Argentina: el comercio exterior y el 'Efecto Trump'
Conforme muchos estimaban, Donald Trump se convirtió en el presidente...
25 de Enero de 2017
Conforme muchos estimaban, Donald Trump se convirtió en el presidente número 45 de los Estados Unidos. Tal como en su momento lo anunciara, implementó un compendio inicial de medidas económicas cuya meta coincide con fortalecer la economía de su país. O, para tomar prestadas sus propias palabras, reorientar las políticas comerciales de Washington.
Todo parece indicar que Estados Unidos comenzará a centrarse en sí mismo; en términos económico-comerciales, ello implica que, entre otras cosas, se dará un fuerte espaldarazo a los productores locales, promoviéndose el trademark 'Made in the U.S.A.'.
Adicionalmente, la consecuencia directa de las nuevas medidas remite a inevitables limitaciones al ingreso de productos importados, a la revisión de tratados internacionales (que serían reemplazados por acuerdos bilaterales; en tal sentido, ya se habla de un acuerdo de libre comercio con la Gran Bretaña), y a la captación de inversión extranjera directa. Tal como sucediera años atrás con las automotrices japonesas, si se pretende acceder al mercado estadounidense, pues entonces habrá que fabricar en ese país -esto es, ofrecer empleo a ciudadanos de Estados Unidos.
En su pronóstico de comienzos de 2017, el FMI apuntó que la economía mundial apuntalaría su ritmo de crecimiento en un 3.4 por ciento este año, y en un 3.6 por ciento en 2018. La clara excepción será América Latina. El FMI debió revisar a la baja sus proyecciones previas para Latinoamérica, concluyendo que la la región apenas crecerá un 1.2 por ciento en el año en curso, y un 2.1 por ciento hacia 2018. El crecimiento del PBI será más lento en Brasil y la Argentina.
Con todo, no sería justo ni oportuno atribuir nuestros problemas económicos al 'Efecto Trump'. Ya numerosas economías de Latinoamérica, entre ellas Argentina y Brasil, han reprimido sus propios índices de crecimiento como resultado de la implementación de sus propias políticas erradas -en modo alguno atribuíbles a factores externos.
La reorientación de una de las economías más grandes del mundo comparte una lección, a saber, demuestra que el antiguo modelo de sustitución de importaciones se exhibe inútil como estrategia de fortalecimiento económico de largo plazo. Las proposiciones de Trump no ameritarían ser catalogadas de proteccionistas, sino de pragmáticas.
¿Qué implica este novedoso escenario para la República Argentina?
Por un lado, la Administración Trump favorecerá los acuerdos bilaterales, a los que consideran más ventajosos para sus intereses. Desde cierto punto de vista, esta prerrogativa expone un importante cambio de eje en relación a políticas comerciales anteriores; en un segundo plano, lo que Estados Unidos buscará es potenciar su propia economía interna -medida que, sin lugar a dudas, consolidará el poder de negociación de Washington.
Invariablemente, el ámbito de las negociaciones internacionales se tornará bastante más exigente, exigiendo niveles de profesionalismo dignos del primer mundo. Si la tendencia termina siendo reproducida por otras naciones, las relaciones bilaterales remplazarán a los acuerdos multilaterales -variante que resulta más conveniente para economías que se exhiben seguras de sí mismas, y de sus propias capacidades.
En el corto plazo, el escenario de referencia habrá de compartir los siguientes efectos: una caída de los volúmenes exportados hacia Estados Unidos; una reducción en el flujo de capitales desde ese país; una reducción en el nivel de inversiones extranjeras (que ya están siendo reorientadas hacia suelo estadounidense); y una mayor competencia internacional.
¿Cómo hacer frente al nuevo estado de situación? Las respuestas no comportan novedad: será necesario poner la economía en orden; tomarse en serio el desarrollo de un mercado interno que se vea acompañado de un crecimiento tan saludable como sustentable; definir -de una vez por todas- un perfil de país; atraer divisas diversificando exportaciones y mercados; y, por sobre todo, postular a profesionales creíbles y de trayectoria en áreas tales como planificación, estrategia y negociaciones (nodos críticos que jamás deberán quedar, conforme se ha hecho tradicionalmente, en manos de políticos y burócratas de oportunidad).
