Uriburu: tentativa facista y petróleo en un país periférico
'La última revolución derrocó a Yrigoyen, un cruzado fanático contra todo lo yanqui, incluyendo las compañías de petróleo...
04 de Octubre de 2017
La experiencia italiana del Estado corporativo que cuenta con diez años de aplicación y que ha asegurado la paz social, el orden y la prosperidad de aquel gran pueblo ,es objeto hoy en todas partes de la mayor atención y estudio. .Este considerable interés suscitado por el fascismo convierte el fenómeno italiano en un hecho de posible aplicación mundial (...) se acentúa una corriente de índole nacionalista en el sentido de implantar la democracia funcional y el Estado corporativo, la que ha tomado mayor impulso después del triunfo en Alemania de los nacionalsocialistas.
Carlos Ibarguren (La Inquietud de Esta Hora)
* * *
'La última revolución derrocó a Yrigoyen, un cruzado fanático contra todo lo yanqui, incluyendo las compañías de petróleo. Fue él quien hizo intervenir al gobierno en la venta de nafta y quien, al rebajar los precios y manipular las ventas, capturó el 22 por ciento de todas las ventas. Su derrocamiento fortalece la posición de la Standard Oil en la Argentina' (Revista Fortune, marzo de 1931.N* 3, V.III, pag. 132. citado en La Nación, 12/11/2000).
Carlos Ibarguren (La Inquietud de Esta Hora)
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'La última revolución derrocó a Yrigoyen, un cruzado fanático contra todo lo yanqui, incluyendo las compañías de petróleo. Fue él quien hizo intervenir al gobierno en la venta de nafta y quien, al rebajar los precios y manipular las ventas, capturó el 22 por ciento de todas las ventas. Su derrocamiento fortalece la posición de la Standard Oil en la Argentina' (Revista Fortune, marzo de 1931.N* 3, V.III, pag. 132. citado en La Nación, 12/11/2000).
Los cadetes del Colegio Militar marchan hacia el Congreso Nacional, henchidos de estusiasmo patriótico. Preceden la bisoña columna un escuadron de caballería, y una sección de ametralladoristas. La solitaria unidad del acantonamiento de Campo de Mayo que se les ha sumado es la operativamente modesta Escuela de Comunicaciones. Cierran la alegre procesión, jóvenes de buenas familias que blanden los fusiles que el Ejército ha repartido para incluir ciudadanos en la aventura. Desde la Confiteria del Molino y desde el Citi Hotel, parten recias andanadas yrigoyenistas: dos cadetes son las víctimas fatales de un golpe al que los historiadores calificarán de incruento.
El jefe del movimiento es el Teniente General Félix Uriburu. Retirado hace un año del Ejercito, es el referente de una corriente de opinión civil y militar que desea terminar con la 'politiquería comiteril' y su manifestación práctica: la 'chusma radical'. Sostienen que la sanción de la Ley Sáenz Peña, al instaurar el voto secreto, universal y obligatorio, ha promovido en el país un período de decadencia de tal magnitud, que los buenos patriotas deben salir a jugar un rol protagónico en la suerte de la República. Uriburu ha visto en Europa modelos de relaciones fervorosas entre un conductor y las masas asalariadas, un diálogo que produce fenómenos como el mussoliniano, generando anticuerpos contra la infección marxista y neutralizando la virulencia de la protesta social.
Yrigoyen, que ha asumido el mando presidencial por segunda vez en 1928, en comicios que dieron en llamarse el 'plesbicito', en razón del porcentaje del 57% alcanzado sin pronunciar un discurso, debió enfrentar un año después la celebérrima 'caída de la Bolsa de Nueva York', profundo cataclismo que impulsó en Occidente una revisión de los postulados básicos del liberalismo como propuesta económica y política.
Este 6 de setiembre de 1930, el Presidente no está en Casa de Gobierno. Hace pocos días, debió acogerse a una licencia por enfermedad. Al ver la columna que se acerca, el vicepresidente Martínez iza bandera blanca. Enterado de los acontecimientos, Yrigoyen se apersona ante las jefes de un regimiento en la ciudad de La Plata, y redacta una lastimosa nota de renuncia. Queda detenido, a la espera de un buque que la Armada destinará para aislarlo como un prisionero en la Isla Martin García.
