ESTADOS UNIDOS: PHILIP GIRALDI

¿Golpe blando, o preservar la democracia?

Algo está sucediendo aquí -aunque no queda claro el qué.

14 de Marzo de 2017

Los estadounidenses, durante mucho tiempo, hemos ponderado a los golpes de Estado como turbulencias políticas indeseables que solían afectar a naciones en el Africa, en Asia o en América Latina, episodios en donde los gobiernos eran cambiados por fuerza antes que por los votos. En las últimas semanas, los comentaristas políticos han comenzado a utilizar esa palabra al describir la serie de eventos que dieron inicio en el verano pasado, bajo el argumento de que, de alguna manera, Rusia estaba interfiriendo en nuestra elección nacional, para beneficiar a un candidato. A los efectos de estar seguros, nadie espera que las fuerzas armadas del país marchen hacia la Casa Blanca para eyectar a Donald Trump, pero algunos comentaristas están sugiriendo que un ambiete político está siendo generado deliberadamente y que éste, o bien hará imposible para Trump gobernar -si acaso las piezas se uniesen convenientemente- y que tal ambiente genere las condiciones para un juicio político (impeachment). Conforme aquellos que podrían estar promoviendo tal cambio de régimen son civiles que no se respaldarán en una insurrección armada, podría ser correcto referirse a ellos como protagonistas de un 'golpe blando' o de un accionar 'clandestino'. El autor y conductor radial Mark Levin se refiere a esto como un 'golpe silencioso'.

Ya se trate de un golpe o de una réplica política legítima, ello dependerá de qué lado de la cerca Usted se pare. Existen dos narrativas que compiten, y existe un área considerablemente gris en el medio, dependiendo de qué es lo que termine siendo cierto. Una narrativa -la que proviene del sector de Trump- refiere que el presidente Obama utilizó la inteligencia y las fuerzas de seguridad del país, sumadas a filtraciones juiciosas de información clasificada a los medios para sabotear a Trump, durante la campaña y después. Esto fue llevado a cabo, en general, por afirmaciones maliciosas sobre los allegados a la campaña, vinculándolos con actividades criminales e incluso sugiriendo que habían sido subvertidos para respaldar intereses rusos. Al día de la fecha, ninguna de las afirmaciones del estilo 'candidato manchuriano' ha hallado eco en evidencias, puesto que no son ciertas. La intención de la campaña Obama/Clinton es explicar la derrota electoral en términos aceptables para el Partido Demócrata, con la meta de obstaculizar y deslegitimar a la nueva Administración, y lograr la renuncia o bien el juicio político de Donald Trump. En todo aspecto y propósito, es un golpe -sin intervención militar- conforme busca dar buelta una elección absolutamente legal y constitucional.

El punto de vista opuesto es que los vínculos del equipo de Trump con Rusia constituyen una amenaza existencial contra la seguridad, que los rusos en efecto robaron información relevante a la campaña, que se involucraron directamente en el comicio para desacreditar a la democracia estadounidense y elegir a Trump, y que ahora se beneficiarán de ese proceso -dañando, en el proceso, a nuestro país y a sus intereses. La actividad de los adversarios llevada a cabo desde la elección es necesaria, diseñada para asegurarse de que el nuevo presidente no altere ni elimine los registros documentales en archivos de inteligencia que tienen que ver con lo que sucedió, y que limiten la capacidad de Trump para cometer errores de importancia en cualquier recalibración de las relaciones con Moscú. En resumen, Trump sería un hombre peligroso que podría estar durmiendo con una potencia enemiga, y que debe ser vigilado y restringido desde cerca. Hacerlo es necesario para preservar nuestro sistema democrático.