Naturalmente, la proposición antes esbozada demandará cambios profundos en una economía en la cual todo gran 'empresario' se ha acostumbrado a lucrar con el Estado y sin competencia alguna. Esta suerte de hombres de empresa han navegado siempre en medio de mercados cautivos y sobrevalorados, con una infraestructura tecnológica y de comunicaciones destruída -todo ello, condimentado con una burocracia tan ineficaz como complaciente.
La conclusión es que las economías nacionales enfrentan ahora los mismos desafíos que las empresas privadas, a nivel global. Los veloces cambios -motorizados por la tecnología, redes sociales, etcétera- exigen un cambio de paradigma y de pensamiento, y que éste cambio se vea acompañado de planteos estratégicos frescos. Los modelos exitosos habrán de invertir tiempo y esfuerzos en la capacidad de obtención y análisis de información, el desarrollo de estrategias cortas y flexibles -específicas, pero integradas-; habrán de aglutinar sus estrategias en torno de recursos humanos idóneos. Precisamente, todo lo cual el amiguismo político jamás ha podido aportar.
Al cierre, será prioritario ordenar el sector productivo local, adecuar políticas públicas -especialmente reintegros, retenciones e impuestos-, y corregir el clásico problema de la distorsión en los precios relativos. El Estado deberá comprender que, al igual que en los negocios privados, podrá ingresar más utilidades cuando el mercado crezca.
El país necesitará adoptar un mensaje claro hacia la comunidad internacional; no podrá subsistir si no reconvierte sus modos a los de un comprador y proveedor confiable. Este enfoque, desde luego, precisará de coherencia y consistencia. No existe otro camino, si de lo que se trata es de generar la credibilidad necesaria con miras a reforzar la posición negociadora de la República Argentina en el orden internacional que hoy comienza a cobrar forma.
* El autor, Daniel Kan, es consultor especializado en temas estratégicos y negociaciones internacionales. Ha residido en el exterior los últimos treinta años; exhibe una amplia experiencia en los sectores público y privado, y ha asesorado a gobiernos de la Unión Europea.
Todo parece indicar que Estados Unidos comenzará a centrarse en sí mismo; en términos económico-comerciales, ello implica que, entre otras cosas, se dará un fuerte espaldarazo a los productores locales, promoviéndose el trademark 'Made in the U.S.A.'.
Adicionalmente, la consecuencia directa de las nuevas medidas remite a inevitables limitaciones al ingreso de productos importados, a la revisión de tratados internacionales (que serían reemplazados por acuerdos bilaterales; en tal sentido, ya se habla de un acuerdo de libre comercio con la Gran Bretaña), y a la captación de inversión extranjera directa. Tal como sucediera años atrás con las automotrices japonesas, si se pretende acceder al mercado estadounidense, pues entonces habrá que fabricar en ese país -esto es, ofrecer empleo a ciudadanos de Estados Unidos.
En su pronóstico de comienzos de 2017, el FMI apuntó que la economía mundial apuntalaría su ritmo de crecimiento en un 3.4 por ciento este año, y en un 3.6 por ciento en 2018. La clara excepción será América Latina. El FMI debió revisar a la baja sus proyecciones previas para Latinoamérica, concluyendo que la la región apenas crecerá un 1.2 por ciento en el año en curso, y un 2.1 por ciento hacia 2018. El crecimiento del PBI será más lento en Brasil y la Argentina.
Con todo, no sería justo ni oportuno atribuir nuestros problemas económicos al 'Efecto Trump'. Ya numerosas economías de Latinoamérica, entre ellas Argentina y Brasil, han reprimido sus propios índices de crecimiento como resultado de la implementación de sus propias políticas erradas -en modo alguno atribuíbles a factores externos.
