Argentina: las fatalidades del pensamiento mágico
En lo que parece continuar -al menos todavía- como una suerte de luna de miel...
03 de Febrero de 2016
En lo que parece continuar -al menos todavía- como una suerte de luna de miel entre la sociedad argentina y Mauricio Macri, acaso asomaría conveniente, para la flamante Administración, no desatender ciertos aspectos que se desprenden de la variable social. Más allá de la impronta recurrentemente belicosa de los textos de Horacio Verbitsky o de Mempo Giardinelli desde el matutino 'Página 12', en ocasiones se ventilan pistas para interpretar el futuro inmediato.
Suele suceder que la dirigencia política evita registrar en su verdadera dimensión lo que tiene lugar en 'la calle', como se dice habitualmente. En simultáneo, los medios de comunicación suelen errar a la hora de interpretar lo que se oculta detrás de demandas específicas, mostrándose más atentos y permeables a comentarios compartidos por dirigentes en 'on' y 'off'. En este punto, puede detectarse el surgimiento de descontento en la ciudadanía, que toma por objetivos a políticos y a comunicadores y/o formadores de opinión.
Resulta insoslayable que lo escrito por Verbitsky, Giardinelli y otros, buscan exacerbar los ánimos en contra de un gobierno al que perciben como contrario a sus intereses. Porque, precisamente, los trabajos de aquéllos rara vez llegan a ser leídos por el ciudadano de a pie -solo por aquellas personas con algún poder de decisión e influencia. Aún en la disidencia, todo artículo o análisis que destile resentimiento es fácilmente detectable. Se trata, invariablemente, de posturas que apenas expresan posiciones radicales de un segmento francamente minoritario de la opinión ciudadana.
Pese a la aparente comprensión general del problema económico, existen sectores que manifiestan -con sobrada honestidad intelectual- una diferencia conceptual e ideológica en relación a un compendio bien definido de políticas oficiales. Entienden estas personas que la subsidización de tarifas debería ser una decisión de Estado, en tanto expresan una ruidosa voz opositora contra los despidos que comienzan a acopiarse en la administración pública. Este espectro replica que, aunque un puñado esté, efectivamente, compuesto por 'ñoquis' -personas que, o bien no asisten a su sitio de trabajo, o bien no cumplen función alguna-, no deben ser expulsados de sus puestos, dado que el solo hecho de contar con un salario es que reciben una cobertura social que, de otra manera, perderían. Sobra decir que las personas que esgrimen esta serie de argumentos continúan sin comprender que los subsidios no surgen por obra y gracia de la magia, ni son gratis: para que el Estado Nacional, las administraciones provinciales o municipales destinen fondos a los efectos de que las tarifas no sufran incrementos violentos, se vuelve necesario recaudar más, lo cual redunda en la recurrente -y ya intolerable- presión impositiva que padece la población económicamente activa en la República. Pero el promotor del subsidio carece de la capacidad de escuchar; solo privilegia lo que se ve en la superficie, como una factura de luz o gas. He aquí la problemática esencial: en la Argentina, el cortoplacismo se ha convertido ya en un modo de vida.
Un gerente de una sucursal bancaria -de primera línea- en la ciudad de Mar del Plata sintetizaba su pensamiento, con las siguientes palabras: 'Estoy muy enojado con el Gobierno. Están despidiendo mucha gente, y los aumentos en la luz son exorbitantes. Además, el banco está parado. Desde que libraron a la suerte del mercado, los préstamos y las líneas bancarias, no estamos haciendo nada'. Antes que argumentar con un interlocutor entendido -como el entrevistado-, acaso sea más valioso apuntar que su pensamiento es el de otros muchos compatriotas.
Otro comentario -compartido por un hombre de 36 años de edad, empleado de una pequeña fábrica- permite ilustrar el alcance de la brecha: 'No voy a negar que en el kirchnerismo hubo mucha inseguridad, pero nos robaban porque teníamos cosas: una moto, un auto. Eso lo conseguimos gracias a los Kirchner'. Un compañero del entrevistado agrega: 'Estoy envenenado. Desde que asumió, Macri no nos dio nada. Todo para los ricos: la devolución del impuesto a la compra de dólares, la baja de retenciones. Nada para los laburantes. Lo odio. Lo veo como a un nene rico que se caga en nosotros'. La sorpresa: ambos prestan atención al nivel de reservas del Banco Central de la República: 'Decían que iban a recibir un Banco Central vacío, estamos mirando eso. Mienten, hay como treinta mil palos'. En otros tiempos -año 2001-, el comentario en calles y bares de la Argentina era la tasa de 'riesgo país'.
Estos comentarios espontáneos -y otros que pudieren, eventualmente, recogerse- encarnan un peculiar resentimiento hacia la figura del Presidente -habida cuenta de la dureza de los conceptos y el escaso tiempo que Macri lleva gobernando. Sobre el particular, hasta el sindicalista de Camioneros, Hugo Moyano, se explayaría: 'Con Menem, no empezamos a protestar a los cincuenta días'. ¿Acaso el sentir del gremialista es compartido por una porción importante de los sectores medios y bajos del país, que no militan en organización ni partido político alguno? En cualquier caso, otra podría ser la reacción al arribar las boletas de electricidad y gas con sus montos retocados.
Se ha popularizado la conclusión de que la sociedad no reserva mayores cuotas de paciencia a gobiernos de color no-peronista. Si la economía no muestra signos tangibles de recuperación, el justicialismo -más allá de la partición que hoy reflejan los portales de los diarios-, que no suele mostrarse cómodo con el poco acostumbrado rol de opositor, podría perfectamente montarse sobre aquel descontento. ¿Volverá a hacer de las suyas, capitalizando el pensamiento mágico que hoy parece haberse apoderado de un grueso de la ciudadanía, y sobre el cual el kirchnerismo solidificó su capital político?
