Argentina: el país que viene
El momento actual es un fiel reflejo de la medianía que envuelve...
29 de Julio de 2015
El momento actual es un fiel reflejo de la medianía que envuelve al país. Esta nación ya parece haberse acostumbrado a todo: desde la inseguridad y la violencia, hasta la incomodidad de manejarse con billetes de $100 como máxima denominación en un contexto de recurrente depreciación monetaria, pasando por los frecuentes cortes de energía y las sospechas de corrupción que pesan sobre los funcionarios y la propia Presidente. Nada parece conmover al cuerpo social -o al menos por ahora. Los problemas, ya se sabe, comenzarán a manifestarse con toda su magnitud en el próximo gobierno. Es que las exigencias suelen incrementarse al arribar nuevas administraciones. Y todo lo tolerante que se muestra la sociedad con el Gobierno actual, se desvanecerá irremediablemente en poco tiempo, aterrizado el próximo jefe de Estado. En este esquema -condimentado por el fuerte atraso cambiario y la economía en franca recesión-, el cóctel puede resultar explosivo.
Las esperanzas están cifradas en dos hombres. Más parecidos que diferentes, aunque pertenezcan a espacios opuestos -pero que representan prácticamente lo mismo. Se trata de dirigentes con escasa densidad intelectual, fieles embajadores del status quo, responsables de distritos trascendentes, cuyas gestiones son espejo de logros y frustraciones por igual. Ambos le asignan una inusitada importancia al marketing político, otorgándole más peso a la cáscara que al contenido. No discuten ideas; sólo supuestos logros como administradores. Ninguno de ellos se ofrece muy dúctil al momento de la oratoria, y poco se sabe sobre sus principios rectores. Ayer, revistaban en el liberalismo; hoy, están acá y, mañana, estarán más allá. Y si estuvieran juntos, nadie se sorprendería. Tampoco están salpicados por denuncias de corrupción aunque, si de lo que se trata es de hurgar, más de un cadáver podría hallarse en sus respectivos placares.
La Argentina tendrá en pocos meses un nuevo Presidente. Será Daniel Scioli, o bien será Mauricio Macri. Son dos viejos amigos cuyas máximas ambiciones siempre fueron llegar a ser, justamente, líderes nacionales. Uno de ellos lo logrará. La candidatura del Gobernador de Buenos Aires adquiere cierta legitimación social en un curioso hecho: la farándula y personajes variopintos del espectro mediático proclaman ser sus amigos. Muchos de esos personajes nunca fueron kirchneristas, pero parecen dispuestos a votar a Scioli. Curiosidad: al hacerlo, apoyarán en forma indirecta no sólo los logros del Gobierno, sino que también celebrarán la cuestionable y obscena riqueza de Cristina Kirchner, las intimidaciones de que son objeto aquellos que manifiestan opiniones en contrario, y la inflación. Extraño derrotero el de estos artistas que declaman amar la libertad pero que miran para otro lado cuando llega el momento de demostrar solidaridad.
Por el lado de Macri, persisten dos grandes temores: existe un buen número de importantes economistas, empresarios y dirigentes que se sintieron bien representados con el menemismo, y que, pese a todo, han sido fieles a esa idea de país. Es claro que con el Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma, dichos personajes se sentirán más que a gusto. El problema es que las políticas menemistas han ocasionado un enorme daño al país, y la duda radica en qué tipo de influencia podrán tener en un eventual gobierno con el líder del PRO a la cabeza.
Las esperanzas están cifradas en dos hombres. Más parecidos que diferentes, aunque pertenezcan a espacios opuestos -pero que representan prácticamente lo mismo. Se trata de dirigentes con escasa densidad intelectual, fieles embajadores del status quo, responsables de distritos trascendentes, cuyas gestiones son espejo de logros y frustraciones por igual. Ambos le asignan una inusitada importancia al marketing político, otorgándole más peso a la cáscara que al contenido. No discuten ideas; sólo supuestos logros como administradores. Ninguno de ellos se ofrece muy dúctil al momento de la oratoria, y poco se sabe sobre sus principios rectores. Ayer, revistaban en el liberalismo; hoy, están acá y, mañana, estarán más allá. Y si estuvieran juntos, nadie se sorprendería. Tampoco están salpicados por denuncias de corrupción aunque, si de lo que se trata es de hurgar, más de un cadáver podría hallarse en sus respectivos placares.
La Argentina tendrá en pocos meses un nuevo Presidente. Será Daniel Scioli, o bien será Mauricio Macri. Son dos viejos amigos cuyas máximas ambiciones siempre fueron llegar a ser, justamente, líderes nacionales. Uno de ellos lo logrará. La candidatura del Gobernador de Buenos Aires adquiere cierta legitimación social en un curioso hecho: la farándula y personajes variopintos del espectro mediático proclaman ser sus amigos. Muchos de esos personajes nunca fueron kirchneristas, pero parecen dispuestos a votar a Scioli. Curiosidad: al hacerlo, apoyarán en forma indirecta no sólo los logros del Gobierno, sino que también celebrarán la cuestionable y obscena riqueza de Cristina Kirchner, las intimidaciones de que son objeto aquellos que manifiestan opiniones en contrario, y la inflación. Extraño derrotero el de estos artistas que declaman amar la libertad pero que miran para otro lado cuando llega el momento de demostrar solidaridad.
