Nadie debe equivocarse: Estados Unidos ya está en guerra con Siria
Las promesas anti-guerra de Trump sólo fueron retórica de campaña.
Algo extraño suele sucederle a los presidentes estadounidenses apenas llegan al poder, cada 20 de enero.
Las promesas de campaña que tienen por objeto enderezar los errores de percepción en materia de política exterior son luego abandonadas, y el nuevo programa para lidiar con el resto del mundo termina pareciéndose mucho al antiguo. Bill Clinton fue un individuo que eludió su reclutamiento en las fuerzas armadas en tiempos de la Guerra de Vietnam, quien supo predicar sobre virtud moral y la guerra, previo a darse vuelta y verse involucrado en los Balcanes -mientras, en simultáneo, bombardeaba a Sudán y a Afganistán. George W. Bush compartió promesas en torno de la no-interferencia y alejándose de la construcción de países artificialmente en el exterior, pero el 9/11 lo convirtió en un ejemplo de cómo hacerlo todo mal, en tanto se enterró en los pantanales de Irak y Afganistán.
El margen por el cual Barack Obama se hizo de la victoria en 2009 se debió, con toda probabilidad, a la percepción de que él era el candidato de la paz, particularmente en contraste con su oponente, el Senador John McCain; pero Obama se hundió aún más en Afganistán, salió y volvió a ingresar a Irak, interfirió en Siria y promocionó un desastroso cambio de régimen en Libia -mientras permitió que las relaciones diplomáticas con Moscú se deterioraban. Donald Trump se ha rodeado a sí mismo de generales, luego de prometer que no habría más involucramiento en guerras en el extranjero -mientras los generales le dicen hoy que, para ganar guerras, sólo hace falta enviar más soldados, y solo un poco más de esfuerzo y tiempo para estabilizar las cosas, todo lo cual son fórmulas para políticas que ya han probado ser fallidas.
Y luego están los enemigos perennes, con Irán primero en la lista, y Rusia y China desempeñando roles secundarios. Algunos responsabilizarían de la orientación de la política exterior al Estado Profundo o Deep State, lo cual ciertamente es sugerente pero, en lo personal, sospecho que los cambios de planes de los presidentes recientes se respaldan en otros elementos. En primer lugar, ninguno de ellos ha sido un veterano con experiencia en el servicio activo, lo cual convierte a la guerra en una abstracción que se analiza de segunda mano en un Powerpoint -siempre en una habitación de presentación de informes antes que en la propia realidad. Y, segundo, la forma en que las perspectivas de los mandatarios se modela puede ser directamente atribuída al carácter pernicioso que el establishment pondera como el rol adecuado para los Estados Unidos en sus relaciones con el mundo.
En ocasiones referida como la 'religión civil', algunos también la llaman 'excepcionalismo americano' o 'liderazgo en el mundo libre'. E, incluso, 'responsabilidad de proteger'. Pero la realidad es que un consenso amplio se ha desarrollado en el país, al respecto de que lo habilita para un intervencionismo serial y sin que deba existir el menor atisbo de protesta de parte del pueblo estadounidense.
Donald Trump ha estado en la Oficina Oval por cinco meses, y pareciera ser que al menos los lineamientos generales de su política exterior estuvieran cobrando forma, aunque eso podría ser una exageración, dado que nadie parece estar a cargo. El eslogan 'Estados Unidos Primero' o 'America First' no parece aplicar a lo que por estas horas está sucediendo, conforme los intereses reales de los EE.UU. no parecen tener nada que ver con lo que ocurre a diario, y tampoco parece existir principio regulador que dé forma a las respuestas de los numerosos desafíos que Washington debe enfrentar en todo el globo.
Las dos observaciones más importantes que uno podría compartir son, en ambos casos, bastante negativas. Primero -y lamentablemente-, la promocionada détente con Rusia ha marchado hacia atrás, registrando la relación entre ambas naciones el punto más bajo desde el instante en que la desaparecida e infortunada Hillary Rodham Clinton era Secretaria de Estado. Segundo: Estados Unidos ya está en guerra con Siria, aún cuando los medios de comunicación y el Congreso no parezcan percatarse de ese hecho. Asimismo, estamos implementando medidas agresivas que buscan generar un casus belli para ir a la guerra con Irán, y estamos redoblando la apuesta en Afganistán -próximamente, más soldados irán allí-, de tal suerte que la promesa de Donald Trump que versaba sobre evitar guerras sin sentido y procesos de 'construcción de países' en el extranjero eran meros temas de conversación de campaña que buscaban hacer quedar mal a Obama.
