Venezuela: apetito por la destrucción
Los seguidores de la música de esa extraordinaria banda llamada Guns and Roses creerán...
'Hay personas que no buscan algo lógico, como por ejemplo el dinero. No se les puede comprar ni amenazar, ni se puede razonar o negociar con ellas. Algunas personas solo quieren ver arder el mundo'. Alfred, en El Caballero de la Noche.
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Los seguidores de la música de esa extraordinaria banda llamada Guns'n Roses creerán que las líneas que siguen comentan la letra de su famosa canción "Apetite for Destruction" (Apetito de destrucción), pero no es así. Lo que sigue nada tiene que ver con música, cultura, dignidad y libertad, sino con el relato de casos reales de la Venezuela actual, que muestran cómo bajo el socialismo la vida humana es reducida a la indignidad, a la desesperanza, a la violencia y la servidumbre, al ser justamente todo esto el objetivo final de aquella ideología destructiva, una de cuyas expresiones es el comunismo.
Eva es una perrita mestiza, rescatada de la calle y de un año de edad. Ella padece un trastorno orgánico debido al cual su cuerpo no absorbe las proteínas que le aportan los alimentos. Para superar el problema requiere de varios medicamentos, uno de los cuales está sujeto a un absurdo control que fija su precio máximo de venta muy por debajo del costo de producción y que solo puede comprarse, si se tiene un informe médico para humanos que lo autorice, en el ente estatal llamado Sefar (Servicio Autónomo de Elaboraciones Farmacéuticas, adscrito al Ministerio del Poder Popular para la Salud) que monopoliza la venta de medicinas declaradas de primera necesidad y sujetas a control de precio.
La pequeña mestiza necesita un medicamento —el mismo, valga indicar, que necesitan los miles de niños y personas con desnutrición en Venezuela— pero el socialismo chavista no le permite a los dueños de Eva adquirirlo libremente, pues debido a un inútil y corrupto control de precios que ha ido destruyendo farmacias, droguerías, empresas de importación y la actividad de laboratorios, así como a la existencia de injustificados monopolios a la importación y comercialización de cada día más medicamentos, no son los usuarios, los enfermos, sino un burócrata, sobre la base de sus propias preferencias y simpatías, quien decide quién, cuándo y en qué cantidad puede acceder al medicamento. Esto es socialismo.
Nela es una mujer venezolana, madre y ama de casa que tiene necesidad de hacerse un par de intervenciones quirúrgicas que, por fortuna, no son de riesgo ni tampoco implican mayor complicación desde el punto de vista operatorio; ella es afiliada a una compañía de servicios de medicina prepagada pionera en esta área en Venezuela, y que siempre se destacó por su calidad, eficiencia y amable atención a sus afiliados. Esta compañía ha sido sometida a un agresivo e inconstitucional proceso de quiebra comercial por el ente estatal llamado Sudeaseg (Superintendencia de la Actividad Aseguradora adscrita al Ministerio del Poder Popular de Economía y Finanzas), que controla, es decir, que planifica centralizadamente el funcionamiento de las empresas “privadas” de seguros, medicina prepagada y reaseguros en el país.
Dicho ente, que en esta área aplica los controles vigentes en casi ya toda la economía, le ha impedido a esta compañía de medicina prepagada ajustar tarifas y precios de sus servicios, a pesar de que la inflación estuvo en 2016 entre 300% y 400% (el Banco Central, controlado por el chavismo, nunca dio cifras reales), de modo que existe el riesgo de que las dos intervenciones quirúrgicas antes referidas no puedan ser atendidas por la compañía, mucho mayor es el riesgo de que aquellos afiliados que tengan problemas de salud realmente graves, por patologías o emergencias que no admiten espera alguna, queden sin ser atendidos, en un país donde los hospitales sencillamente no curan a nadie porque están destruidos. Nela necesita operarse, pero el socialismo chavista, en nombre de la justicia social, la suprema felicidad del pueblo y la revolución, no se lo permite, por el contrario, antes prefiere quebrar en cámara lenta a un buen prestador de servicios de salud que saber que en Venezuela hay personas que hallan en el sector privado solución a sus problemas. Esto es socialismo.