Esto es lo que conocemos al día de la fecha, descripto cronológicamente:

Golpe a TrumpLas fuentes, en su totalidad, coinciden en que, a comienzos de 2016, el FBI desarrolló un interés en un servidor de Internet situado en la Torre Trump, respaldado en afirmaciones sobre posible actividad criminal, que en este caso podría remitir a sospechas sobre el involucramiento de la mafia rusa. El interés el el servidor derivó de un aparente vínculo entre el Alfa Bank de Moscú y, posiblemente, de otro banco ruso, cuyos metadatos (presuntamente recolectados por el FBI o por la NSA) exhibieron comunicaciones frecuentes y de alto volumen en dos vías. No está claro si un pedido para obtener una orden judicial criminal estándar fue presentado y aprobado, o bien utilizado eventualmente pero, de acuerdo con el New York Times, el FBI, de alguna manera, determinó que el servidor no exhibía 'propósitos funestos de ningún tipo' y que probablemente fue utilizado para acciones de marketing o bien para generar spam.

El examen del servidor solo fue una porción de lo que estaba sucediendo, informando el New York Times también que, 'durante gran parte del verano, el FBI buscó efectuar una investigación más amplia sobre el rol ruso en la campaña presidencial estadounidense. Los agentes examinaron a consejeros cercanos a Trump, buscaron conexiones financieras con personeros de las finanzas en Rusia, buscaron a aquellos involucrados en el pirateo informático de las computadoras de los Demócratas...'. El artículo también apuntó que 'los simpatizantes de Hillary Clinton presionaron para que estas investigaciones se llevaran a cabo', lo cual claramente fue respaldado por el presidente Obama.

En junio, cuando Trump iba a ser nominado, algunas fuentes afirman que el FBI buscó contar con una orden judicial de parte de un juzgado FISA (Acta de Vigilancia sobre Inteligencia Extranjera, Foreign Intelligence Surveillance Act), a los efectos de intervenir el mismísimo servidor de la Torre Trump, y recolectar información sobre los usuarios estadounidenses del sistema. Las órdenes FISA se refieren a la investigación sobre agentes extranjeros, pero también permiten la recolección inadvertida de información sobre los pretendidos contactos estadounidenses del sospechoso. En este caso, se informó que el apellido 'Trump' fue parte de la requisición. Aún cuando las órdenes FISA suelen ser aprobadas, éste requerimiento fue rechazado, por ser demasiado amplio en su planteo.

También en el verano pasado, un dossier sobre Trump -compilado por el ex oficial de inteligencia británico- Christopher Steele fue comisionado inicialmente por un enemigo Republicano de Trump, para luego ser utilizado y pagado por el Comité Nacional Demócrata, y comenzó a circular en Washington, toda vez que no llegó a los medios de comunicación hasta el mes de enero. El dossier estaba siendo elaborado en junio y, conforme lo relatado por una fuente, fue entregado al FBI en Roma por el propio Steel  en julio. Más tarde, llegó a manos de John McCain en noviembre, y fue presentado al Director del FBI, James Comey, para que tome medidas sobre el particular. El material contenía afirmaciones serias pero sin sustancia sobre las conexiones de Trump con Rusia, en su época de hombre de negocios. Asimismo, incluyó detalles sobre ciertos bizarros escapes sexuales.

Más o menos en la misma época, la campaña de Clinton echó mano de un esfuerzo de magnitud para vincular a Trump con Rusia, como vía para desacreditarlo a él y a su campaña, y para eludir las revelaciones vinculadas a maniobras inapropiadas de campaña originadas en WikiLeaks. Hacia fines de agosto, Harry Reid (líder por la minoría en el Senado), escribió una misiva a Comey, exigiendo que las 'conexiones entre el gobierno ruso y la campaña presidencial de Trump' sean investigadas. En septiembre, la Senadora Dianne Feinstein y el Representante Adam Schiff, de los comités de Inteligencia del Senado y la Cámara respectivamente, acusaron públicamente a los rusos de interferir en la elección, 'respaldados en los informes recibidos por ambos'.

