Argentina: cimientos que crujen
Los historiadores, llegado el momento en que deban repasar la Historia argentina del siglo XXI...
24 de Abril de 2015
Los historiadores, llegado el momento en que deban repasar la Historia argentina del siglo XXI, deberán echar mano de no pocos recaudos. Al menos, cuando les toque referirse a los primeros quince años de la centuria.
Es sabido que todo comenzó con una gran crisis. La más importante en la historia de la República -dirán algunos. Pero se salió de la misma demasiado rápido. Tras muy pocos años, todo regresó a su cauce normal. Los mismos dirigentes que otrora habían sido cuestionados con dureza, en su gran mayoría se han mantenido incólumes en sus mullidos sillones de opulencia. ¿Cómo explicar esto? ¿Comportó la crisis de diciembre de 2001 la magnitud que supo adjudicársele, o la exageración fue clave? ¿Se caracterizó realmente la sociedad argentina por una capacidad sobrehumana a la hora de dejar atrás la hecatombe o, en rigor, nunca se salió objetivamente de aquel comentado berenjenal?
El kirchnerismo -que se hizo del poder en 2003- no fue otra cosa que un subproducto de aquella crisis. La orfandad de autoridad manufacturada por el saliente gobierno de la Alianza allanó el camino para que la ciudadanía reclamara una suerte de mano de hierro. Aquella creencia que rezaba que la totalidad de los grandes males nacionales emergieron a raíz de una obscura conspiración primermundista/imperialista asistida por una dirigencia local insanablemente corrupta, creó las condiciones para el surgimiento de un discurso de barricada, tribunero, que a posteriori arrancaría aplausos y simpatías en el extraviado conglomerado social. Así, pues, era imperioso demonizar a todo ícono o referente incluso colateral del 'noventismo'. La retórica del reciclaje dirigencial argentino ya dejó de tener misterio, corporizándose en una expresión cuasisartriana: la culpa siempre es del otro.
En cualquier caso, la revisión de los capítulos más recientes de la Historia doméstica permitirá entrever que nada hay de novedoso bajo el sol celeste y blanco. El 18F ha ido a parar al olvido, así como también la denuncia del ultimado Alberto Nisman. A tal efecto, recuérdese una fecha puntual: el 30 de marzo de 1982, la Confederación General del Trabajo convocó a una ruidosa protesta contra el régimen militar que había arribado en 1976; solo dos días después, miles y miles de argentinos vitorearon al entonces presidente Galtieri en la Plaza de Mayo -la aventura demencial de la Operación Rosario había dado comienzo. En Hamlet, a poco de finiquitadas las exequias del rey, se celebra la boda de su viuda con su cuñado (entiéndase, el hermano del difunto). Todo sistema tiende a la autopreservación; pero ello ciertamente no excluye que sus vísceras empiecen a engangrenarse desde el interior.
Habremos de decir, entonces, que la crisis de 2001 jamás terminó de resolverse; acaso solo se hayan puesto paños fríos al intrincado dilema macroeconómico, de manera perentoria. Las soluciones promocionadas en los albores de 2002 vuelven hoy a envolverse con el ropaje de problemas que amenazan con mutar en una enfermedad contagiosa, multiplicando y expandiendo sus efectos. A fin de cuentas, el germen de la diáspora social de comienzos de siglo estuvo en la economía, que luego iría contaminando a otras esferas de la vida pública. Una vez que las variables macro y microeconómicas se situaron en niveles aceptables, las voces de protesta decidieron hibernar. La ciudadanía compartió un réquiem por una coalición gobernante, para luego contraer nupcias con un partido hegemónico: el de siempre, aquel que encarna veneno y antídoto en simultáneo. Pero las vísceras han comenzado a ulcerarse, porque la columna vertebral se compone de los vetustos personajes de siempre. La pretendida renovación -si acaso la hubo- se limitaría a los otrora jóvenes que hoy se han convertido en lo que juraban combatir. Así sucede con un puñado de gobernadores que, habiendo dado el puntapié inicial de sus mandatos con poco menos de cuarenta años de edad, van ahora por otro período -no sin contar con el invalorable y poco memorioso respaldo social. Porque, alguna vez, los viejos caciques también fueron jóvenes.
