Argentina: sociedades organizadas o 'patrulladas'
Los barrios han cambiado. La caída de la cultura preventiva es más que percetible en tales territorios.
27 de May de 2017
'(...) Cuando en un barrio hay mucha droga y vendedores y, al mismo tiempo, una gran población de adolescentes, triunfa la venta de estupefacientes'
Dr. Luigi Cancrini; especialista italiano en adicciones
* * *
Los barrios han cambiado. La caída de la cultura preventiva es más que percetible en tales territorios. La polis griega (ciudad) supo mostrarse como una arquitectura de la salud -derivando luego en organización social. La sociedad desorganizada o anómica (anemia de valores) se transformará luego en sociedad 'patrullada' ya fuere por policías y gendarmes, o por las propias bandas que cuidan sus territorios. Se trata de dos modelos bien diferenciados.
La vieja estructura social sostenida por la comisaría, el vigilante de la esquina, las familias, las escuelas, las iglesias, la fábrica y los clubes de barrio, ha variado y mutado. La creciente desfamiliarización de la sociedad argentina, particularmente en los grandes centros urbanos, se combina con la caída del peso cultural de las instituciones y, así, surgen sujetos solos y 'regalados', a punto de ser sometidos por otros poderes. De esa manera, el narco, las bandas y las barras bravas ocupan los lugares que van quedando vacantes. El Otro simbólico -representado por fuerzas de la cultura- vira hacia Otros de la Dominación, en donde no reina ya la Ley del Padre, sino la escrita por los 'Amos Mortíferos'. El barrio queda, entonces, convertido en un nuevo campo de concentración imaginario, con sujetos aptos para la doma y la dependencia con libertades simbólicas clausuradas. Surgen sujetos 'clausurados', cerrándose el camino de la apertura hacia el mundo de la libertad y la vida.
Esos sujetos clausurados se multiplican más en barrios aledaños a las villas y asentamientos precarios, en donde la organización social se muestra en crisis. Derivan luego en lo que llamamos 'sociedades patrulladas', en donde el miedo se guarece detrás de rejas, y donde la lucha entre gendarmes y bandas se resume en una nueva dialéctiva, que habla del espacio público perdido para la creatividad.
Por ello, resulta interesante el trabajo en su momento realizado por el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, 4.100 villas y asentamientos que cubren una totalidad de 396 kilómetros de extensión, con un primer relevamiento de familias afectadas, que son, en total, 800 mil. Este elevado número refleja el problema en el llamado conurbano bonaerense, y en la periferia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Ahí se parapetan bandas de narcos, precisamente donde los derechos básicos de propiedad brillan por su ausencia, así como también escasea el empleo. En definitiva, la ciudadanía es inexistente. Donde no entra la Ciudad con sus Leyes y el ordenamiento cultural, ingresan los Amos dominantes, con sus bandas y 'soldaditos'. Los gendarmes de la sociedad narco se refugian en esos territorios y, desde ahí, surgen las cadenas de distribución, cocinas de producción y vías de comercialización.
En tales espacios geográficos, la situación laboral retorna el siguiente resultado: el 25% no trabaja, el 21% tiene empleo en negro, el 17%, tareas en el hogar sin sueldo, el 15% tiene empleo en blacno, el 11%, trabajo independiente, el 10% es jubilado. El territorio está siendo disputado por los grupos narcos que, en muchos casos, manejan las viviendas y las ocupaciones de las mismas (amplían, así, sus canales de distribución). Las proyecciones del censo -desarrollado por ANSES, fuera de los punteros, en muchos casos aliados a los narcos, permitirá el acceso a los servicios públicos, la inscripción en escuelas, radicar cuentas bancarias a través de certificados ciertos de domicilio y dotar de mayor seguridad en las propiedades precarias (ley de emergencia social). Se terminaría con la propiedad usurpada y basada en el poder los 'capos' locales.
