Condena perpetua
¿Hasta dónde llegan los límites de la tolerancia? ¿Cuánto abuso es capaz de tolerar una sociedad...
02 de Junio de 2015
¿Hasta dónde llegan los límites de la tolerancia? ¿Cuánto abuso es capaz de tolerar una sociedad de parte de su propia clase dirigente? Se presenta dificil -por no decir imposible- responder estas preguntas, y mucho más en la Argentina, cuya ciudadanía se muestra indiferente frente a casi cualquier cosa, con tal de que la economía no ingrese abiertamente en una gran crisis. Pero, más tarde o más temprano, se arriba a un punto de quiebre, conforme se incrementa la recurrencia en el exceso, en el error, en la trampa. El quiebre puede acelerarse dramáticamente, provisto que las finanzas colapsen.
Con todo, y después de doce años de gobierno, el kirchnerismo se ofrece como una condena perpetua, una fuerza política superadora del propio peronismo, un espectro dispuesto a todo. ¿Dónde pueden rastrearse las causales de semejante situación?
Podría trazarse un paralelo con el surgimiento del peronismo, en la década de 1940. En aquel tiempo, sectores sociales de bajos recursos eternamente postergados encontraron un líder que les garantizó protagonismo y leyes que los ampararon, amén de una fuerte asistencia social -respaldada en un agudo intervencionismo estatal. El kirchnerismo, tras experimentos resumidos en políticas liberales (o de directa ineptitud, que derivaron en el colapso económico y social) retomó la senda de la política asistencialista. Existe hoy en el país un aproximado de 18 millones de individuos que reciben ayuda directa del Estado Nacional y administraciones locales y/o provinciales. Consideraciones al margen, en cualquier país del mundo estas políticas se traducen en votos. Tampoco está de más apuntar que la mecánica asistencialista comporta una clara tendencia hacia el autoritarismo, que se resume en planos tales como la lucha constante contra la prensa y el intento de copamiento del conjunto de los poderes del Estado. Pese a ello, Juan Domingo Perón logró, en su oportunidad, delinear las bases para un partido de proyección hegemónica. Desde este punto de vista, el apoyo que aún hoy recoge el kirchnerismo no debería sorprender a nadie, en una sociedad evidentemente tolerante con los populismos y los autoritarismos camuflados como pretendidos movimientos democráticos.
Otra variable de análisis es la economía. La sociedad doméstica suele caracterizarse como cortoplacista y consumista, óptica y comportamiento que el kirchnerismo ha venido ofreciendo prácticamente desde su llegada a la Nación. Poco importa que los problemas se acumulen debajo de la alfombra; el ciudadano promedio valora que la República no ha volado en pedazos. Tampoco interesa al ciudadano sobrevivir en una economía mediocre y de expresión inflacionaria. Siguen existiendo las doce cuotas en los comercios y el aumento de la desocupación -aunque perceptible- no conmueve. En este contexto, las sospechas de corrupción que salpican a la mismísima Presidenta tampoco parecen motorizar reacción ciudadana alguna.
Párrafo aparte merecen la oposición y los medios críticos, en especial el Grupo Clarín. El gran error histórico de ambos sectores es haberse querido parecer a lo que se supone que critican. Los dirigentes opositores, en vez de diferenciarse del kirchnerismo, se ofrecen como algo superador, resaltando los supuestos logros de la Administración (estatización de las AFJP y de YPF, Fútbol para Todos, Asignación Universal), dando a publicidad el surgimiento de su propia juventud, como si eso fuera un valor en sí mismo. Pero alegando que van a mejorar los modos y a subsanar algunos errores, como la inflación y el cepo.
Cierto es que esta sociedad se ha acostumbrado a vivir con suba de precios durante casi diez años, pero es lo que hay. Poco -muy poco- para una ciudadanía temerosa de los cambios y golpeada por las recurrentes interrupciones institucionales y económicas. '¿Para qué comprar otro producto si en el fondo me ofrece lo mismo del que tengo?'. Tal vez, la oposición esté desnudando la problemática profunda que acusa la dirigencia, esto es, una aguda carencia de ideas y proyectos de país. De lo que se trata es de alcanzar el poder -aquí reside el fin. La carrera electoral y su recta final han dejado de convertirse en un medio, para mutar en un fin. Clarín, por su parte, se las ha arreglado para ensalzar a todo personaje que se mostrara en contra del oficialismo -muchos de ellos de dudosa moral-, intentando colocar de su lado a artistas en el proceso, al igual que lo ha hecho el kirchnerismo para legitimarse. La multiplicación exponencial de titulares antigobierno le ha restado credibilidad al multimedio, restándole credibilidad.
