Argentina: sociedades criminales organizadas
Mientras Juan lucha para desprenderse de esa 'compañera de años' -en su mezcla letal...
22 de Abril de 2017
Hoy, me encuentro luchando... para poder desprenderme de esa compañera de años.
Carta del adiós - paciente en recuperación
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Carta del adiós - paciente en recuperación
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Mientras Juan lucha para desprenderse de esa 'compañera de años' -en su mezcla letal de placer efímero y dolor con padecimiento-, todo ello retratado en su 'carta del adiós' (a las sustancias), vastas organizaciones de venta de estupefacientes continúan planificando la dominación de territorios en donde quedarán asimilados y 'envasados' miles de 'pacientes –clientes' que acuden presurosamente a buscar su pócima de masoquismo, de una manera imperativa y necesaria.
Oscar recibe las drogas por encomienda, luego de efectuar un pedido por Internet. Uno no puede dejar de sorprenderse, al ver la variedad que recibe cuando, desde un ignoto lugar de Santa Fe -con un remitente claramente mentiroso-, llega la piedra de cocaína, tranquilizantes, fentanilo (opioide), algo de marihuana , viagra y hasta un calmante de síntomas estomacales y aspirinas ante algún dolor. Me sorprende ver eso en la casa de este ingeniero totalmente poseído por ese nuevo Poder, que emerge de la criminalidad organizada asociada al vacío de la subjetividad que en él es evidente -pero que también es propio de miles.
Leo, por su parte, es un soldadito que, en sus 14 años, vive entre un padre permisivo y un hermano consumidor. El jefe del barrio lo utiliza para distintos menesteres: desde marchas políticas hasta la participación en 'barras bravas'. Todo sirve, y un dinero siempre hay -algo así como un plato blanco, que no se compone precisamente de harina. Todo puede encontrarse, como la alienación desde los 14. Un revolver encontrado, una moto robada y plantas de marihuana también robadas terminan por llevarlo a la comunidad terapéutica. Deberá entender que la vida no pasa por ese padre permisivo, ni por el patrón del barrio que maneja todos los hilos del poder -incluso políticos. Podrá percatarse de que la vida pasa por otro lado. Estudiar, dejó; el aprendizaje de un oficio parece no tener sentido, si se consigue dinero por otro lado. Estamos generando multitud de patologías antisociales. ¿Nos estamos dando cuenta?
Tiempos de vacío y desierto
Oscar recibe las drogas por encomienda, luego de efectuar un pedido por Internet. Uno no puede dejar de sorprenderse, al ver la variedad que recibe cuando, desde un ignoto lugar de Santa Fe -con un remitente claramente mentiroso-, llega la piedra de cocaína, tranquilizantes, fentanilo (opioide), algo de marihuana , viagra y hasta un calmante de síntomas estomacales y aspirinas ante algún dolor. Me sorprende ver eso en la casa de este ingeniero totalmente poseído por ese nuevo Poder, que emerge de la criminalidad organizada asociada al vacío de la subjetividad que en él es evidente -pero que también es propio de miles.
Leo, por su parte, es un soldadito que, en sus 14 años, vive entre un padre permisivo y un hermano consumidor. El jefe del barrio lo utiliza para distintos menesteres: desde marchas políticas hasta la participación en 'barras bravas'. Todo sirve, y un dinero siempre hay -algo así como un plato blanco, que no se compone precisamente de harina. Todo puede encontrarse, como la alienación desde los 14. Un revolver encontrado, una moto robada y plantas de marihuana también robadas terminan por llevarlo a la comunidad terapéutica. Deberá entender que la vida no pasa por ese padre permisivo, ni por el patrón del barrio que maneja todos los hilos del poder -incluso políticos. Podrá percatarse de que la vida pasa por otro lado. Estudiar, dejó; el aprendizaje de un oficio parece no tener sentido, si se consigue dinero por otro lado. Estamos generando multitud de patologías antisociales. ¿Nos estamos dando cuenta?