El consultorio de atención en GRADIVA es nuestro 'Wikipedia' permanente. La adolescencia, en estos barrios, resulta por demás crítica. Las drogas, ahí, están al alcance de la mano. La familia se encuentra allá lejos, transida por la carencias afectivas, económicas y por distintas situaciones de violencia, abuso e incluso de consumo de estupefacientes en su seno (el 62% de los pacientes cuenta con familiares en situación/carrera de consumo). La escuela está ausente, y no parece ser un factor de influencia valorativa. Escuchar familias vencidas y culposas con hijos o familiares (incluso parejas) en delitos unido a drogas resulta común. Incluso los que batallamos desde hace ya años con estas problemáticas, observamos con extrañeza el cambio de las patologías desde que se inundara el país con drogas, la desfamiliarizción y la degradación de valores de convivencia ciudadana, y la ausencia comprobada de una autoridad que funcione para resguardar el cumplimiento de la ley.
Hoy, el robo y el consumo crónico de drogas se halla unido a una extendida red de puestos de venta y de trabajos ilegales que atentan contra la salud pública. El patio de la parroquia y la escuela fueron reemplazados por la esquina con sus 'sentadas' al lado de algunas botellas, los delivery, las motos de reparto; en suma, fiel reflejo de la decadencia social ante la mirada cómplice y 'untada' con dinero sucio de muchos. Se asiste a microestados fallidos, o barrios en entropía y con anomia en franco crecimiento. El consumo de drogas y alcohol altera la asistencia laboral y el dinero fácil siempre resulta más tentador. La droga hará el resto, porque éstas corroen los instintos de supervivencia, y el riesgo se minimiza: los peligros -para citar a los propagandistas del consumo- no existen. La frialdad moral va unida también al consumo de drogas, conforme es necesaria -para tales actores- una verdadera ceguera de valores, dada la disfunción neurológica de los centros superiores de la conciencia y de la vida (lóbulos frontales). A la postre, se asiste a la ocurrencia de crímenes inexplicables.
La adolescencia comprometida
En tales barrios, los hechos descriptos atentan contra el desarrollo adolescente, contra la consolidación de la identidad y la integración de la personalidad. Se genera, pues, un cisma interior: frente a la precariedad de la vida afectiva, surgen dos personas dentro de una. Cuando atendemos a algunos pacientes, nos preguntamos por la verdadera ubicación del ser verdadero y por la falsedad de ese ser. Hay uno que ha cometido tropelías, y otro que emerge tras horas de diálogo: el verdadero y el falso self.
En la enfermedad, se registra un cisma de la mente, que puede llegar a ser en extremo profundo -su peor representación es la psicosis o el trastorno antisocial de la personalidad. Se ve claro en casos de adicciones; el consumo dependiente de drogas genera un trastorno de personalidad especial que oculta al otro ser que habita en cada cual.
Volvemos a referirnos al caso de Jorge, quien accedió a la consulta tras no pocos meses de consumo de paco. Todo el dinero que ganaba en sus dieciocho años era invertido en el consumo de esa sustancia. El falso self se hallaba claramente ligado al consumo, pues Jorge era otro: robaba, golpeaba, se unía a grupos antisociales de su barrio. Luego del proceso de desintoxicación y de una cantidad remarcable de sesiones de grupos y psicoterapias en la comunidad terapéutica, parecía ser otro. Era aquel que sus padres describían en su adolescencia primera. Jorge fue rescatado por su familia, que lo trasladó a un centro terapéutico al asistir a sus primeros meses de turbulencia antisocial. También fue asistido por su gremio, esto es, la comunidad que, a través de sus delegados, le rescataron la posibilidad de trabajar y ser productivamente sano.