Por el lado de Macri, persisten dos grandes temores: existe un buen número de importantes economistas, empresarios y dirigentes que se sintieron bien representados con el menemismo, y que, pese a todo, han sido fieles a esa idea de país. Es claro que con el Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma, dichos personajes se sentirán más que a gusto. El problema es que las políticas menemistas han ocasionado un enorme daño al país, y la duda radica en qué tipo de influencia podrán tener en un eventual gobierno con el líder del PRO a la cabeza.
Otro reparo -que ha ganado fuerza en las últimas semanas- es que Macri podría llegar a convertirse en Presidente, conservando a su lado a un excéntrico asesor ecuatoriano -a quien prestaría más oídos que a sí mismo. Recientemente, tomó estado público un cuestionario de diez puntos dónde dicho consultor aconsejaba a los dirigentes de amarillo qué decir frente a eventuales preguntas del periodismo. El dato ha servido para acentuar el ya de por sí preocupante vacío conceptual que caracteriza al macrismo.
No resultaría menos complejo mensurar una gestión provincial, mucho más en la inviable Provincia de Buenos Aires -si hay que remitirse al calificativo de Jorge Asís-, que exhibe en su enorme territorio partidos y localidades considerablemente ricas y portentosamente pobres. Sólo el conurbano -el denominado Gran Buenos Aires- cobija en sus 24 distritos a diez millones de habitantes, o sea el 25% de la población del país, que representan, a su vez, el 20% del padrón electoral. Sólo en uno de esos partidos, La Matanza, residen dos millones de individuos. Pero, tras doce años de kirchnerismo en el país y ocho de Scioli como Gobernador, con la soja en niveles estratosféricos y guarismos de recaudación récord, la Provincia (al igual que el país) no parece haber adquirido un desarrollo con los ingresos percibidos. Dos hechos que el aspirante oficialista se atreve a destacar son la pavimentación y ampliación de la red vial, y el acceso del público a servicios de agua potable. Extraño, porque las propias cifras oficiales lo desmienten: sólo se construyeron 1.200 km nuevos de rutas (hay en total 36 mil km) y Buenos Aires es la provincia con menor porcentaje de hogares conectados al agua de red, detrás de Misiones. Tomando nota de otros ejemplos puntuales, en Mar del Plata existen Hogares de Día que sufren de cuatro a seis meses de atraso en el pago de los cupos por parte de La Plata, y el Hospital Interzonal -modelo en su época- está cayéndose virtualmente a pedazos, tal como sucede con la mayoría de los nosocomios. Por caso, en la localidad de Cañuelas, se puede ver desde la ruta 205 un moderno Hospital que fuera en su momento inaugurado... pero que jamás funcionó.
Por su parte, la gestión porteña del macrismo suele respaldarse en el Metrobús, en la Policía Metropolitana, y en la extensión de la red de subterráneos. Quizá no sea mucho más lo que pueda pedírsele a un jefe comunal, pero el sorpresivo lomo de burro que, a la postre, resultó ser Martín Lousteau, supo exponer debilidades en la Administración macrista, como ser la tasa de mortalidad infantil y el carácter discrecional del regento de la publicidad oficial. Nada demasiado diferente al oficialismo kirchnerista que se aspira a suceder en la Nación. A su debido tiempo, el balotaje porteño dejó traslucir que, a pesar de su crecimiento, la figura del jefe del PRO continúa nutriendo cierta dosis de rechazo. Esta suerte de devenir kármico persigue a Mauricio Macri desde su arribo intempestivo en la política. Trátese o no de un prejuicio, lo concreto es que el jefe de gobierno nunca comprendió que debía lidiar con ello; no solo ahora, sino también en el caso de que llegue a la Presidencia.
Los años por venir no se presentan halagüeños, amén del ingente esfuerzo propagandístico montado por los candidatos. Desde luego que el mundo no es el mismo que acompañó a la última década (atiéndase a las crisis china y brasileña), y la economía argentina exige correcciones importantes; muchos de ellos contra reloj. El futuro jefe de Estado solo tiene a su favor el eslogan del desaparecido Julio Grondona, esto es, el 'todo pasa'. Por aquí, desfilaron el Panadero y su gas pimienta en la cancha de Boca. Próximamente, el Caso Hotesur pasará al olvido. En tren de ser honestos, y de cara al escenario que se abre para el país, algunos pensarían que el olvido sería la alternativa más potable. Léase: que todo pase.
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@PortaluppiPablo
Sobre Pablo Portaluppi
Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Periodismo. Columnista político en El Ojo Digital, reside en la ciudad de Mar del Plata (Provincia de Buenos Aires, Argentina). Su correo electrónico: pabloportaluppi01@gmail.com. Todos los artículos del autor, agrupados en éste link.