Tiempos de vacío y desierto
En tiempos de vacío y de relativismo, la venta se maquilla con un marketing de prestigio de las sustancias, apuntando a la 'luna de miel' que se promete desde los primeros contactos. Y todo suma: vacío cultural, relativismo ético, palabras inaudibles de la familia que, en muchos casos, no existe o bien está fragmentada, escuela debilitada y que ya no proporciona modelos de vida.
¿Es factible vivir sin modelos? ¿Dónde estarán los valores que galvanizarán nuestras acciones? ¿Se trata acaso de la 'muerte de Dios' que predijera Friedrich Nietzche en el siglo XIX, lo cual equivalía, en rigor, a la muerte de los valores como tractores de nuestra conducta? Si no existen valores en la vida, manda el Caos; el Cosmos (orden) se desmorona.
Gran parte del pensamiento antiguo, supo centrarse en cómo dominar lo caótico, para que surgiera el orden en la vida de las personas.
Internet es la aliada de este nuevo Poder Transnacional, con sedes desde barrios en donde la miseria y el abandono reinan, hasta en lujosos paraísos fiscales. Desde el 'soldadito', hasta el poderoso corrompido. La parafernalia de las drogas apela a químicos que, año a año, generan nuevas mezclas genéticas de plantas o nuevas drogas sintéticas (existen ya 600 variedades de las mismas).
En los centros comerciales que se venden plantas de marihuana, se contabilizan distintos tipos con potencias diversas. En tal sentido, el cerebro se convierte en el campo de experimentación y mortificación. Además, en este nuevo momento histórico de desierto de valores, nos preguntamos si acaso existirá el cerebro para los inveterados consumidores. ¿Acaso alguien les ha transmitido que las drogas hacen daño? Lo más probable es que no. Parecería existir un nihilismo que nos inunda a todos, allí donde la recompensa inmediata sirve para emerger del desierto y buscar -aunque sea por un instante- un oasis imaginario.
La palabra de adultos padres y maestros se torna inaudible; esta caída del valor de la transmisión de la palabra y de las experiencias y conocimientos de la vida, conduce al caos. Se comprueba hoy una franca deserción de los adultos. Mientras tanto, ese vacío de ser se transforma en una existencia dura y con un gran malestar en el páramo: ese malestar es la vida misma. Y allí, nada germina. La sociedad de consumo promueve la búsqueda de artificios, para soportar el peso de la vida -ante el sol asfixiante del sufrimiento existencial: las drogas.
Muchos se frotan las manos. Son los personeros del nuevo poder que, claramente, supera al de los Estados. Estado que se vuelve pequeño ante la magnitud de esta globalización del malestar, pero que también es demasiado grande como para posicionarse cerca de los dolores de la gente.
En la década del cerebro, desde los 90 hasta el 2000, se descubrieron innumerables mecanismos y funciones del sistema nervioso -terreno en donde también se profundizó el conocimiento sobre los perjuicios de las drogas. Todo ese valor para mejorar la calidad de vida queda superado por la industria del marketing y el vacío sobornado por ese Poder superior transnacional. Los Estados nacionales se exhiben ya infiltrados por aquel poder foráneo y sin nombre, pero no por ello menos mortífero.
El cerebro parece no existir, salvo cuando aparece una sobredosis. Es que no existe ya transmisión de estos valores de la vida; ha fallado la educación. Han ganado la impostura y el delito, asociados ambos a la orfandad de miles.
