Por lo general, los asuntos domésticos ocupan pequeñas porciones de las respectivas campañas presidenciales. Pero éste no parece ser el caso este año. Pasando por el terrorismo islamista en Europa, Africa y el Medio Oriente, y por la creciente amenaza nuclear iraní, la política externa y de seguridad nacional es el tópico de interés entre quienes aspiran a llegar a la Casa Blanca.
Y esto no es malo. El próximo líder del mundo libre deberá mostrarse en capacidad de proyectar firmeza y de defender los intereses estadounidenses en el orden internacional. Esto deberá incluír un planteamiento firme ante la reemergencia de Rusia.
El mantra de la Administración Obama, que coincidió con la expresión 'liderar desde la retaguardia' [Leading from behind] sencillamente no resulta suficiente cuando se trata de desafiar al régimen de Vladimir Putin. Durante el pasado año, Rusia se ha vuelto más agresiva, anexándose Crimea y combatiendo una guerra proxy o subsidiaria en apoyo de los separatistas rusos en el este de Ucrania.
Claramente, la política oficial del 'reseteo ruso' [Russian reset], lanzada con gran fanfarria por la entonces Secretario de Estado Hillary Clinton en 2009, ha remitido a un fracaso espectacular. El oso ruso ha sorprendido a la presidencia de Obama con la guardia baja, explotando exitosamente lo que percibe como debilidad e indecisión estadounidenses. Antes que proyectar fortaleza y asertividad, la superpotencia mundial se ha mostrado como un cervatillo alumbrado por reflectores, frente a un enemigo agresivo.
Muchos de los socios de Estados Unidos en cercanías de Moscú temen -y con razón- que las ambiciones de Putin se extiendan más allá de Ucrania, llegando a los Estados Bálticos de Latvia, Estonia y Lituania (naciones que cuentan con amplias minorías de rusoparlantes). Si acaso el próximo presidente de los Estados Unidos de América se propone conquistar las ambiciones rusas, alinear a sus aliados en Europa Central y Oriental, y dotar de poder a la OTAN, él o ella deberán mirar más allá de propuestas lindantes con sanciones. Por sí solas, las sanciones no han forzado cambio alguno en el comportamiento de Putin. El líder del mundo libre deberá exhibir una clara estrategia, y bien dispuesta; una que proyecte los intereses estadounidenses, fortalezca la Alianza Atlántica, e inhiba la agresión rusa por la vía de dejar bien claros los costos a los que se expondría Moscú.
El primer componente de una nueva estrategia versus Rusia deberá coincidir con la proyección de fortaleza militar en Europa: establecer una presencia militar estadounidense permanente en la región del Báltico, expandir los ejercicios de entrenamiento conjuntos con aliados militares en Europa Oriental, y proporcionar armamento con el cual ayudar al gobierno ucraniano en su objetivo de resistir la invasión rusa. En simultáneo con esta aproximación, debería verificarse una robusta reiteración del compromiso de Estados Unidos con el Artículo V de la OTAN.
La expansión de la presencia militar estadounidense en Europa es el mejor elemento de disuasión ante un envalentonado Putin. Serviría para poner al Kremlin sobreaviso frente al hecho de que EE.UU. se posicionará con firmeza del lado de sus aliados, defendiendo sus intereses cruzando el Atlántico. Para ser creíbles, estas acciones deberán estar respaldadas por una gran inversión en Defensa, y por la reversión de los perjudiciales recortes al presupuesto de Defensa implementados por la Administración Obama. Asimismo, el próximo presidente deberá invertir en la modernización del vetusto arsenal nuclear estadounidense, incluyendo los misiles balísticos intercontinentales, los bombarderos pesados, y los misiles balísticos lanzados desde submarinos.
El segundo componente debería ser económico, orientado con firmeza hacia la ruptura de la dependencia de tantas naciones europeas frente a la provisión rusa de energía. El próximo presidente de EE.UU. deberá implementar sanciones más duras contra la violación rusa de la soberanía ucraniana -incluyendo la revocación de visas y el congelamiento de activos financieros. Las sanciones económicas deberían impactar en aquellos que, estando en el seno del régimen de Putin, hacen uso de entidades bancarias para motorizar sus ambiciones imperiales.
El tercer componente es de orden diplomático y estratégico: ejercitar presión con miras a aislar a Putin del escenario internacional. Uno de los primeros pasos en este plan para el próximo presidente debería ser el retiro del programa de desarme nuclear Nuevo START. Este tratado, fallido desde sus cimientos -y firmado por el presidente Obama- beneficia a Rusia, limitando la capacidad estadounidense para desplegar un sistema de defensa de misiles global de carácter efectivo. Estados Unidos también deberá retirarse del Tratado INF, un convenio de limitación de armamento que ya resulta anticuado, y que Rusia ha violado con recurrencia.
El cuarto componente de una nueva estrategia contra Moscú deberá orientarse al apoyo de la disidencia política dentro de Rusia. Tal como Margaret Thatcher y Ronald Reagan se plantaron junto a aquellos que combatieron en pos de la libertad en la antigua Unión Soviética, hoy, la voz de Estados Unidos deberá oírse fuerte y claro a la hora de condenar la supresión de libertades individuales, económicas y políticas en la Rusia actual. Adicionalmente, deberá montarse un esfuerzo concentrado a criterio de subrayar y flanquear la vasta red de propaganda internacional controlada por Moscú.
Es hora de poner término a la ilusión de que es factible acercar a Rusia al orbe occidental. Esta perspectiva fue derribada de un plumazo cuando los tanques rusos ingresaron en Georgia en 2008, dejando como saldo una nación desmembrada. Moscú ha vuelto a convertirse en un adversario de los Estados Unidos en numerosos -y críticos- frentes: desde las fronteras de la alianza de la OTAN en Europa Oriental, hasta los Estados paria de Siria e Irán. A lo largo del globo, la Rusia de Putin está haciendo lo mejor para minar los intereses estadounidenses y, en muchos casos, ha tomado partido con regímenes desagradablemente antiestadounidenses.
Durante los últimos años, se ha asistido al retroceso de la última superpotencia existente, en un mundo recurrentemente peligroso. La estratagema del '
Liderazgo desde la retaguardia' ha debilitado la credibilidad americana, ha envalentonado a los enemigos de EE.UU., y minado a los aliados de Norteamérica. Simplemente, EE.UU. no puede permitirse padecer más de lo mismo en 2017. El próximo presidente de los Estados Unidos deberá estar preparado para liderar y para plantarse ante aquellos que amenazan la seguridad y los intereses de EE.UU. y de sus aliados.
Traducción al español: Matías E. Ruiz | Artículo original en inglés, en http://dailysignal.com/2015/04/12/how-the-next-president-can-stand-up-to-a-resurgent-russia/