Argentina: locura y desamor
Jorge llega a nuestra comunidad terapéutica (GRADIVA), tras numerosos intentos de suicidio.
08 de Agosto de 2017
Solo lo que ha sido raíz, tendrá mañana.
José Luis Rosales (poeta español; Premio Cervantes, 1982)
* * *
Jorge llega a nuestra comunidad terapéutica (GRADIVA), tras numerosos intentos de suicidio. Anoréxico y bulímico a sus escasos dieciséis años, consume drogas desde los doce. La diabetes y la hipertensión también lo acompañan. El relato de esta historia nada tiene que ver con lo que él afirma -o, más bien, declama. Pero Jorge es un joven inteligente, deseoso de reconocimiento y de escucha. La disonancia entre su historia y su demanda asaltan mi curiosidad como profesional -es un conjunto de preguntas sin respuestas. ¿Dónde está mi padre? ¿Quién me cuida? ¿Dónde encontrar a mi madre? Nacido sin el reconocimiento del padre, aborrece la figura de éste y, aún sabiendo dónde localizarlo, prefiere no hacerlo. Aquel que lo reconoció y con quien tiene una deuda de gratitud, tampoco está en la vida de la madre. La infancia de Jorge ha transcurrido entre sucesivos abandonos y episodios de desapego.
Y lo cierto es que Jorge no ha podido echar raíces, en ninguna parte. Habida cuenta de que las raíces ofrecen un lugar y, precisamente, la locura es el no-lugar (locus:lugar). La enfermedad (in-firmus) es la respuesta a la falta de firmeza del suelo nutricio-emocional. Asistimos a épocas de ausencia de raíces y, por ende, de incertidumbre y discontinuidad. La cultura actual, en su postmodernidad, ha olvidado el fértil suelo nutricio-emocional que todos necesitamos para crecer. Las drogas y las enfermedades más crudas de la adolescencia abrevan en estos 'orificios' de esa postmodernidad. Vacío frente a suelo firme.
Quien habla de raíces desde la poesía -como lo hace el poeta Luis Rosales- busca referirse a la identidad, base y sostén de nuestras vidas, y pasaporte hacia un proyecto y porvenir -aunque todo esto hoy suena a antiguo, particularmente cuando asistimos a tiempos tan 'deshilachados'. Para el poeta, la identidad se constituye desde las raíces -identidad como base misma de nuestro ser y, por ende, del futuro. De igual manera, Z. Bauman supo alertarnos sobre esto, al mencionar que ya no es tiempo de raíces, sino de anclajes. Ya no es el árbol y, dentro de éstos, el roble la metáfora de un crecimiento sino el barco que va de puerto en puerto, levando anclas. Porque nada permanece, y todo muta. No hay ya figuras estables; el drama remite a la pregunta que reza ¿cómo podemos crecer de esta manera? Existe abundante material que, en psicoanálisis y psicología evolutiva del niño y adolescente, refirió e hizo escuela sobre los vínculos estables de los padres con los hijos desde la primera infancia. Otros hablaban del apego y de las patologías del desapego. De tal suerte que innumerables autores y clínicos -excelentes en su tratamiento de la infancia- han mencionado el papel excelso que hace al cuidado. Pero, ¿quién habla de vínculo familiar hoy día?
José Luis Rosales (poeta español; Premio Cervantes, 1982)
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Jorge llega a nuestra comunidad terapéutica (GRADIVA), tras numerosos intentos de suicidio. Anoréxico y bulímico a sus escasos dieciséis años, consume drogas desde los doce. La diabetes y la hipertensión también lo acompañan. El relato de esta historia nada tiene que ver con lo que él afirma -o, más bien, declama. Pero Jorge es un joven inteligente, deseoso de reconocimiento y de escucha. La disonancia entre su historia y su demanda asaltan mi curiosidad como profesional -es un conjunto de preguntas sin respuestas. ¿Dónde está mi padre? ¿Quién me cuida? ¿Dónde encontrar a mi madre? Nacido sin el reconocimiento del padre, aborrece la figura de éste y, aún sabiendo dónde localizarlo, prefiere no hacerlo. Aquel que lo reconoció y con quien tiene una deuda de gratitud, tampoco está en la vida de la madre. La infancia de Jorge ha transcurrido entre sucesivos abandonos y episodios de desapego.