La situación con Rusia puede ser reparada, dado que Vladimir Putin es un jefe de Estado realista en un país vulnerable, y que está dispuesto a trabajar con Washington, pero ello exigirá que se ponga fin a la constante vituperación contra Moscú de parte de los medios y el Partido Demócrata. Este proceso podría, fácilmente, continuar por otro año más, dado que ahora todas las partes entienden que Rusia intervino la elección americana -aún cuando, al día de la fecha, nadie haya presentado evidencia alguna de que Rusia hizo nada en la práctica.
Siria se halla ahora más complicada. Los Senadores Tim Kaine y Rand Paul encendieron las alarmas en relación al involucramiento estadounidense en ese país, declarando que la intervención militar de EE.UU. es ilegal. En efecto, lo es, dado que se presenta como una violación de la Carta de Naciones Unidas, y de la Constitución de los Estados Unidos. Ninguno ha argumentado que Siria amenaza la seguridad de los Estados Unidos en forma alguna, y que la política exterior actual es, asimismo, una afrenta al sentido común: guste o no, Siria es un país soberano en la que Estados Unidos ha montado bases militares y respalda a 'rebeldes' (incluyendo a yijadistas y terroristas) que buscan derribar a un gobierno legítimo. De igual modo, hemos establecido una zona de 'de-conflictuación' en el sudeste del país, a los efectos de proteger a nuestros ejércitos subsidiarios, sin el consenso del gobierno de Damasco. Todo lo cual se agrega a lo que constituye una agresión claramente no provocada, un acto de guerra.
La guerra comenzó cuando la Administración Obama comenzó a construir bases y a enviar grupos de operaciones especiales a Siria a fines del verano de 2015, después de que la Casa Blanca anunciara que 'permitiría ataques aéreos para defender a los rebeldes sirios entrenados por militares estadounidenses, ante cualquier atacante, aún si los enemigos se declaran como fuerza leal al presidente sirio Basher al-Assad'.
Esa política garantizó la escalada y el involucramiento directo de Estados Unidos en el conflicto. El último mes, por primera vez desde que la guerra civil siria comenzó en 2011, Estados Unidos atacó directamente a las fuerzas del gobierno sirio y a sus proxies en cuatro oportunidades, incluyendo dos ataques aéreos contra miliciaones iraníes aliados a Damasco. Tales maniobras fueron precedidas por el lanzamiento de abril pasado, por parte de la Armada de EE.UU., de 59 misiles crucero, en lo que consignó un ataque directo contra una base aérea siria. La reciente escalada ha dado lugar a una réplica de parte de Rusia, que protestó en los más duros términos contra el último de esos incidentes, en el que un F-18 Hornet de Estados Unidos derribó un cazabombardero sirio SU-22.
Ahora, Moscú ha amenazado con actuar contra cualquier aeronave de la coalición liderada por EE.UU. que sobrevuelve Siria occidental, iniciativa que podría, a corto plazo, conducir a una guerra rusoestadounidense en Oriente Medio.
En la actualidad, Siria se encuentra bajo ataque por parte de las fuerzas aéreas de dieciséis naciones que operan en su espacio aéreo, en general afiliadas al esfuerzo estadounidense de motorizar un cambio de régimen. Cuando Siria se resiste, es acusada rutinariamente de emplear armamento 'prohibido', por los voceros de los grupos terroristas que operan en el seno del país bajo el paraguas americano. Por estas horas, la Casa Blanca está advirtiendo que ha 'identificado preparaciones eventuales para otro ataque con armas químicas desde el régimen de al-Assad'. La embajadora de Estados Unidos ante Naciones Unidas, Nikki Haley, elaboró en su cuenta de Twitter: '(...) ataques futuros serán endilgados a Assad, pero también a Rusia e Irán, que lo respaldan...'.
