Argentina: el oro y el barro
La Argentina es un país especial.
03 de Enero de 2016
La Argentina es un país especial. Tras doce años de conducción política hipercentralizada, ha llegado al gobierno un presidente que en su campaña prometía regresar a formas más republicanas de convivencia. Pero su gran preocupación es el ejercicio pleno del poder.
La última experiencia de gobierno no peronista fue la de Fernando de la Rúa, que duró medio mandato presidencial. Para hallar al último jefe de Estado extra PJ que haya terminado su período, habremos de remontarnos al radical Marcelo T. de Alvear, en 1928, cuando aún la Argentina pertenecía al selecto grupo de las siete naciones más ricas del mundo.
El peronismo, y su forma descarnada de concebir el poder, son a la vez la causa y el efecto de un proceso político que danza entre la inestabilidad y el ejercicio pleno de la autoridad. El recuerdo de los finales de los gobiernos de Alfonsín y De la Rúa alimentan el inconsciente colectivo, que sospecha que, sin el peronismo, no existe conducción política viable. Pese a su historia –rica en enfrentamientos internos- el peronismo goza de la presunción de ser el único garante del orden, frente al caos natural que propone la agitada realidad argentina. Alguien con cierto sentido del humor dijo que hasta los cardenales que eligieron al Papa así lo creyeron en el cónclave de marzo del 2013…
Mauricio Macri no accedió al poder el 10 de diciembre. Ya pertenecía a él desde el día de su nacimiento, o quizás unos pocos años después. El potencial económico de su familia es un producto del sistema económico peronista, de la sustitución de importaciones y del Estado desmesurado. Más allá de su formación posterior dentro y fuera del país, Macri creció respetando los paradigmas políticos y económicos vigentes en la segunda mitad del siglo veinte.
Su entrada en la política fue de la mano de Ramón Puerta, colega y amigo muy cercano. Incluso, hasta llegó a fijar su domicilio electoral en Posadas. También por allí gestó un vínculo con Enrique Nosiglia. Tras sus éxitos en Boca Juniors, Macri debutó electoralmente en 2003, perdiendo en el ballotage porteño contra Aníbal Ibarra. Su primer armado político estuvo integrado básicamente por referentes supérstites del menemismo y del grossismo.
En esta elección, fruto de una estrategia que a la luz de los resultados resultó exitosa, Macri llenó el vacío de liderazgo del radicalismo y de los sectores independientes. Se alió por necesidad a la UCR y a la Coalición Cívica, compartiendo a medias su cultura política. Durante la campaña, su discurso osciló entre el antiperonismo y la tolerancia, llegando a inaugurar un monumento al líder justicialista.
Ya en la conformación de las listas de candidatos, podía entreverse su escasa predisposición a compartir espacios de poder con sus socios. Tras la victoria, ello se vio más claramente en el reparto de cargos. Los radicales que integran el equipo de gobierno no están allí por ser piezas representativas de su partido.
Macri arrancó su gobierno con la obsesión de no ser un nuevo De la Rúa. Participa de la convicción de que, en la Argentina, el poder se ejerce con plenitud: o bien todo termina antes, y termina uno huyendo en helicóptero.
Desde esa mirada, pueden comprenderse medidas que desconcertaron a sus propios votantes, como la designación a dedo de dos jueces de la Corte Suprema de Justicia, o la implementación de todas sus medidas a través de decretos simples o de necesidad y urgencia, aprovechando las vacaciones del Congreso.
Macri es conciente que si no actúa con determinación, la vorágine de los acontecimientos consumirá su legitimidad política en poco tiempo. Para la cultura política argentina, de la que el peronismo es causa y efecto, es preferible un Presidente que se exceda en el ejercicio del poder a otro que sea irresoluto, aunque así sea por respetar la legalidad y el orden constitucional.
