NARCOTRAFICO Y ADICCIONES: JUAN A. YARIA

Argentina y los nuevos desaparecidos; apuntes complementarios

Los relatos de personas desaparecidas que ciframos en el presente trabajo...

19 de Septiembre de 2017
Los relatos de personas desaparecidas que ciframos en el presente trabajo representan un nodo crítico en la epidemia de consumo de drogas que, desde hace ya varios años, se ha instalado en la República Argentina. Y lo cieto es que de ellos se habla poco, o casi nada. Dan forma al mundo de los 'nadies' o, si se quiere, de los desaparecidos sin nombre. Personas que terminan siendo mutiladas en alguna villa o asentamiento precario cuando se dirigen para comprar drogas. O bien se pierden en el 'vértigo' de las reyertas. En definitiva, de lo que se trata es de aquellos seres sin nombre ni destino que, para muchos, ni siquiera merecen la dignidad del cementerio. Consignamos aquí tres relatos, fiel resumen de un mal transversal de tipo socio-sanitario que hoy atraviesa la realidad argentina.

Marihuana, drogasLa familia de Oscar llega hasta nuestra consulta, comentándonos que, desde hace ocho meses, su hijo se encuentra en una comunidad terapéutica, pero que su conducta se ha tornado apática, abúlica, y que solo contesta con monosílabos. Es comprensible -pienso-, conforme desde los doce años a la actualidad de sus veinte, su sistema nervioso y personalidad han sido confiscados por drogas estimulantes de todo tipo, y por pastillas tranquilizantes en compañía del alcohol. Además, residiendo en un contexto marginal e igualmente estimulante (choques, asaltos, aprietes a terceros, y robos). Oscar es otro típico joven de barrio marginal del conurbano, allí donde la droga se obsequia como si de golosinas se tratase, y se hace sentir con la entrega de la persona/paciente a barrabravas y/o grupos de presión. El regalo se paga con vida en acciones de riesgo, siempre terciando un Patrón del Mal (que en mucho recuerdan a los barrios de Medellín de los años ochenta, con múltiples Pablos Escobar en control) a cargo de las operaciones. En semejante contexto, las instituciones han dejado de existir, o bien se muestran del todo debilitadas. Pregunto, entonces, por la escuela; la sonrisa de los padres se acompaña de la certificación: 'Ahí hay más drogas', mientras los docentes miran, atónitos, o -lo más corriente- desvían la mirada. Las fuerzas de seguridad 'pasan la gorra', pero no hacen más que actuar para un 'circo' cada tanto, aunque también cabe subrayar que las fuerzas de seguridad locales se han visto superadas por la anomia y la crisis recurrente. Por su parte, las familias se ubican ya en la categoría de 'multiproblemáticas' y han extraviado su función de guía. No existen garantes sociales; todos tienen sus problemas. Padres biológicos inexistentes, o presos. Madres trabajadoras, que deben atender a hijos de diferentes parejas. Los astros parecen confluír para dar forma a un caos normativo. El drama es que la Ley existe, pero los referentes que han de cumplirla brillan por su ausencia, o bien están ocultos. Padres, maestros, policías, fiscales, jueces, fuerzas del barrio, iglesias, centros culturales, etc.; parecen ser solo monumentos vacíos. Solo el club de barrio de futbol de la Primera C parece vincular a muchos chicos, pero el grueso de esos centros parecen tomados por marginales y por sus negocios turbios. Escenario en donde la bandera del club y sus 'trapos' son emblema de Identidad pero también de guerra. Han desaparecido los factores humanizadores del hombre. ¿Qué pasó con los amigos de Oscar en el barrio? Contesta: muchos están presos; otros, murieron. El resto, en fuga.

