Abundancia Roja
Francis Spufford recuerda en Abundancia roja. Sueño y utopía en la URSS...
Francis Spufford recuerda en Abundancia roja. Sueño y utopía en la URSS (Editorial Turner) la responsabilidad que en el socialismo corresponde a los economistas.
En efecto, desde el propio Marx hasta la última estrella del mainstream neoclásico que nos alecciona sobre los fallos del mercado, los economistas han cumplido un papel destacado a la hora de racionalizar el intervencionismo y brindar a los enemigos de la libertad un supuesto aval científico a sus campañas para reemplazar el caótico, empobrecedor, codicioso e injusto capitalismo por el ordenado, próspero, generoso y justo socialismo.
Y de eso trata este libro, varios de cuyos personajes son economistas, algunos ficticios pero otros bien reales, como el Premio Nobel (y antes Premio Stalin) Leonid Kantorovich. Este y otros genios de las matemáticas y la programación lineal se afanaron en sustituir el mercado ineficiente por grandes sistemas de ecuaciones, con la atroz fantasía, central para el neoclasicismo, de que la economía es un problema asignativo, técnico, matemático y computacional.
Los debates que leemos en el libro tienen ecos de los que tuvieron lugar en los años 1920 y 1930, donde cruzaron espadas teóricas figuras como Ludwig von Mises y Friedrich Hayek frente a Oskar Lange y Enrico Barone, entre muchos otros. Hay páginas brillantes de Spufford que recuerdan a Adam Smith, o a Frédéric Bastiat, ese economista liberal tan despreciado (“espadachín a sueldo de la burguesía”, lo llamó Marx), y que a mediados del siglo XIX intuyó la complejidad inabarcable e irreproducible del mercado, pensando en cómo era posible que, sin un sabio planificador que lo organizase, un millón de parisinos que no producían alimento alguno pudiesen comer todos los días alguna cosa. Precisamente, podían comer porque ningún planificador intervenía en el mercado para organizar la producción y distribución de alimentos.
Las otras características del socialismo también aparecen: la opresión, la mentira, la intoxicación propagandística, la corrupción, el servilismo de artistas e intelectuales, la manipulación constante de la educación, y el castigo especialmente severo a los trabajadores, supuestamente los beneficiarios de ese sistema.
Pero lo que más pesa es el aspecto económico. Después de todo, si el capitalismo era malo para los obreros, su supresión debía ser buena. ¿Verdad? Pues no es verdad, a pesar de que aún hoy los socialistas de todos los partidos sigan subrayando los fallos del mercado, la codicia de los empresarios, y demás consignas. Lo interesante del asunto es que fueron y son consignas sostenidas por personas muy inteligentes. Al final, la aniquilación del mercado resultó una completa catástrofe que esos economistas tan científicos no fueron capaces de prever, y mucho menos resolver.
El ministro Kosiguin pregunta a uno de esos economistas tan lúcidos qué razón hubo para que el socialismo real fuera un desastre económico Y la respuesta es: “Ninguna en absoluto. Todas estas medidas son excelentes aplicaciones prácticas de la economía matemática”.
Es doctor en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid y catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la misma universidad. Sus artículos son publicados en el sitio web en español del Instituto Cato (Washington, D.C.).