Pero sucede que el sistema no suele sostenerse solo merced a sus dirigentes; el periodismo profesional presta una invalorable ayuda. Componen -los hombres de prensa- una configuración junto a comunicadores sociales, encuestadores/consultores de opinión y hasta lumbreras de las redes sociales que, ya fuere por cuestiones pecuniarias, interés personal o por manifiesta ingenuidad (este factor nunca puede descartarse), replican y expanden temas escasamente relevantes o bien instalan candidaturas poco sólidas. Actores centrales y secundarios de este esquema invierten nunca menos de 48 horas en comentar la entrevista hecha aquí o allá al hijo presidencial cuando, en rigor, lo que opine este personaje es poco menos que irrelevante (sin mencionar su mínima aprobación ciudadana). Otros analizan y desmenuzan con cobarde devoción los movimientos de Marcelo Tinelli, haciendo a un lado que -con mucha suerte- ser refieren apenas a un exitoso empresario cuyo único mérito es utilizar su rating para pactar con el poder de turno; todo orientado hacia un interés económico, el suyo. La configuración de la que se habla parece exhibir como único norte la deleznable frivolización del Caso Nisman, introduciendo alegremente en la trama de un magnicidio a modelos ignotas que nada tienen que hacer allí, o bien enalteciendo figuras de dudosa reputación. Complementariamente, la mecánica remata con figurones judiciales que convocan a una marcha, para luego pactar en la clandestinidad con el Poder Ejecutivo. ¿Desde qué vereda ética puede hoy aquella prensa que aduló a los figurones seguir ejerciendo su tarea? Acaso se trate de la misma prensa que 'prefabricó' un candidato en 2013, cuyo escasos atributos fueron siempre insostenibles en el tiempo. Esta cofradía reclama a los 'Tres Mosqueteros' abrir la boca para gritar más fuerte contra el avanzar inescrupuloso de un gobierno en aparente retirada, sobre la Justicia. Pero eligen no revelar que, tanto esos candidatos como ellos mismos, aceitan los engranajes del mismo sistema. Pareciera ser que es preferible una justicia negociadora (entregadora de sí misma) y que una denuncia escandalosa pase al olvido porque, en pocos meses, alguno los Tres ocupará en el trono. Entonces, todos volverán a necesitarse mutuamente, y la rueda continuará girando.
En la cúspide de este peculiar movimiento, se destaca la figura de Francisco, un Papa elevado a la categoría de genio de la botella. A cada declaración papal, le sigue un meduloso intento de interpretación, como si el emisor fuera un pariente contemporáneo de William Shakespeare o Cervantes. ¿Qué tal si Jorge Bergoglio no fuera más que una persona inteligente y falible, pasible de caer víctima de una perniciosa megalomanía? 'Cuiden a Cristina', dijo. ¿Qué consideración le merecen a Su Santidad los innumerables episodios de corruptela que asfixian la credibilidad de Cristina Kirchner y su séquito de funcionarios?
Hoy, el 2001 está de regreso, porque la pobreza y el desempleo se han reducido a la mitad. El Estado ha puesto los pies en el plato de la asistencia social. Pero las prácticas no han cambiado. Los dirigentes que se han ido, lo han hecho porque, o bien han pasado a mejor vida, o bien porque la avanzada edad les impide ejercer la función pública. Los jóvenes esperanzadoramente renovadores toman prestada la agenda de los viejos caciques. La 'tinelización' de la cosa pública se ha adueñado de candidatos a la Presidencia, de gobernadores y de la Causa Nisman. La naturalización de los conflictos sociales ha cedido espacio a su frivolización -incluso de la muerte.
Allá abajo -pero no a tanta profundidad-, los cimientos continúan crujiendo.
