2016: triunfo de la incorrrección política
Hace 240 años, un 4 de julio de 1776, se independizaban los Estados Unidos de América...
Triunfo de la incorrección política. Las tres piedras de David que derribaron a Goliat
Estamos en el año 2016:
Hace 240 años, un 4 de julio de 1776, se independizaban los Estados Unidos de América. Ese mismo año, un 1º de agosto, en reacción administrativa necesaria, aunque tardía, el rey de España Carlos III disponía la creación del Virreinato del Río de la Plata.
Hace 200 años se declaraba la Independencia de las Provincias Unidas en Sudamérica con sede en la provincia de Tucumán.
Hace 200 años, un 14 de julio de 1816, moría Francisco de Miranda, que pasó a la historia como “El Precursor de la Emancipación Americana”, “El Primer Venezolano Universal” y “El Americano más Universal”; un hombre intrépido que supo conocer a George Washington, en sus numerosas travesías llegó a Rusia (donde obtuvo, en sentido amplio, la atención de la emperatriz Catalina la Grande de Rusia) y terminó siendo uno de los mentores de la “Gran Reunión Americana” que, desde Europa, planificaba la Emancipación de medio continente.
Hace 190 años, con diferencia de horas, morían dos de los Padres Fundadores de los Estados Unidos: Thomas Jefferson y John Adams. El día: 4 de julio de 1826, exactamente a 50 años de la Declaración de la Independencia de la que hoy es la primera potencia mundial.
Hace 70 años, después de la Segunda Guerra Mundial, los costos de la contienda se hicieron sentir en el heroico Imperio Británico, que a pesar de ganar por integrar el bando de los Aliados, comenzó a desmembrarse poco a poco.
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El PODER que parece OMNÍMODO siempre tiene un punto débil que puede hacerlo desmoronar por implosión.
Creo recordar que fue Edward Gibbon quien atribuyó la caída del Imperio Romano de Occidente a su “inmoderada vastedad”: era tan extenso que cada vez resultaba más costoso mantenerlo, había que “confiar” en autoridades locales (no del todo fiables) y la “seguridad” de las fronteras le fue encargada a los bárbaros, que fueron, finalmente, quienes tomaron una Roma saqueada por bagaudas y dominada por una guardia pretoriana que vendía el trono imperial al mejor postor.
El concepto de “inmoderada vastedad” puede aplicarse a otros imperios que se han conocido a lo largo de la Historia, que comenzaron a expandirse de manera formidable para terminar reducidos a una imagen espectral.
Ahora bien: ¿qué ocurre en el caso de los que me atreveré a llamar “imperios de las mentes”, esto es, el de tribunales supremos no siempre del todo visibles, ni fácilmente identificables, que han establecido una DICTADURA DE LA “CORRECCIÓN POLÍTICA”?
Ésta opera sobre las mentes, los valores, las costumbres y las instituciones. A diferencia del marxismo-leninismo, no actúa (en sus términos) sobre la “infraestructura” (económica), sino sobre la “superestructura” (cultural e institucional). Dominar las mentes de la población toda, desde los primeros momentos de escolaridad en adelante, es el principal objetivo planteado por Antonio Gramsci por medio de una “vanguardia cultural”. Nadie puede ser libre, sino que debe obedecer.
El dominio es SENCILLO y en ocasiones hasta puede llegar a ser cruel, como en el episodio “Rapsodia Mortal” del antiguo anime “Capitán Centella” (“Gekko Kamen”): “Colmillo de Dragón” intenta lograr el control de la mente de Centella mediante una sesión de tortura basada en sonidos e ilusiones ópticas, mientras éste se resiste a aceptar que sean verdaderos los “hologramas” que lo perturban; bien al estilo del óleo de Bernardino Parenzano sobre las tentaciones de San Antonio.
¿Cómo se derrota a la “Dictadura de la Corrección Política”?:
Primero: Venciendo sus falsos conceptos en nuestras propias cabezas, lo que sólo es posible teniendo IDEAS CLARAS.
