Ceremonia de extravíos en el país de las garantías vencidas
Mauricio Macri no puede creer en su buena suerte. El reciente fallo de la justicia tucumana...
El campo de batalla es una escenificación de caos constante; el ganador resultará de quien controle ese caos, el propio y el de sus enemigos.
Napoleón Bonaparte
* * *
Mauricio Macri no puede creer en su buena suerte. El reciente fallo de la justicia tucumana, que anulara los comicios del próximo-pasado 23 de agosto en la atribulada provincia, pondrá de suyo para desplazar al affaire Niembro de la batahola retórica preelectoral. Ya la Casa Rosada se aprestaba a obsequiarse un festín sin paralelo, sobrecalentando la explotación de la ruidosa salida del comentarista deportivo y luego ir por la cabeza del jefe político de PRO.
A partir de esta instancia -y a modo de certificar la percepción de que la Argentina hace del cortoplacismo de las noticias un imperativo categórico-, la pelota vuelve a caer en el campo de juego del sciolismo. Porque, a fin de cuentas, hoy volverá a hablarse de aquel triunfo que Daniel Osvaldo Scioli se apresuró en festejar in situ; victoria que, a la sazón, jamás tuvo lugar. Peor todavía, las preguntas volverán a posarse sobre el pendulante cabecilla de la Ola Naranja, por cuanto nadie tiene dudas de que el partenaire comercial de Karina Rabolini lejos está de garantizar un mínimo aceptable de gobernabilidad, de diciembre de 2015 en adelante.
Se arriba, pues, a la peor instancia imaginable no solo para el oficialismo, sino para la institucionalidad de todo un país. La crudeza de la realpolitik desnudará que, en rigor, se asiste a los entretelones de una republiqueta disfuncional y declaradamente pendenciera, cuya dirigencia se muestra incapacitada para consensuar siquiera los mecanismos más básicos de continuidad. El 'vale todo' que el kirchnerismo supo imponer como trademark, ha terminado por contaminarse hacia todo escalafón existente, al punto de devorar sin piedad a sus propios protagonistas. Por eso es que, al día de la fecha, la ciudadanía en su conjunto ya opta por dudar de antemano de los resultados devueltos por cualquier ceremonia electoral, comprometiéndose las elecciones presidenciales de octubre. En semejante contexto, no hay sistema que resista: para el observador omnisciente, es más sencillo apostar preventivamente por el caos, antes que por cualquier solución de consenso. Adicionalmente, será preciso apuntar que los prolegómenos operativos que remiten a la violencia urbana y suburbana, a los vínculos entre tráfico de drogas y política, a la corruptela en las esferas provincial y nacional, y misceláneos, difícimente hallarán un contraveneno si ni siquiera es plausible garantizar la credibilidad del esquema destinado a elegir autoridades.
Así las cosas, la pretendida República Argentina se las ha arreglado para posicionarse en un limbo cuya salida no se percibe en horizonte alguno -como nunca había sucedido desde el retorno de la democracia (si se permite calificarla de tal) en 1983. Sus actores principales y de reparto no hallan respuestas, dado lo inédito del escenario. Carecen de perspectiva estratégica los tres candidatos presidenciales de oportunidad; no las tiene Daniel Scioli -actual garante de la mecánica perversa que lo depositara en la lastimera pole position del oficialismo-, como tampoco las tiene Mauricio Macri -cuyas segundas y terceras líneas (candidatos, tuiteros y demás aspirantes a la grilla salarial del futuro) parecieran abocados a replicar los aspectos más deficientes del modelo que ahora debe partir. Menos respuestas podría evocar Sergio Tomás Massa, cuya homilía republicana podrá endulzar el paladar de muchos, pero que busca aterrizar en compañía del elemento más recalcitrante del protokirchnerismo, del sindicalismo moyanista y del expresionismo duhaldista más aberrante.
En los albores de una Primavera Latinoamericana que transita lento, pero a paso firme, el grueso de la ciudadanía argentina no podrá gritar auxilio y eludir la responsabilidad que insoslayablemente le cabe -por cuanto todos los actores sociales han sabido colaborar (por acción u omisión) en la construcción de la nación mediocre. Desmitificando la prerrogativa de la intersubjetividad sartriana porque, a la postre, el infierno no necesariamente son 'los otros'.
Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Publicidad. Es Editor y Director de El Ojo Digital desde 2005.