Mientras tanto, la política comunicacional de la Administración es eficiente; la usina gubernamental cuenta para ello con una miríada de medios y comunicadores profesionales y amateurs -convencidos o rentados. El próximo-pasado domingo 24 de mayo por la noche, con el fútbol extrañamente suspendido (se suponía que River jugaría en horario coincidente con el discurso de Cristina Kirchner), la señal C5N -el programa de Roberto Navarro- no hacía más que golpear a Clarín y La Nación. En forma simultánea, Televisión Pública (Canal Siete) transmitía 678, y la celebración de las Fechas Patrias en Plaza de Mayo alcanzaba su apogeo. Resultaba perturbador contemplar las tres imágenes a la vez, aún para entendidos.
La propaganda oficial ha logrado mudar a un segundo plano la fortuna malhabida de la familia Kirchner, el homicidio de Alberto Nisman, los datos falseados del INDEC, y los índices de violencia. Pero, en concreto, quien herede la Administración en 2016 no podrá negar que cuarenta millones de personas están paradas sobre un polvorín: no menos de un 25% de la población requiere asistencia del Estado -en cualesquiera de sus versiones- para poder subsistir; la economía requiere la implementación de un doloroso ajuste (fundamentado éste en los problemas no resueltos de dólar atrasado, las cifras insostenibles derivadas para la importación anual de combustibles, etc.). En paralelo, casi un 30% del país es pobre o indigente, los robos y los crímenes siguen a la orden del día -fenómeno que no oculta el indetenible despliegue del narcotráfico-, y la política se halla insanablemente intoxicada con manejos turbios y subterráneos. Eventualmente, y sin media políticas ni planificación de largo plazo, las consecuencias de aquéllas miserias se expondrán con toda su crudeza. Finalmente, a un oficialismo duro y crispado apenas se le opone una legión de políticos edulcorados, light, con escasez de definiciones y abundancia de sonrisas. Como si el sciolismo hubiese contaminado a la dirigencia toda. La nada misma.
Queda un consuelo: al menos, la Argentina no constituye una excepción. La FIFA, la multinacional más grande del mundo, acaba de reelegir a su presidente por quinta vez, amén de las fundadas sospechas de corrupción y de la investigación de años que lleva adelante el Departamento de Justicia de Estados Unidos. 'Malo conocido a bueno por conocer'. Toda una expresión para resumir la medianía. O la complicidad.
Con todo, y después de doce años de gobierno, el kirchnerismo se ofrece como una condena perpetua, una fuerza política superadora del propio peronismo, un espectro dispuesto a todo. ¿Dónde pueden rastrearse las causales de semejante situación?
Podría trazarse un paralelo con el surgimiento del peronismo, en la década de 1940. En aquel tiempo, sectores sociales de bajos recursos eternamente postergados encontraron un líder que les garantizó protagonismo y leyes que los ampararon, amén de una fuerte asistencia social -respaldada en un agudo intervencionismo estatal. El kirchnerismo, tras experimentos resumidos en políticas liberales (o de directa ineptitud, que derivaron en el colapso económico y social) retomó la senda de la política asistencialista. Existe hoy en el país un aproximado de 18 millones de individuos que reciben ayuda directa del Estado Nacional y administraciones locales y/o provinciales. Consideraciones al margen, en cualquier país del mundo estas políticas se traducen en votos. Tampoco está de más apuntar que la mecánica asistencialista comporta una clara tendencia hacia el autoritarismo, que se resume en planos tales como la lucha constante contra la prensa y el intento de copamiento del conjunto de los poderes del Estado. Pese a ello, Juan Domingo Perón logró, en su oportunidad, delinear las bases para un partido de proyección hegemónica. Desde este punto de vista, el apoyo que aún hoy recoge el kirchnerismo no debería sorprender a nadie, en una sociedad evidentemente tolerante con los populismos y los autoritarismos camuflados como pretendidos movimientos democráticos.
Otra variable de análisis es la economía. La sociedad doméstica suele caracterizarse como cortoplacista y consumista, óptica y comportamiento que el kirchnerismo ha venido ofreciendo prácticamente desde su llegada a la Nación. Poco importa que los problemas se acumulen debajo de la alfombra; el ciudadano promedio valora que la República no ha volado en pedazos. Tampoco interesa al ciudadano sobrevivir en una economía mediocre y de expresión inflacionaria. Siguen existiendo las doce cuotas en los comercios y el aumento de la desocupación -aunque perceptible- no conmueve. En este contexto, las sospechas de corrupción que salpican a la mismísima Presidenta tampoco parecen motorizar reacción ciudadana alguna.
