Argentina: emisión, ahorro, endeudamiento y patrón oro
Nos encontramos ante una grave disyuntiva, y difícil de elegir una de ambas.
Nos encontramos ante una grave disyuntiva, y difícil de elegir una de ambas.
Primero, se pide que bajen los impuestos. Pero, por otra parte, se piden obras públicas para emplear gente y que, al mismo tiempo, se mantenga el personal del Estado y los gastos que -obviamente debido a la inflación- han de subir.
Cada peso que se invierta en obra pública proviene de un peso sacado a los ciudadanos vía impositiva. El Estado no tiene otro recurso que el que emana de la exacción impositiva. A no ser que se crea que, emitiendo moneda sin respaldo, se habrá de contar con billetes para pagar aquella obra pública. Este es un método peor aún, y hoy estamos pagando las consecuencias -tal como tantas veces en el pasado las hemos pagado.
Creo que hoy muchos pretenden que se siga un camino equivocado: hablan de posibilitar y aumentar los créditos (precisamente, lo que ha provocado la debacle mundial). Se ha dicho con frecuencia, en forma más que reiterada, que el gobierno, la industria y el comercio de todo tipo se basan en el crédito. Sin crédito, sin préstamos, sin solicitudes de dinero, pequeñas, medianas y masivas, los negocios se desintegrarían y la civilización se marchitaría.
Sin embargo, son cada vez más los que creen que el pedir prestado y el déficit financiero son una locura, y han eclipsado toda razón. Reconozco que estoy entre los críticos de vivir de prestado.
Esto es especialmente verdad en lo que a gobiernos se refiere, y a eso debemos prestar especial atención para saber si se saldrá de la crisis o si, en contrario, la misma se acentuará. Tomemos el ejemplo de Estdos Unidos; ese país ha acumulado una montaña enorme de deudas, mucho más allá de su capacidad de pago. Peor aún es que EE.UU. pretende seguir con esa política sin freno. Otros gobiernos están en iguales o peores condiciones. Este es el verdadero motivo de la inflación, que carcome todos los cimientos, y el descenso o devaluación de las monedas en todo el mundo -escenario en el cual no somos una excepción.
La Argentina está inmersa en el mundo, pese a que algunos pretendan desconocerlo.
En el año 1978, Estados Unidos exhibía una deuda de un billón de dolares. Hoy -treinta años después-, esa deuda asciende 2,7 billones de dólares. Prácticamente, se ha triplicado. La deuda nacional de aquel entonces ascendía a 200 mil millones; creció en un porcentaje similar.
En una extensión enorme, la abrumadora deuda gubernamental es igualada por una deuda corporativa pantagruélica. Y, en un plano financiero más bajo, millones de personas que siguen ejemplos establecidos nacionalmente, han asumido pesadas deudas que no pueden pagar.
No es posible soslayar este problema problema no lo podemos soslayar y por la inflación, por el aumento de precios, por el aumento del desempleo que se vienen, por despidos, suspensiones, etc. muchísimo han de engrosar las listas de los que no podrán pagar sus deudas.
El problema del mundo es lisa y llanamente un problema monetario.
Otro ejemplo: desde la salida de la convertibilidad con el oro y con la aparición del funesto Banco Central de la República Argentina, la Argentina ha visto su moneda devaluada 10 billones de veces, con el agregado de trece ceros. En algún punto del camino -ya fuere nacional, corporativa o individualmente-, hemos extraviado la costumbre del ahorro y del buen gobierno; hemos hecho a un lado la posibilidad de equilibrar lo que gastamos con lo que ganamos, y de contemplar las deudas dentro de límites racionales.
¿Cómo es posible regresar a la sana costumbre del ahorro, si los gobiernos siguen imprimiendo billetes sin control y quitándole valor adquisitivo al mismo día a día? Existe un camino para salir de la crisis, aunque vale reconocer que es extremadamente difícil y complicado en su recorrido. En la naturaleza de los tiempos, los depósitos de ahorros, más que cualquier otra actividad monetaria, representan la prudencia financiera.
Nacional e individualmente, necesitamos, ahora más que nunca, mayor prudencia. El único modo de alcanzarla es a través de enormes aumentos de los ahorros. Sin embargo, para ello se necesita retornar a la moneda sana (respaldo oro) y, así, limitar al máximo los desbordes del Estado, en nuestro caso, del gobierno central. Insisto: si volver a los ahorros es prudente, el regreso a una moneda sana es lo más sensato. Sin este paso fundamental, el ahorro es imposible porque, ¿para qué alguien almacenaría montones de papeles que con el tiempo se volverían inservibles?