Segundo: Esclareciendo a otros sobre esos falsos conceptos y el “modus operandi” para imponerlos.
Enunciarlo parece sencillo, pero lograrlo es mucho más complejo: ¿qué podría hacer un puñado de personas con ideas propias, capaces de mantenerse firmes ante la “corrección política”, frente a un poderoso entramado de diarios y organismos de control policíaco de “lo que se debe pensar” / “lo que se debe decir”, donde una “vanguardia” hace su negocio logrando que cualquiera que “ose” apartarse un milímetro de lo que ellos ESTABLECEN como “bueno” automáticamente pase a vivir una suerte de ostracismo endogámico, siendo un ser extraño, rechazado y apartado de “la cultura inclusiva” que se ocupa de marginar al que no se somete a sus dictados?
La lucha parece perdida de antemano.
Hay que ser “loco” para desafiar a semejante “establishment” secuestrador de mentes y castrador del sentido común.
Sin embargo, cuando muchos pensaban que seguirían manejando a su antojo a poblaciones enteras inmovilizando su capacidad para pensar, 2016 nos demostró lo contrario. Que siempre es posible que surja un “David” que derribe a un “Goliat” y que no hay enemigo pequeño.
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Albión. Gran Bretaña. Imperio Británico. Reino Unido.
Sea cual fuere el nombre que le demos, sea cual fuere la época en que la analicemos, la nación británica siempre estuvo más cerca del mar, de los océanos, que de las “internas” sangrientas de la historia europea.
“Rule, Britannia!” (James Thomson / Thomas Arne), la emblemática canción patriótica que tanto enorgullece a los británicos, nos da una pista muy clara del carácter ultramarino de las islas que lograron erigir un formidable imperio: “Rule, Britannia! Britannia rule the waves. Britons never never never shall be slaves”.
Napoleón quiso invadir territorio británico. No pudo.
Hitler bombardeó intensamente las Islas durante la Segunda Guerra Mundial. No cayeron por el espíritu de hierro de su pueblo, su Primer Ministro Churchill y sus soberanos que decidieron quedarse allí.
Margaret Thatcher era euroescéptica. En vida, no le hicieron caso. Pero tres años después de su muerte con honores, ante la sorpresa de la “corrección política”, los británicos decidieron abandonar la Comunidad Económica Europea a través de un referéndum convocado un jueves 23 de junio de 2016 que dejó perplejos a numerosos “analistas” que intentaron buscar todo tipo de explicaciones sin disimular su contrariedad por “la locura de los votantes”. Las encuestas fallaron. El silencio de Europa fue ensordecedor.
“Goliat” no se imaginó que recibiría un primer piedrazo, que no sería el último.
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Colombia. La tierra llamada así como homenaje a Cristóbal Colón, a quien Simón Bolívar se mostraba entre agradecido y admirado por haber cruzado “la Mar Océana” para traer la civilización a América.
Llegó a ser la Gran Colombia, luego dividida en distintas naciones, todas heroicas, todas llenas de héroes que derramaron su sangre bajo la bandera sagrada de la Libertad.
La Colombia contemporánea supo muy bien lo que fue terrorismo izquierdista y el más “sofisticado” narcoterrorismo que lo sucedió. La que padeció la toma de su Palacio de Justicia por el M19. La que soportó a los carteles de Medellín y Cali. La que lloró por los crímenes de las FARC.
Un poderoso aparato de propaganda, bajo la consigna maniquea de “SÍ es paz”, “NO es guerra”, hizo una campaña de saturación que cubrió todos los medios de difusión de Colombia. El Vaticano, el régimen castrista, la administración Obama y su candidata presidencial Hillary Rodham, los gobiernos sud y centroamericanos; concurrieron a respaldar al presidente colombiano Juan Manuel Santos en su firma de una “paz” deshonrosa con “Timochenko”, líder terrorista de las FARC.