Marlon es un hombre venezolano, padre y docente en un instituto didáctico de formación, con amplia experiencia gerencial y pedagógica en el antiguo INCE (Instituto Nacional de Capacitación Educativa), ese que creó y fue por años orgullo del sistema democrático venezolano, actualmente convertido en Inces (Instituto Nacional de Capacitación Educativa Socialista), un centro para la ideologización, la corrupción y la estructuración de diversas agrupaciones controladas por el partido de gobierno para amedrentar y agredir a la población que reclama respeto a sus derechos fundamentales. A este instituto, y a todos los similares a él, asisten jóvenes de entre 17 y 19 años, habitantes de barriadas populares de Caracas, que hacen un enorme esfuerzo por asistir a tomar sus cursos con la fe en obtener luego de aprobarlos un trabajo formal, decente, que les permita vivir con dignidad —todos los días estos jóvenes tienen frente a sus hogares la opción de adoptar el delito como forma de vida, pero heroicamente lo rechazan y apuestan por lo correcto—.
Debido a su vocación y ganas de contribuir a la formación de estos jóvenes, Marlon y sus colegas docentes dictan varios cursos a la semana, mañana y tarde, con la ilusión de ayudar a que no todo se pierda en Venezuela, a pesar de que la remuneración es más simbólica que real. Pero tanta belleza y virtud no pueden ser toleradas en el socialismo. Sin base jurídica alguna, y con el evidente propósito de destruir esta opción de capacitación y superación de los jóvenes pobres que asisten a la institución —opción que los liberaría de la dependencia política de las misiones chavistas y de aberraciones que rayan en la planificación centralizada cubana como los CLAP (Comités Locales de Abastecimiento Popular, que monopolizan a nivel local el acceso a comida y otros rubros como artículos de aseo, higiene personal, etc., de gran demanda social), el Inces informó a este instituto y todos sus semejantes que a partir del mes de abril ya no pueden impartir más cursos, que desde ese mes el Inces “retomará” los cursos —y con ello los recursos económicos que aporta la empresa privada para la formación de jóvenes— y será el gobierno chavista y no las gerencias privadas de estos institutos los que decidirán qué se hará en lo sucesivo.
Marlon quiere enseñar y dar lo mejor de sí en medio de la crisis humanitaria más brutal de la historia contemporánea de Venezuela; los jóvenes héroes que asisten a sus cursos, con hambre, usualmente robados en el trasporte público y casi sin nada del dinero inorgánico que circula en Venezuela en sus bolsillos, quieren capacitarse y depender de su propio esfuerzo para prosperar. Pero el socialismo chavista se los impide, en nombre del servicio público, del comandante eterno, del Plan de la Patria y del “hombre nuevo” (colectivismo soviético puro y duro), y con el doble fin de, por un lado, robar los fondos que aportan —y que obligarán a seguir aportando— las empresas privadas que donan fondos a estos institutos educativos y los fondos públicos que con toda seguridad exigirán al Ejecutivo enviar, y por el otro, acabar de raíz con esta fuente de autonomía individual inaceptable para el integrismo socialista, muy pronto estas instituciones serán un bonito y nostálgico recuerdo, los docentes quedarán sin empleo y no pocos de los jóvenes que quedarán sin capacitación pasarán a engrosar las violentas filas del crimen común u organizado, que abiertamente también es patrocinado por el régimen de terror socialista que detenta al poder. Esto es socialismo.
Espanta saber que Eva, Nela y Marlon, a pesar de las situaciones antes descritas, son todavía “privilegiados”, pues viven en la capital y no en la provincia, residen en urbanizaciones y no en barrios (zonas populares urbanas sin condiciones básicas para residir), no dependen para vivir de las misiones socialistas del régimen chavista y cuentan con el apoyo de sus familiares. Cada día están más disminuidos en sus oportunidades y condiciones, pero no están, todavía, en la peor situación imaginable en la Venezuela actual, que no es otra que la mendicidad, la docilidad y la sumisión, situación que, desde luego, es a la que en efecto apuntan quienes ocupan ilegítimamente los altos cargos en el Ejecutivo Nacional y los demás poderes públicos y entes del Estado subordinados al Partido Socialista Unido de Venezuela y al régimen autoritario cubano.
