Argentina: el peronismo... y nada más
Jamás en la historia argentina se había puesto tanto bajo la lupa el rol del peronismo...
15 de Agosto de 2015
Jamás en la historia argentina se había puesto tanto bajo la lupa el rol del peronismo en la vida del país, como ahora. Dos libros de reciente aparición, 'El Relato Peronista' -de la periodista Silvia Mercado-, y 'Es el Peronismo, Estúpido' de Fernando Iglesias, han colocado en el debate público los defectos del movimiento creado por Juan Domingo Perón. Al interpelar al Partido Justicialista, se interpela a toda una nación.
Para muchos, resulta inconcebible comprender racionalmente los constantes triunfos peronistas en las elecciones, al menos en los últimos años. La reciente victoria de Daniel Scioli en las PASO del 9 de agosto es el último hito de una historia sencillamente inexplicable. Se suele hacer hincapié en la extraña relación entre la sociedad y el kirchnerismo, pero las administraciones de Néstor y Cristina tuvieron -y tienen- numerosos puntos de contacto con los gobiernos de Perón, en especial los dos primeros. Una marcada tendencia al autoritarismo, una fuerte presencia del asistencialismo, y el culto al líder son, tal vez, los rasgos más notables de este paralelismo. En suma, al realizar una fuerte crítica del esquema kirchnerista, lo que en verdad debería cuestionarse es al peronismo en su conjunto, y su relación con la ciudadanía.
La gestión de ocho años de Scioli en la Provincia de Buenos Aires deja mucho que desear y, sin embargo, el hombre está muy cerca de convertirse en el próximo Presidente de la República. Las recientes inundaciones son apenas una muestra más de la falta de desarrollo que sufre la provincia. Territorio que, conviene señalar, está siendo gobernado por el justicialismo desde 1987. Así y todo, no debería extrañar que, en dos semanas, más su intención de voto siga merodeando los cuarenta puntos. Es cierto: se trata de un guarismo alto, y a la vez, es lo que históricamente ha cosechado el justicialismo como piso electoral, aún en las derrotas, como la de Italo Lúder en 1983 y la de Eduardo Duhalde en 1999. Pero, claro; en ambas ocasiones se enfrentaron a una oposición muy fuerte, amalgamada en la UCR, primero con Raúl Alfonsín como conductor y luego en una alianza con el Frepaso, un conglomerado ya extinguido pero que, en aquel momento, recogía no poco respaldo. La gran frustración que significó el gobierno de Fernando De la Rúa explica, en parte, la supervivencia del justicialismo. Pero de ninguna manera se muestra como la razón principal.
Una nutrida amalgama de dirigentes peronistas siempre han gozado de una extraña protección por parte de un sector del periodismo. Basta recordar el apoyo que tuvo Jorge Milton Capitanich cuando fuera nombrado Jefe de Gabinete a fines de 2013. Hoy, algo similar sucede con Scioli. Días después de celebradas las PASO, desde algunos sectores se insiste en que, aún cuando el Frente para la Victoria logre imponerse en las elecciones de octubre, el resultado remitirá al fin del kirchnerismo. En tal sentido, no deja de ser remarcable el respaldo que ha gozado el ex motonauta de parte de incontables analistas críticos con el Gobierno Nacional. Conscientes de ello o no, lo cierto es que terminaban coincidiendo con los intereses de la familia Kirchner. Al preservarse la figura de Scioli, lo que se estaba haciendo era salvaguardar un elemento de reserva, ya no de la institucionalidad supuestamente amenazada por los K, sino de la continuidad de los peronistas en el poder. Se asegura, desde dichos sectores, que es imposible imaginar a un Scioli peleándose con Clarín, o intentando copar la justicia y los medios. Acaso semejante diagnóstico sea errado porque, ¿acaso no es vox populi que fue el propio Gobernador quien 'ayudó' -por vía de inextricables resortes judiciales- a la Casa Rosada en la desestimación de la denuncia de Alberto Nisman y en el apartamiento del Juez Claudio Bonadío de la causa Hotesur? Al ser el candidato oficialista, llevando en su fórmula a un 'pingüino' de pura cepa como lo es Carlos Zannini, ¿no encarna Daniel Scioli todas y cada una de las prácticas, las políticas, y las posturas del Gobierno? Peor todavía: ¿lo cree alguien capaz de desplazar de sus cargos a la Procuradora Alejandra Gils Carbó, o al Presidente del Banco Central, Alejandro Vanoli?
A la dirigencia peronista, en efecto, suelen perdonársele cosas que a ningún otro dirigente se le perdonarían. ¿Cuánto habría resistido un presidente radical la sospechosa muerte de un fiscal, la persistente inflación, los cortes de luz, fundadas sospechas sobre lavado de dinero o fuertes inundaciones? Si Mauricio Macri se hiciese -milagrosamente, para algunos- de la victoria en las próximas elecciones, la sociedad sin dudas comenzaría a exigir soluciones que nunca interpuso ante los dos gobiernos de Cristina Fernández -quién lo duda.
