América Latina: la herencia maldita
En numerosas oportunidade, hemos comentado que América Latina se muestra...
19 de Septiembre de 2017
En numerosas oportunidade, hemos comentado que América Latina se muestra como el continente más desigual y más violento del mundo. Algunos no lo creen, y buscan alguna nación africana que exhiba mayor desigualdad -sí; los hay-, o algún otro que, durante cierto período de tiempo, sea más violento. Pero, en estos últimos ejemplos, se trata de casos aislados o de instantes específicos. De manera estable, nuestro continente se presenta como el más desigual y el más violento.
¿Qué otra cosa tenemos en común los latinoamericanos? En materia económica, además de la desigualdad, representamos naciones de ingreso medio, en extremo dependientes de las materias primas, y tradicionalmente reacios al libre comercio. Sin dudas, se contabilizan variantes. México es, ahora, un país que no depende de materias primas y muy abierto al comercio, pero sólo lo ha sido durante los últimos 25 años. Chile parece encontrarse a punto de salir del ingreso medio. En lo general, sin embargo, ésas son características económicas de los países latinoamericanos.
Históricamente, nuestros puntos en común son conocidos: culturas autóctonas que no desarrollaron metalurgia (salvo de oro y plata), y que nos heredaron una cantidad no menor de costumbres e ideas. Luego, la conquista y la colonia, que nos dejó idioma y religión, modificados por dichas culturas originales.
Políticamente, (casi) todos nos independizamos en el primer cuarto del siglo XIX y, luego, vivimos medio siglo de caudillismos, 35 años como proveedores del capitalismo global, y después las guerras civiles y el clientelismo populista del siglo XX, que en América del Sur se reflejó en la disputa entre blancos y colorados, y en México estaba subsumido en un único partido.
En esta visión algo esquemática, por cuanto se trata de pocos renglones, el objetivo es comprender las razones de nuestra gran desigualdad y desatada violencia. Las independencias fueron, antes bien, maniobras de las élites locales, y no tanto luchas liberales. Ha sido la dinámica entre esas élites y los caudillos lo que explica mejor nuestra historia. En esencia, América Latina vive, en los últimos dos siglos, las relaciones de poder que Europa conoció entre los siglos XIV y XIX. Al compararnos con Europa (y sus brotes) de forma contemporánea, nos abruma una sensación de atraso que creo explica un cierto complejo de inferioridad, pero también la desesperación frente a una aparente lentitud en nuestro avance: económico, político y social.
Tanto nuestra desigualdad como nuestra violencia son más parecidas a las que Europa y sus brotes vivieron hace cuatro siglos, y también lo es nuestra religión y, con un poco de ajuste, la política y la economía. Cualquier nación latinoamericana de hoy, en lo que tiene que ver con sus características sociales, políticas y económicas, no desentonaría en el siglo XVII europeo. El secularismo, la innovación, la competencia, la globalización, no son lo nuestro. Queremos todo lo bueno de los países que hoy son desarrollados, sin pagar el costo que ellos cubrieron durante siglos.
Reducir la violencia implica contar con un Estado fuerte como el que los europeos construyeron en ese tiempo, o el que tienen países asiáticos incluso desde antes (y que no perdieron con la invasión europea). Impedir que ese Estado abuse requiere limitarlo legalmente, pero nuestro Estado de derecho es muy débil, y lo hemos debilitado aún más con excesos 'garantistas' (imposibles de cumplir sin el Estado fuerte, por cierto).
Reducir la desigualdad implica terminar con el capitalismo de cuates, propio de los estados de élites (como fueron creados los latinoamericanos). Ese proceso puede acelerarse a través de la innovación y la competencia, hoy bloqueados por leyes hechas para defender las clientelas, sostén de los caudillos.
En cierta forma, terminar con la sociedad desigual y violenta, la economía primaria y cerrada, y la política de caudillos y clientelas implica dejar de ser latinoamericanos, en el sentido histórico. Entendemos que merece la pena hacerlo.
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@MacarioMX
Sobre Macario Schettino
Se desempeña como Profesor de la División de Humanidades y Ciencias Sociales del Tecnológico de Monterrey, en Ciudad de México. Es colaborador editorial y financiero del matutino El Universal. Publica periódicamente en el sitio web del think tank estadounidense The Cato Institute, en español.