La broma haciendo las rondas en los cafés de Buenos Aires refiere que Mauricio Macri es un presidente tipo Harry Potter: parece humano, pero sobrevive sólo si persiste la magia. Los sondeos indican que los argentinos continúan confiando en la capacidad del mandatario de sacarlos de la recesión pero, sin reformas estructurales importantes, el sombrero de Macri está rápidamente quedándose sin trucos.
El problema del presidente argentino no es tanto que no tenga las ideas correctas o el deseo de impulsarlas, sino que carece del apoyo político para implementar medidas que son impopulares, particularmente las que involucran recortar el gasto público.
El meollo es que si bien hace un año una mayoría de argentinos rechazaron el populismo autoritario de los Kirchner, lo hicieron más por las formas que por el fondo.
'No nos gusta que nos lleven al paraíso a patadas en el trasero', le dijo un entrevistado a mi amigo
Jorge Giacobbe, de la encuestadora
Giacobbe & Asociados. Según me explicó, sus investigaciones revelan que la gente quiere que empresas emblemáticas como Aerolíneas Argentinas e YPF sigan en manos del Estado, que los subsidios tarifarios sean generosos y que no se toque el gasto en salarios y pensiones.
Pero que, al mismo tiempo, desean impuestos bajos, una inflación bajo control y servicios de calidad.
Es la cuadratura del círculo y, para lograrlo, Macri ha tenido que recurrir al acto de magia financiera por excelencia: endeudamiento. Desde que llegó al poder, la deuda pública (interna y externa) ha aumentado en más de US$40.000 millones. Y a pesar de que Argentina nuevamente es sujeto de crédito internacional, el gobierno tampoco ha logrado destetarse de su otra forma de financiamiento: la maquinita de imprimir pesos del Banco Central. La inflación interanual es del 42%.
Pero, tarde o temprano, la magia se agotará. La popularidad de Macri ha caído siete puntos en los últimos dos meses. La enorme carga fiscal —equivalente al promedio del 34% de la OCDE— disuade la inversión y zancadillea la recuperación económica. La alta inflación carcome los ingresos y acentúa la pobreza. Y el endeudamiento eventualmente llegará a niveles insostenibles, como tantas otras veces.