El peronismo ha sido efectivo a la hora de trazar una victimización, ya desde su proscripción en 1955, olvidando que, en sus orígenes, fue su propio elemento el que diera inicio a persecuciones y censuras a líderes opositores ('Al enemigo, ni justicia'), en tanto recurre a su dedo acusador para señalar el momento en que un jefe de Estado que no sea de su signo comete un error, o es sospechado por un acto de corrupción. Complementariamente, buena parte de la sociedad acompaña esa postura, a la vez que sabe tolerar el sentimiento de dominación de sus dirigentes, como si fueran amantes geniales pero indefectiblemente golpeadores, protectores pero inescrupulosos, seductores pero infieles, cancheros pero peligrosos. No es otra cosa que ese macho dominante, al que muchos hombres odian pero envidian, y al que infinidad de mujeres le escapan pero, a la postre, desean. El curioso portador de esta particular hombría es capaz de mutar de un militar nacionalista a un líder carismático y brutal, de un brujo asesino a un gatillero del conurbano profundo, de un excéntrico caudillo provincial a un encantador de serpientes, de un vulgar puntero de barrio a una especie de estadista criollo. El peronismo es, al final del partido, el líder de la barra, el amigo mujeriego, el puntero; aquel que un día reparte palmadas en la espalda y, al siguiente, clava el puñal hasta el hueso.
Dirán muchos que la Argentina está a las puertas de otro triunfo peronista -esta vez de la mano de Daniel Scioli, un dirigente de respuestas básicas, de nivel intelectual un tanto binario, y conductor de una gestión cabalmente mediocre. Quienes lo defienden, declaman que el Gobernador de Buenos Aires es más 'brillante' de lo que se piensa. Pero a los hechos basta remitirse: difícilmente un hombre se esfuerza tanto por ocultar esa brillantez. Así las cosas, el periodismo tradicional cruza toda línea tolerable al cuidar al esposo de Karina Rabolini. Si al 38% de los votos que cosechó el Frente Para la Victoria se le sumaran los 6 puntos de José Manuel De la Sota, y la mitad de los puntos de Sergio Massa, el peronismo habrá sido votado -como antes- por no menos de una mitad del electorado. Semejante guarismo se presenta extremadamente alto para los horrores y desaciertos que el movimiento fundado por Perón, en los 24 años sobre 32 que le tocara gobernar desde el regreso de la democracia. Demasiado premio, para tan irrisoria contraprestación.
* Videoclip de YouTube | Crédito: MisDosCentavos
Para muchos, resulta inconcebible comprender racionalmente los constantes triunfos peronistas en las elecciones, al menos en los últimos años. La reciente victoria de Daniel Scioli en las PASO del 9 de agosto es el último hito de una historia sencillamente inexplicable. Se suele hacer hincapié en la extraña relación entre la sociedad y el kirchnerismo, pero las administraciones de Néstor y Cristina tuvieron -y tienen- numerosos puntos de contacto con los gobiernos de Perón, en especial los dos primeros. Una marcada tendencia al autoritarismo, una fuerte presencia del asistencialismo, y el culto al líder son, tal vez, los rasgos más notables de este paralelismo. En suma, al realizar una fuerte crítica del esquema kirchnerista, lo que en verdad debería cuestionarse es al peronismo en su conjunto, y su relación con la ciudadanía.
La gestión de ocho años de Scioli en la Provincia de Buenos Aires deja mucho que desear y, sin embargo, el hombre está muy cerca de convertirse en el próximo Presidente de la República. Las recientes inundaciones son apenas una muestra más de la falta de desarrollo que sufre la provincia. Territorio que, conviene señalar, está siendo gobernado por el justicialismo desde 1987. Así y todo, no debería extrañar que, en dos semanas, más su intención de voto siga merodeando los cuarenta puntos. Es cierto: se trata de un guarismo alto, y a la vez, es lo que históricamente ha cosechado el justicialismo como piso electoral, aún en las derrotas, como la de Italo Lúder en 1983 y la de Eduardo Duhalde en 1999. Pero, claro; en ambas ocasiones se enfrentaron a una oposición muy fuerte, amalgamada en la UCR, primero con Raúl Alfonsín como conductor y luego en una alianza con el Frepaso, un conglomerado ya extinguido pero que, en aquel momento, recogía no poco respaldo. La gran frustración que significó el gobierno de Fernando De la Rúa explica, en parte, la supervivencia del justicialismo. Pero de ninguna manera se muestra como la razón principal.