Párrafo aparte merecen la oposición y los medios críticos, en especial el Grupo Clarín. El gran error histórico de ambos sectores es haberse querido parecer a lo que se supone que critican. Los dirigentes opositores, en vez de diferenciarse del kirchnerismo, se ofrecen como algo superador, resaltando los supuestos logros de la Administración (estatización de las AFJP y de YPF, Fútbol para Todos, Asignación Universal), dando a publicidad el surgimiento de su propia juventud, como si eso fuera un valor en sí mismo. Pero alegando que van a mejorar los modos y a subsanar algunos errores, como la inflación y el cepo.
Cierto es que esta sociedad se ha acostumbrado a vivir con suba de precios durante casi diez años, pero es lo que hay. Poco -muy poco- para una ciudadanía temerosa de los cambios y golpeada por las recurrentes interrupciones institucionales y económicas. '¿Para qué comprar otro producto si en el fondo me ofrece lo mismo del que tengo?'. Tal vez, la oposición esté desnudando la problemática profunda que acusa la dirigencia, esto es, una aguda carencia de ideas y proyectos de país. De lo que se trata es de alcanzar el poder -aquí reside el fin. La carrera electoral y su recta final han dejado de convertirse en un medio, para mutar en un fin. Clarín, por su parte, se las ha arreglado para ensalzar a todo personaje que se mostrara en contra del oficialismo -muchos de ellos de dudosa moral-, intentando colocar de su lado a artistas en el proceso, al igual que lo ha hecho el kirchnerismo para legitimarse. La multiplicación exponencial de titulares antigobierno le ha restado credibilidad al multimedio, restándole credibilidad.
Mientras tanto, la política comunicacional de la Administración es eficiente; la usina gubernamental cuenta para ello con una miríada de medios y comunicadores profesionales y amateurs -convencidos o rentados. El próximo-pasado domingo 24 de mayo por la noche, con el fútbol extrañamente suspendido (se suponía que River jugaría en horario coincidente con el discurso de Cristina Kirchner), la señal C5N -el programa de Roberto Navarro- no hacía más que golpear a Clarín y La Nación. En forma simultánea, Televisión Pública (Canal Siete) transmitía 678, y la celebración de las Fechas Patrias en Plaza de Mayo alcanzaba su apogeo. Resultaba perturbador contemplar las tres imágenes a la vez, aún para entendidos.
La propaganda oficial ha logrado mudar a un segundo plano la fortuna malhabida de la familia Kirchner, el homicidio de Alberto Nisman, los datos falseados del INDEC, y los índices de violencia. Pero, en concreto, quien herede la Administración en 2016 no podrá negar que cuarenta millones de personas están paradas sobre un polvorín: no menos de un 25% de la población requiere asistencia del Estado -en cualesquiera de sus versiones- para poder subsistir; la economía requiere la implementación de un doloroso ajuste (fundamentado éste en los problemas no resueltos de dólar atrasado, las cifras insostenibles derivadas para la importación anual de combustibles, etc.). En paralelo, casi un 30% del país es pobre o indigente, los robos y los crímenes siguen a la orden del día -fenómeno que no oculta el indetenible despliegue del narcotráfico-, y la política se halla insanablemente intoxicada con manejos turbios y subterráneos. Eventualmente, y sin media políticas ni planificación de largo plazo, las consecuencias de aquéllas miserias se expondrán con toda su crudeza. Finalmente, a un oficialismo duro y crispado apenas se le opone una legión de políticos edulcorados, light, con escasez de definiciones y abundancia de sonrisas. Como si el sciolismo hubiese contaminado a la dirigencia toda. La nada misma.
Queda un consuelo: al menos, la Argentina no constituye una excepción. La FIFA, la multinacional más grande del mundo, acaba de reelegir a su presidente por quinta vez, amén de las fundadas sospechas de corrupción y de la investigación de años que lleva adelante el Departamento de Justicia de Estados Unidos. 'Malo conocido a bueno por conocer'. Toda una expresión para resumir la medianía. O la complicidad.
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@PortaluppiPablo
Sobre Pablo Portaluppi
Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Periodismo. Columnista político en El Ojo Digital, reside en la ciudad de Mar del Plata (Provincia de Buenos Aires, Argentina). Su correo electrónico: pabloportaluppi01@gmail.com. Todos los artículos del autor, agrupados en éste link.