POLITICA ARGENTINA: MATIAS E. RUIZ

El rebaño y el fantoche

Tras el suicidio de Adolf Hitler en su Führerbunker en abril de 1945...

11 de Octubre de 2015
Tras el suicidio de Adolf Hitler en su Führerbunker en abril de 1945, con la Wehrmacht arrasada y en retirada y la nación alemana en medio de humeantes ruinas, a las fuerzas estadounidenses bajo comando del recientemente promovido General George Patton aún les quedaba una formidable tarea por delante. Inicialmente, la policía del Ejército de EE.UU. debió rastrear, identificar y localizar a ciudadanos vinculados a la Schutzstaffel (SS), a las milicias populares (Volkssturm) y a la conducción del espectro castrense germano para, eventualmente, ser puestos a disposición de tribunales militares.
 
Sin embargo, sobrevendría luego una misión bastante más compleja, pocas veces cifrada en los polvorientos libros de historia y llamada a responder a una pregunta de orden fundamental: provisto que los Aliados no podrían quedarse para siempre, ¿en qué elemento remanente debían depositarse las bases de la futura reconstrucción alemana? Una vez removida la proposición nacionalsocialista (y sus principales arquitectos) de la nueva ecuación societaria a diseñarse, subsistía un desafío: lidiar con una ciudadanía agotada y psicológicamente aniquilada tras la desaparición física de aquel hombre fuerte en el que habían depositado creencias, expectativas y esperanzas. De tal suerte que los uniformados estadounidenses pusieron en marcha un gigantesco operativo de desnazificación, centralizado mayormente en pósters y emisiones de radio. Así, pues, ¿cómo conmover a las psiquis capturadas durante casi trece años por uno de los regímenes propagandistas más destructivamente eficientes de la historia contemporánea? El comando aliado estadounidense optó entonces por desplegar afiches callejeros gráficos por su crudeza, acompañados de instantáneas de los cadáveres amontonados en algunos de los numerosos campos de concentración del nazismo (Dachau, Berger-Belsen). La reacción del pueblo alemán ante ese material transitó gradualmente de la incredulidad a la resignación: los atribulados sobrevivientes del conflicto se notificaron, con dolor, de que habían obsequiado sus votos a un movimiento que había hecho del crimen de lesa humanidad una doctrina y, de la fractura sociocultural, un credo. Al enemigo, ni justicia -tal era la prerrogativa vigente; el hombre se había convertido en depredador de sus pares.
 
En más de un sentido y, a la postre, la proposición goebbeliana serviría de base para el marketing electoral moderno -provisto que psicología comportamental, ciencia política, propaganda, estudios de mercado y otras herramientas se yuxtaponen ahora para promocionar aspirantes a cargos públicos cuya agenda y objetivación derivarían, a sotto voce, en inconfesables. En el escenario alemán, por ejemplo, los desbarajustes socioeconómicos de Desnazificaciónla República de Weimar pusieron de suyo para allanar el camino del nacionalsocialismo. Los agentes de propaganda del régimen primero, y sus agents provocateurs después, escribieron a piacere en las mentes en blanco de una sociedad necesitada de un ideario innovador. El final de la historia es ampliamente conocido, y probóse efectiva la retórica de Goebbels, a saber, que las emociones negativas eran más poderosas y contagiosas que las positivas.
 
La Argentina de bien entrado el siglo XXI no devuelve caracteres mayormente diferenciantes al comparársela con la Alemania post-nacionalsocialista. La demolición controlada de instituciones, conglomerado económico-social, infraestructura, el alienante y ominoso propagandismo panfletario de las usinas vinculadas a la Casa Rosada, y otros largos etcéteras, han compelido a la ciudadanía a definir si acaso amerita someter al país a un proceso deskirchnerizador (léase: votar por la oposición en las Presidenciales por venir, y solidificar el alcance de esta purga en las Legislativas de 2017) o si el status quo debe mantenerse (esto es, optando por el hiperoficialista Daniel Osvaldo Scioli).
 
