ECONOMIA INTERNACIONAL: LORENZO BERNALDO DE QUIRÓS

París no cambiará el clima

El próximo diciembre, se celebrará en París la 21ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.

30 de Septiembre de 2015
El próximo diciembre, se celebrará en París la 21ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Su propósito es alcanzar un acuerdo para recortar las emisiones de CO2 con una meta: la temperatura global no ha de superar en 2030, en dos grados centígrados, los niveles existentes en la era preindustrial. Ahora bien, nadie sabe con seguridad cuáles eran esos umbrales, cuál puede ser el impacto de lograr ese objetivo sobre el calentamiento terráqueo, qué efecto sobre éste se debe a causas naturales y no a la acción humana y qué consecuencias económicas tienen las medidas encaminadas a lograr esa finalidad. En este contexto, parece difícil que los participantes en la Cumbre lleguen a una posición de consenso más allá de grandilocuentes declaraciones de principios. Así sucedió en las veinte reuniones precedentes. Para situar el debate dentro de los parámetros de racionalidad, es vital realizar algunas consideraciones.
 
Las profecías sobre apocalipsis medioambientales han existido siempre. En los años cincuenta del siglo pasado, la amenaza procedía de una nueva glaciación mundial que llevaría la destrucción y la miseria a grandes partes del mundo. En los setenta, París, cambio climáticodominaron las predicciones sobre un inevitable agotamiento del petróleo y de los alimentos en el año 2000, tesis resumidas en un superventas de la época, el libro Los límites del crecimiento de Dennis y Donnella Meadows, publicado en 1972. Desde entonces, se han descubierto vastas cantidades de gas y de oro negro, la expectativa de vida casi se ha doblado en el mundo desarrollado y la producción de alimentos se ha multiplicado por siete a escala mundial. Por añadidura, las sociedades avanzadas, intensivas en energías fósiles tienen la menor contaminación de su historia desde que es posible tener datos fiables. Por último, el número de muertes durante el tiempo frío es muy superior al existente durante las olas de calor; cinco a uno en el caso de Europa (ver Ridley M., The Rational Optimist, How Prosperity Evolves, Harper Collins, 2010).
 
La sabiduría convencional sostiene que la tendencia al progresivo incremento de la temperatura es un riesgo para la supervivencia de la Humanidad y ello se debe al CO2 emitido por la combustión de energías fósiles. La pregunta es cuáles son las alternativas a esa situación que no se traduzcan en un desplome del crecimiento económico y del PIB per cápita en las economías avanzadas y que no frenen de manera drástica el desarrollo de las emergentes. Por añadidura, la adopción de esta visión estática equivale a aceptar que no se producirá ninguna revolución e innovación tecnológica, que como ha sucedido siempre en el pasado, solucione problemas considerados irresolubles por el statu quo político, mediático y científico dominante. No existe ninguna razón para pensar que el progreso tecnológico en este campo se paralizará y, el último recurso, la inteligencia, la capacidad del ser humano de inventar desaparecerá.
 
Dicho esto, los países ricos desean continuar siéndolo y los pobres quieren dejar de serlo. Para ello, necesitan energía barata y accesible. Pues bien, a pesar de los vastos subsidios recibidos, la energía eólica produce el 1% de la generada en todo el mundo y la solar no llega a ese magro porcentaje; está en el 0,23%. Los combustibles fósiles suponen el 87% del consumo de energía global. Con la tecnología disponible sólo una vasta expansión de la nuclear, un masivo desplazamiento del carbón al gas y una radical mejora de la eficiencia energética, básicamente en China, Brasil e India, podrían reducir de manera significativa las emisiones de CO2. ¿Es posible esta transición? ¿A qué velocidad? ¿A qué precio? Pero hay más...
 
Cualquier acuerdo sobre emisiones ha de asegurar la compatibilidad entre la deseada reducción de CO2 con la preservación de la competitividad y, por tanto, con la capacidad de crear empleo y elevar el PIB per cápita en las economías afectadas. Cabe suponer que los países desarrollados y, dentro de ellos, los más intensivos en el uso de combustibles fósiles se resistan a asumir una elevación de sus costes energéticos sin que los emergentes hagan lo mismo. Si Europa, por ejemplo, recorta sus emisiones en un 40% de aquí a 2030 y sus competidores no lo hacen, la desventaja competitiva para la economía europea será brutal. Pero qué harán los demás. Por un lado, las economías emergentes son los mayores generadores de CO2 y tres de ellos, China, India y Brasil suponen más del 50 por 100 de las emisiones mundiales. Por otro, los países en vías de desarrollo aceptaron recortarlas a cambio de una transferencia anual de 100.000 millones de dólares, cantidad prometida hace seis años en Copenhague y no satisfecha. No parece probable que las economías desarrolladas estén dispuestas a pagar una factura de esa magnitud durante casi dos décadas. Por añadidura, la aceptación de un tratado sobre las medidas necesarias para combatir el cambio climático en los términos planteados hasta ahora exigirá en el caso de los EE.UU. Su aprobación por un Congreso controlado por el Partido Republicano, hostil a todo el proceso en marcha.
 
En este contexto, la Cumbre de París sobre el Cambio Climático tiene todas las posibilidades de convertirse en una reedición de las anteriores, esto es, en grandes formulaciones principistas y en la aceptación de compromisos sin ninguna concreción práctica y sin ningún mecanismo coercitivo que garantice su cumplimiento. Los profetas del Armagedón medioambiental, cuando predecían los efectos catastróficos de un enfriamiento del planeta antes y de un recalentamiento ahora, parecían suponer que la temperatura existente es la perfecta, glorioso ejercicio de narcisismo. Hasta la fecha, el ser humano ha sobrevivido a modificaciones en el clima terráqueo muy superiores a las pronosticadas para esta centuria y en condiciones tecnológicas y económicas sin parangón con las actuales. Este simple recurso a la memoria aconseja prudencia o una cierta humildad cuando se enfoca esta cuestión.
 
Los jinetes del apocalipsis que causan la muerte en los países pobres son el hambre, la contaminación del agua y la malaria que matan siete, tres y dos personas por minuto. Mantener el clima en los niveles de 1990, olvidémonos de los de 1867, asumiendo que se hiciese, dejaría más del 90% de los factores determinantes de la mortalidad humana intocados. Además la penalización del uso de los combustibles fósiles implica negar al mundo en vías de desarrollo la posibilidad de crecer e introducir de facto un impuesto sobre el crecimiento de los desarrollados. Estas son las verdades que irritan a los espíritus mal informados, eso sí, llenos de buenas intenciones. El mercado, los derechos de propiedad y la evolución de la tecnología, no el dirigismo, son las mejores vías para mejorar las condiciones ambientales del planeta.

 
Publicado originalmente en El Mundo (España)
Sobre Lorenzo Bernaldo de Quirós

Es presidente de la firma Freemarket International Consulting en Madrid, España. Se desempeña también como consultor económico para el Instituto de Estudios Económicos y sirve en el comité de directores de numerosas compañías y editoriales en España. Bernaldo de Quirós escribe columnas con rigor semanal en La Gaceta de los Negocios, La Razón, y Epoca, así como también en el sitio web en español del think tank estadounidense The Cato Institute