Hong Kong y el poder de la libertad económica
La gran periodista del siglo XX, novelista y reportera de viajes Martha Gellhorn...
La gran periodista del siglo XX, novelista y reportera de viajes Martha Gellhorn (1908-1998) no desconocía la guerra, el hambre y las enfermedades -habiendo insistido para verlas en primera persona. En 1937, se encontraba ella en Madrid y asistió al oscuro legado de la Guerra Civil Española. En 1938, se trasladó a Praga, mientras millones de checos desplazados -que escapaban de las Sudetes tras el Acuerdo de Munich- se agolpaban en las estaciones de tren en busca de comida, agua y refugio. En 1945, acompañó al Séptimo Ejército de los Estados Unidos mientras éste liberada el campo de concentración de Dachau, entonces en manos de jerarcas homicidas del nacionalsocialismo.
Gellhorn fue una de las primeras corresponsales de guerra mujeres, y también una de las primeras feministas -y era también una fuerza de la naturaleza. Sus artículos eran invariablemente poderosos y profundos. Con todo, siempre me remito a sus memorias -escritas en 1978-: Viajes Conmigo Misma y Acompañante. En 1941, Gellhorn acompañó a su flamante esposo, Ernest Hemingway, en un viaje hacia una Hong Kong devastada por la guerra. La ciudad estaba en la línea del frente, a medida que el imperio japonés lentamente ganaba terreno contra los nacionalistas del general Chiang Kai-Shek. Tras aterrizar en avión en Hong Kong, Gellhorn recogió las siguientes impresiones de una ciudad hambrienta:
Las calles estaban llenas de personas que dormían sobre el pavimento en las noches. Los burdeles eran pequeños cubículos, en un angosto pasadizo; $2 por noche, por hombre y por mujer. Los delitos eran vender sin licencia, y la multa era imposible de pagar para nadie. Estas personas eran el verdadero Hong Kong y aquella era la pobreza más cruel, peor que cualquiera que yo hubiese visto previamente. Peor todavía, dado que existía un aire de eternidad; la vida siempre había sido así -y siempre lo sería. Los crudos números, la densidad de los cuerpos, todo ello me horrorizó. No había espacio para respirar; millones se agolpaban uno contra otro.
Cuando finalmente visité un fábrica apenas iluminada en un sótano, en donde niños pequeños tallaban bolas de marfil -un clásico souvenir buscado por los turistas-, no pude ver más. Había yo caído presa de un leve ataque de histeria.
'Parece que tuvieran diez años de edad', grité al UC. 'Lleva tres meses para hacer una de esas condenadas cosas, esas bolas. Quedarán ciegos para cuando lleguen a hacer veinte. Y una pequeña niña con su tortuga. ¡Todos viven del trabajo esclavo! ¡La gente está mal alimentada! Quiero salir de aquí; ¡no soporto este sitio!'.
Mi UC ['acompañante reacio', Unwilling Companion = Ernest Hemingway] me calificó de reflexiva. 'El problema contigo, M, es que tú crees que todo el mundo es como tú. Lo que puedes tolerar; lo que no. Lo que es un infierno para tí, debe serlo también para otros. ¿Cómo sabes qué sienten respecto de sus propias vidas? Si fuera tan malo como dices, se suicidarían en lugar de tener más niños y encendiendo fuegos artificiales'.
Luego de agonizar por el sufrimiento de estas personas, caí en un estado de histerismo, sin pausa. '¿Por qué todos deben escupir tanto?', bramé. Tú no puedes caminar sin pisar lo que producen! Y todo hiede a transpiración!'. La respuesta, por cierto, podría ser que el hecho de escupir podía deberse a la tuberculosis endémica y, en cuanto al olor nauseabundo, había yo sido testigo de cómo la gente vivía. Sabía que me estaba comportando de manera despreciable.
Poco después de que Gellhorn y Hemingway se marcharan, la ciudad se rindió a los japoneses. El dominio británico regresó luego de la rendición de los japoneses en agosto de 1945. Dos años más tarde, un joven servidor público escocés, de nombre John Cowperthwaite, arribó a la colonia, a criterio de supervisar su desarrollo económico. Algo de 50 años después, conocí a Cowperwaite en St. Andrews (Escocia), donde yo estudiaba, y él disfrutaba de su retiro. Me relató: 'Llegué a Hong Kong y encontré que la economía funcionaba normalmente. Así que, la dejé como la encontré'.Cowperthwaite me habló de bajos impuestos, de un ambiente regulatorio favorable y amistoso para las empresas, de la falta de subsidios estatales, de relaciones libres de tarifas con el resto del mundo, y de otras políticas que él promocionó durante su mandato como secretario financiero colonial. De todas las políticas que discutimos, una destaca en mi mente. Le pedí que nombrara una reforma de la que él se mostrara más orgulloso. 'Decidí abolir la recolección de estadísticas', dijo. Cowperthwaite entendía que las estadísticas eran peligrosas, porque habilitaban a variopintos ingenieros sociales a justificar la intervención estatal en la economía.
En algún punto de nuestra primera conversación, me las arreglé para fastidiarlo, sugiriendo que él había sido conocido por 'no hacer nada'. De hecho -subrayó él-, el mantener a los cuerpos políticos británicos alejados de intervenir en los asuntos económicos de Hong Kong fue lo que le llevó la mayor parte de su tiempo.Hoy día, Hong Kong es uno de los sitios más prósperos de la Tierra. En tanto no puede negarse que exhibe una serie de problemas -sin olvidar la reciente maniobra represiva contra la libertad de expresión, desde el gobierno chino-, el éxito de Hong Kong ha sido sorprendente. En 1950, un ciudadano promedio de la ciudad tenía ingresos comparables a los de cualquier ciudadano residente en la ex madre patria, Gran Bretaña. En 2015, un ciudadano promedio de Hong Kong ingresaba un 37% más que un típico británico. La pobreza en la cual Gellhorn respaldaba sus escritos ha desaparecido -gracias a la libertad económica y la paz.
Artículo original en inglés, en http://humanprogress.org/blog/hong-kong-and-the-power-of-economic-freedom
Analista de políticas públicas del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute. Editor del sitio web Human Progress.