CFK: obsolescencia planificada
Conforme era de esperarse, la atención público-mediática nacional concentróse...
La inmensa mayoría de biografías humanas remite a un grisáceo tránsito entre el espasmo doméstico y el olvido.
George Steiner (crítico literario francés; n. 1929)
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Conforme era de esperarse, la atención público-mediática nacional concentróse -al dar inicio esta semana- en la declaratoria ofrecida por la ex presidente Cristina Fernández Wilhelm de Kirchner en Comodoro Py, ante el magistrado de orden federal Julián Ercolini. Al finalizar su presentación, la ex jefe de Estado no hizo más que refritar declaraciones previas en las que desparramó culpas hacia un conglomerado de empresas de medios, periodistas, sectores de la dirigencia y empresariado -a todos los cuales sindicó como ideólogos primigenios de su desfile por los tribunales.
En tanto CFK ha sido acusada de desmanejos vinculados a la adjudicación de obra pública durante sus dos mandatos, mucho se ha comentado y discutido en relación a su eventual responsabilidad y carga de prueba sobre el particular. En una primera etapa, los delitos que se le imputan merodean la falsificación de instrumento público, defraudación y negociaciones incompatibles -si habría que remitirse someramente al affaire Hotesur y a su cercanía con el pretendido hombre de negocios Lázaro Báez. A futuro -o al menos así lo refieren los whistleblowers de oportunidad en la justicia-, la viuda de Kirchner habrá de hacer frente a un número no especificado de juicios orales que, ya se sabe, comprometerán seriamente su libertad. Algunos de esos eventuales procesos versarán sobre temáticas tan variopintas como el Caso Nisman o el encubrimiento de la participación de elementos iraníes en el Episodio AMIA (y los prolegómenos que cabalgan sobre el 'Memorándum de Entendimiento' con la República Islámica de Irán). El nodo central que los analistas políticos de rigor pierden hoy de vista es el hilo conductor que oficiaría de pegamento de acción rápida para solidificar esta miríada de acusaciones, a saber, que Doña Cristina no podía desconocer la multitud de elementos que comienzan a precipitar su cadalso.
Desde luego que no ayudan al futuro de la ex presidente ciertas decisiones que, acabadamente, prueban sus carencias estratégicas. Por un lado, ella ha decidido asesorarse por un verborrágico Gregorio Dalbón -un letrado cuyo expertise en materia penal no podría soslayarse, pero que viene precedido por una harto dudosa reputación- y por el jurista foucaultiano Eugenio Raúl Zaffaroni -otrora reputado juez supremo quien, toda vez que alguien decida investigarlo debidamente, terminará siendo enlazado con las tropelías perpetradas por el ex Vicepresidente Amado Boudou o con el ex funcionario de la Ciudad Autónoma, Abel Fatala.
Adicionalmente, Cristina Fernández se autoincrimina cada día más, al evitar contestar -si se quiere, por vía de conferencia de prensa- a cada uno de los cargos que han sido prolijamente dispuestos sobre sus hombros. Lejos de ello, la viuda atina a replicar desde la victimización y un cansino raconto de complots y conspiraciones. Al aproximarse la lenta y pesada caída de telón, le habla a un público enardecido pero cada vez más despoblado -reducido a desenergizados militantes y personeros que perfectamente podrían terminar siendo parte activa del desfile de procesados.
Por sobre todo, la ex partenaire de Néstor Carlos Kirchner es víctima del desconocimiento: ignora, en definitiva, la naturaleza del ser argentino. Más allá de la oscuridad de las sombras que resguarda a sus supuestos perseguidores, CFK ha sido abandonada a su suerte por sus propios votantes. Clases medias subsidiadas, agro, empresarios e industriales han evaluado -sin mayor reflexión- que la moda actual impone crucificar al pasado, quizás para borrar ese atisbo de culpa que, en forma de votos, previamente supieron depositar en las urnas. Panteón de héroes (heroína, en este caso) o bien ganado patíbulo, cierto es que el monóculo muta su color según la audiencia de que se trate.
'El show debe continuar', ordena aquella vieja expresión. Y allí, en ese solitario y tristemente célebre reservorio construído a base de olvido, retozan Carlos Saúl Menem y Fernando De la Rúa, para certificarlo.
Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Publicidad. Es Editor y Director de El Ojo Digital desde 2005.