Estados Unidos: golpe letal para Rodham Clinton; repudio a Barack Obama
Donald Trump, hombre de negocios y polemista profesional, logró lo que...
Donald Trump, hombre de negocios y polemista profesional, logró lo que parecía improbable en los papeles dos semanas atrás: superar al dueto Barack Obama-Hillary Rodham. No existe error de tipeo; después de todo, Trump le plantó cara no solo a la esposa de Bill Clinton, sino también a la Administración demócrata en su conjunto. En simultáneo, el aspirante del GOP debió soportar la severa andanada proveniente de un establishment mediático constituído por las grandes cadenas de tevé (CNN, CBS, MSNBC) y, particularmente, de los matutinos The New York Times y The Washington Post. Precisamente, en su edición del Election Day, un editorial del Post le endilgó a Trump -sin medias tintas- el ser un furioso antisemita. (Dana Milbank, en éste link).
Hacia las 2:45 de la madrugada del miércoles, Hillary Rodham se comunicó con su oponente republicano para conceder la derrota -Trump ya había superado la franja de 270 votos electorales necesarios para llegar a la Oficina Oval, alcanzando las 289 unidades.
Pocos minutos después, desde su búnker del hotel Hilton en la ciudad de Nueva York, Donald Trump presentaba un conciliador discurso de victoria, en el cual compartió su reconocimiento para Rodham-Clinton por el servicio ofrecido a la nación. A posteriori, el magnate relanzó su proposición para hacer realidad el 'sueño americano' de volver a unir al país -que, por lo visto durante la campaña, se caracterizó por una peligrosa e inédita polarización. Luego, Trump se abrazó a una propuesta para reconstruir la infraestructura (autopistas, hospitales) de Estados Unidos, acaso sugiriendo una versión renovada del antiguo New Deal. En el cierre, rescató la necesidad de cuidar a los veteranos de guerra como se merecen -territorio en el que la Administración Obama se ha destacado por sus falencias.
En rigor, poco más de quince días atrás, la campaña del multimillonario parecía hundirse en arenas movedizas: el refritado de videos en los que criticaba con dureza al género femenino parecía comenzar a provocar fisuras en su traje de amianto. Al unísono, protagonistas centrales del gobierno de Obama difundían comentarios hirientes y burlones para con la figura del candidato republicano -en esa tentación, cayó incluso el propio presidente en ejercicio, participando directa y agresivamente de los actos de Hillary Rodham. De esta manera, Barack Obama se muestra hoy como uno de los grandes derrotados tras el comicio: sin ser necesario, acusó durante la pasada semana a Trump, calificándolo de 'extraordinariamente incompetente'.
No obstante -y de manera sorpresiva-, la declarada misoginia de Donald Trump no hizo mella en un electorado que, de súbito, se desayunaba con la contramarcha del director del FBI, James Comey; restando pocos días para la elección, el funcionario del Buró de investigaciones sugirió que había pruebas para que Hillary Rodham se viera forzada a rendir explicaciones por la manipulación errónea de información clasificada (delito federal por el que individuos han sido sentenciados a penas de prisión de cumplimiento efectivo). Luego de celebrar las indefiniciones previas de Comey, los analistas cercanos al Partido Demócrata optaron por despellejarlo en público. Poco después, todo volvió a la normalidad, y el jefe de FBI fue regresado a las gateras. De todas maneras, el daño ya estaba hecho: en ese instante, se dispararon las percepciones ciudadanas de cara a un posible encubrimiento para rescatar a Rodham del mal rato. Adicionalmente, Rodham venía de compartir declaraciones de tono desaprensivo y electoralista sobre el aborto libre.
Con su estilo particularmente corrosivo, el cineasta y productor Michael Moore había advertido en su blog, pocos días atrás, que Trump se impondría el martes 8. Entre otros aportes, Moore puso énfasis en dos aspectos centrales, a saber, el modo cómo el magnate era aplaudido a rabiar por los clasemedieros que perdieran sus empleos en la industria automotriz local y, segundo, en que Hillary Rodham era, en más de un sentido, parte del problema. Justificaba Moore esta tesis en la percepción que de ella existe como persona 'altamente impopular -casi el 70% de todos los votantes la percibe como poco confiable y deshonesta. Ella representa al viejo modo de hacer política, y sólo cree en aquello que pueda servir para ganar una elección'. Tras comprobarse sus pronósticos, por estas horas Moore es caracterizado en no pocos medios estadounidenses como un profeta.
Pero habrá que decir que Donald Trump no ideó fórmulas milagrosas para salir airoso del pleito. En gran medida, su victoria fue cimentada por la altanería compartida por Rodham y Obama en sus discursos públicos. Desde aquellas poco disimuladas muestras de soberbia -e incluso soterrado autoritarismo-, la agenda obamista-hillarista continuó alejándose de las demandas ciudadanas. Al parecer, el votante americano promedio no se conformó con la recalcitrante perorata del discurso políticamente correcto demócrata, limitado exclusivamente en la restricción en la tenencia de armas, la promoción y multiplicación de derechos para grupos gay-lésbicos y asociaciones vinculadas al feminismo militante. Los Obama (la responsabilidad también le cabe a la primera dama, Michelle) se abroquelaron en una agenda retórico-propagandista, alejándose cada vez más de los problemas reales de sus conciudadanos. Este fenómeno pudo certificarse, por ejemplo, en la contraposición del voto entre centros urbanos (clintonistas) y el interior de los estados de la Unión (trumpistas). Cabalmente expuesto en el caso de Florida (Rodham se quedó con los votos de los populosos condados Dade y Orange, perdiendo masivamente en la Florida profunda. Lo propio se repetiría en otras geografías electorales del país, mientras -lejos del furor inicial, y al acercarse la clausura de los conteos- los demócratas intentaban computar qué condados podían mantenerlos en carrera.
Pocas semanas atrás, los ocupantes de la Casa Blanca se mofaban del amargo destino que aguardaría a los republicanos -a los que veían incapaces de presentar una elección digna. Por estos momentos, la crisis en el Partido Demócrata es aguda: no solo han perdido la presidencia, sino que también han cedido el control absoluto de la Cámara de Representantes y el Senado. Los republicanos también tendrán mayor voz y voto para lidiar con la constitución de la Corte Suprema de Justicia. Un combo electoral al que rara vez ha asistido la historia de los Estados Unidos. Los costos de la soberbia -según parece- en mucho se parecen a las desgracias: suelen venir de a tres.
* Próxima entrega: con nombre y apellido, los derrotados en la República Argentina; Mauricio Macri, Susana Malcorra; el periodismo en general
Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Publicidad. Es Editor y Director de El Ojo Digital desde 2005.