Se repite que el proceso económico es demasiado 'complicado' pero, en definitiva todo se trata de economía doméstica, a gran escala. Los supuestos vericuetos, las ofuscaciones y las sinuosidades son un bosquecillo imaginario. No existen en realidad.
La economía ha sido complejizada adrede por políticos compradores de votos, manipuladores y economistas que tienen enfermedades de Keynes. Juntos, emplean a un curandero mistificador para ocultar lo que están haciendo y lo que han hecho. A lo que más temen estos personajes desaprensivos es a un simple escrutinio de sus actividades, bajo la lupa sencilla y contundente del sentido común. Porque lo que ellos -en su mayoría, políticos- han creado, es un Himalaya de deudas que ni nosotros ni nuestros tataranietos podremos pagar jamás. Por otro lado, han impreso como papel higiénico una cantidad de billetes, desvalorizando nuestra moneda, especialmente los honrados pesos moneda nacional respaldados por oro que alguna vez tuvimos los argentinos y que nos permitía decir con certeza 'Nuestro peso valía como el oro'.
Podemos decir que tranquilamente nuestro peso ha sufrido constantemente de una mongolización. ¿Qué significa esto? El papel moneda y la inflación fueron creados por los chinos.
El primer caso de inflación que se recuerda se remonta al siglo XIII, cuando el emperador mongol Kublai Kan no pudo pagar a sus soldados en monedas y, debido a ello, utilizó un pedazo de madera impreso para producir moneda militar. Desgraciadamente, se imprimió tanto que pronto esa moneda perdió su valor.
Como un vaso de agua para un deshidratado y moribundo caminante, la solución está pronta y al alcance, como siempre lo ha estado y siempre lo estará. El oro como base, una vez más, para los sistemas monetarios. El oro es el más antiguo bastión de la integridad monetaria; es la única fuente incorruptible de la disciplina fiscal.
Los políticos no pueden imprimir ni falsificar oro -ni desvalorizarlo en forma alguna. Dado su suministro seriamente limitado, el oro establece su propio valor real y eterno. Dado su valor consistente, al ser base del dinero, protege los ahorros de todas las personas, impidiendo que éstas sean saqueadas por bribones, corruptos e incompetentes que ocupan cargos públicos.
Desde hace ya siglos, el oro ha demostrado que: 1) sin él como base monetaria, la inflación es inevitable, y a ello le sigue la anarquía (de la cual no estamos demasiado lejos); 2) con el oro, la inflación puede ser disminuída y curada; puede recuperarse la estabilidad.
La alternativa de no regresar al oro coincide, simplemente, con la desintegración fiscal y la desintegración política de las naciones -incluída la nuestra. Hace tiempo que sostenemos que el debate que los argentinos nos debemos es si deseamos ser unitarios o federales. La totalidad de las ciudades de la República Argentina son hoy insolventes. Mar del Plata, por ejemplo, haya ya meses que debe aguardar siempre por el gobierno provincial para poder abonar salarios en el sector público. Ni qué decir de la Provincia de Buenos Aires en general.
Y todo tiene una causa común: el gobierno central debe a las provincias, y no les paga. Las provincias deben a los municipios y, si no cobran del gobierno central, no les pueden girar a ellos.
La alternativa es mucho más grande que discutir unitarios o federales; la alternativa que se nos está presentando ahora y que no tardará mucho en estallar consigna que: deben quebrar las ciudades y también las provincias -por lo tanto, el país.
O bien habremos de elegir el mal mucho menor: la quiebra del gobierno central, el cual deberá reducirse al máximo (contando, a lo mucho, con un puñado de ministerios) y, de esa manera, salvemos al resto del país.
Lo cierto es que no hay mayor margen para la discusión; es poco también el tiempo para decidirlo. Fundamentalmente, todo individuo cuya aspiración superior y definitiva era convertirse en empleado del Estado para nunca hacer nada y cobrar bien eternamente, deberá -en un futuro muy cercano- replantear su vida si se propone seguir viviendo; pero no más a costa del resto.
* En memoria de mi amigo Rodolfo (Tután)
* Osvaldo José Capasso -autor invitado- es Abogado (Universidad de Buenos Aires) | Su correo electrónico: osvaljo01@hotmail.com