ECONOMIA & NEGOCIOS: OSVALDO J. CAPASSO

Argentina: de falsas premisas y falacias variopintas

En anteriores oportunidades, he publicado notas en las que refería que...

06 de Enero de 2017

 

En anteriores oportunidades, he publicado notas en las que refería que una de las condiciones para sacar al país de la crisis era que a los gobiernos de turno les fuera obstaculizada su capacidad para endeudarse. Ese requisito deriva en indispensable, aunque no es el único. Lo realmente sorprendente es que dirigentes políticos de diferentes signos defienden la absurda teoría de que, a los efectos de reactivar la economía, es menester 'distribuir equitativamente el ingreso'. Tal ideario -que sintetiza un criterio colectivista a ultranza, y que fuera ensayado por un conjunto de gobiernos populistas- no es otra cosa que un error de inaceptable recurrencia en el imaginario de la sociedad argentina.

Será hora de comprender que la verdadera creación de la riqueza solo es factible si existe producción y, obviamente, si existen incentivos para producir. A partir de allí, la producción y la distribución constituyen la cara y ceca de una misma moneda. Si se las separa con la declarada intención de redistribuír, entonces necesariamente se verán afectadas la productividad, las tasas de capitalización, los ingresos y los salarios reales.

Axel Kicillof, Cristina KirchnerEn cualquier sociedad, existe un factor natural, conocido como rentabilidad desigual -proceso íntimamente vinculado con la eficiencia. Es dable aspirar a que, en una comunidad determinada, el conjunto se proponga crecer y mejorar; pero pretender igualar a todos a través de intervención forzosa del Estado no solamente es perjudicial, sino también utópico en un modelo democrático.

A los efectos de ilustrar lo anterior, ofrezco un ejemplo: si pretendiésemos igualar patrimonios en AR$ 10 mil, los que producen por encima de esa cifra no lo harían más, conforme saben que el Estado les confiscará el excedente. A su vez, quienes producen menos no necesitarían llegar a AR$ 10 mil, porque el Estado Benefactor les reintegraría la diferencia. Pero este último escenario jamás tendría lugar, dado que aquel excedente que existía por encima de AR$10 mil ya no se encontraría disponible. En conclusión: todos pierden, y el país resultará el peor perdedor -más que otros jugadores.

Otra propuesta que ha venido compartiéndose durante setenta años tiene relación sobre los controles de cambio. Si no se comprende que el cambio también es un precio (al igual que los salarios), caeremos con recurrencia en la tentación de estimular artificiosamente las importaciones, las exportaciones y el movimiento de capital -recetas que fueras aplicadas otrora, con resultados ya conocidos. Cabe aclarar, en esta instancia, que el ideario keynesiano promocionado por los popes de la Fed (Reserva Federal estadounidense) y sus émulos de la comunidad europea, al respecto de continuar emitiendo y suministrando billetes al mercado, es un vano intento de apagar el fuego con más combustible. Obsérvese que, en un caso en particular (el de los Estados Unidos), tal medida se tomó para evitar el crecimiento del desempleo (rémora de la crisis del 30). En el otro (Europa), el fin consistió en evitar una disparada de la inflación. Pues bien; ahora, el déficit acumulado de los países de la Unión Europea y de los mismísimos Estados Unidos de América se exhibe cuantioso, que se complementa con un escenario de estanflación muy cercano en el tiempo. Tales recetas, aún cuando se las califique de liberales, en rigor no lo son.

Otro latiguillo, que ha calado hondo en los años finales del kirchnerismo, invitaba a 'Vivir con lo nuestro'. Y -habrá que decirlo- jamás se ha oído falacia tan grosera. El ISI fácil; el ISI, complejo. La invitación consistía en apañar a la industria nacional, una industria de carácter eminentemente prebendario que siempre vivió a la sombra del Estado. En tal sentido, insistir en la protección de la industria nacional es sinónimo de protección a lo ineficiente, quitándole parte al consumidor y parte a la industria que sí es eficiente. No interesa, en éste escenario, cuál sea el nivel de protección; ello siempre conduce al incremento de los costos de los productos que adquirimos. Cuando se fuerza al consumidor argentino a pagar más caro por algo producido (contra un producto elaborado en el exterior), nos empobrecemos; e incluso perdemos la oportunidad de mejorar nuestra tecnología. No obstante, en la República Argentina, ésta sencilla idea no es asimilada, y continúa razonándose de manera errada: si desde lo personal jamás trabajarían para producir algo que sea posible de comprar a menor precio, a nivel país no se aplica idéntico principio. Las estructuras de cualquier país son siempre menos eficientes que la de otros sitios a la hora de producir ciertos bienes. Así, pues, criar pingüinos en Brasil o en Cuba resultaría claramente ineficiente. Tal como lo sería producir bananas en Buenos Aires, a pesar de que con invernaderos podría hacerse; pero el capital que sería preciso invertir alcanzaría niveles astronómicos y, en consecuencia, los precios al consumidor harían prohibitiva la adquisición del producto.

Finalmente, nuestros gobernantes solucionarían con sencillez el problema: prohibirían su importación, o bien le aplicarían tasas altísimas (tal como sucede con los automotores), y declamarían estar alentando la producción nacional y acrecentando el superávit comercial. Las consecuencias poco parecen importar. El producto es caro para el consumidor; el funcionario que prohíbe recibe su 'atención personal' (léase: dádiva); y aquel que hace excepciones y permite el contrabando, paradójicamente, también se hará acreedor a la coima o el soborno. A pesar de que el ejemplo de las bananas resulta tan claro como absurdo -lo cual no implica necesariamente que no pueda tener lugar-, toda vez que viene disfrazado de la pretendida 'protección de la mano de obra local' y de la 'promoción de la industria', es comprado por el grueso de la población consumidora, a la que el árbol no permite ver el bosque.

Insoslayable: el proteccionismo produce graves pérdidas, potenciado ello por la caída en la eficiencia de nuestras fábricas en comparación con las extranjeras, y genera una burocracia desmedida que hemos de sostener todos -vía impuestos; por eso, se nos conoce como 'contribuyentes'. A la postre, se reduce el valor real de los salarios, que es precisamente lo contrario de lo que se anuncia.

Supo decir Ludwig von Mises (en Human Action): 'Todo lo que las tarifas protectoras pueden lograr es transferir la producción de aquellas localidades donde es más bajo producir hacia donde resulta más caro. No aumenta la producción; la disminuye'.

¿Cuánto tiempo hace que von Mises compartió tal reflexión? Hace ya 61 años. Huelgan los comentarios.


* Osvaldo José Capasso -autor invitado- es Abogado (Universidad de Buenos Aires) | Su correo electrónico: osvaljo01@hotmail.com