EE.UU.: ¿con margen para una sorpresa?
Al menos en las últimas décadas, jamás las elecciones presidenciales en Estados Unidos concentraron tanto interés...
04 de Noviembre de 2016
Al menos en las últimas décadas, jamás las elecciones presidenciales en Estados Unidos concentraron tanto interés como las que se llevarán a cabo este próximo martes 8. Las razones pueden ser muchas pero, indudablemente, el protagonismo del candidato Donald Trump es el motivo más poderoso.
La irrupción del magnate sorprendió a propios y extraños -acaso hasta al propio Trump, sobre quien los entendidos en Washington refieren que nunca pensó en llegar tan lejos, en tanto también se afirma que el multimillonario tomó parte solo para empujar hacia arriba la cotización de sus varias firmas.
Cuando Trump decidió competir en las primarias del Partido Republicano, ¿estaba realmente convencido de que podía ganar? Al final, logró alzarse con la victoria -nuevamente, contra todo pronóstico. Esto generó espanto en muchos de sus colegas de partido, y ni hablar en variados analistas de prestigio, de su país y del mundo entero. Sin embargo, cabe preguntarse: ¿sería tan nefasto un triunfo de Trump? ¿Sería esa eventualidad tan siniestra como el establishment de los medios de comunicación en EE.UU. intenta presentarla?
Cuando Trump decidió competir en las primarias del Partido Republicano, ¿estaba realmente convencido de que podía ganar? Al final, logró alzarse con la victoria -nuevamente, contra todo pronóstico. Esto generó espanto en muchos de sus colegas de partido, y ni hablar en variados analistas de prestigio, de su país y del mundo entero. Sin embargo, cabe preguntarse: ¿sería tan nefasto un triunfo de Trump? ¿Sería esa eventualidad tan siniestra como el establishment de los medios de comunicación en EE.UU. intenta presentarla?
La retórica trumpiana -para muchos, de corte xenófoba y cargada de misoginia- es bien conocida. Pero acaso ese vertido de conceptos y calificaciones no sean más que maniobras distractivas -esto es, el modo elegido por el hombre de negocios para llegar mejor a su público objetivo. Guste o no, hasta bien entrada la década de los años sesenta, algunos estados de la Unión se caracterizaban por separar los sanitarios públicos para blancos, de aquellos destinados a afroamericanos. Muchos años después, será difícil descartar que buena parte de los ciudadanos estadounidenses (y lo propio podría decirse de la opinión registrada en no pocas naciones europeas) detestan al inmigrante -sin importar de dónde venga. En un mundo que exhibe flujos migratorios/inmigratorios tan desaprensivos como indetenibles, esta variable adquiere relevancia. Donald Trump parece encarnar esa preocupación, y mucho más. Tal vez importe menos el propio candidato que lo que verdaderamente representa. Este el tópico que se ha pasado por alto.
De acuerdo a algunas crónicas (de seguro, las menos; dado que tanto el New York Times como el Washington Post han jugado decididamente en contra del verborrágico magnate), Trump es un líder fuerte, audaz, y con mucha confianza en sí mismo. Los análisis de excepción se refieren a él como un outsider de la política. Lo cual conducirá a consignar que un grueso de estadounidenses demuestra su hartazgo con la política tradicional. Ya la crisis económico-financiera de 2008 contribuyó a devastar la confianza del ciudadano medio en su clase dirigente, especialmente en aquellos estados americanos en donde dicha crisis impactó de lleno. La economía, a fin de cuentas, ha vuelto a ser protagonista central de la campaña, como sucediera con la de 1992 -en la que se impusiera Bill Clinton. Barack Obama no ha logrado despejar las incógnitas compartidas por la crisis subprime; la recuperación económica del país ha sido lenta, y los rescates financieros implementados por el gobierno federal estadounidense (en los que, otra vez, las corporaciones salieron airosas y sin pagar la cuenta) han dejado entrever muy poco de aquel 'Cambio' prometido.
De acuerdo a algunas crónicas (de seguro, las menos; dado que tanto el New York Times como el Washington Post han jugado decididamente en contra del verborrágico magnate), Trump es un líder fuerte, audaz, y con mucha confianza en sí mismo. Los análisis de excepción se refieren a él como un outsider de la política. Lo cual conducirá a consignar que un grueso de estadounidenses demuestra su hartazgo con la política tradicional. Ya la crisis económico-financiera de 2008 contribuyó a devastar la confianza del ciudadano medio en su clase dirigente, especialmente en aquellos estados americanos en donde dicha crisis impactó de lleno. La economía, a fin de cuentas, ha vuelto a ser protagonista central de la campaña, como sucediera con la de 1992 -en la que se impusiera Bill Clinton. Barack Obama no ha logrado despejar las incógnitas compartidas por la crisis subprime; la recuperación económica del país ha sido lenta, y los rescates financieros implementados por el gobierno federal estadounidense (en los que, otra vez, las corporaciones salieron airosas y sin pagar la cuenta) han dejado entrever muy poco de aquel 'Cambio' prometido.
La fantasía de que Donald Trump es un 'monstruo' es motorizada, fundamentalmente, desde los espectros de comunicación que favorecen a su rival. Hillary Rodham Clinton despierta no poca controversia; ya se trate de su tolerancia para con las infidelidades de su marido, o por su rictus de mujer distante y políticamente correcta hasta la exasperación, la ex primera dama es la explicación perfecta del miedo al republicano. Con toda probabilidad, si el candidato nominado por el Partido Demócrata hubiese sido otra figura, hoy no se invertiría tanto espacio y tiempo en hablar de Trump.
Todaa vez que la contienda se analice con una óptica argentina, emergen ciertas contradicciones. Hillary Rodham es respaldada por el consabido 'establishment' -o lo que en el Río de la Plata se llamarían 'corporaciones', sustantivo utilizado tantas veces, y de manera peyorativa, por la familia Kirchner y ciertos sectores de la izquierda. En un país contaminado de corrección política, aquellos que se autoproclaman enemigos de las corporaciones no tendrían candidato. En otro orden, el espectro de la candidata demócrata cobija a halcones bien identificados entre los contratistas de la Defensa en los EE.UU., deseosos de aleccionar al presidente ruso Vladimir Putin. Clinton -en un capítulo que no generó el ruido que el exabrupto ameritaba- calificó a Putin como un nuevo Adolf Hitler. Para un puñado de analistas en Estados Unidos, un retorno a la Guerra Fría sería un escenario más infortunado que una victoria de Trump en la carrera presidencial.
Aún cuando Donald Trump no pueda acercarse al triúnfo -será clave el rol de un colegio electoral estadounidense politizado al extremo-, cierto es que la irrupción del hombre de negocios habrá de ser evaluada con un criterio superior al elegido hasta el momento, reducido hoy a una retórica tan vacía como maniquea., tan miope como parcial. Al final del partido, Trump no es tanto un elemento extraño cuya aparición deba tomarse como un accidente o una circunstancia. El magnate es, ni más ni menos, un producto genuino, surgido de las entrañas de la crisis cultural y de representatividad que atraviesa la primera potencia global.
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@PortaluppiPablo
Sobre Pablo Portaluppi
Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Periodismo. Columnista político en El Ojo Digital, reside en la ciudad de Mar del Plata (Provincia de Buenos Aires, Argentina). Su correo electrónico: pabloportaluppi01@gmail.com. Todos los artículos del autor, agrupados en éste link.