Frente a esa circunstancia, Macri tomó decisiones concretas, claras y hasta simbólicas. Pero todas vestidas con una impronta de determinación y autoridad: logró la renuncia de los titulares de la AFIP, el Banco Central, la UIF, la ANSES y el multimedios estatal, levantó el cepo, eliminó retenciones, redujo las de la soja, viró el sentido de la política exterior, anunció que eliminará subsidios, suspendió el Código Procesal Penal, intervino y disolvió AFSCA, pactó con los sindicatos peronistas, y hasta se metió en las elecciones de la AFA.
Necesita actuar así mientras se recompone el frente opositor. Fuera del poder Cristina, su liderazgo se desvanece entre los gobernadores e intendentes justicialistas, necesitados del poder financiero del gobierno central. Macri avanzó en su relación con algunos de ellos, a quienes va teniendo como relativos aliados, más por necesidad que por convicción, igual que como hacían con la ex jefe de Estado.
Así, espera que se materialice en el Congreso la división entre el kirchnerismo puro y el PJ tradicional, el que a la vez puede quedar como futuro aliado del sector de Sergio Massa y José Manuel de la Sota. Allí verá si puede darle legalidad definitiva a la batería de decretos emitidos en estos veinte días.
Por ello se entiende su apuro en tener lista la nueva Corte Suprema de Justicia, que a la larga deberá expedirse sobre la validez jurídica de todo lo que está haciendo ahora. Prueba de ello es lo que sucede con AFSCA.
Macri necesita acordar con la Justicia, como poder político. Tienen objetivos recíprocamente funcionales. Uno de ellos es el procesamiento de una larga lista de ex funcionarios del kirchnerismo, y entre ellos a su jefa, Cristina Fernández. Tras años de maltrato institucional, son muchos los jueces que se la tienen jurada al kirchnerismo. Un múltiple proceso judicial en su contra, en medio de una cruzada contra la corrupción, pondría a Macri en un lugar destacado de la historia, aunque la iniciativa no haya sido propia.
Las recientes condenas a los responsables de la masacre de Once quizás sea la primera cuenta de un rosario de procesamientos. Como contrapartida, fruto de un permiso dado por Norberto Oyarbide, Amado Boudou se fue a México, con su novia diputada, con quien quizás se case, y radique, en un país con el que no existe tratado de extradición.
No obstante, como antes de iniciar la campaña presidencial, el talón de Aquiles de Mauricio Macri vuelve a ser la Provincia de Buenos Aires.
Allí se vieron en pocos días las manifestaciones de su debilidad: la represión a los trabajadores de Cresta Roja, la imposibilidad de pagar sueldos y aguinaldos, el veto impuesto por el bloque FPV-PJ (aunque ya había dado señales de división) al pedido de nuevo presupuesto y más endeudamiento, y la fuga del penal de Alvear.
En este último hecho –pese a que a que a estas horas sería inminente la recaptura de los delincuentes fugados- puso al desnudo una de las falencias del macrismo: la insuficiencia de sus cuadros políticos y técnicos para cubrir los cargos de dirección de la administración pública. La titular del Servicio Penitenciario Bonaerense había renunciado diez días antes del escape, y el cargo aún se hallaba vacante, como lo siguen estando de hecho numerosas plazas en fuerzas armadas y de seguridad.
Para que Macri consolide la construcción de ese poder faltante, será fundamental cosechar éxitos, y así anudar con más fuerza su vínculo con la sociedad. El contenido de las medidas tomadas en su mayoría –sin analizar las formas- responden a lo que la sociedad esperaba. Todavía no se ven programas integrales de gobierno, en ningún área. En la economía, la designación del menos ortodoxo de sus técnicos –Alfonso Prat Gay- supone la intención del Presidente de no ir con el necesario ajuste tan a fondo como quizás agrade a su propio paladar.
Analizar el presente desde la perspectiva de la ideología sería caer en una trampa. El tramo a recorrer tanto para Macri como para Daniel Scioli era básicamente el mismo. Ni éste hubiera podido eludir el ajuste, ni aquél puede evitar sus consecuencias sociales.
Una vez más, la cuestión gira en torno al poder.
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