Ese falso self de Jorge llegaba incluso a delinquir o a comerciardrogas. En la adolescencia y en ciertos circuitos sociales, esto es claro. Se conoce de barrios invadidos por lo que los pacientes llaman 'transas' (vendedores), que también se vuelven prestamistas, para que los consumidores puedan adquirir las sustancias. En muchos casos, los intereses superan ampliamente los usuales (más del 30 % mensual), y se trata de verdaderos sistemas modernos de explotación. En particular, el paco es la marca de la alienación del ser humano, en incontables zonas de la República Argentina.
El barrio, tomado por los 'transas'
Este falso self que surge luego de días y días de tóxicos comporta numerosas referencias clave: 1) la maduración del cerebro y la personalidad del adolescente no resisten el consumo; 2) La vulnerabilidad es máxima, y rápidamente se llega a la dependencia; 3) Los centros de control superiores del sistema nervioso no han madurado, y aún no ha culminado el desarrollo del lóbulo frontal, que representa el estadio superior de la civilización que nos separa de los antropoides.
Dr. Luigi Cancrini; especialista italiano en adicciones
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Los barrios han cambiado. La caída de la cultura preventiva es más que percetible en tales territorios. La polis griega (ciudad) supo mostrarse como una arquitectura de la salud -derivando luego en organización social. La sociedad desorganizada o anómica (anemia de valores) se transformará luego en sociedad 'patrullada' ya fuere por policías y gendarmes, o por las propias bandas que cuidan sus territorios. Se trata de dos modelos bien diferenciados.
La vieja estructura social sostenida por la comisaría, el vigilante de la esquina, las familias, las escuelas, las iglesias, la fábrica y los clubes de barrio, ha variado y mutado. La creciente desfamiliarización de la sociedad argentina, particularmente en los grandes centros urbanos, se combina con la caída del peso cultural de las instituciones y, así, surgen sujetos solos y 'regalados', a punto de ser sometidos por otros poderes. De esa manera, el narco, las bandas y las barras bravas ocupan los lugares que van quedando vacantes. El Otro simbólico -representado por fuerzas de la cultura- vira hacia Otros de la Dominación, en donde no reina ya la Ley del Padre, sino la escrita por los 'Amos Mortíferos'. El barrio queda, entonces, convertido en un nuevo campo de concentración imaginario, con sujetos aptos para la doma y la dependencia con libertades simbólicas clausuradas. Surgen sujetos 'clausurados', cerrándose el camino de la apertura hacia el mundo de la libertad y la vida.
Esos sujetos clausurados se multiplican más en barrios aledaños a las villas y asentamientos precarios, en donde la organización social se muestra en crisis. Derivan luego en lo que llamamos 'sociedades patrulladas', en donde el miedo se guarece detrás de rejas, y donde la lucha entre gendarmes y bandas se resume en una nueva dialéctiva, que habla del espacio público perdido para la creatividad.
Por ello, resulta interesante el trabajo en su momento realizado por el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, 4.100 villas y asentamientos que cubren una totalidad de 396 kilómetros de extensión, con un primer relevamiento de familias afectadas, que son, en total, 800 mil. Este elevado número refleja el problema en el llamado conurbano bonaerense, y en la periferia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Ahí se parapetan bandas de narcos, precisamente donde los derechos básicos de propiedad brillan por su ausencia, así como también escasea el empleo. En definitiva, la ciudadanía es inexistente. Donde no entra la Ciudad con sus Leyes y el ordenamiento cultural, ingresan los Amos dominantes, con sus bandas y 'soldaditos'. Los gendarmes de la sociedad narco se refugian en esos territorios y, desde ahí, surgen las cadenas de distribución, cocinas de producción y vías de comercialización.
En tales espacios geográficos, la situación laboral retorna el siguiente resultado: el 25% no trabaja, el 21% tiene empleo en negro, el 17%, tareas en el hogar sin sueldo, el 15% tiene empleo en blacno, el 11%, trabajo independiente, el 10% es jubilado. El territorio está siendo disputado por los grupos narcos que, en muchos casos, manejan las viviendas y las ocupaciones de las mismas (amplían, así, sus canales de distribución). Las proyecciones del censo -desarrollado por ANSES, fuera de los punteros, en muchos casos aliados a los narcos, permitirá el acceso a los servicios públicos, la inscripción en escuelas, radicar cuentas bancarias a través de certificados ciertos de domicilio y dotar de mayor seguridad en las propiedades precarias (ley de emergencia social). Se terminaría con la propiedad usurpada y basada en el poder los 'capos' locales.