Pero cuando a nivel mundial se esperaba el triunfo del “Sí”, se impuso el “No” por estrecho margen.
El Himno Nacional de Colombia tiene una estrofa tan bella como emocionante:
“Mas no es completa gloria
Vencer en la batalla,
Que al brazo que combate
Lo anima la verdad.
La independencia sola
El gran clamor no acalla;
Si el sol alumbra a todos,
Justicia es libertad.”
Y me dije: “Un país con un Himno como éste no podía prestarse a semejante ignominia”.
“David” había golpeado a “Goliat” por segunda vez.
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1992 marcó un quiebre generacional en los Estados Unidos de América, el país emergente como el indiscutible ganador de la Guerra Fría.
La economía se mostraba recesiva. En un acto público, el presidente George H. W. Bush se había desmayado, en un año crucial en el que buscaba su reelección frente a un joven Bill Clinton, postulante demócrata a la presidencia que amenazaba con terminar con doce años de dominio republicano al frente de la Casa Blanca.
Bush (padre), en una ocasión, dijo que prefería para los Estados Unidos el modelo de las familias de los Waltons y los Ingalls en vez del que mostraban los Simpsons, lo que “obligó” a que el personaje de Bart le “contestase”. “Murphy Brown”, serie que contaba la historia de una periodista que había sido alcohólica y fue madre soltera; generó un entredicho entre el vicepresidente Dan Quayle y la protagonista de la tira, Candice Bergen. Clinton se impuso en la elección por amplio margen, mostrando un perfil “centrista” en lo económico y “progresista” en lo social. Bush, de esta forma, fue el último mandatario estadounidense perteneciente a la generación que había luchado en la Segunda Guerra Mundial. Llegaba el turno de los jóvenes de un país dividido frente a la Guerra de Vietnam. Se sabía que quien tendría un papel influyente al lado de Clinton sería su esposa, Hillary Rodham, antigua “chica Goldwater”. Empezaba la era de fuerte influencia de los Clintons sobre la “maquinaria demócrata”.
Los dos primeros años de gestión de Clinton se mostraron erráticos y repletos de polémicas, lo que era riesgoso para las elecciones de medio término, aunque los demócratas confiaban en mantener su habitual mayoría en el Congreso, sobre todo en la Cámara de Representantes, que mantuvieron bajo control incluso bajo los años del popular Ronald Wilson Reagan.
Pero en 1994 el apellido Reagan concitó la atención pública. En un emotivo discurso, el otrora presidente informó a sus compatriotas que padecía del Mal de Alzeheimer. Este hecho generó una corriente de simpatía, que, entre otros hechos, logró lo que parecía imposible: que los republicanos, por primera vez en décadas, se alzaran con el control del Congreso. El arquitecto de este éxito electoral: Newt Gingrich.
Sin embargo, en 1996, Clinton lograría la reelección al vencer al candidato republicano Bob Dole. Al frente de la reserva federal se encontraba Alan Greenspan (designado en el tramo final de la segunda presidencia de Reagan) y el presidente procuró mantenerse “centrista” en lo económico, llegando incluso a decir que “la era del Gran Estado ha acabado”).
Pero ya en el segundo mandato del otrora gobernador de Arkansas, comenzarían a emerger hechos oscuros respecto del matrimonio Clinton, que involucraban tanto a Bill como a Hillary; pero ninguno de tanto impacto mediático como el caso Lewinsky. Este escándalo, más el accionar de la Fiscal General Janet Reno respecto del caso del niño balsero Elián González (que terminó regresando a Cuba generando airadas reacciones), perjudicó la campaña del vicepresidente Al Gore para suceder a Clinton y luego de un mes de disputas judiciales sobre los votos en el Estado de Florida, donde impactó más el caso de Elián, quien se convirtió en nuevo presidente fue George W. Bush, gobernador de Texas, hijo mayor del presidente que ocupó la Casa Blanca entre 1989 y 1993. De esta forma parecían consolidarse dos “dinastías” políticas de peso: la familia Bush y la familia Clinton. Hillary se había convertido en senadora y lo sería por dos períodos, preparándose para, algún día, disputar la presidencia; en tanto que los Bush pensaban cuándo sería el momento oportuno para que Jeb, gobernador de Florida, pudiera continuar con la dinastía de presidentes. El “establishment” era “transversal” y se pensaba que estas familias dominarían la escena política estadounidense por largos años.
