Narcomenudeo y economía de la aniquilación
El narcomenudeo parece dar forma, en muchas personas, a la etapa final de la adicción.
12 de Marzo de 2017
(...) La enfermedad me maneja... Hago cualquier cosa para tener drogas.
Paciente en recuperación.
Paciente en recuperación.
* * *
El narcomenudeo parece dar forma, en muchas personas, a la etapa final de la adicción. Es la esencia de la multiplicación de la oferta: el propio consumidor -ya en estado dependiente- se convierte en eslabón de un negocio que comienza en una plantación o en un laboratorio de productos ilegales, y termina en una isla tropical bancaria de lavado de activos, pasando por diversas manos no exentas del poder dedicadas al control poblacional. Así, se convierte en parte del engranaje al propio paciente; éste, al desear imperativamente la dosis, es a la vez pasador de la misma con un retorno o plus que le sirve para potenciar su decadencia personal. Desde mediados del 2015, se percibe en todos los barrios la presencia de vendedores (cinco de cada diez hogares perciben venta en su vecindario, afirma el Observatorio Social UCA). Solo el 25 % de los hogares con problemas de drogas consulta médicamente; muchos no demuestran estar informados sobre la enfermedad -todo lo cual comulga con la ausencia de políticas preventivas (abandonadas desde inicios de la década).
En la actual época de profunda crisis en la cultura del trabajo, en parte por la crisis del aparato productivo y en parte debido a falta de difusión de mensajes coincidentes con el esfuerzo y la tenacidad, surge ahora el hombre apatizado, desescolarizado y con familias en estado de ausencia (o de declarada inexistencia) en su función de preparar a una persona para la vida. Este fenómeno no solo se da en barrios carenciados, sino también en exclusivos countries. Los fetiches son diferentes (objetos prestigiados), pero los caracteres del abandono son idénticos. Con abandono, no surge una persona, conforme el déficit de transmisiones afectivas y de valores potencia la inadaptación y la desesperanza.
La crisis de la noción de la cultura del trabajo -siendo el esfuerzo, en muchos casos, sobornado por el poder de turno- se asocia también a la crisis de la noción de empresa privada para el bien común. Surge el concepto de que toda empresa es explotación del hombre por el hombre cuando, precisamente, la cultura empresarial dio lugar al mundo moderno en sus formatos más superadores. Surgen, con furia, las empresas ilegales -incluso en el propio núcleo familiar. El narcomenudeo se transforma, entonces, en empresa familiar -y así lo vemos en nuestros consultorios. En GRADIVA, familias enteras se acercan para internarse. La economía productiva queda suplantada por la economía de la aniquilación. Es el padre que le vende al hijo para el menudeo. El padre es quien entrega a su propia mujer en un allanamiento, para luego él seguir en su negocio ilegal. El otro hijo se cobra venganza de su propio padre. Conforme comentábamos la pasada semana, la República Oriental del Uruguay -que apostó a la legalización de la marihuana- hace frente ahora al problema del aumento global del consumo de esta droga en la región, haciéndose acreedor del primer puesto entre las naciones con más consumidores de cocaína en América Latina. Hoy día, existen dos proveedores: el Estado, por un lado, y novedosas bandas que surgen para saciar la voracidad creciente, por el otro. Los legisladores uruguayos se han olvidado del cerebro en su propia legislación: lo cierto es que, al alterar zonas bien especificadas del sistema nervioso, la marihuana se convierte en un escalón para otras drogas (Informe JIFE, Naciones Unidas). Mientras tanto, en Colombia se ha registrado un incremento notable en la producción global de cocaína; los responsables precisan de mano de obra esclava para la distribución y la propaganda barrial.
Producción masiva de 'Nadies'
La economía de la aniquilación emplea a diversos rubros; éstos dejan de ser productivos y pasan a ser cultivadores de muerte: existen remiserías enteras en donde la totalidad de los conductores consume, hace 'delivery' y costean su propio consumo con venta propia; se conoce de agentes de Aduana comprometidos en 'mirar' para otro lado; de miembros de las Fuerzas de Seguridad igualmente complicados en el consumo, también partícipes de esta aniquilación colectiva. Naturalmente, también se conoce de casos de políticos consumidores y que, al mismo tiempo, costean con su influencia el propio consumo. Podríamos calificar a esta epidemia, en sus múltiples variantes, como una narcosis colectiva.
Así, por ejemplo, en una manzana de un barrio, se cuentan por año los jóvenes o adultos desaparecidos por el consumo y el narcomenudeo ya que, al representar el eslabón más débil, quedan a tiro de cualquier bala. Estos jóvenes, policías, remiseros, abogados (que perciben pagos en sustancias), agentes de Aduana, etcétera han surgido del vacío que nos rodea. Del vacío de sentido y de las profundas carencias en la transmisión de valores. De ese mismo vacío, surgen tres réplicas ante la realidad: a) el nihilismo (no creer en nada); b) el conformismo (seguir lo que hace el otro sin crítica, y por imitación); y, c) el cinismo (desconfiar y reírse de cualquier compromiso valedero).
¿Para qué esforzarse en algo más que el acto del consumo y en la venta? Nihilismo, conformismo y cinismo se unen en un conato de expresión cultural de devastación de las propias bases de una sociedad. El acto sucesivo de consumo y venta es la limitación misma del sujeto, incluso en lo neurológico -por cuanto las actividades corticales superiores no actúan y termina reinando el automatismo. Se asiste a sociedades que se desvanecen en su deseo de autoaniquilación y a un espectáculo en donde personas comienzan un proceso de 'dementización', malográndose precozmente. Son individuos que se devoran a sí mismos; el conjunto del universo sociofamiliar se degrada, y se desmorona.
