el arresto de Ledezma y el aniversario del encarcelamiento de López podrían revitalizar los movimientos de protesta que, eventualmente, podrían ayudar a restaurar la democracia en dos países con gran peso en el hemisferio. El pasado año se ha mostrado prolífico en catalizadores para el cambio, en el rostro del innegable fracaso del modelo radical-populista.
¿Qué sigue ahora? ¿Continuarán la Argentina y Venezuela en su espiral descendente? ¿O habrá más que protesten en pos del cambio? ¿Avanzarán los gobiernos en la supresión de las voces de oposición, o podría asistirse al florecimiento de una 'Primavera Latinoamericana'?
Estas naciones habrán de enfrentar estos desafíos, más temprano que tarde. De otro modo, arriesgamos a asentar un peligroso precedente, que permitirá que caudillos y autócratas incrementen su represión a lo largo de la región.
Traducción al español: Matías E. Ruiz | Artículo original en inglés, en The Miami Herald: http://www.miamiherald.com/opinion/op-ed/article15514169.html | Traducido y reproducido con permiso
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@CarlMeacham
Sobre Carl Meacham
Es director del Americas Program en el think tank estadounidense CSIS (Center for Strategic and International Studies). Sirvió en el Comité de Relaciones Exteriores del Senado de Estados Unidos, ocupando el rol de consejero senior sobre América Latina y el Caribe. Más sobre el autor en csis.org/expert/carl-meacham.