Una nutrida amalgama de dirigentes peronistas siempre han gozado de una extraña protección por parte de un sector del periodismo. Basta recordar el apoyo que tuvo Jorge Milton Capitanich cuando fuera nombrado Jefe de Gabinete a fines de 2013. Hoy, algo similar sucede con Scioli. Días después de celebradas las PASO, desde algunos sectores se insiste en que, aún cuando el Frente para la Victoria logre imponerse en las elecciones de octubre, el resultado remitirá al fin del kirchnerismo. En tal sentido, no deja de ser remarcable el respaldo que ha gozado el ex motonauta de parte de incontables analistas críticos con el Gobierno Nacional. Conscientes de ello o no, lo cierto es que terminaban coincidiendo con los intereses de la familia Kirchner. Al preservarse la figura de Scioli, lo que se estaba haciendo era salvaguardar un elemento de reserva, ya no de la institucionalidad supuestamente amenazada por los K, sino de la continuidad de los peronistas en el poder. Se asegura, desde dichos sectores, que es imposible imaginar a un Scioli peleándose con Clarín, o intentando copar la justicia y los medios. Acaso semejante diagnóstico sea errado porque, ¿acaso no es vox populi que fue el propio Gobernador quien 'ayudó' -por vía de inextricables resortes judiciales- a la Casa Rosada en la desestimación de la denuncia de Alberto Nisman y en el apartamiento del Juez Claudio Bonadío de la causa Hotesur? Al ser el candidato oficialista, llevando en su fórmula a un 'pingüino' de pura cepa como lo es Carlos Zannini, ¿no encarna Daniel Scioli todas y cada una de las prácticas, las políticas, y las posturas del Gobierno? Peor todavía: ¿lo cree alguien capaz de desplazar de sus cargos a la Procuradora Alejandra Gils Carbó, o al Presidente del Banco Central, Alejandro Vanoli?
A la dirigencia peronista, en efecto, suelen perdonársele cosas que a ningún otro dirigente se le perdonarían. ¿Cuánto habría resistido un presidente radical la sospechosa muerte de un fiscal, la persistente inflación, los cortes de luz, fundadas sospechas sobre lavado de dinero o fuertes inundaciones? Si Mauricio Macri se hiciese -milagrosamente, para algunos- de la victoria en las próximas elecciones, la sociedad sin dudas comenzaría a exigir soluciones que nunca interpuso ante los dos gobiernos de Cristina Fernández -quién lo duda.
El peronismo ha sido efectivo a la hora de trazar una victimización, ya desde su proscripción en 1955, olvidando que, en sus orígenes, fue su propio elemento el que diera inicio a persecuciones y censuras a líderes opositores ('Al enemigo, ni justicia'), en tanto recurre a su dedo acusador para señalar el momento en que un jefe de Estado que no sea de su signo comete un error, o es sospechado por un acto de corrupción. Complementariamente, buena parte de la sociedad acompaña esa postura, a la vez que sabe tolerar el sentimiento de dominación de sus dirigentes, como si fueran amantes geniales pero indefectiblemente golpeadores, protectores pero inescrupulosos, seductores pero infieles, cancheros pero peligrosos. No es otra cosa que ese macho dominante, al que muchos hombres odian pero envidian, y al que infinidad de mujeres le escapan pero, a la postre, desean. El curioso portador de esta particular hombría es capaz de mutar de un militar nacionalista a un líder carismático y brutal, de un brujo asesino a un gatillero del conurbano profundo, de un excéntrico caudillo provincial a un encantador de serpientes, de un vulgar puntero de barrio a una especie de estadista criollo. El peronismo es, al final del partido, el líder de la barra, el amigo mujeriego, el puntero; aquel que un día reparte palmadas en la espalda y, al siguiente, clava el puñal hasta el hueso.
Dirán muchos que la Argentina está a las puertas de otro triunfo peronista -esta vez de la mano de Daniel Scioli, un dirigente de respuestas básicas, de nivel intelectual un tanto binario, y conductor de una gestión cabalmente mediocre. Quienes lo defienden, declaman que el Gobernador de Buenos Aires es más 'brillante' de lo que se piensa. Pero a los hechos basta remitirse: difícilmente un hombre se esfuerza tanto por ocultar esa brillantez. Así las cosas, el periodismo tradicional cruza toda línea tolerable al cuidar al esposo de Karina Rabolini. Si al 38% de los votos que cosechó el Frente Para la Victoria se le sumaran los 6 puntos de José Manuel De la Sota, y la mitad de los puntos de Sergio Massa, el peronismo habrá sido votado -como antes- por no menos de una mitad del electorado. Semejante guarismo se presenta extremadamente alto para los horrores y desaciertos que el movimiento fundado por Perón, en los 24 años sobre 32 que le tocara gobernar desde el regreso de la democracia. Demasiado premio, para tan irrisoria contraprestación.
* Videoclip de YouTube | Crédito: MisDosCentavos
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@PortaluppiPablo
Sobre Pablo Portaluppi
Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Periodismo. Columnista político en El Ojo Digital, reside en la ciudad de Mar del Plata (Provincia de Buenos Aires, Argentina). Su correo electrónico: pabloportaluppi01@gmail.com. Todos los artículos del autor, agrupados en éste link.