El traficante de drogas colombiano, Pablo Escobar, solía decir (en las memorias relatadas por sus biógrafos): 'Comercializo algo que todos los ejércitos no podrán controlar, porque apasiona a la gente'. El 'Patrón del Mal' se refería, claro está, al clorhidrato de cocaína. Desde la década del ochenta, la cocaína se convierte en el 'quitapenas' de esta sociedad postmoderna, en donde el vacío de los agujeros del alma y el espíritu encuentren un contenido consistente que se llene de vértigo e impulsos. Por ese producto, las personas se aniquilan entre sí; se empeñan propiedades y bienes para conseguirla, e incluso adelanta el cementerio -y se anticipa el deterioro, en la forma de un accidente cerebro vascular (ACV). 'No podrán con nosotros' seguía diciendo Escobar, desde su altar de perversión y psicopatía. Su omnipotencia -veterano pecado de los soberbios- se lo llevó puesto, también a él.
Sabían, sin datos científicos incluso de la época en que ellos empezaron, que el cerebro quedaba afectado por las drogas. Esto desde fines desde los noventa, el dato es indiscutible. El principal aliado de los múltiples Escobar de la contemporaneidad es el cerebro 'domado' y buscador incesante de estos estupefacientes. El vacío de la vida que no contabiliza en neuronas o neurotransmisores cerebrales comporta un rol fundamental. Es la cultura misma con su relativismo e incertidumbre de valores lo que juega para ellos. Un desamparo normativo que sobreviene de la compañía de la intemperie de valores. Ese cóctel hace su juego para los múltiples padrinos que pululan por el mundo de hoy.
El 'paramundo' de las drogas
Las drogas crean un mundo paralelo que gusto calificar como 'paramundo': un conjunto de espejismos alucinatorios que cautivan a muchos. El mundo de la realidad se hace a un lado. En primer lugar ,queda 'copado' e 'hipotecado' el llamado sistema de recompensa cerebral, que es donde está la sede de los dinamismos sexuales, de los impulsos, la comida, el control y la sensación de placer y -fundamentalmente- de las motivaciones. Las drogas 'secuestran' a las motivaciones. La única apetencia remite al consumo de sustancias, máxime cuando se ha comenzado desde la pubertad. La alteración de este sistema biológico, que cuenta con una red química compleja, libera conductas de exceso ante la comida (debido a ello, muchos adictos se transforman luego en bulímicos-anoréxicos), al sexo (adictos al sexo) y aumenta la memoria del consumo de drogas permanentemente. Dada esta última situación, los pacientes recuerdan en forma pertinaz el uso de drogas y el llamado 'craving' (anhelo irresistible de sustancias) los empuja hacia la recaída. Nuestro cerebro se administra con dos energías: la termodinámica (química y eléctrica), y la comunicacional (relatos, vivencias, emocional, afectiva. etcétera).
Tenemos tres cerebros en uno, en apenas dos kilogramos de peso: el primero es el que nos asemeja a los reptiles, exhibiendo respuestas mecánicas y que jamás aprende de la experiencia; el segundo, nos acerca a los mamíferos -y puede adquirir algo de experiencia. El tercer cerebro se caracteriza por una gran asociatividad, una interesante capacidad imaginativa, y es el representante de lo propiamente humano: la palabra, la cultura, la postergación, la planificación, el proyecto. El llegar a tener un cerebro humano que supere al del antropoide, es un acto de amor y, también, de cuidado.
La cocaína coopta los sistemas más arcaicos del sistema nervioso. El hombre pensante queda atrás. Se suspende la función del lóbulo frontal -garantía del criterio de realidad. Con la cocaína, el hombre queda reducido a un 'ser en baja' y limitado a lo reptiliano y mamífero. Nada grande podrá esperarse de él.
¿Es factible vivir sin modelos? ¿Dónde estarán los valores que galvanizarán nuestras acciones? ¿Se trata acaso de la 'muerte de Dios' que predijera Friedrich Nietzche en el siglo XIX, lo cual equivalía, en rigor, a la muerte de los valores como tractores de nuestra conducta? Si no existen valores en la vida, manda el Caos; el Cosmos (orden) se desmorona.
Gran parte del pensamiento antiguo, supo centrarse en cómo dominar lo caótico, para que surgiera el orden en la vida de las personas.