Es sabido que todo comenzó con una gran crisis. La más importante en la historia de la República -dirán algunos. Pero se salió de la misma demasiado rápido. Tras muy pocos años, todo regresó a su cauce normal. Los mismos dirigentes que otrora habían sido cuestionados con dureza, en su gran mayoría se han mantenido incólumes en sus mullidos sillones de opulencia. ¿Cómo explicar esto? ¿Comportó la crisis de diciembre de 2001 la magnitud que supo adjudicársele, o la exageración fue clave? ¿Se caracterizó realmente la sociedad argentina por una capacidad sobrehumana a la hora de dejar atrás la hecatombe o, en rigor, nunca se salió objetivamente de aquel comentado berenjenal?
El kirchnerismo -que se hizo del poder en 2003- no fue otra cosa que un subproducto de aquella crisis. La orfandad de autoridad manufacturada por el saliente gobierno de la Alianza allanó el camino para que la ciudadanía reclamara una suerte de mano de hierro. Aquella creencia que rezaba que la totalidad de los grandes males nacionales emergieron a raíz de una obscura conspiración primermundista/imperialista asistida por una dirigencia local insanablemente corrupta, creó las condiciones para el surgimiento de un discurso de barricada, tribunero, que a posteriori arrancaría aplausos y simpatías en el extraviado conglomerado social. Así, pues, era imperioso demonizar a todo ícono o referente incluso colateral del 'noventismo'. La retórica del reciclaje dirigencial argentino ya dejó de tener misterio, corporizándose en una expresión cuasisartriana: la culpa siempre es del otro.
En cualquier caso, la revisión de los capítulos más recientes de la Historia doméstica permitirá entrever que nada hay de novedoso bajo el sol celeste y blanco. El 18F ha ido a parar al olvido, así como también la denuncia del ultimado Alberto Nisman. A tal efecto, recuérdese una fecha puntual: el 30 de marzo de 1982, la Confederación General del Trabajo convocó a una ruidosa protesta contra el régimen militar que había arribado en 1976; solo dos días después, miles y miles de argentinos vitorearon al entonces presidente Galtieri en la Plaza de Mayo -la aventura demencial de la Operación Rosario había dado comienzo. En Hamlet, a poco de finiquitadas las exequias del rey, se celebra la boda de su viuda con su cuñado (entiéndase, el hermano del difunto). Todo sistema tiende a la autopreservación; pero ello ciertamente no excluye que sus vísceras empiecen a engangrenarse desde el interior.
Habremos de decir, entonces, que la crisis de 2001 jamás terminó de resolverse; acaso solo se hayan puesto paños fríos al intrincado dilema macroeconómico, de manera perentoria. Las soluciones promocionadas en los albores de 2002 vuelven hoy a envolverse con el ropaje de problemas que amenazan con mutar en una enfermedad contagiosa, multiplicando y expandiendo sus efectos. A fin de cuentas, el germen de la diáspora social de comienzos de siglo estuvo en la economía, que luego iría contaminando a otras esferas de la vida pública. Una vez que las variables macro y microeconómicas se situaron en niveles aceptables, las voces de protesta decidieron hibernar. La ciudadanía compartió un réquiem por una coalición gobernante, para luego contraer nupcias con un partido hegemónico: el de siempre, aquel que encarna veneno y antídoto en simultáneo. Pero las vísceras han comenzado a ulcerarse, porque la columna vertebral se compone de los vetustos personajes de siempre. La pretendida renovación -si acaso la hubo- se limitaría a los otrora jóvenes que hoy se han convertido en lo que juraban combatir. Así sucede con un puñado de gobernadores que, habiendo dado el puntapié inicial de sus mandatos con poco menos de cuarenta años de edad, van ahora por otro período -no sin contar con el invalorable y poco memorioso respaldo social. Porque, alguna vez, los viejos caciques también fueron jóvenes.