En octubre, algunas fuentes refieren que el FBI volvió a enviar un requerimiento para obtener una orden FISA, afinando el lápiz en el escrito y excluyendo a Trump, pero apuntando que el servidor estaba 'posiblemente relacionado' con la campaña de Trump. El requerimiento fue aprobado, y el monitoreo del servidor bajo argumentos de seguridad nacional antes que por cuestiones que hacen a investigaciones criminales podría haber dado comienzo. Téngase presente que Trump ya era el nominado por el Partido Republicano, y que el país estaba a pocas semanas de la elección, y, posiblemente, Trum se refería a ésto cuando expresó su furia contra el gobierno, anunciando que había 'intervenido' a la Torre Trump, bajo órdenes de la Casa Blanca.

Trump tiene la razón cuando señaló que era 'intervenido', dado que la NSA básicamente registra prácticamente todo. Pero, como presidente, debió saber eso y, presuntamente, lo aprueba.

Muchas otras fuentes descartan el relato de la intervención, al menos en la forma que aquélla fue presentada en los medios. El ex Director Nacional de Inteligencia, James Clapper, 'negó' el 5 de marzo que hubiese existido una orden FISA que autorizaba el monitoreo del servidor en Torre Trump. Expresó Clapper que jamás había existido ningún tipo de vigilancia sobre Torre Trump, 'en su conocimiento' porque, si hubiese existido tal orden, él hubiese sido informado. Los críticos apuntaron inmediatamente que Clapper ya había mentido previamente en relación a asuntos de vigilancia, y su testimonio contradice a otra serie de evidencias, que sugieren que había una orden FISA, aunque ninguna de las fuentes parece estar al tanto de si fue utilizada realmente. El ex Fiscal de la Cámara de Representantes bajo la Administración George W. Bush, Michael Mukasey, ofreció una visión opuesta a la de Clapper, al afirmar que 'hubo monitoreo, y fue llevado a cabo bajo auspicios del... Departamento de Justicia, a través de un juzgado FISA'. El Director del FBI, Comey, también se metió de lleno en la discusión, afirmando -en lenguaje muy específico- que ninguna línea telefónica en la Torre Trump fue 'intervenida'.

La campaña tendiente a vincular a Trump con Rusia se vio incrementada en intensidad, para incluír expresiones de parte de múltiples directores actuales y retirados de agencias de inteligencia, que se pronunciaron sobre la realidad de la amenaza rusa, y sobre el peligro de elegir a un presidente que ignoraba esa realidad. Todo aquello culminó con la afirmación del ex Director Actuante de la CIA, Michael Morell, al respecto de que Trump era un 'agente inadvertido de la Federación Rusa'. Las agencias de inteligencia de Holanda y del Reino Unido recibieron, en apariencia, y de forma discreta, requerimientos en relación a inteligencia posiblemente peyorativa sobre los vínculos de la campaña de Trump con Rusia, y aquéllas replicaron proporcionando información detallada sobre reuniones en suelo europeo. Centenares de 'expertos' -autoproclamados entendidos en política exterior, pertenecientes al Partido Republicano- firmaron cartas en donde se oponían a la candidatura de Trump, y los medios de comunicación tradicionales se volvieron recurrentemente hostiles contra el empresario. Los Republicanos de mayor renombre rehusaron respaldar a Trump y algunos, como los Senadores John McCain, Marco Rubio y Lindsey Graham, citaron sus conexiones con Rusia.

El presidente Obama y la primera dama, asimismo, se unieron al fragor de la batalla a medida que la elección se acercaba, llevando a cabo una agresiva promoción de Hillary. El presidente Obama citó los 'elogios' de Trump hacia Vladimir Putin como 'alejados' de las normas estadounidenses.

