Argentina: la bandera y la identidad de sus ciudadanos
Impensado es que un ciudadano estadounidense, chileno, alemán, español, inglés o francés...
17 de Julio de 2016
Impensado es que un ciudadano estadounidense, chileno, alemán, español, inglés o francés -por nombrar a algunos- desconozca los colores de su bandera. Menos aún que se adornen edificios y casas en alguna ciudad de sus países, con banderas que no se correspondan con la de su país.
Aunque parezca mentira, en nuestra patria, muchos ciudadanos desconocen que, desde 1985, contamos con una única bandera, y ella lleva el sol en su centro. Aunque cueste creer, muchísimas casas y balcones estuvieron adornados durante los festejos del bicentenario por la vieja bandera de uso común (celeste y blanca, sin el sol). Esto es, que tales insignias no identifican ni representan, en rigor, al país. Provisto que los símbolos patrios hacen a la identidad de una nación, se los venera y, por ello, la quema de una insignia remite a una afrenta -una agresión declarada contra la identidad de esa nación.
El amor a la patria, a la bandera, y a sus patriotas, se enseña desde la infancia -y esto es lo que corresponde. En ocasión de los festejos por el bicentenario, ese aspecto de la educación falló. Irónico sería que, en un país futbolero como el nuestro, los hinchas desconozcan los colores de su propio club. Y, a tal efecto, difícil es hallar simpatizantes que no esperen por la comercialización de la versión más reciente de la camiseta.
Sin embargo, a la hora de hablar de la bandera de todos los argentinos, pareciera ser que no existieran diferencias en utilizar la que en realidad nos representa y recurrir e la que ya no lo hace más. El particular, aún cuyo tratamiento parezca algo trivial, no es un hecho aislado. Es un signo del proceso de descomposición que hemos venido experimentando a lo largo de los últimos años. La década pasada ha sido protagonista de un esfuerzo que ha buscado destruir -o bien reinterpretar- nuestra historia, bastardeándose a nuestros próceres e intentando colocar en su lugar falsos ídolos (de naturaleza perentoria). Supieron tergiversarse homenajes con miras a saludar fechas patrias, transformándolos en meros actos partidarios. Se sustituyeron banderas nacionales por trapos que, en realidad, identificaban a agrupaciones políticas. Aún en establecimientos educativos (después de la familia, el segundo sitio en importancia en el cual nuestros niños y jóvenes toman contacto con cultura y costumbres), se han izado insignias partidarias, relegándose a la bandera nacional. En otro execrable ejemplo, se llegó al extremo de buscar hacer creer que la República había dado inicio con el advenimiento del kirchnerismo.
Lo cierto es que la construcción de la identidad nacional es una responsabilidad de todos los argentinos. Cualquier bandera no debe dar lo mismo, conforme este símbolo es, precisamente, un emblema que distingue a una nación de otra. La bandera -al igual que con todo otro símbolo patrio- es un reflejo de nuestra cultura, valores, metas -en definitiva, de nuestra historia. Una nación como la Argentina, cuyas instituciones han padecido el más pernicioso de los maltratos y la fractura social, debería comenzar por rescatar y respetar sus símbolos patrios. Echar mano de este compromiso y educar a nuestros niños bajo esa consigna sería un paso crítico en esta nueva etapa, llamada a recuperar nuestra extraviada identidad nacional.
La bandera nos cubre a todos. Contar con una misma y única bandera es el primer paso desde el cual dar inicio a la clausura de la tan comentada grieta.
Aunque parezca mentira, en nuestra patria, muchos ciudadanos desconocen que, desde 1985, contamos con una única bandera, y ella lleva el sol en su centro. Aunque cueste creer, muchísimas casas y balcones estuvieron adornados durante los festejos del bicentenario por la vieja bandera de uso común (celeste y blanca, sin el sol). Esto es, que tales insignias no identifican ni representan, en rigor, al país. Provisto que los símbolos patrios hacen a la identidad de una nación, se los venera y, por ello, la quema de una insignia remite a una afrenta -una agresión declarada contra la identidad de esa nación.
El amor a la patria, a la bandera, y a sus patriotas, se enseña desde la infancia -y esto es lo que corresponde. En ocasión de los festejos por el bicentenario, ese aspecto de la educación falló. Irónico sería que, en un país futbolero como el nuestro, los hinchas desconozcan los colores de su propio club. Y, a tal efecto, difícil es hallar simpatizantes que no esperen por la comercialización de la versión más reciente de la camiseta.
Sin embargo, a la hora de hablar de la bandera de todos los argentinos, pareciera ser que no existieran diferencias en utilizar la que en realidad nos representa y recurrir e la que ya no lo hace más. El particular, aún cuyo tratamiento parezca algo trivial, no es un hecho aislado. Es un signo del proceso de descomposición que hemos venido experimentando a lo largo de los últimos años. La década pasada ha sido protagonista de un esfuerzo que ha buscado destruir -o bien reinterpretar- nuestra historia, bastardeándose a nuestros próceres e intentando colocar en su lugar falsos ídolos (de naturaleza perentoria). Supieron tergiversarse homenajes con miras a saludar fechas patrias, transformándolos en meros actos partidarios. Se sustituyeron banderas nacionales por trapos que, en realidad, identificaban a agrupaciones políticas. Aún en establecimientos educativos (después de la familia, el segundo sitio en importancia en el cual nuestros niños y jóvenes toman contacto con cultura y costumbres), se han izado insignias partidarias, relegándose a la bandera nacional. En otro execrable ejemplo, se llegó al extremo de buscar hacer creer que la República había dado inicio con el advenimiento del kirchnerismo.
Lo cierto es que la construcción de la identidad nacional es una responsabilidad de todos los argentinos. Cualquier bandera no debe dar lo mismo, conforme este símbolo es, precisamente, un emblema que distingue a una nación de otra. La bandera -al igual que con todo otro símbolo patrio- es un reflejo de nuestra cultura, valores, metas -en definitiva, de nuestra historia. Una nación como la Argentina, cuyas instituciones han padecido el más pernicioso de los maltratos y la fractura social, debería comenzar por rescatar y respetar sus símbolos patrios. Echar mano de este compromiso y educar a nuestros niños bajo esa consigna sería un paso crítico en esta nueva etapa, llamada a recuperar nuestra extraviada identidad nacional.
La bandera nos cubre a todos. Contar con una misma y única bandera es el primer paso desde el cual dar inicio a la clausura de la tan comentada grieta.
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@DrRobertoJ
Sobre Roberto Porcel
Es Abogado en la República Argentina, especialista en Derecho Comercial y experto en temas relativos a la falsificación marcaria. Socio en el Estudio Doctores Porcel, fundado en 1921. Los textos del autor en El Ojo Digital pueden consultarse en http://www.elojodigital.com/categoria/tags/roberto-porcel.