Las presidencias de George W. Bush estuvieron signadas por el ataque a las Torres Gemelas (9 de septiembre de 2001), las guerras de Afganistán e Irak y un gabinete en el que se disputaban espacios de poder fuertes personalidades.
En 2004, hubo quienes llegaron a dudar de su reelección. Sin embargo, otra vez, el apellido Reagan entró en escena: diez años después de anunciar que padecía el Mal de Alzeheimer, el presidente que había marcado el rumbo de los Ochentas en los Estados Unidos, murió cubierto de honores, generando una gran corriente de simpatía. A su vez, el partido Demócrata eligió como candidato al gélido John Kerry, que no supo despertar mayores pasiones. Bush ganó en los votos electorales y populares.
Sin embargo, en 2006, su desgaste llevó al GOP a perder el control del Congreso en manos de los demócratas. Ya se venían perfilando distintos candidatos para suceder a Bush.
En el partido Demócrata los dos candidatos fuertes eran Hillary Rodham y Barack Obama. Se pensó que la primera, como arquetípica representante del “establishment”, se impondría. Pero el jovial Obama mostraba como “antecedente favorable” el haberse opuesto a la Guerra de Irak y consiguió que se trasmitiera sobre él una imagen edulcorada y se proyectara la posibilidad fuertemente simbólica de que un afroamericano llegara a la Casa Blanca por vez primera. Hillary sucumbió ante él en las primarias demócratas.
Obama traía consigo una novedad: el uso intenso y organizado de las redes sociales. Al candidato republicano John McCain le tocó la mala suerte de competir contra un hombre mucho más joven; algo que los medios se ocuparon en hacer resaltar y que supo pesar más que la experiencia del veterano senador. La gobernadora de Alaska, Sarah Palin, en un momento de crisis del partido Republicano, logró hacer un importante aporte a McCain como compañera de fórnula, contrariamente a lo que se percibió en la prensa argentina. Se iniciaba así la era Obama, con una fuerte presencia de su esposa Michelle Robinson y con Hillary Rodham como secretaria de Estado.
Los republicanos recobraron fuerza en el Congreso en 2010 con la irrupción del “Tea Party” y se preparaban para 2012. Sin embargo, Obama logró imponerse al candidato del GOP, Mitt Romney, aún con escándalos como la crisis de Benghazi, responsabilidad de Hillary Rodham, escondido por medios de comunicación que no ocultaban sus preferencias por el presidente “in office”.
Pero en 2014 llegó un aviso: los republicanos recuperaron las dos cámaras del Congreso y Obama estaría más controlado. Algunos, sin embargo, pensaron que pasaría “lo de siempre” entre los republicanos: una primaria que los haría gastar mucho dinero y debilitarse por las acusaciones cruzadas. Pero NO ADVIRTIERON una especie de “corriente subterránea” que surgía de blogs especializados, medios no centrales y redes sociales: un HARTAZGO de la población con el “establishment” de Washington representado tanto por buena parte de los demócratas como de los republicanos.
En este contexto surgieron dos candidatos en ambos partidos considerados “outsiders”: Bernie Sanders en el partido Demócrata y Donald Trump en el republicano. Sanders no llegó; su partido se ocupó de bloquearlo cuanto pudo para imponer a Hillary Rodham. Ella pensó que éste sería su año. Pero Trump sí logró convertirse en el candidato del GOP, lo cual generó contrariedad en cierto “establishment” republicano y la satisfacción en el bando demócrata porque sus líderes supusieron que la elección sería fácil: la experiencia de una otrora primera dama, senadora y secretaria de Estado frente a “un empresario mediático y conflictivo”. Confundieron sus deseos con la realidad.
