El fin del sueño brasileño
Brasil vivió un sueño; un intenso verano que se prolongaría por algo más de un decenio.
19 de Agosto de 2015
(Rio de Janeiro) - Brasil vivió un sueño; un intenso verano que se prolongaría por algo más de un decenio. Se asistió a un crecimiento a tasas chinas, la reducción de la pobreza, la ampliación de las clases medias y, probablemente, entre los logros más resonantes, la obtención de un protagonismo político de peso en el plano internacional. El superciclo de las materias primas y el boom de liquidez en los mercados mundiales alimentaron la economía del gigante sudamericano. Si bien la coyuntura global fue un factor determinante en el éxito del modelo, también existieron méritos locales -y sería de necios negarlo. Se consolidaron:cierta estabilidad macroeconómica, una inflación relativamente baja (siempre en un dígito) y superávits gemelos; mientras el gobierno aplicaba un programa moderado. A diferencia de otras experiencias regionales, el ejecutivo nunca obstruyó adrede el libre funcionamiento del por entonces dinámico sector privado local. En efecto, durante todos estos años, Brasil fue un excelente sitio para invertir, hacer negocios y, por sobre todas las cosas, ganar dinero.
Luiz Inácio Lula da Silva emergió como un líder de proyección hemisférica. Se trasformó, por momentos, en uno de los políticos más populares de las Américas, enamorando a observadores de todo el espectro ideológico. Ayudado por el ascenso del país que presidía, su figura logró cierto protagonismo en asuntos de las más alta política internacional, como la cuestión del programa nuclear iraní o la nueva versión de la 'guerra mundial de monedas'. Así las cosas, el mandatario conquistó una posición casi inédita en la historia de la política exterior latinoamericana. Brasil se ubicó entre las primeras siete economías mundiales y, al ingresarse en la segunda década del siglo XXI, se especulaba con que superaría en el corto plazo a Francia e Inglaterra. La posibilidad de ingresar en el selecto Top five -solo por detrás de Estados Unidos, China, Japón y Alemania- parecía estar al alcance de la mano.
A éste espectacular ascenso solo le costó un lustro desmoronarse. Con un PBI que hoy ya saltó de la recesión a la contracción, el desempleo en ascenso y la popularidad de Dilma Rousseff en picada, la proyección mundial de carácter explosivo que encarnó Brasil en el pasado reciente no es más que un recuerdo. El sueño de una nueva superpotencia emergente y latinoamericana que entusiasmó al mundo parece haberse desvanecido. Hoy, diario del lunes en mano, no es preciso ser un intelectual brillante para darse cuenta que todo este magnánimo crecimiento se nutrió más de factores exógenos que de elementos endógenos. Brasil se dejó llevar por un contexto internacional espectacularmente favorable. Como se mencionó anteriormente, los aciertos en política económica interna existieron. Pero, al llevarse a cabo un análisis de mediana profundidad, se observará que las reformas estructurales necesarias para que el país crezca en forma sostenible quedaron pendientes. El déficit de infraestructura, el regresivo sistema impositivo, la paralizante burocratización de prácticamente cualquier proceso que involucre al Estado, la educación púbica de baja calidad, la desenfrenada corrupción y, por sobre todo, la baja competitividad de la hiperprotegida industria nacional (enfocada mayormente al mercado interno). Estos y muchos más son los temas pendientes; la lista podría seguir.
Amén de las innegables conquistas sociales de los años de referencia, la estructura productiva del país no es hoy sustancialmente diferente a la de la última década del siglo XX. Es por ello que en este nuevo ciclo económico internacional, con restricciones en la ecuación monetaria mundial, materias primas a la baja y China en visible desaceleración, Brasil no la tendrá nada fácil. Si el país ambiciona retomar una vigorosa expansión (esto es, superior al vegetativo crecimiento poblacional), deberán reformarse las bases estructurales de la economía local. El problema radica en la escasa viabilidad política de dichas reformas, en este particular momento histórico. Si las mismas no fueron realizadas en épocas de la mayor euforia económica de la última centuria, será extremadamente difícil que sean promocionadas hoy.
La actual debilidad política del gobierno, la parálisis económica y el proceso de movilización que protagoniza la sociedad civil pueden hacer que, una vez más, lo urgente se anticipe a lo importante y las reformas vuelvan a ser postergadas.
La actual debilidad política del gobierno, la parálisis económica y el proceso de movilización que protagoniza la sociedad civil pueden hacer que, una vez más, lo urgente se anticipe a lo importante y las reformas vuelvan a ser postergadas.
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@BrazilEconomia
Sobre Santiago Pérez
Es Licenciado en Relaciones Internacionales. Observador de la política internacional desde el enfoque realista, es columnista de una decena de medios gráficos y digitales del mundo de habla hispana. Reside en Río de Janeiro, Brasil, y publica regularmente en el sitio web Brasil Economía.