El consultorio de atención en GRADIVA es nuestro 'Wikipedia' permanente. La adolescencia, en estos barrios, resulta por demás crítica. Las drogas, ahí, están al alcance de la mano. La familia se encuentra allá lejos, transida por la carencias afectivas, económicas y por distintas situaciones de violencia, abuso e incluso de consumo de estupefacientes en su seno (el 62% de los pacientes cuenta con familiares en situación/carrera de consumo). La escuela está ausente, y no parece ser un factor de influencia valorativa. Escuchar familias vencidas y culposas con hijos o familiares (incluso parejas) en delitos unido a drogas resulta común. Incluso los que batallamos desde hace ya años con estas problemáticas, observamos con extrañeza el cambio de las patologías desde que se inundara el país con drogas, la desfamiliarizción y la degradación de valores de convivencia ciudadana, y la ausencia comprobada de una autoridad que funcione para resguardar el cumplimiento de la ley.
Hoy, el robo y el consumo crónico de drogas se halla unido a una extendida red de puestos de venta y de trabajos ilegales que atentan contra la salud pública. El patio de la parroquia y la escuela fueron reemplazados por la esquina con sus 'sentadas' al lado de algunas botellas, los delivery, las motos de reparto; en suma, fiel reflejo de la decadencia social ante la mirada cómplice y 'untada' con dinero sucio de muchos. Se asiste a microestados fallidos, o barrios en entropía y con anomia en franco crecimiento. El consumo de drogas y alcohol altera la asistencia laboral y el dinero fácil siempre resulta más tentador. La droga hará el resto, porque éstas corroen los instintos de supervivencia, y el riesgo se minimiza: los peligros -para citar a los propagandistas del consumo- no existen. La frialdad moral va unida también al consumo de drogas, conforme es necesaria -para tales actores- una verdadera ceguera de valores, dada la disfunción neurológica de los centros superiores de la conciencia y de la vida (lóbulos frontales). A la postre, se asiste a la ocurrencia de crímenes inexplicables.
La adolescencia comprometida
En tales barrios, los hechos descriptos atentan contra el desarrollo adolescente, contra la consolidación de la identidad y la integración de la personalidad. Se genera, pues, un cisma interior: frente a la precariedad de la vida afectiva, surgen dos personas dentro de una. Cuando atendemos a algunos pacientes, nos preguntamos por la verdadera ubicación del ser verdadero y por la falsedad de ese ser. Hay uno que ha cometido tropelías, y otro que emerge tras horas de diálogo: el verdadero y el falso self.
En la enfermedad, se registra un cisma de la mente, que puede llegar a ser en extremo profundo -su peor representación es la psicosis o el trastorno antisocial de la personalidad. Se ve claro en casos de adicciones; el consumo dependiente de drogas genera un trastorno de personalidad especial que oculta al otro ser que habita en cada cual.
Volvemos a referirnos al caso de Jorge, quien accedió a la consulta tras no pocos meses de consumo de paco. Todo el dinero que ganaba en sus dieciocho años era invertido en el consumo de esa sustancia. El falso self se hallaba claramente ligado al consumo, pues Jorge era otro: robaba, golpeaba, se unía a grupos antisociales de su barrio. Luego del proceso de desintoxicación y de una cantidad remarcable de sesiones de grupos y psicoterapias en la comunidad terapéutica, parecía ser otro. Era aquel que sus padres describían en su adolescencia primera. Jorge fue rescatado por su familia, que lo trasladó a un centro terapéutico al asistir a sus primeros meses de turbulencia antisocial. También fue asistido por su gremio, esto es, la comunidad que, a través de sus delegados, le rescataron la posibilidad de trabajar y ser productivamente sano.