Sin embargo, la “sólida” Hillary no era tal. El pasado y el presente la amenazaban. Era preciso que no se supiera demasiado de ella. A la frialdad de su sonrisa la envolvía un mundo de poca claridad y hasta de manifiesta oscuridad. Pero la “corrección política” confiaba que no había NADA que no pudieran blindar las cadenas televisivas, los grupos influyentes de Washington, Hollywood y los “cantos de sirena” destinados a cautivar minorías como los latinos, los negros y los gays. Ello haría la diferencia y había estados “seguros”, que jamás irían para los republicanos.
Sin embargo, OTRA VEZ, varios meses antes de la elección, apareció en escena el apellido Reagan, en este caso el de Nancy Davis, esposa del dos veces presidente, que murió el 6 de marzo de 2016. En ese momento, más por INTUICIÓN que por análisis, me dije: “Ronald Reagan anunció que tenía Alzeheimer en 1994 y los republicanos ganaron. Él murió en 2004 y lograron la presidencia y las cámaras. Ahora murió Nancy, me parece que gana el GOP.” Naturalmente, no tiene base científica esta intuición, pero las reacciones ante su muerte en las redes me llamaron mucho la atención.
No voy a discutir en este Editorial la plataforma de Trump y sus características, sino “indicadores” que vi durante la campaña que me permitieron inferir que él podía ser el ganador:
En primer lugar, el rechazo o poca confianza generado por la figura de Hillary Rodham, la más fiel representante del “establishment”, con presencia en Washington durante veinticuatro años ininterrumpidos.
En segundo lugar, el hastío ciudadano con la “corrección política” y un candidato habituado a decir, gusten o no sus expresiones, lo que piensa abiertamente. En tal sentido, me puse a ver nuevamente la primera temporada de “The Apprentice” para recordar la forma de argumentar de Trump, sus gestos, etcétera. No me encontré NADA distinto a lo que hacía allí que a su forma de moverse en la campaña (salvo que ahora tiene diez años más).
Era el candidato de las BASES republicanas, más que de los miembros influyentes del partido, a diferencia de Hillary que era la “candidata del aparato” en términos argentinos y no entusiasmaba a las bases.
Nunca la vi tranquila a Hillary durante la campaña. Y al igual que George Bush (padre) en 1992, en la campaña en la que se impuso Bill Clinton, trascendieron desmayos y problemas de salud que ella tuvo, que Trump no se privó de incluir en sus spots.
Los diarios, los canales de TV, encuestas sospechosamente generosas en sus números y un complejo entramado corporativo apareció abroquelado para “blindar” a Hillary y que NO se conocieran informaciones inquietantes que trascendían por las redes sociales, sobre todo la espada de Damocles de los e-mails borrados por ella, siendo secretaria de Estado, y que los enviaba por líneas “no oficiales”.
Los partidarios de Trump, furiosos con la otrora secretaria de Estado, se pusieron muy activos en las redes. Cualquiera que las haya seguido de cerca, habrá advertido que los “pro Trump” tuvieron una presencia significativamente mayor en las redes que Hillary. A su vez, el candidato capitalizó cada ataque personal en menciones permanentes que abarataron su campaña por niveles muy inferiores a los gastos de su adversaria. No hay enemigo pequeño. Sus adversarios no supieron, no quisieron o no lo pudieron ver.