Precisamente, la persona del Gobernador de la Provincia de Buenos Aires viene a representar el sueño húmedo de los constructores de imagen. En esencia, Scioli es presentado ante las masas que componen el núcleo duro de votantes oficialistas como deportista y hombre de familia, componedor, transparente, estoico y expeditivo. Sin embargo, una deconstrucción sensata y a consciencia de la variante Scioli Presidente desnudará que la persona exhibe escasa relación con el personaje. Esta brecha de explicitación cualitativa se ha acrecentado ni bien finiquitado el proceso de las PASO; desde entonces, el partenaire comercial de Karina Rabolini (a la sazón y en la intimidad, su manager) puso pies en polvorosa para soliviantar su ecuación financiera en Italia en medio de las últimas inundaciones, ha venido influyendo (a través de reconocidos operadores) en la administración de justicia para arrojar debajo de la alfombra las graves acusaciones del finado Alberto Nisman, defendió a capa y espada la violenta represión de su socio político José Alperovich en San Miguel de Tucumán, y ha interpuesto un esfuerzo tan sobrehumano como desaprensivo para garantizarse un políticamente oneroso sobreseimiento en la causa que tenía puesta la lupa sobre su declaración jurada. En tanto queda claro que la construcción de Scioli como referente potable no dio inicio hace poco, sino que esa labor fue planteada ya durante la década del noventa, las supuestas cualidades deportivas del Gobernador también fueron convenientemente exageradas: la totalidad del circuito por él recorrido en el ámbito de la motonáutica fue amañado desde el vamos. El comentado accidente que le costara su brazo derecho fue explotado hasta el hartazgo, con miras a cimentar una carrera dirigencial que pudiera sinergizar con la conmiseración y el costumbrismo tradicionalmente culposo del votante argentino promedio. De manera complementaria, Daniel Scioli tampoco sería el afectuoso hombre de familia que se publicita; para certificarlo, allí está el tardío reconocimiento de su hija Lorena -quien hoy declama desempeñarse en la campaña presidencial de su taciturno progenitor. Esta desafectación emotivo-sentimental, mientras tanto, pareciera ser componente vital del árbol genealógico; a tal efecto, habría que preguntarse qué lleva al circuito superestructural del periodismo doméstico a debatir qué destino obsequiarle a incómodas grabaciones de audio obtenidas, en donde José Scioli (alias Pepe; hermano del protagonista central) demanda cierta gama de servicios -sonoramente incompatibles con las políticas de género encaradas por Balcarce 50. Colateralmente, el joven Diego Bossio también oficia de actor de reparto en el valioso material. Y lo propio le cabe a otros bien identificados y altos dignatarios de las res pública nacional.

Retomando el eje del presente trabajo, ¿sería lícito concluír que Daniel Osvaldo Scioli permitió que la persona se contaminara, inextricablemente, con los rasgos más coloridos del personaje? Su comportamiento -lindante con la más abyecta megalomanía- así parece rubricarlo. El Gobernador juega al Futsal en La Ñata bajo la mirada atenta de las estatuas de Juan Domingo Perón, Diego Maradona o Lionel Messi. Sus colaboradores exigen que los visitantes del funcionario se sometan a un ritual de alfombra roja para todo encuentro personal, mientras el Jefe jamás se ha esmerado en ocultar su costumbre de pasar a buscar en el helicóptero de la Gobernación a íntimos, para trasladarlos con presteza a su residencia palaciega. Curiosa selección presidencial de parte de la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei, confabulación secularista con la que el candidato presidencial del Frente para la Victoria comulga.

El lector de seguro reparará en la singularidad insoslayablemente anormal que hace a la figura y el comportamiento de Scioli. No obstante ello, y ya en las postrimerías de la indagación, sería difícil no exponer un compendio de circunstancias menos normales todavía -y sobradamente desagradables-, a saber, que se multiplican los ámbitos en los que se preludia al Gobernador como un postulante meramente efímero. Esta caracterización cobra fuerza en geografías de lo más disímiles, ya se trate de la mesa chica del kirchnerismo en retirada -donde Carlos Zannini hace las veces de anfitrión-, del 'aguantadero' de la legisladora Elisa Carrió, de los encuentros furtivos de Aníbal Fernández con obscuros interlocutores o de las cafeterías de La Plata. En apariencia, algunos aprovechan la dinámica mercadotécnica que promociona al solicitante para, poco tiempo después, despojarse de él como si fuera un mal hábito. Encarnando el aspirante una suerte de paso previo para una secuela bastante más perturbadora.

A Daniel Osvaldo, nada de eso parece llegarle. Llegar a cualquier precio -aquí fenece la moción-; así se vea forzado a danzar, a posteriori, con una prematura y solemne retirada.

 
Sobre Matias E. Ruiz

Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Publicidad. Es Editor y Director de El Ojo Digital desde 2005.