Walter Palmer no es el único culpable de la muerte del león Cecil
El asesinato del majestuoso león llamado Cecil por Walter Palmer...
El asesinato del majestuoso león llamado Cecil por Walter Palmer, un dentista de Minnesota, ha sido condenado alrededor del mundo. El Sr. Palmer, quien disparó a la muy conocida bestia luego de que ésta fuera atraída hasta alejarse de la reserva natural, ha expresado su arrepentimiento y se encuentra escondido.
Pero él está lejos de ser el único culpable. El gobierno de Zimbabwe ha empobrecido a su nación y privado de fondos a las unidades de protección de vida salvaje en el país. También ha destruido los derechos de propiedad y el Estado de Derecho.
Visité el Parque Nacional de Hwange, el otrora hogar de Cecil, en 1995. Incluso en ese entonces, Hwange era considerado uno de los parques menos cuidados del sur de África. La infraestructura y las acomodaciones eran inferiores a las de otros parques en la región, como aquellas del Parque Kruger en Sudáfrica, o el Etosha de Namibia o que las del Chobe en Botsuana. Los funcionarios del parque eran de poca ayuda y taciturnos. El estado del parque y el comportamiento de su personal reflejaban la fortuna en declive de Zimbabue. Pero las cosas estaban por empeorar mucho.
Hacia fines de los noventa, la oposición a Robert Mugabe —el dictador que ha (des)gobernado al país desde 1980— se fortaleció. Cuando él perdió un referéndum a nivel nacional acerca de una nueva constitución a inicios del nuevo siglo, Mugabe se dio cuenta de que una derrota en las próximas elecciones era probable. Así que decidió destruir a la oposición expropiando a los hacendados comerciales, quienes constituían la columna vertebral financiera del movimiento de oposición.
El ataque frontal a los derechos de propiedad de los agricultores eliminó gran parte de las ganancias por exportaciones de Zimbabwe y desencadenó una vorágine destructiva a lo largo del resto de la economía. Los títulos de tierra perdieron valor y no podían servir como colateral. El sector bancario se congeló. La Banca de la Reserva de Zimbabue intervino y desató las máquinas de imprimir. Lo que siguió fue la segunda hiperinflación más grande en la historia, que Steve Hanke de Johns Hopkins University estimó que llegó a 900.000.000.000.000.000.000.000,0% (9 seguido de 22 ceros) en 2008.
La calidad de vida cayó a niveles vistos por última vez en la década de 1950. La expectativa de vida promedio cayó de 63 años a 43. El desempleo subió a un nivel entre 85 por ciento y 90 por ciento. La epidemia de cólera de 2008 que mató a miles de personas simplemente demostró lo obvio —que Zimbabwe era ahora un país fracasado.
En medio del sufrimiento humano, la gente que se moría de hambre recurrió a matar a sus mascotas y animales salvajes para sobrevivir. Algunos animales fueron comidos, mientras que otros fueron asesinados por sus pieles. En 2008, año que marcó el punto bajo de la fortuna del país, 84 rinocerontes fueron asesinados por sus cuernos —un afrodisíaco en Asia.
La protección de la vida salvaje cedió paso a la necesidad humana de supervivencia. Mientras tanto, un propietario local de tierras proveyó un bebé elefante cocinado para el cumpleaños No. 91 del Sr. Mugabe este año, aunque los reportajes difieren sobre si este fue servido a los invitados.
En una economía que colapsaba, la protección de la vida salvaje estaba, comprensiblemente, entre las últimas prioridades de financiamiento del gobierno. El año pasado, Bloombergreportó, que el Parque Nacional Hwange vendió cerca de 60 elefantes a China, Francia y Emiratos Árabes Unidos. Como Geoffreys Matipano, el Director de Conservación de la Autoridad de Administración de Parques y Vida Salvaje de Zimbabwe, explicó: “Nosotros no recibimos financiamiento estatal y dependemos de vender animales para nuestras operaciones del día a día, no estamos ni remotamente cerca de lo que quisiéramos”.
En el caos económico, político y legal que ha llegado a caracterizar la vida en Zimbabwe, el Sr. Palmer puede que haya sido engañado, llegando a creer que su acto era perfectamente legal. Sino, ¿por qué hubiera pagado cerca de $50.000 por el asesinato de Cecil —en un país donde el ingreso per cápita es una fracción de esa suma— y luego jactarse de eso en redes sociales?
Confieso que no puedo comprender el razonamiento de un hombre que deriva placer de matar a animales bellos, peor aún perdonar las acciones del Sr. Palmer. Él debería haber sabido mejor que embarcarse en un safari de cacería en un país con la reputación de Zimbabwe. Pero hay muchos culpables. La vida salvaje de Zimbabweestá sufriendo no solo por las reprobables acciones de cazadores individuales, sino también debido a la destrucción constante derivada del declive económico y el caos legal, liderados por un gobierno cruel.
Analista de políticas públicas del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute. Editor del sitio web Human Progress.