Ese falso self de Jorge llegaba incluso a delinquir o a comerciardrogas. En la adolescencia y en ciertos circuitos sociales, esto es claro. Se conoce de barrios invadidos por lo que los pacientes llaman 'transas' (vendedores), que también se vuelven prestamistas, para que los consumidores puedan adquirir las sustancias. En muchos casos, los intereses superan ampliamente los usuales (más del 30 % mensual), y se trata de verdaderos sistemas modernos de explotación. En particular, el paco es la marca de la alienación del ser humano, en incontables zonas de la República Argentina.
El barrio, tomado por los 'transas'
Este falso self que surge luego de días y días de tóxicos comporta numerosas referencias clave: 1) la maduración del cerebro y la personalidad del adolescente no resisten el consumo; 2) La vulnerabilidad es máxima, y rápidamente se llega a la dependencia; 3) Los centros de control superiores del sistema nervioso no han madurado, y aún no ha culminado el desarrollo del lóbulo frontal, que representa el estadio superior de la civilización que nos separa de los antropoides.
Se genera, entonces, un severo trastorno de conducta, o se construye margen para un brote psicótico, con pérdida de sentido de realidad. En Jorge, surgieron trastornos antisociales y déficits del pensamiento, un subsistema de control regulado por meros impulsos -que remata en la imposibilidad de seguir cualquier plan (razón por la cual él estaba incapacitado para trabajar).
Las fuerzas negativas del barrio es fundamental hoy; el maestro y Doctor Luigi Cancrini supo compartirme: 'Cuando en un barrio hay mucha droga y vendedores y, al mismo tiempo, una gran población de adolescentes, triunfa la venta de estupefacientes'. Son zonas sumergidas de la cultura. Muchos hablan de la pobreza pero, en rigor, se trata de zonas entregadas a la barbarie, en donde casi no hay escuelas; las iglesias y los centros culturales-comunitarios son débiles o meros refugios políticos. La palabra cede el lugar a los tóxicos, con cadenas de explotadores que trabajan a destajo.
Habitualmente, estos jóvenes tienen problemas de aprendizaje en la infancia (lecto-escritura, atención, híper-actividad, etcétera), lo cual es rara vez atendido o tenido en cuenta. Tales jóvenes no pueden superar los estudios iniciales y, desde luego, no asistirán a la escuela secundaria. Vagan por las calles.
La prevención posible
Jorge logró recuperarse. Sus padres y las fuerzas comunitarias actuaron con rapidez. De haber continuado el paciente con sus conductas adictivas, probablemente se hubiera consolidado un profundo trastorno antisocial de la personalidad, o bien un desarrollo psicótico con pérdida de contacto con la realidad (delirios y alucinaciones).
Y valdrá la pena tomar nota: son necesarias una prevención inicial desde la escuela y la familia, y una detección precoz -ante los primeros estadíos de consumo de drogas. Adicionalmente, 'tapizar' los barrios tomados por los vendedores con cultura, palabra/diálogo, centros de prevención y asistencia, y escuelas de formación de líderes y agentes comunitarios. En simultáneo, debe acompañar un modelo de formación de padres, con compañía de un plan comunicacional que alerte sobre el contacto precoz de los jóvenes y niños con el consumo.
Y valdrá la pena tomar nota: son necesarias una prevención inicial desde la escuela y la familia, y una detección precoz -ante los primeros estadíos de consumo de drogas. Adicionalmente, 'tapizar' los barrios tomados por los vendedores con cultura, palabra/diálogo, centros de prevención y asistencia, y escuelas de formación de líderes y agentes comunitarios. En simultáneo, debe acompañar un modelo de formación de padres, con compañía de un plan comunicacional que alerte sobre el contacto precoz de los jóvenes y niños con el consumo.