Jorgelina reside en un barrio de clase media la ciudad de Buenos Aires. Dejó la escuela. La marihuana, desde épocas tempranas, se enseñoreó de su vida, junto con la cervecita y las pastillas o la cocaína de los fines de semana. A sus 16 años, dejó la escuela. Jorgelina es hoy disputada por su belleza, por grupos de dealers para quienes la mujer se convierte en un valor fundamental de cambio -el sexo es una variable crítica para ellos, como lo es la función del transporte o delivery, explotándose el síndrome de Estocolmo que registran este tipo de relaciones. Jorgelina está en riesgo: sus padres no viven juntos desde hace ya años; mientras tanto, ella intenta reunirlos, a partir de conductas de riesgo. Ella hoy está en un centro psiquiátrico; luego, ingresará en una comunidad terapéutica, tras transitar por una clínica médica en donde se ha repuesto de numerosas enfermedades venéreas, urinarias, bronquitis (dado su uso de la marihuana), etcétera.

De la ciudad argentina de Rosario, Jorge supo vivir entre dealers y punteros de droga que se habían hecho dueños de barriadas y clubes. Y Jorge siempre ha recurrido a los dealers, en sus varios modos de extorsión, como ser, el haber entregado un celular de precio en dólares por dos dosis de cocaína. Como hemos dicho, tiene lugar un verdadero síndrome de Estocolmo entre quien precisa las drogas y su torturador; siguiendo, quizás, la simbólica que se narra desde los campos de concentración, en donde el cautivo queda a expensas del vigilante, y se ofrece a él como esclavo. En rigor, Jorge residía en una suerte de campo de concentración y, como tal, era un nadie; llega al estatuto de nadie en esta sociedad, quedando a expensas de cualquiera. Llega a nosotros tras registrarse una extendida cadena de instancias en donde él, a los efectos de liberarse de su tierra, se asila como un 'extranjero sin valijas' en un territorio donde la marihuana forma parte del estilo de vida. Equivocación que sobreviene con alto precio: cuando el sistema nervioso y la personalidad se han subsumido en el consumo, la voracidad por todas las drogas lo somete. Está un tiempo, y vuelve; dominado ya por su enfermedad. En esa instancia, la familia solo apela a llamar a una ambulancia que lo lleva sin destino a distintos centros, que lo rechazan sistemáticamente. Aquella ambulancia recorre distintos lugares de la Argentina con un 'furioso' en abstinencia en donde el médico, los enfermeros y los familiares no sabían que hacer y en donde nadie quería y podía hacerse cargo del él. Hospitales, clínicas, centros de adicciones; él era un 'resto' indeseable de una sociedad que le daba la espalda. Apelaban a una cierta voluntariedad para tratarse cuando precisamente estaba alienado. Un juez probo y serio pone fin a esta situación de muerte lenta; así fue que Jorge ha podido finalizar un tratamiento, luego de dos años de intensa lucha con el apoyo de los familiares y de él mismo.

Así, hemos descripto tres historias; una del interior profundo del conurbano bonaerense, otra de plena Ciudad de Buenos Aires y, por último, una de Rosario (Santa Fe) -Rosario es hoy emblema del consumo y del tráfico en el imaginario social argentino. Toda vez que tienden a ser masivos, los padecimientos individuales delatan un modo de vida. Hemos asistido a casos de decenas de pacientes en los que el consumo precoz de droga conduce a desastres médicos, neurológicos, psiquiátricos -y existenciales después.  

A diario, y desde diferentes lugares del país, recibimos –como centro especializado en patologías complejas ligadas a la adicción concurrentes con fenómenos psiquiátricos- menores y mayores complicados con lo que hoy se denomina diagnóstico múltiple (concurrencia, en la misma persona, de varios padecimientos) y con familias multiproblemáticas. Múltiple diagnóstico en donde el descontrol adictivo se une con la baja de las funciones de control de los impulsos y del pensamiento por déficits cerebrales causados por el consumo continuado de sustancias. Todo ello, acompañado d e daño renal, diabetes, síndromes metabólicos, distintas variedades de hepatitis, e incluso ACV.

