Fuegos de artificio de Fin de Año, al estilo de Moscú
Si algo es malo, entonces debió ser culpa de Putin.
Mi esposa es de nacionalidad británica, de tal suerte que, cada Navidad, encendemos fuegos de artificio de oportunidad. Para aquellos que desconocen las tradiciones británicas, estos fuegos consisten en tubos de cartón envueltos en papel decorativo. Cuando Usted tira de un extremo, se open con una explosión; dentro de cada tubo, un papel conmemora la visita de tres reyes, así como también un pequeño ítem de regalo. Este año, el que me tocó a mí no se encendió -fallo por el que he elegido responsabilizar a Vladimir Putin.
En Facebook, es posible hallar numerosas cuentas en donde los usuarios tipean, ante cada problema, 'Es culpa de Putin'. Se trata, por cierto, de una broma -pero constituye un reflejo de cómo el presidente ruso ha sido demonizado al grado del absurdo, tanto en los medios como en la clase política estadounidense. La crítica más reciente deriva de las afirmaciones surgidas de un informe de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), que sugirió que Rusia o sus proxies piratearon correos electrónicos en ocasión del reciente comicio en Estados Unidos -aprovechando para propio provecho la información allí contenida.
Inicialmente, el relato declamaba que los rusos intentaban desacreditar y dañar a las instituciones de la democracia americana, pero la historia rápidamente mutó en un elaborado raconto de cómo Moscú operaba subterráneamente para ayudar a elegir a Donald Trump. Por estas horas, se afirma en determinados círculos que la intervención rusa, junto con las expresiones públicas del Director del FBI, James Comey, fue decisiva en la derrota de la candidata demócrata Hillary Clinton, en tanto también se ha afirmado que Vladimir Putin en persona ordenó la operación. Sin lugar a dudas, si todo ello es cierto, se trataría de una cuestión grave, y los pedidos en torno a la profundización de la investigación no fueron errados.
En los inicios, el FBI no se mostró de acuerdo con el informe de la CIA (aún clasificado, esto es, que no se ha dado a conocer al público), pero eventualmente se mostró convencido, y la conclusión del informe fue abrazada por Hillary Clinton y por la Casa Blanca. No obstante, y aún cuando han transcurrido ya casi tres semanas desde que el matutino estadounidense The Washington Post promocionara el relato, no se han proporcionado evidencias sólidas que identificaran a los piratas informáticos, ni se ha podido vincular la iniciativa al gobierno ruso -mucho menos al presidente Vladimir Putin.
La afirmación de que Putin ordenó la interferencia en los comicios estadounidenses es particularmente perturbadora. En mi rol de ex oficial de inteligencia, tengo claro que el aprender las intenciones de alguien es la tarea más difícil para un espía. Solo alguien en el círculo intimista del presidente contaría con información tan sensible en su naturaleza, y no han existido detalles que refieran que la CIA ni otro servicio de inteligencia extranjero cuenten con semejante agente en ese sitio. Con toda probabilidad, la CIA y la Casa Blanca ahora asumen, sin evidencia alguna, que una acción de pirateo informático de ese calibre inevitablemente requeriría de la aprobación del jefe de Estado ruso. Esta presunción ciertamente es plausible, pero imposible de demostrar -y el solo hecho de carecer de corroboración debiera ser considerado como apenas algo más que especulación.
El examen más detallado que he visto sobre la pretendida infiltración apareció en la web The Intercept, donde se concluyó que la evidencia en torno de la conexión rusa 'no era suficiente'. Más recientemente, una firma de ciberseguridad contratada por el Comité Nacional Demócrata (DNC) a los efectos de investigar el hacking, concluyó que el malware detectado se vincula con software malicioso empleado por la inteligencia militar rusa en Ucrania. Esta explicación no es completamente convincente, conforme el malware -una vez cargado- suele ser recogido y utilizado por varias manos. Asimismo, sería improbable que una unidad de inteligencia de un gobierno en ejercicio fuera tan descuidada para dejar su propio rastro allí donde pululan tantos hackers del sector privado, prestos a oficiar de proxies o subsidiarios para alguien más.
Y se han puesto sobre la mesa otras explicaciones plausibles para el particular. El ex Embajador británico Craig Murray afirma haberse reunido en Washington con un socio de un ciudadano estadounidense que había trabajado en el pasado para el DNC y que, a su vez, le proporcionó la información para luego ser reenviada a WikiLeaks. Murray es colaborador de Julian Assange quien, al igual que Murray, ha negado cualquier involucramiento ruso en la obtención de la información que luego sería posteada en WikiLeaks. Resulta significativo que, si acaso la historia fuese cierta, se trató de una filtración al estilo Snowden, informada supuestamente por un conmovido simpatizantede Bernie Sanders -exaltado por los partidarios del DNC que le negaron su nominación, antes que una acción de pirateo informático que produjera la información relevante. Y aún cuando los rusos o sus subsidiarios estuvieren hackeando sitios vinculados a las elecciones estadounidenses en simultáneo, que podría ser el caso, hubiese sido incidental al daño perpetrado por el filtrador -todo lo cual modifica la narrativa considerablemente.