Suele suceder que la dirigencia política evita registrar en su verdadera dimensión lo que tiene lugar en 'la calle', como se dice habitualmente. En simultáneo, los medios de comunicación suelen errar a la hora de interpretar lo que se oculta detrás de demandas específicas, mostrándose más atentos y permeables a comentarios compartidos por dirigentes en 'on' y 'off'. En este punto, puede detectarse el surgimiento de descontento en la ciudadanía, que toma por objetivos a políticos y a comunicadores y/o formadores de opinión.
Resulta insoslayable que lo escrito por Verbitsky, Giardinelli y otros, buscan exacerbar los ánimos en contra de un gobierno al que perciben como contrario a sus intereses. Porque, precisamente, los trabajos de aquéllos rara vez llegan a ser leídos por el ciudadano de a pie -solo por aquellas personas con algún poder de decisión e influencia. Aún en la disidencia, todo artículo o análisis que destile resentimiento es fácilmente detectable. Se trata, invariablemente, de posturas que apenas expresan posiciones radicales de un segmento francamente minoritario de la opinión ciudadana.
Pese a la aparente comprensión general del problema económico, existen sectores que manifiestan -con sobrada honestidad intelectual- una diferencia conceptual e ideológica en relación a un compendio bien definido de políticas oficiales. Entienden estas personas que la subsidización de tarifas debería ser una decisión de Estado, en tanto expresan una ruidosa voz opositora contra los despidos que comienzan a acopiarse en la administración pública. Este espectro replica que, aunque un puñado esté, efectivamente, compuesto por 'ñoquis' -personas que, o bien no asisten a su sitio de trabajo, o bien no cumplen función alguna-, no deben ser expulsados de sus puestos, dado que el solo hecho de contar con un salario es que reciben una cobertura social que, de otra manera, perderían. Sobra decir que las personas que esgrimen esta serie de argumentos continúan sin comprender que los subsidios no surgen por obra y gracia de la magia, ni son gratis: para que el Estado Nacional, las administraciones provinciales o municipales destinen fondos a los efectos de que las tarifas no sufran incrementos violentos, se vuelve necesario recaudar más, lo cual redunda en la recurrente -y ya intolerable- presión impositiva que padece la población económicamente activa en la República. Pero el promotor del subsidio carece de la capacidad de escuchar; solo privilegia lo que se ve en la superficie, como una factura de luz o gas. He aquí la problemática esencial: en la Argentina, el cortoplacismo se ha convertido ya en un modo de vida.
Un gerente de una sucursal bancaria -de primera línea- en la ciudad de Mar del Plata sintetizaba su pensamiento, con las siguientes palabras: 'Estoy muy enojado con el Gobierno. Están despidiendo mucha gente, y los aumentos en la luz son exorbitantes. Además, el banco está parado. Desde que libraron a la suerte del mercado, los préstamos y las líneas bancarias, no estamos haciendo nada'. Antes que argumentar con un interlocutor entendido -como el entrevistado-, acaso sea más valioso apuntar que su pensamiento es el de otros muchos compatriotas.
Otro comentario -compartido por un hombre de 36 años de edad, empleado de una pequeña fábrica- permite ilustrar el alcance de la brecha: 'No voy a negar que en el kirchnerismo hubo mucha inseguridad, pero nos robaban porque teníamos cosas: una moto, un auto. Eso lo conseguimos gracias a los Kirchner'. Un compañero del entrevistado agrega: 'Estoy envenenado. Desde que asumió, Macri no nos dio nada. Todo para los ricos: la devolución del impuesto a la compra de dólares, la baja de retenciones. Nada para los laburantes. Lo odio. Lo veo como a un nene rico que se caga en nosotros'. La sorpresa: ambos prestan atención al nivel de reservas del Banco Central de la República: 'Decían que iban a recibir un Banco Central vacío, estamos mirando eso. Mienten, hay como treinta mil palos'. En otros tiempos -año 2001-, el comentario en calles y bares de la Argentina era la tasa de 'riesgo país'.
Estos comentarios espontáneos -y otros que pudieren, eventualmente, recogerse- encarnan un peculiar resentimiento hacia la figura del Presidente -habida cuenta de la dureza de los conceptos y el escaso tiempo que Macri lleva gobernando. Sobre el particular, hasta el sindicalista de Camioneros, Hugo Moyano, se explayaría: 'Con Menem, no empezamos a protestar a los cincuenta días'. ¿Acaso el sentir del gremialista es compartido por una porción importante de los sectores medios y bajos del país, que no militan en organización ni partido político alguno? En cualquier caso, otra podría ser la reacción al arribar las boletas de electricidad y gas con sus montos retocados.
Se ha popularizado la conclusión de que la sociedad no reserva mayores cuotas de paciencia a gobiernos de color no-peronista. Si la economía no muestra signos tangibles de recuperación, el justicialismo -más allá de la partición que hoy reflejan los portales de los diarios-, que no suele mostrarse cómodo con el poco acostumbrado rol de opositor, podría perfectamente montarse sobre aquel descontento. ¿Volverá a hacer de las suyas, capitalizando el pensamiento mágico que hoy parece haberse apoderado de un grueso de la ciudadanía, y sobre el cual el kirchnerismo solidificó su capital político?
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@PortaluppiPablo
Sobre Pablo Portaluppi
Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Periodismo. Columnista político en El Ojo Digital, reside en la ciudad de Mar del Plata (Provincia de Buenos Aires, Argentina). Su correo electrónico: pabloportaluppi01@gmail.com. Todos los artículos del autor, agrupados en éste link.