En apariencia, mucho da inicio durante la pubertad. En esa instancia, múltiples bocas de expendio cautivan a individuos vulnerables por edad y, en muchos casos, por severos problemas de contención familiar. La experiencia médica nos enseña que las alteraciones cerebrales y sus equivalentes en la conducta empiezan a consolidarse en el primer año de consumo. Luego de no tener lugar intervenciones terapéuticas, prosigue el tropel de ansiedad comandado por la compulsión a consumir, la necesidad de consumir más dosis por efecto biológico de la llamada tolerancia y la imperiosidad de buscar la sustancia de cualquier manera. Estas parecen ser las leyes del consumo puberal, toda vez que no hay intervenciones rápidas de la familia ni de la sociedad, a criterio de iniciar un tratamiento. A menor edad, más posibilidad de consumo problemático y de dependencia. A menor edad más posibilidad de daño ya que el cerebro está en evolución y no ha terminado su fase madurativa y esto implica menor capacidad de freno de los impulsos y mayor fuerza de la motivación y el deseo de repetir el consumo. A esto se agrega la fuerza de los grupos de pares que rodean al joven que empieza a consumir –como en el ejemplo de Jorge-; a medida que avanza la dependencia, los vínculos sociales se estrechan hacia personas que consumen y se van disociando del medio gratificante de estímulos culturales y de salud.


Datos de la Realidad

La marihuana está igualando al cigarrillo en el consumo juvenil en nuestro país (datos de SEDRONAR, tomándose a las escuelas secundarias de CABA). Las plantaciones en casas y viveros especializados con mutaciones genéticas de alta concentración de cannabis es ya un dato cierto. Mientras tanto, el abuso de alcohol llega al 33,5% de la población juvenil. Ni hablar de las sustancias sintéticas como éxtasis, en donde existen redes preparadas para todos los centros de diversión nocturna juvenil. Los sintéticos crecieron, en su comercialización, el 1.200% y con gran impacto, según la SEDRONAR, en la Provincia de Buenos Aires. Aneurismas en gente joven, arritmias, infartos en intoxicaciones son atendidas en suelo bonaerenses anuncian médicos de los hospitales platenses. Además –y podemos ofrecer testimonio de ello, en nuestra tarea clínica-, algunos ingieren entre 3 o 4 pastillas de éxtasis en solo una noche electrónica (que da inicio a las 2 de la mañana, prolongándose hacia las 17 hs. del día siguiente).

La estadística consigna el inicio del consumo de sintéticos entre los 12 y los 16 años. Mientras tanto, existen decenas de laboratorios clandestinos que producen estas pastillas en nuestro país, conforme lo denuncian los propios pacientes y fuentes periodísticas creíbles. La ketamina (keta) hoy hace verdaderos estrategos, conforme es un disociador de la personalidad que porta agudos efectos psicótivos: genera una realidad paralela, dando lugar a cambios perceptuales y sensoriales.


¿Quién pagará la fiesta?

Acaso hemos de aumentar la consciencia comunitaria, ya desde la escuela, la familia y los barrios o clubes deportivos. De no existir anticuerpos culturales basados en una cultura de la salud, el consumo aumenta. A mayor aceptación social del consumom más venta. A mayor tolerancia social, mayor cantidad de puestos de venta. La anomia conduce al narco. Ciudades, escuelas y familias preventivas debería ser la consigna. Tales son el mejor antídoto.

Si no protegemos la infancia y la juventud, ¿quién pagará esta fiesta? Contaremos cada vez con cantidades más altas de discapacitados, lesionados en el cuerpo y en la psiquis; habrá más familias desmembradas y en estado de recurrente padecimiento.

 
Sobre Juan Alberto Yaría

Juan Alberto Yaría es Doctor en Psicología, y Director General en GRADIVA, comunidad terapéutica profesional en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Los artículos del autor en El Ojo Digital, compilados en éste link.