Sí están, en cambio, en esa situación, quienes viven en barrios, en la provincia, quienes dependen totalmente para subsistir de las misiones socialistas y no cuentan con el apoyo de nadie, ni de familiares ni de amigos, para poder enfrentar la imposibilidad de acceder libremente a bienes y servicios de calidad. La condición inhumana, ya de franca regresión y hasta involución cognitiva, física y moral en que estas personas se encuentran, no es un resultado involuntario, colateral, del socialismo aplicado por el chavismo, no. Muy por el contrario, es el resultado más importante para dicho régimen autoritario, pues solo frente a siervos, miserables y seres carentes de capacidad para el juicio y la disidencia política es que puede aspirar con éxito a mantenerse indefinidamente en el poder.
Tal proyecto está en marcha desde la llegada misma del chavismo al poder en 1998, solo que sus adversarios, arrogantes, ignorantes y mediocres a la vez, en general, siempre han subestimado o sido indiferentes —tal vez hasta por simpatía con el plan en algunos casos— respecto de esta forma de acción política, que cada día es más y más agresiva, descarada y eficaz, pues la desesperanza en un cambio político cercano termina por quebrar la más férreas de las voluntades para actuar con rebeldía y deseo de cambio.
Las personas que a diario son destruidas por el proyecto socialista no están en condición de esperar por las maquinaciones de los ex presidentes pro oficialistas de España, Panamá y República Dominicana y del gobierno del Vaticano, cuyo nuncio aquí hasta asiste a fiestas de dirigentes chavistas a politizar su fe. Cada día que pasa, sus mentes, sus cuerpos y más temprano que tarde sus vidas se escapan, porque deliberadamente los controles, los monopolios, la censura, el discurso de odio, la falta de tutela judicial, el miedo y la represión brutal que imperan buscan eso, doblegarlos, hacerlos dóciles y finalmente quitarles la vida…, a menos, claro, que acepten el reino del terror y a través de la corrupción u otras formas de delito se sume a los que por convicción o por necesidad legitiman la tiranía chavista.
El apetito de destrucción es consustancial al socialismo, pues como bien se dijo en algún momento del siglo XX, su error fundamental, o más bien, su maldad esencial, es de tipo antropológico (lo afirmó Juan Pablo II en la encíclica Centesimus annus, nn. 12-15), está reñido a muerte con el ser humano tal cual es, un ser para la libertad, y por eso debe cada día destruir a más seres humanos, hasta lograr solo rebaños. De allí que repugne y cause desprecio la pasividad, tranquilidad y hasta normalidad con que una parte de quienes dicen enfrentar políticamente al régimen autoritario asumen el reto de lograr el cambio político en Venezuela, al aceptar las abyectas condiciones que aquel les fija para todo lo que hacen —como la “legalización” de sus propios partidos—, incluido el tramposo e inútil “diálogo” con el que el chavismo solo gana tiempo para permanecer en el poder y prepararse para “ganar” en las “elecciones” presidenciales de 2019. A esas personas, que más atacan a sus críticos que al oficialismo, cabe aplicar el contenido del libro El mal consentido, del que próximamente hablaremos.
Mientras, Eva, Nela y Marlon, y más allá, los millones de venezolanos que sufren por la violencia, la pobreza y el apetito de destrucción del socialismo chavista, siguen resistiendo como pueden, muy agradecidos, valga decir, por el apoyo de voces internacionales como la del secretario general de la OEA, Luis Almagro, quien, a diferencia de nefastos politicastros de la clase política nacional —parte de ellos responsables directos del ascenso del chavismo al poder—, sí se ha comprometido con la verdad, la justicia y el dolor de las víctimas de la tiranía que quedan en los jirones de lo que alguna vez fue la República de Venezuela.
Es Licenciado en Filosofía, y Abogado especializado en Derecho Administrativo por la Universidad Central de Venezuela (UCV). Herrera se desempeña actualmente como Investigador de CEDICE-Libertad y es director de la asociación civil Un Estado de Derecho. Además, es profesor de la UCV. Sus artículos son publicados periódicamente en el matutino El Nacional (Venezuela) y en la web en español del think tank estadounidense The Cato Institute.