La repetición de lo mismo hasta el infinito lleva a un tiempo sin futuro ni porvenir: reina la desesperanza. La 'novedad' es la búsqueda en la Villa, esperar la moto de reparto o el chat de la mercadería parar llevar. La monotonía de la vida aparece mientras se va hundiendo en su propia devoración. Desaparece como persona; se es uno más en un anonimato: un desaparecido sin nombre o lo que llamamos un 'nadie' en esta etapa de la cultura ('name-less', como el nuevo tipo de 'home-less').
Desde una perspectiva más amplia, se anulan el capital humano y social de una comunidad y, por ende, del país entero.
Surgen nuevos 'ghettos' de felicidad ilusoria en barrios, esquinas, countries, boliches; todos ellos, apartados de la vida auténtica, y portadoras de una narcocultura de dominación con múltiples propagandistas, mientras la muerte, cual sombra, los persigue. Tiempo más tarde, el poder del consumo adictivo se asocia al poder de la venta de la mercancía, a cambio de moneda para adquirir más mercancía. Se asiste al ciclo cerrado de un capitalismo de la aniquilación social. El poder político, en ocasiones, no advierte el alcance del nuevo poder en expansión; todavía parece creer, de acuerdo a una forma de adicción al poder, que puede valerse o usar de este narcopoder para acceder al poder. Así las cosas, se configura la variante más alientnate de aniquilación de la sociedad -no representan novedad las investigaciones de prensa que refieren a la contribución monetaria de narcotraficantes a campañas de dirigentes políticos.
El narcomenudeo se respalda (al igual que toda vertiente de la narcocultura) en el dominio del silencio, la complicidad y el secreto. La traición a estas reglas se paga con la muerte propia, o la de algún familiar. Es otra Ley que no responde a las Tablas de Moisés; la ciudad santafesina de Rosario, por ejemplo, es rehén de un baño de sangre entre Los Monos y otras bandas. Los combates entre ellas han recrudecido en las últimas semanas. En las estructuras de poder de Los Monos, el adicto empleado por ellos desempeña un rol central en las operaciones, particularmente en los diferentes 'bunkers' de venta.
* Foto de portada: homicidio atribuído a Los Monos en Rosario | Crédito: MinutoUno.com
Así, por ejemplo, en una manzana de un barrio, se cuentan por año los jóvenes o adultos desaparecidos por el consumo y el narcomenudeo ya que, al representar el eslabón más débil, quedan a tiro de cualquier bala. Estos jóvenes, policías, remiseros, abogados (que perciben pagos en sustancias), agentes de Aduana, etcétera han surgido del vacío que nos rodea. Del vacío de sentido y de las profundas carencias en la transmisión de valores. De ese mismo vacío, surgen tres réplicas ante la realidad: a) el nihilismo (no creer en nada); b) el conformismo (seguir lo que hace el otro sin crítica, y por imitación); y, c) el cinismo (desconfiar y reírse de cualquier compromiso valedero).
¿Para qué esforzarse en algo más que el acto del consumo y en la venta? Nihilismo, conformismo y cinismo se unen en un conato de expresión cultural de devastación de las propias bases de una sociedad. El acto sucesivo de consumo y venta es la limitación misma del sujeto, incluso en lo neurológico -por cuanto las actividades corticales superiores no actúan y termina reinando el automatismo. Se asiste a sociedades que se desvanecen en su deseo de autoaniquilación y a un espectáculo en donde personas comienzan un proceso de 'dementización', malográndose precozmente. Son individuos que se devoran a sí mismos; el conjunto del universo sociofamiliar se degrada, y se desmorona.
La repetición de lo mismo hasta el infinito lleva a un tiempo sin futuro ni porvenir: reina la desesperanza. La 'novedad' es la búsqueda en la Villa, esperar la moto de reparto o el chat de la mercadería parar llevar. La monotonía de la vida aparece mientras se va hundiendo en su propia devoración. Desaparece como persona; se es uno más en un anonimato: un desaparecido sin nombre o lo que llamamos un 'nadie' en esta etapa de la cultura ('name-less', como el nuevo tipo de 'home-less').
Desde una perspectiva más amplia, se anulan el capital humano y social de una comunidad y, por ende, del país entero.
Surgen nuevos 'ghettos' de felicidad ilusoria en barrios, esquinas, countries, boliches; todos ellos, apartados de la vida auténtica, y portadoras de una narcocultura de dominación con múltiples propagandistas, mientras la muerte, cual sombra, los persigue. Tiempo más tarde, el poder del consumo adictivo se asocia al poder de la venta de la mercancía, a cambio de moneda para adquirir más mercancía. Se asiste al ciclo cerrado de un capitalismo de la aniquilación social. El poder político, en ocasiones, no advierte el alcance del nuevo poder en expansión; todavía parece creer, de acuerdo a una forma de adicción al poder, que puede valerse o usar de este narcopoder para acceder al poder. Así las cosas, se configura la variante más alientnate de aniquilación de la sociedad -no representan novedad las investigaciones de prensa que refieren a la contribución monetaria de narcotraficantes a campañas de dirigentes políticos.
El narcomenudeo se respalda (al igual que toda vertiente de la narcocultura) en el dominio del silencio, la complicidad y el secreto. La traición a estas reglas se paga con la muerte propia, o la de algún familiar. Es otra Ley que no responde a las Tablas de Moisés; la ciudad santafesina de Rosario, por ejemplo, es rehén de un baño de sangre entre Los Monos y otras bandas. Los combates entre ellas han recrudecido en las últimas semanas. En las estructuras de poder de Los Monos, el adicto empleado por ellos desempeña un rol central en las operaciones, particularmente en los diferentes 'bunkers' de venta.
* Foto de portada: homicidio atribuído a Los Monos en Rosario | Crédito: MinutoUno.com