La reorientación de una de las economías más grandes del mundo comparte una lección, a saber, demuestra que el antiguo modelo de sustitución de importaciones se exhibe inútil como estrategia de fortalecimiento económico de largo plazo. Las proposiciones de Trump no ameritarían ser catalogadas de proteccionistas, sino de pragmáticas.
¿Qué implica este novedoso escenario para la República Argentina?
Por un lado, la Administración Trump favorecerá los acuerdos bilaterales, a los que consideran más ventajosos para sus intereses. Desde cierto punto de vista, esta prerrogativa expone un importante cambio de eje en relación a políticas comerciales anteriores; en un segundo plano, lo que Estados Unidos buscará es potenciar su propia economía interna -medida que, sin lugar a dudas, consolidará el poder de negociación de Washington.
Invariablemente, el ámbito de las negociaciones internacionales se tornará bastante más exigente, exigiendo niveles de profesionalismo dignos del primer mundo. Si la tendencia termina siendo reproducida por otras naciones, las relaciones bilaterales remplazarán a los acuerdos multilaterales -variante que resulta más conveniente para economías que se exhiben seguras de sí mismas, y de sus propias capacidades.
En el corto plazo, el escenario de referencia habrá de compartir los siguientes efectos: una caída de los volúmenes exportados hacia Estados Unidos; una reducción en el flujo de capitales desde ese país; una reducción en el nivel de inversiones extranjeras (que ya están siendo reorientadas hacia suelo estadounidense); y una mayor competencia internacional.
¿Cómo hacer frente al nuevo estado de situación? Las respuestas no comportan novedad: será necesario poner la economía en orden; tomarse en serio el desarrollo de un mercado interno que se vea acompañado de un crecimiento tan saludable como sustentable; definir -de una vez por todas- un perfil de país; atraer divisas diversificando exportaciones y mercados; y, por sobre todo, postular a profesionales creíbles y de trayectoria en áreas tales como planificación, estrategia y negociaciones (nodos críticos que jamás deberán quedar, conforme se ha hecho tradicionalmente, en manos de políticos y burócratas de oportunidad).
Naturalmente, la proposición antes esbozada demandará cambios profundos en una economía en la cual todo gran 'empresario' se ha acostumbrado a lucrar con el Estado y sin competencia alguna. Esta suerte de hombres de empresa han navegado siempre en medio de mercados cautivos y sobrevalorados, con una infraestructura tecnológica y de comunicaciones destruída -todo ello, condimentado con una burocracia tan ineficaz como complaciente.
La conclusión es que las economías nacionales enfrentan ahora los mismos desafíos que las empresas privadas, a nivel global. Los veloces cambios -motorizados por la tecnología, redes sociales, etcétera- exigen un cambio de paradigma y de pensamiento, y que éste cambio se vea acompañado de planteos estratégicos frescos. Los modelos exitosos habrán de invertir tiempo y esfuerzos en la capacidad de obtención y análisis de información, el desarrollo de estrategias cortas y flexibles -específicas, pero integradas-; habrán de aglutinar sus estrategias en torno de recursos humanos idóneos. Precisamente, todo lo cual el amiguismo político jamás ha podido aportar.
Al cierre, será prioritario ordenar el sector productivo local, adecuar políticas públicas -especialmente reintegros, retenciones e impuestos-, y corregir el clásico problema de la distorsión en los precios relativos. El Estado deberá comprender que, al igual que en los negocios privados, podrá ingresar más utilidades cuando el mercado crezca.
El país necesitará adoptar un mensaje claro hacia la comunidad internacional; no podrá subsistir si no reconvierte sus modos a los de un comprador y proveedor confiable. Este enfoque, desde luego, precisará de coherencia y consistencia. No existe otro camino, si de lo que se trata es de generar la credibilidad necesaria con miras a reforzar la posición negociadora de la República Argentina en el orden internacional que hoy comienza a cobrar forma.
* El autor, Daniel Kan, es consultor especializado en temas estratégicos y negociaciones internacionales. Ha residido en el exterior los últimos treinta años; exhibe una amplia experiencia en los sectores público y privado, y ha asesorado a gobiernos de la Unión Europea.