Luego de la elección, el redoble de tambores sobre Trump y Rusia continuaron, e incluso se intensificaron. Se conoció un informe de 25 páginas, emitido por la Oficina del Director Nacional de Inteligencia el 6 de enero, intitulado 'Evaluación sobre las Actividades e Intenciones Rusas en las Recientes Elecciones Estadounidenses' (Assessing Russian Activities and Intentions in Recent US Elections). Cuatro días más tarde, esto fue seguido de la publicación de un informe de 35 páginas sobre Trump, compilado por el ex oficial de inteligencia británico Steele. El informe de ODNI ha sido criticado por la frecuencia de conjeturas y por quedarse corto en evidencias, mientras que el informe británico estaba lleno de especulaciones y, básicamente, no citaba fuentes. Cuando apareció por primera vez el dossier de Steele, se supuso que sería revisado en profundidad por el FBI pero, si acaso esto se hizo, no fue informado al público.

De igual manera, el 6 de enero, dos semanas previo a la asunción de Trump, se informó que Obama 'amplió los poderes de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA), para compartir comunicaciones personales interceptadas globalmente con otras 18 agencias de inteligencia del gobierno, previo a implementar protecciones privadas'. Esto facilitó la información peyorativa o especulativa sobre individuos que pudiere ser compartida o filtrada. El New York Times interpretó esto como una maniobra que buscó 'preservar' información relativa a la investigación de los vínculos de la campaña de Trump con Rusia. En este caso, la difusión amplia fue interpretada como un modo de evitar que fuese eliminada u oculta, habilitando la posibilidad de nuevas investigaciones.

Dos semanas más tarde, antes de la asunción del nuevo presidente, el New York Times informó que el FBI, la CIA, la NSA y el Departamento del Tesoro estaban investigando activamente a numerosos allegados a la campaña de Trump por sus vínculos con Rusia. Incluso se conocieron informes sobre un 'grupo interagencias que trabajaba para coordinar las investigaciones en el seno del gobierno'.

Las filtraciones a los medios del 8 de febrero revelaron que hubieron conversaciones telefónicas en diciembre entre el consejero designado de seguridad nacional Michael Flynn y el embajador ruso Sergei Kislyak, Las transcripciones fueron, en apariencia, filtradas por oficiales de carrera en la inteligencia que habían tenido acceso a información restringida de ese calibre, presuntamente elementos heredados de la Administración Obama, y Flynn eventualmente fue forzado a renunciar el 13 de febrero, por haberle mentido al Vicepresidente Mike Pence sobre los llamados telefónicos. Por lo que vale, algunos en la CIA, el FBI y el Departamento de Estado habían estado conversando abiertamente y reconociendo que oficiales de carrera estuvieron detrás de las filtraciones. El Departamento de Estado, según se ha informado, es particularmente anti-Trump.

Un día después, Flynn renunció. El Times citó a 'cuatro oficiales actuales y retirados', para argumentar que allegados a la campaña de Trump habían mantenido 'contactos reiterados con oficiales de inteligencia rusos', pero admitieron que no existía evidencia de que la campaña había acusado influencias por parte de los rusos en modo alguno.

La saga del Fiscal General Jeff Sessions, que apareció en los medios el 1ero. de marzo, todavía está en marcha. Sessiones está siendo acusado de mentir al Congreso en lo que hace a dos contactos con el embajador ruso. Nadie está diciendo que Sessions hizo nada inapropiado con Kislyak, y él niega haber mentido, argumentando que la pregunta fue ambigua, como lo fue su respuesta. Sessions ha coincidido en excusarse de cualquier investigación relativa a vínculos entre la campaña de Trump y Rusia.

Poco después, también el 1ero. de marzo, el New York Times publicó un artículo de importancia -que, en lo personal, evalúo como perturbador, dada su revelación relativa al poder ejecutivo. Rozó a Sessiones, pero se preocupó más por lo que estaba sucediendo entre Rusia y Trump. El texto fue titulado: 'La Administración Obama se Apresura a la Hora de Preservar la Inteligencia sobre el Pirateo Informático Ruso de la Elección' (Obama Administration Rushed to Preserve Intelligence of Russian Election Hacking). Se confirmó el involucramiento previo de un servicio de inteligencia europeo en la investigación Trump-Rusia y, asimismo, expuso la largamente sospechada intercepción de una agencia de inteligencia estadounidense de comunicaciones telefónicas de funcionarios rusos 'en el seno del Kremlin', revelando que habían estado en contacto con representantes de Trump.