El que pareció el peor momento de campaña de Trump, durante el segundo debate en el que “aparecieron” grabaciones con él haciendo comentarios despectivos contra mujeres, varios integrantes del GOP anunciaron que le retiraban el apoyo y los medios partidarios de la candidata demócrata cubrieron el tema en largos minutos radiales, televisivos y parrafadas en los diarios. Sin embargo, él atacó, no se amilanó y Rodham seguía sin estar tranquila. Esa noche del debate yo publiqué en mi portada de Facebook la imagen de Gary Cooper en “A la Hora Señalada” (“High Noon”). Si es cierta la anécdota que sostiene que Bill Clinton, al finalizar sus dos períodos al frente de la Casa Blanca, se la recomendó a George Bush para que la viera “en momentos cruciales”; estamos ante un film que refleja cabalmente el papel de un presidente en momentos de soledad y de los EEUU en alguna situación mundial delicada. En ese debate, Trump era el que MEJOR encarnaba el espíritu de “High Noon”, no Rodham.
Mientras esperábamos “la sorpresa de Octubre” de todas las elecciones presidenciales estadounidenses, decidí NO SEGUIR ENCUESTAS como en 2000, 2004, 2008 y 2012, sino lo que a mí me pareciesen INDICADORES CURIOSOS que acaso estuvieran marcando una “tendencia”. Me centré en las redes sociales, por ahí pasaría mi análisis, Y detecté lo siguiente:
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Susan Sarandon, actriz, demócrata, de izquierdas, activista, manifestó que no votaría por Hillary. Eso me hizo suponer que buena parte de los partidarios de Bernie Sanders no acompañarían a la candidata demócrata en las elecciones.
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Omarosa Manigault, afroamericana, demócrata, que había participado de la campaña de Hillary Rodham para senadora por Nueva York, fue una de las más polémicas participantes de “The Apprentice”, el reality show de Donald Trump, en dos de sus ediciones. En ambas, Trump la despidió. Dado su antiguo vínculo con Hillary, SUPUSE que estaría haciendo campaña por ella y que estaría en contra de Trump. Grande fue mi sorpresa cuando descubrí en Twitter que apoyaba la fórmula “Trump-Pence” y que había formado un grupo llamado “Blacks for Trump”.
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Pocos días después encontré una foto de Trump sosteniendo la clásica bandera del arco iris que toman los gays por emblema. Era de un grupo “Gays for Trump”.
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Mi madre me recomendó ver una entrevista por la EWTN, cadena católica televisiva muy influyente entre quienes profesan esa religión, donde un periodista nada complaciente, aunque educado, le hacía una entrevista a Trump en la que éste manifestaba ser “pro-vida”, en contraposición con Hillary Rodham. Pocos días después descubrí la existencia de un grupo llamado “Catholics for Trump”. Yo esperaba para él sólo voto protestante, pero evidentemente la postura tan pro-aborto de Hillary le atrajo a Trump votos católicos.
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No salía de mi asombro al descubrir otros: “Hispanics for Trump”, “Democrats for Trump”, etcétera.
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Hubo un tema que varios medios y analistas independientes soslayaron, que fue el de quién cubriría la vacante dejada en la Corte Suprema de Justicia por el histórico juez Antonin Scalia, fallecido este año. Su reemplazante iba a tener perfiles MUY DISTINTOS en caso de que fueran Trump o Rodham quienes lo propusiesen, de ser electos. El candidato republicano se inclinaba por un perfil similar al de Scalia y la candidata demócrata por un magistrado de tintes “progresistas”.
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Yo advertía por las redes una realidad MUY DISTINTA a la que mostraban medios y encuestas. Tenía la impresión de que Trump venía no sólo creciendo, sino que Hillary estaba estancada y hasta en baja. Las cuotas de Obamacare y la “sorpresa de octubre” que trajo a la palestra la cuestión de los correos electrónicos llegó justo para golpear a Hillary a fines de octubre. Y no era seguro que hispanos y afroamericanos concurrieran masivamente a votarla.