Siria pagará un 'muy alto precio' si tuviese lugar otro ataque con armamento químico, de acuerdo al comunicado de la Casa Blanca. La advertencia estadounidense motivará, inevitablemente, a que los pretendidos rebeldes escenifiquen un ataque ellos mismos, del que luego se hará responsable a Damasco -como ya lo han hecho en el pasado reciente. Todo lo cual escalará peligrosamente el conflicto, poniéndose directamente en la mira a Rusia y a Irán, como 'cómplices' de Siria en crímenes de guerra. Se trata de una maniobra muy peligrosa de parte de la Administración Trump la cual, en apariencia, no ha sido coordinada con el Departamento de Defensa ni con el Departamento de Estado -ambos fueron sorprendidos por el anuncio de la Casa Blanca. La naturaleza y credibilidad de la información que implica a Siria no han sido reveladas, en tanto se las pondera como 'asuntos de inteligencia'.
Gran parte de este acting que opera en perjuicio de los verdaderos intereses nacionales estadounidenses ha sobrevenido del síndrome de 'aliado sin valor', que ha venido prevaleciendo en Washington por ya varias décadas. En Oriente Medio, donde gran parte de los problemas dan inicio, no existe una política exterior coherente que haya evolucionado más allá del respaldo incondicional para los 'aliados' locales Arabia Saudita, Egipto, Turquía e Israel. En términos prácticos, esto ha significado que Estados Unidos terceriza en Riad, Ankara, El Cairo y Tel Aviv prácticamente la totalidad de las cuestiones regionales, mientras que se muestra como garante del inocuo gobierno afgano.
De tal suerte que, a pesar de las propuestas para des-involucrarse del ciclo de la guerra en Oriente Medio, Estados Unidos parece mostrarse en curso de involucramiento directo de cara a una serie de conflictos locales sin diseñarse una 'victoria' clara, y sin existir una política de eventual salida. Si se remueve a al-Assad, ¿qué viene después? ¿Qué harán los rusos? ¿Acaso los supuestos aliados de EE.UU., Turquía, Israel y Arabia Saudita se mostrarán satisfechos con el desmembramiento del Estado sirio, o insistirán en emprenderla contra Teherán? ¿Quién llenará esos vacíos de poder?
Desde luego que existen otros orificios negros de política exterior, incluyendo la deleznable decisión de retroceder en la normalización de relaciones con Cuba, y las maniobras contra Corea del Norte. Venezuela -principal proveedor de crudo de los Estados Unidos, está a punto de estallar, y no queda claro si acaso el Departamento de Estado cuenta con algún plan de contingencia para lidiar con esa crisis. Pero Rusia y Siria se encuentran en un escenario similar, con el potencial para convertirse en escenarios de desastre Clase A, como Irak -o aún peores. Y luego está el pulular de Irán, en apariencia odiado por todas las cabezas pensantes en Washington, e inextricablemente vinculado a lo que está sucediendo en Siria. Es más que capaz de convertirse en la próxima catástrofe para la Casa Blanca. ¿Qué hará Trump? Me preocupa que la lección aprendida del ataque con misiles crucero contra una base siria en abril pasado es que el empleo de la fuerza es popular -y que se repita conforme se estime necesario. Y eso sería un error monumental, pero hay señales de que algunas de las personas que rodean a Trump tienen los ojos puestos en escalar y en el 'hacer algo' en Siria, e incluso contra Irán para empezar. Y, si acaso los rusos se mete en el camino, entonces esas personas creen que también podrán ocuparse de ellos.
Artículo original en inglés, en http://www.theamericanconservative.com/articles/make-no-mistake-we-are-already-at-war-in-syria/
Especialista en contraterrorismo; ex oficial de inteligencia militar de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos de América (CIA). Se desempeña como columnista en medios estadounidenses, y como Director Ejecutivo en el Council for the National Interest. Giraldi es colaborador frecuente en Unz.com, Strategic Culture Foundation y otros. En español, sus trabajos son sindicados con permiso en El Ojo Digital.