El artículo del Times también describió como, a comienzos de diciembre, Obama había ordenado a la comunidad de inteligencia llevar a cabo una evaluación completa de actividades rusas vinculadas a la elección. Poco más tarde, las agencias de inteligencia, actuando bajo instrucciones de la Casa Blanca, movilizaban información clasificada sobre Trump y Rusia a través del sistema y la volcaban en documentos analíticos, de tal suerte que estos fueran accesibles para una mayor cantidad de lectores luego de la asunción de Trump mientras que, al mismo tiempo, enterraban las fuentes reales para volver difícil la acción de identificarlos o bien evaluar la confiabilidad de la información. Algo de esa información llegó incluso a aliados europeos de Estados Unidos. El Departamento de Estado, según se informara, envió un amplio volumen de documentos clasificados referidos a los intentos rusos de interferir en elecciones en todo el mundo, al Senador Ben Cardin, crítico conocido de Trump y de Rusia -ello también se hizo previo al Inauguration Day.

El artículo del Times afirmó, basándose en fuentes anónimas, que el presidente Obama no estaba involucrado directamente en los esfuerzos para recolectar y diseminar información sobre Trump y los rusos. Tales iniciativas, según se dijo, fueron conducidas por terceros, notablemente, ciertos funcionarios políticos designados por el gobierno de Obama que trabajaban en la Casa Blanca. Por mi parte, encuentro difícil de creer esta aseveración.

Las turbulencias en Capitol Hill se equiparan con las manifestaciones callejeras que condenaron a la Administración Trump, con gran parte del foco puesto en la supuesta conexión rusa. Las similaridades y la conveniencia de los eslóganes utilizados, las pancartas convocando a 'Resistir' y los hashtags de Twitter bajo la etiqueta #notmypresident han llevado a muchos a creer que, al menos, gran parte de la actividad estaba siendo financiada y organizada por organizaciones progresistas que querían echar a Trump. El nombre George Soros, multimillonario húngaro y prominente promotor de la democracia, suele salir a la luz con frecuencia. También se ha informado que Barack Obama ha montado una suerte de mesa de arena en su nuevo hogar en Washington, D.C., liderada por su ex consigliere Valerie Jarrett, con el objetivo de 'liderar el combate y la estrategia para derribar a Trump'. Y Hillary Clinton se ha involucrado en e desarrollo de una oposición viable a Trump, mientras que castiga a Putin. Dos investigaciones del Congreso sobre la conexión rusa están pendientes aún, y la investigación del FBI -hasta lo que hoy puede determinarse- continúa activa.

Si uno fuera a contar con un resumen de lo que el gobierno pudo o no estar haciendo en relación a Trump y los rusos durante los últimos nueve meses, ello podría cifrarse de esta manera: los investigadores del FBI que buscaban actividades criminales vinculadas al servidor de la Torre Trump no hallaron nada y, luego, pudieron haber buscado -y, eventualmente, obtenido- una orden FISA que les permitiera seguir buscando, so pretexto de seguridad nacional. De ser éste el caso, el gobierno podría haber estado empleando las capacidades de monitoreo de alta tecnología de los servicios de inteligencia federales para monitorear la actividad de un candidato político de la oposición. Sin lugar a dudas, se recopiló información adicional sobre Trump y sobre los tratos de sus allegados con Rusia, empleando recursos de las fuerzas de seguridad y de la inteligencia federal, y los lineamientos de la NSA fueron modificados poco después de la asunción de Trump, de tal suerte que gran parte de la información obtenida -aunque altamente restringida- pudiere ser diseminada a lo largo de la comunidad de inteligencia y de otras agencias gubernamentales. Esto virtualmente garantizó que esos datos no pudieran ser eliminados ni ocultos, mientras se garantizaba que al menos porciones de ellos pudieran llegar a los medios de comunicación.