Internet es la aliada de este nuevo Poder Transnacional, con sedes desde barrios en donde la miseria y el abandono reinan, hasta en lujosos paraísos fiscales. Desde el 'soldadito', hasta el poderoso corrompido. La parafernalia de las drogas apela a químicos que, año a año, generan nuevas mezclas genéticas de plantas o nuevas drogas sintéticas (existen ya 600 variedades de las mismas).
En los centros comerciales que se venden plantas de marihuana, se contabilizan distintos tipos con potencias diversas. En tal sentido, el cerebro se convierte en el campo de experimentación y mortificación. Además, en este nuevo momento histórico de desierto de valores, nos preguntamos si acaso existirá el cerebro para los inveterados consumidores. ¿Acaso alguien les ha transmitido que las drogas hacen daño? Lo más probable es que no. Parecería existir un nihilismo que nos inunda a todos, allí donde la recompensa inmediata sirve para emerger del desierto y buscar -aunque sea por un instante- un oasis imaginario.
La palabra de adultos padres y maestros se torna inaudible; esta caída del valor de la transmisión de la palabra y de las experiencias y conocimientos de la vida, conduce al caos. Se comprueba hoy una franca deserción de los adultos. Mientras tanto, ese vacío de ser se transforma en una existencia dura y con un gran malestar en el páramo: ese malestar es la vida misma. Y allí, nada germina. La sociedad de consumo promueve la búsqueda de artificios, para soportar el peso de la vida -ante el sol asfixiante del sufrimiento existencial: las drogas.
Muchos se frotan las manos. Son los personeros del nuevo poder que, claramente, supera al de los Estados. Estado que se vuelve pequeño ante la magnitud de esta globalización del malestar, pero que también es demasiado grande como para posicionarse cerca de los dolores de la gente.
En la década del cerebro, desde los 90 hasta el 2000, se descubrieron innumerables mecanismos y funciones del sistema nervioso -terreno en donde también se profundizó el conocimiento sobre los perjuicios de las drogas. Todo ese valor para mejorar la calidad de vida queda superado por la industria del marketing y el vacío sobornado por ese Poder superior transnacional. Los Estados nacionales se exhiben ya infiltrados por aquel poder foráneo y sin nombre, pero no por ello menos mortífero.
El cerebro parece no existir, salvo cuando aparece una sobredosis. Es que no existe ya transmisión de estos valores de la vida; ha fallado la educación. Han ganado la impostura y el delito, asociados ambos a la orfandad de miles.
El traficante de drogas colombiano, Pablo Escobar, solía decir (en las memorias relatadas por sus biógrafos): 'Comercializo algo que todos los ejércitos no podrán controlar, porque apasiona a la gente'. El 'Patrón del Mal' se refería, claro está, al clorhidrato de cocaína. Desde la década del ochenta, la cocaína se convierte en el 'quitapenas' de esta sociedad postmoderna, en donde el vacío de los agujeros del alma y el espíritu encuentren un contenido consistente que se llene de vértigo e impulsos. Por ese producto, las personas se aniquilan entre sí; se empeñan propiedades y bienes para conseguirla, e incluso adelanta el cementerio -y se anticipa el deterioro, en la forma de un accidente cerebro vascular (ACV). 'No podrán con nosotros' seguía diciendo Escobar, desde su altar de perversión y psicopatía. Su omnipotencia -veterano pecado de los soberbios- se lo llevó puesto, también a él.
Sabían, sin datos científicos incluso de la época en que ellos empezaron, que el cerebro quedaba afectado por las drogas. Esto desde fines desde los noventa, el dato es indiscutible. El principal aliado de los múltiples Escobar de la contemporaneidad es el cerebro 'domado' y buscador incesante de estos estupefacientes. El vacío de la vida que no contabiliza en neuronas o neurotransmisores cerebrales comporta un rol fundamental. Es la cultura misma con su relativismo e incertidumbre de valores lo que juega para ellos. Un desamparo normativo que sobreviene de la compañía de la intemperie de valores. Ese cóctel hace su juego para los múltiples padrinos que pululan por el mundo de hoy.
