Argentina: proteccionismo económico e ineficiencia productiva
La Argentina es el tercer país más proteccionista del planeta.
08 de Abril de 2015
La Argentina es el tercer país más proteccionista del planeta. Puede arribarse a esta conclusión, si se combinan los cuatro rankings desarrollados por el think tank británico, Global Trade Alert, en su 16º informe -atinente a lo acontecido en el período 2008-2014-, y teniendo en cuenta la cantidad de medidas discriminatorias en comercio exterior de cada país, el número de líneas de productos afectadas, la cantidad de sectores de la economía alcanzados y los socios comerciales perjudicados por aquéllas.
Si bien el concepto 'proteccionista' suena a ayuda del Estado para sus ciudadanos, quitándoles a estos el peso de la dura competencia, esto no implica otra cosa que no sea pérdida de riqueza.
La división del trabajo hizo posible la especialización de las personas y con ella una productividad antes inalcanzable. Es gracias a esto que en los hogares de hoy en día no es necesario ordeñar nuestras propias vacas, fabricar nuestros zapatos ni matar nuestras gallinas; en cambio, un mecánico, por ejemplo, puede intercambiar sus servicios por dinero y comprarle al productor lácteo la leche, al zapatero los zapatos y al productor avícola el pollo. De tal suerte cada cual se especializa en las tareas en las que se muestra más eficiente -ya sea por una habilidad natural o por el perfeccionamiento adquirido a lo largo del tiempo-. Al existir un mejor rendimiento, se eleva la cantidad de bienes y servicios disponibles; y, de esta manera, más necesidades son satisfechas. A la postre, se eleva nuestro nivel de vida.
No parece existir desacuerdo sobre estos conceptos, conforme nadie estima conveniente el autoabastecimiento de los hogares; de hecho, también se está de acuerdo en esto si se habla ya a nivel nacional, en donde los intercambios de bienes entre ciudades o provincias nunca son cuestionados. En todo intercambio, la totalidad de las partes involucradas gana, ya que lo que se entrega se aprecia menos de lo que se recibe -de lo contrario, no se realizaría transacción alguna. Pero este principio, por alguna extraña razón, pareciera no ser válido si se cruzan esas líneas imaginarias que son nuestras fronteras; en este caso, el resto de los individuos del mundo dejan de ser un agente de cooperación, como lo son nuestros conciudadanos, para convertirse en una verdadera amenaza para nuestra economía.
No parece existir desacuerdo sobre estos conceptos, conforme nadie estima conveniente el autoabastecimiento de los hogares; de hecho, también se está de acuerdo en esto si se habla ya a nivel nacional, en donde los intercambios de bienes entre ciudades o provincias nunca son cuestionados. En todo intercambio, la totalidad de las partes involucradas gana, ya que lo que se entrega se aprecia menos de lo que se recibe -de lo contrario, no se realizaría transacción alguna. Pero este principio, por alguna extraña razón, pareciera no ser válido si se cruzan esas líneas imaginarias que son nuestras fronteras; en este caso, el resto de los individuos del mundo dejan de ser un agente de cooperación, como lo son nuestros conciudadanos, para convertirse en una verdadera amenaza para nuestra economía.
Resulta fundamental dejar en claro —algo que parecieran olvidar los políticos que hablan de aquella utópica promesa de producir todo lo que necesitamos sin necesidad de importar nada— es que los recursos son limitados, por lo que, si destinamos parte de ellos a elaborar productos de una manera más ineficiente de lo que lo hacen otros países, le estamos quitando recursos a los productos para los que sí somos eficientes, por lo cual nuestra producción total, en suma, es menor de la que podríamos haber obtenido de dedicarle más recursos a aquello que nos conviene. Es como si el futbolista Lionel Messi decidiera confeccionarse su propia ropa; para ello, le quita tiempo al fútbol, por lo que dejaría de jugar dos partidos a la semana y comenzaría a jugar solo uno. Lionel, ahora, contará con dos o tres remeras y un par de pantalones gratis (elaborados por su propia mano), pero no contaríá con los cientos de miles de euros resignados por no jugar -dinero con el cual hubiese podido adquirir miles de camisetas y equipo: su riqueza se vio afectada negativamente.
Si existen las importaciones, es porque tenemos con qué pagar los productos adquiridos; esto es, para importar algo, hay que producir otra cosa. Finalmente, resulta falso el argumento que las importaciones reemplazan el trabajo nacional. En rigor, solo reemplazan el trabajo de los sectores ineficientes, pero destinando esos recursos a los sectores que mejor los aprovechen -ejercicio que tarde o temprano deberá realizarse, si acaso la meta es el desarrollo económico.
El 'proteccionismo' no solo no protege; estafa a los consumidores nacionales, quitándoles la libertad de elegir el producto que deseen, solo para favorecer a empresas que, sin competencia, pueden poner más elevados precios e invertir menos en la calidad de los productos.
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@MaximilianoBauk
Sobre Maximiliano Bauk
Es Analista de Políticas Económicas en el Centro de Estudios Libertad y Responsabilidad (Argentina). Sus artículos son publicados regularmente en el sitio web en español del Instituto Cato, Washington, D.C., Estados Unidos.