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Pero hubo algo aún PEOR para su campaña: la forma en que el FBI anunció la ratificación de sus conclusiones del mes de julio sobre el tema de los e-mails de Rodham, lejos de darle un respiro, irritó más a los indignados usuarios de las redes sociales, que ya pasaron a recordar todos y cada uno de los puntos oscuros que emergían de la carrera de la gélida candidata demócrata, desde aquella defensa de un violador en 1975 hasta los escándalos de sus colaboradores más cercanos que emergieron de los sórdidos correos electrónics.
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Finalmente, un día antes de las elecciones, murió Janet Reno, la Fiscal General del caso Elián González, lo que generó el recuerdo de la situación y el repudio de la comunidad cubano-estadounidense, algo que pudo haber contribuido a consolidar en unos puntos la victoria republicana en el Estado de Florida.
El día de la elección, pocas encuestas daban ganador a Trump y a quienes lo veíamos competitivo y con posibilidades de ganar nos miraban como si estuviésemos chiflados.
Cuando los resultados comenzaron a llegar, y cuando todo terminó, quienes siguieron los medios tradicionales, las crónicas en diarios argentinos y de otros países mostrando a Trump como un ogro de cuento infantil y a Hillary como una Rapuntzel madura, se sintieron perplejos.
No ocurrió lo mismo con quienes seguimos otras fuentes. En mi caso, me felicité por no darle importancia a las encuestas y por guiarme por mis indicadores, armando una especie de “rompecabezas” que compartí con algunos analistas independientes que veían lo mismo que yo, aunque desde enfoques financieros, de sistema electoral o siguiendo medios alternativos de los Estados Unidos.
“High Noon” se hizo realidad. Trump, solo, les ganó a todos.
Lo hizo con 70 años, uno más que Ronald Reagan al asumir, siendo de la misma generación que George W. Bush, Bill Clinton y su mujer. Ironías del destino, Bush (padre) tuvo un desmayo en 1992 que despidió para siempre del poder Ejecutivo a la generación que sirvió a su país en la Segunda Guerra Mundial y Hillary tuvo otro en 2016, probablemente marcando el eclipse en sus aspiraciones presidenciales (aunque eso siempre está por verse).
Ésta fue la tercera piedra de “David” que tumbó a “Goliat”.
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Empecé este extenso Editorial con una remembranza de hechos históricos que muchos se preguntarán qué relación guardan con los presentes.
Yo hago mis análisis políticos recurriendo siempre a ese gran laboratorio de aprendizaje que es la Historia.
Los hombres que declararon la Independencia en los Estados Unidos en 1776, que lo hicieron en la Argentina en 1816, hombres como Miranda, Jefferson y Adams y los pueblos heroicos en la adversidad, fueron “políticamente incorrectos” en los gelatinosos términos actuales.
Supieron convertir la fortaleza de sus enemigos en su mayor debilidad.
Resistieron cuando todo parecía perdido.
Tomaron decisiones en los momentos más difíciles.
Fueron vistos por otros como Quijotes, como temerarios.
Pensaron que no se iban a atrever a dar los pasos que dieron.
Sin embargo, ellos no se amilanaron.
Vivieron en tiempos de rebelión y de cambio.
Como los tiempos complejos de ahora, que necesitaremos bastantes años para ver en qué línea evolucionan.
En 2016, la “inmoderada vastedad” del “Imperio del Dominio de las Mentes” y la “Dictadura de la Corrección Política” recibieron tres golpes que no se esperaban.
Tal vez porque muchos han decidido dar la lucha en sus cabezas para PENSAR POR SU CUENTA. Acertando y equivocándose como individuos.
Y si los individuos aciertan y se equivocan sin que nadie venga a intimidarlos, indicándoles qué “tienen que” o “no tienen que” decir, es una buena noticia.
Una luz en medio de la oscuridad.
CLARIOR E TENEBRIS.
QVOD SCRIPSI, SCRIPSI.
* Carlos E. Larrosa Nuñez (en Twitter, @Carson_Marsh) es Lic. en Ciencia Política, investigador de temas históricos, políticos y conexos.