Pero sucede que el sistema no suele sostenerse solo merced a sus dirigentes; el periodismo profesional presta una invalorable ayuda. Componen -los hombres de prensa- una configuración junto a comunicadores sociales, encuestadores/consultores de opinión y hasta lumbreras de las redes sociales que, ya fuere por cuestiones pecuniarias, interés personal o por manifiesta ingenuidad (este factor nunca puede descartarse), replican y expanden temas escasamente relevantes o bien instalan candidaturas poco sólidas. Actores centrales y secundarios de este esquema invierten nunca menos de 48 horas en comentar la entrevista hecha aquí o allá al hijo presidencial cuando, en rigor, lo que opine este personaje es poco menos que irrelevante (sin mencionar su mínima aprobación ciudadana). Otros analizan y desmenuzan con cobarde devoción los movimientos de Marcelo Tinelli, haciendo a un lado que -con mucha suerte- ser refieren apenas a un exitoso empresario cuyo único mérito es utilizar su rating para pactar con el poder de turno; todo orientado hacia un interés económico, el suyo. La configuración de la que se habla parece exhibir como único norte la deleznable frivolización del Caso Nisman, introduciendo alegremente en la trama de un magnicidio a modelos ignotas que nada tienen que hacer allí, o bien enalteciendo figuras de dudosa reputación. Complementariamente, la mecánica remata con figurones judiciales que convocan a una marcha, para luego pactar en la clandestinidad con el Poder Ejecutivo. ¿Desde qué vereda ética puede hoy aquella prensa que aduló a los figurones seguir ejerciendo su tarea? Acaso se trate de la misma prensa que 'prefabricó' un candidato en 2013, cuyo escasos atributos fueron siempre insostenibles en el tiempo. Esta cofradía reclama a los 'Tres Mosqueteros' abrir la boca para gritar más fuerte contra el avanzar inescrupuloso de un gobierno en aparente retirada, sobre la Justicia. Pero eligen no revelar que, tanto esos candidatos como ellos mismos, aceitan los engranajes del mismo sistema. Pareciera ser que es preferible una justicia negociadora (entregadora de sí misma) y que una denuncia escandalosa pase al olvido porque, en pocos meses, alguno los Tres ocupará en el trono. Entonces, todos volverán a necesitarse mutuamente, y la rueda continuará girando.
En la cúspide de este peculiar movimiento, se destaca la figura de Francisco, un Papa elevado a la categoría de genio de la botella. A cada declaración papal, le sigue un meduloso intento de interpretación, como si el emisor fuera un pariente contemporáneo de William Shakespeare o Cervantes. ¿Qué tal si Jorge Bergoglio no fuera más que una persona inteligente y falible, pasible de caer víctima de una perniciosa megalomanía? 'Cuiden a Cristina', dijo. ¿Qué consideración le merecen a Su Santidad los innumerables episodios de corruptela que asfixian la credibilidad de Cristina Kirchner y su séquito de funcionarios?
Hoy, el 2001 está de regreso, porque la pobreza y el desempleo se han reducido a la mitad. El Estado ha puesto los pies en el plato de la asistencia social. Pero las prácticas no han cambiado. Los dirigentes que se han ido, lo han hecho porque, o bien han pasado a mejor vida, o bien porque la avanzada edad les impide ejercer la función pública. Los jóvenes esperanzadoramente renovadores toman prestada la agenda de los viejos caciques. La 'tinelización' de la cosa pública se ha adueñado de candidatos a la Presidencia, de gobernadores y de la Causa Nisman. La naturalización de los conflictos sociales ha cedido espacio a su frivolización -incluso de la muerte.
Allá abajo -pero no a tanta profundidad-, los cimientos continúan crujiendo.
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@PortaluppiPablo
Sobre Pablo Portaluppi
Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Periodismo. Columnista político en El Ojo Digital, reside en la ciudad de Mar del Plata (Provincia de Buenos Aires, Argentina). Su correo electrónico: pabloportaluppi01@gmail.com. Todos los artículos del autor, agrupados en éste link.