Las acciones ejecutadas por la saliente Administración Obama se vieron motorizadas políticamente, sin dudas, pero también pudieron existir preocupaciones genuinas en relación a la amenaza rusa. Las acciones de la Administración Obama fueron, muy probablemente, orientadas hacia el objetivo de obstaculizar a la nueva Administración en general, conforme Trump se pondría nervioso respecto de la confiabilidad de sus propias fuerzas de seguridad y agencias de inteligencia mientras, al mismo tiempo, se vería involucrado en un combate perpetuo contra las filtraciones de información, pero éstas también pudieron haber sido diseñadas para estrechar las opciones del presidente a la hora de lidiar con Rusia. Si acaso existe intención de deslegitimizar o de derribar a la Casa Blanca de Trump, eso es, naturalmente, imposible de conocer, a menos que tuviese uno la buena suerte de encontrarse en la Oficina Oval cuando tales opciones se conversaron entre los interesados.

También debería apuntarse que la totalidad de las investigaciones realizadas tanto por el gobierno como por los medios han producido ninguna evidencia, al menos en lo que respecta a lo conocido por el público. Alguien -según se ha presupuesto, aunque no se ha demostrado, vinculado de algún modo con el gobierno ruso- pirateó los correos electrónicos del Comité Nacional Demócrata y del presidente de la campaña de Clinton, John Podesta. La información fáctica fue luego compartida a WikiLeaks, espectro que niega que ello provino de una fuente rusa, y fue gradualmente hecha pública en julio. Se ha conocido la presunción de que Moscú o bien intentó influenciar el resultado de los comicios en respaldo de Donald Trump, o de que, de alguna manera, intentó subvertir a la democracia estadounidense, pero no se ha producido evidencia inobjetable hasta el momento para consolidar tales hipótesis. Los dos funcionarios senior de Trump -Flynn y Sessions-, quienes han quedado en la mira, no se han desmoronado porque ellos no hicieron nada impropio vis-à-vis los rusos (en efecto, nada incorrecto hicieron), sino que fueron objetados porque se los acusó de mentir.

Así es que, si acaso existió algún tipo de golpe de Estado en proceso, ello depende, a la postre, de la perspectiva de cada cual y de lo que cada persona esté dispuesta a creer. Yo, por mi parte, sugeriría que, si continúan surgiendo filtraciones peligrosas desde el seno del gobierno, y que buscan provocar disrupción en la Casa Blanca, la posibilidad de la existencia de una conspiración genuina en marcha puede volverse más atractiva. Y la posibilidad del juicio político no está tan lejos, conforme se fuerza a confrontar a Trump con un Partido Demócrata hostil, y contra numerosos disidentes en las filas del Partido Republicano. Pero, si nada surge de todo ello, más allá de una transición en extremo cruda, el asunto en todo su alcance podría ser ponderado como un estilo particularmente desagradable de hacer política. Si, sin embargo, resulta ser que las agencias de inteligencia efectivamente colaboraron con la Casa Blanca al momento de trabajar contra políticos opositores, la cuestión pasa a encarnar un aspecto particularmente peligroso, dado que no existen mecanismos reales en marcha como para impedir que ello vuelva a suceder. La herramienta que Obama ha depositado en las manos de Trump podría, fácilmente, ser utilizada contra los Demócratas en 2020.


* Artículo original en inglés, en http://www.theamericanconservative.com/articles/a-soft-coup-or-preserving-our-democracy/| Traducción: Matías E. Ruiz

* Traducido y republicado con permiso del autor y de The American Conservative magazine (Estados Unidos)


 

Sobre Philip Giraldi

Especialista en contraterrorismo; ex oficial de inteligencia militar de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos de América (CIA). Se desempeña como columnista en medios estadounidenses, y como Director Ejecutivo en el Council for the National Interest. Giraldi es colaborador frecuente en Unz.com, Strategic Culture Foundation y otros. En español, sus trabajos son sindicados con permiso en El Ojo Digital.