El 'paramundo' de las drogas
Las drogas crean un mundo paralelo que gusto calificar como 'paramundo': un conjunto de espejismos alucinatorios que cautivan a muchos. El mundo de la realidad se hace a un lado. En primer lugar ,queda 'copado' e 'hipotecado' el llamado sistema de recompensa cerebral, que es donde está la sede de los dinamismos sexuales, de los impulsos, la comida, el control y la sensación de placer y -fundamentalmente- de las motivaciones. Las drogas 'secuestran' a las motivaciones. La única apetencia remite al consumo de sustancias, máxime cuando se ha comenzado desde la pubertad. La alteración de este sistema biológico, que cuenta con una red química compleja, libera conductas de exceso ante la comida (debido a ello, muchos adictos se transforman luego en bulímicos-anoréxicos), al sexo (adictos al sexo) y aumenta la memoria del consumo de drogas permanentemente. Dada esta última situación, los pacientes recuerdan en forma pertinaz el uso de drogas y el llamado 'craving' (anhelo irresistible de sustancias) los empuja hacia la recaída. Nuestro cerebro se administra con dos energías: la termodinámica (química y eléctrica), y la comunicacional (relatos, vivencias, emocional, afectiva. etcétera).
Tenemos tres cerebros en uno, en apenas dos kilogramos de peso: el primero es el que nos asemeja a los reptiles, exhibiendo respuestas mecánicas y que jamás aprende de la experiencia; el segundo, nos acerca a los mamíferos -y puede adquirir algo de experiencia. El tercer cerebro se caracteriza por una gran asociatividad, una interesante capacidad imaginativa, y es el representante de lo propiamente humano: la palabra, la cultura, la postergación, la planificación, el proyecto. El llegar a tener un cerebro humano que supere al del antropoide, es un acto de amor y, también, de cuidado.
La cocaína coopta los sistemas más arcaicos del sistema nervioso. El hombre pensante queda atrás. Se suspende la función del lóbulo frontal -garantía del criterio de realidad. Con la cocaína, el hombre queda reducido a un 'ser en baja' y limitado a lo reptiliano y mamífero. Nada grande podrá esperarse de él.
El despertar
La droga adormece a parte de la humanidad. Es el factor de explotación y alienación de mayor magnitud que se haya conocido -con gigantescos recursos económico-financieros. Pero se basa meramente en el adormecimiento de la persona. Por ello, rehabilitarse coincide con un 'despertar'. Hablamos del despertar lo mejor de nuestra persona, y de presentar dignidad en una vida que tenga dueño y testigo: esos dos roles son ocupados por nosotros mismos.
Ese despertar es una lucha en donde la plena aceptación de que hemos sido tomados por esclavos es fundamental. Como también lo es el permitirnos recibir orientación, y renunciar verdaderamente a la substancia.
Juan escribe su 'Carta del Adiós' con la sabiduría de un trabajador, desde el conurbano bonaerense: 'Se presentó ante mí como un amigo fiel [la cocaína], en el fondo de una gran depresión... Me llevaba, e iba a buscarla, aún cuando estaba escondida; era sólo para ella y, hoy, me encuentro luchando para desprenderme de esa compañera de años. Pero la huelo en todos lados; todavía siento el trago amargo que me dejaba, y me sigue hasta en mis sueños, como una mujer despechada. Sé que me esperará en la vereda, pero me voy a fortalecer para decir no'.
Juan se está rehabilitando, con sus dos hijos como valiosos testigos... y una vida que lo espera. Ha comenzado a despertar de ese sueño que lo había capturado; tal como sucede hoy con millones de personas en el mundo -parte de un negocio que engorda las arcas de unos pocos miles.