Y lo cierto es que Jorge no ha podido echar raíces, en ninguna parte. Habida cuenta de que las raíces ofrecen un lugar y, precisamente, la locura es el no-lugar (locus:lugar). La enfermedad (in-firmus) es la respuesta a la falta de firmeza del suelo nutricio-emocional. Asistimos a épocas de ausencia de raíces y, por ende, de incertidumbre y discontinuidad. La cultura actual, en su postmodernidad, ha olvidado el fértil suelo nutricio-emocional que todos necesitamos para crecer. Las drogas y las enfermedades más crudas de la adolescencia abrevan en estos 'orificios' de esa postmodernidad. Vacío frente a suelo firme.
Quien habla de raíces desde la poesía -como lo hace el poeta Luis Rosales- busca referirse a la identidad, base y sostén de nuestras vidas, y pasaporte hacia un proyecto y porvenir -aunque todo esto hoy suena a antiguo, particularmente cuando asistimos a tiempos tan 'deshilachados'. Para el poeta, la identidad se constituye desde las raíces -identidad como base misma de nuestro ser y, por ende, del futuro. De igual manera, Z. Bauman supo alertarnos sobre esto, al mencionar que ya no es tiempo de raíces, sino de anclajes. Ya no es el árbol y, dentro de éstos, el roble la metáfora de un crecimiento sino el barco que va de puerto en puerto, levando anclas. Porque nada permanece, y todo muta. No hay ya figuras estables; el drama remite a la pregunta que reza ¿cómo podemos crecer de esta manera? Existe abundante material que, en psicoanálisis y psicología evolutiva del niño y adolescente, refirió e hizo escuela sobre los vínculos estables de los padres con los hijos desde la primera infancia. Otros hablaban del apego y de las patologías del desapego. De tal suerte que innumerables autores y clínicos -excelentes en su tratamiento de la infancia- han mencionado el papel excelso que hace al cuidado. Pero, ¿quién habla de vínculo familiar hoy día?
Epocas de abandono
Los niños suelen ser los abandonados en esta sociedad, tal como lo son los ancianos y los migrantes. Es época de desplazados, y miles de no reconocidos -como Jorge- nos circundan. Son víctimas que, con seguridad, luego se transformarán en victimarios. Estos, al igual que Edipo, maldecirán luego el instante en que nacieron, ejecutando sobre sí mismos (o sobre otros) su venganza.
En la República Argentina, de 770 mil nacimientos en el 2015, 108 mil son de menores de 19 años, y 2.787, niñas entre 10 y 15 años. El 15 % de los nacimientos en menores tiene lugar a partir de hechos de violencia y/o abuso sexual. En provincias como Misiones, Chaco y Formosa, las madres menores de 15 años representan el 25% del total. Abandonan la escuela desde ese preciso instante de sus vidas y, cuanto menor es la edad, mayor es la incidencia del abuso sexual. El abandono es también abandono de sí mismo, ya que el 60% de las chicas no aceptan ningún método anticonceptivo gratuito. En la Argentina, se cuentan hoy casi 6 millones de niños-adolescentes de entre diez y dieciocho años -población de altísimo riesgo, dado que a la crisis del mundo adulto (en lo que tiene que ver con vínculos estables), se le agrega la oferta de la huida de un mundo sin suelo firme a través de las drogas. Estas hacen las veces de lubricante alucinatorio fugaz, aunque efectivo.
Así las cosas, pareciera ser que, en este mundo, los niños estuviesen de más, por cuanto se hallan fuera del libreto social. En un mundo de mercado, ¿por qué no cambiar de pareja cuando ésta no funciona, casi como muchos suelen hacer con el modelo de teléfono celular, como si estuviese pasado de moda? El niño parece ser la colisión inconsecuente de un azar biológico. Lo excepcional acerca de los niños es que las parejas no pueden cancelar este contrato mutuo, como si el hijo fuera un canje.
Amor y reconocimiento
Los griegos hablaban de dos Dioses Eros y Thymos. Eros es posesión, frenesí; Thymos, reconocimiento. Lo mejor para todos es que funcionen juntos, habida cuenta de que no hay Amor sin reconocimiento del otro, y sin un acogimiento hospitalario. En términos del gran filósofo E. Levinas, amar es 'vivir con y vivir para'.
Pero nuestros jóvenes no pueden vivir sin familia; en consecuencia, los débiles (de afectos, e inermes de identidad) se nuclean en clanes y tribus. Surgen las tribus urbanas, que reclutan a los miembros de familias dislocadas (se dirá: disgregadas), tóxicas (varios en franca carrera hacia el consumo), traumáticas (lacerados por diversos formatos de estrés) y nominales (aquellos que solo existen como presencia vacía, sin transmisión de contenidos valorativos). El psiquiatra español Enrique Rojas supo compartirnos, en sus últimas conferencias, que la verdadera epidemia de hoy son las parejas rotas.