La Casa Blanca podría -por cierto- ordenar que se diera a conocer al menos alguna de la evidencia de la perfidia rusa, con la meta de poner fin a la confusión -pero esta medida no parece estar en los planes de nadie. El presidente Barack Obama podría dudar en hacerlo debido a que alegaría la protección de fuentes y métodos de inteligencia, pero también debería tener en consideración el hecho de que el ataque constante sobre Rusia comportará consecuencias, aún si el presidente electo Donald Trump tiene éxito en sus propuestas de moderación hacia Moscú una vez que llegue a la Oficina Oval.
Perseguir a Rusia es una costumbre que se ha convertido en el deporte dilecto de ambos partidos en Washington, posturas que, predeciblemente, provienen de senadores republicanos como John McCain y Lindsey Graham, pero esto también es el objetivo de Chuck Schumer y un número de otros demócratas líderes en el parlamento -acaso para intentar explicar cómo perdieron una elección que todos anticiparon que ganarían. No existe indicativo de que la situación mejorará en el Año Nuevo de 2017, e incluso uno podría tomar nota los modos en que los medios y ciertos think tanks de Washington se ponen en línea para ponerle una trampa al oso ruso. El instituto neoconservador Hudson Institute publica dos artículos destacados, que se intitulan 'Putin no es un socio en cuestiones de terrorismo' y 'Cómo el presidente Obama puede responder contra Rusia', mientras que el American Enterprise Institute (AEI) publica un trabajo desarrollado por Leon Aron bajo el título 'No ser los idiotas útiles de Putin'.
La obsesión respecto de Rusia está dejando salir del clóset a algunos dementes. El ex Director Actuante de la CIA, Michael Morell, ex consejero de política exterior para Hillary Clinton, afirmó previo a la elección presidencial americana que Putin había reclutado a Trump como un 'agente durmiente' para la Federación Rusa. De igual manera, Morell arengó a asesinar, en operaciones clandestinas, a ciudadanos rusos e iraníes en territorio sirio para enviar un mensaje; ahora mismo, está diciendo que el supuesto pirateo informático ruso es el 'equivalente político del 11 de septiembre de 2001' -mientras exige una respuesta idénticamente robusta contra el Kremlin. Morrell identifica numerosos modos en que él podía haber reaccionado de encontrarse en los zapatos de Obama, a saber: ejecutando un ataque cibernético de proporciones, poniendo en práctica sanciones devastadoras; y armando a los ucranianos y a otros actores hostiles a Moscú. En cualquier caso, la solución de Morell hubiese involucrado 'dos piezas clave: una habrá de ser clandestina. Pero que necesita ser vista. Una respuesta clandestina limitaría seriamente el efecto de disuasión. Si Usted no puede verlo, pues entonces no servirá para disuadir a los chinos, a los norcoreanos, a los iraníes, ni a nadie más; así que habremos de lograr que la acción pueda ser vista. La segunda pieza implica que las acciones deben ser significativas desde la perspectiva de Putin. El tiene que sentirse golpeado, pagar un precio ahora o la próxima vez, no habrá disuasión, y debe ser vista por el resto del mundo como significativa para el Señor Putin, de tal suerte que sirva como elemento de disuasión'.
Morell parece olvidar el hecho de que una acción encubiera contra Rusia por cualquier medio -ya fuere convencional o cibernético- es el equivalente a la guerra, en este caso, ejecutada sin evidencias sólidas que ilustren que efectivamente Moscú hizo algo. Infortunadamente, Morell no está sólo a la hora de perseguir una réplica vigorosa contra Rusia, amén de que el único imperativo vital que Washington debiera exhibir hoy en común con Moscú es impedir la configuración de crisis que eventualmente finalicen en un intercambio nuclear. Aquellos que efusivamente la emprenden contra Rusia quizás den un paso atrás y se vean reflejados en el hecho de que no saben exactamente qué sucedió con las computadoras del DNC. Y, mientras la Rusia de Putin bien puede no ser del agrado de muchos, el lidiar de manera realista y cautelosa con un poderoso líder extranjero que no cae bien a otros tantos, es preferible antes que iniciar la Tercera Guerra Mundial.
Artículo original en inglés, en http://www.theamericanconservative.com/articles/christmas-crackers-moscow-style/ | Traducido y republicado con permiso del autor y de The American Conservative magazine (EE.UU.).
Traducido por Matías E. Ruiz
Especialista en contraterrorismo; ex oficial de inteligencia militar de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos de América (CIA). Se desempeña como columnista en medios estadounidenses, y como Director Ejecutivo en el Council for the National Interest. Giraldi es colaborador frecuente en Unz.com, Strategic Culture Foundation y otros. En español, sus trabajos son sindicados con permiso en El Ojo Digital.