Hacía ya unos años que el General escuchaba con atención las inquietantes propuestas de su primo, Carlos Ibarguren, salteño como él e igualmente aficionado a las morosas charlas en el Jockey Club. En la nómina de los intelectuales que desean un golpe de timón en la estructura institucional de la República, tienen lugar de preferencia el poeta Leopoldo Lugones, los ensayistas Julio y Rodolfo Irazusta, el historiador Ernesto Palacios, el prosista Manuel Gálvez y agitadores y propagandistas como Juan E. Carulla. Todos, con leves diferencias de matices, sienten un discreto desprecio por la democracia de cuño liberal y su armazón jurídica, la Constitución Nacional. Abominan de los postulados de la izquierda en cualesquiera de sus vertientes y, definitivamente, del anarquismo y del comunismo.
Racismo y xenofobia se evidencian como elementos esenciales de este nacionalismo ultramontano en los periódicos que se editan con entusiasmo. En uno de ellos, La Fronda, se califica al yrigoyenismo como 'una horda de beduinos encabezados por un santón neurótico (...) dueños de casas de juego y lenocinios (...) árabes, calabreses, turcos, rusos y otros detritos europeos desterrados de sus respectivas patrias' (20 de mayo de 1928) (...) 'El triunfo del radicalismo en toda la República ha tenido como principal consecuencia un predominio evidente de la mentalidad negroide. La munimisión de los negritos en masa es un fenómeno característico del yrigoyenismo (...) Hablan, actúan, hacen ruido, expresan opiniones impregnando de catinga la atmósfera política del país' (31 de julio de 1929).
Carlos Ibarguren hace un preciso inventario de las ideas que prevalecían en grupos que preparaban desde el último triunfo radical el golpe setembrino: a) combatir el liberalismo y el parlamentarismo; b) organizar un gobierno representativo del país real y no de los comités electoralistas; c) implantación de una democracia funcional, basada en las 'fuerzas sociales y no en los partidos manejados y usufructuados por demagogos y oligarquías de políticos profesionales'; c) sostener la necesidad de gobiernos fuertes que mantuvieran enérgicamente el orden social, las jerarquías y la disciplina, para evitar la amenaza del comunismo soviético y; d) evitar la continuación del demoliberalismo individualista que provocó la guerra 1914-1918, y trajo la calamidad del personalismo yrigoyenista. (Ibarguren 1999: 412/413).
Poco después de su designación como interventor en Córdoba, Ibarguren pronuncia un discurso en el Teatro Rivera Indarte de la capital provincial, el 15 de octubre de 1930. Allí, reclamó que las Legislaturas incluyeran 'representantes genuinos de los verdaderos intereses sociales en todas sus capas;un nuevo Parlamento donde debe estar representada la opinión popular y acordarse representación también a los gremios y corporaciones que están sólidamente estructurados'. En un pasaje de su vibrante alocución, el orador hace una reserva notable: 'La reforma no debe ser exclusivamente fascista'.
El poeta Leopoldo Lugones, tras un giro copernicano que lo llevó de la militancia socialista al fervor mussoliniamo, aportaba su prestigio de eximio intelectual a la tarea de demolición del edificio radical, afectado también por la senilidad del presidente y su frágil salud más cierto desorden en la administración pública. Algunas expresiones lugonianas dan testimonio del estado de ciertas mentalidades. Así, '(...) la masa de empadronados para votar está integrada por mestizos irremediablemente inferiores (...); al pueblo no le interesa la Constitución, máquina anglosajona que nunca ha entendido (...) la mayoría desmiente los postulados ideológicos de su buen sentido y su honradez. El comicio la revela necia, envidiosa, concupiscente y anárquica (...) Entre nosotros, el régimen mayoritario es inadecuado para gobernar el país (...)' (expresiones volcadas en panfletos y apuntes reunidos en un volumen que tituló La Grande Argentina).
En sus primeros días de gobierno, Uriburu parece tener dos preocupaciones centrales:debe designar un gabinete de Ministros que compartan su ideario político y, a la vez, hacer pública su decisión de llevar adelante no un golpe de Estado, sino una revolución. Por lo tanto, ha de proponer una modificación sustancial de la norma fundamental, la Constitución, ya que su objetivo, declara, no es substituir unos hombres por otros, sino dar lugar a profundas transformaciones que saquen al país de la decadencia a la que ha sido arrastrado por la reverencia a los mitos liberales, en particular el régimen de la Ley Sáenz Peña.
En los primeros días de octubre de 1930, el Presidente Provisional emite una proclama en la que insiste en la necesidad de una reforma sustancial de la Constitución, aunque paradójicamente advierte que deben respetarse los mecanismos que la misma Carta prevee para ese cometido. Los responsables de una interrupción del orden constitucional a través de un recurso, el golpe de Estado, no admitido por la Norma Fundamental, proponen convocar a una Asamblea Constituyente según las disposiciones de la Ley Sáenz Peña, a fin de modificar tanto la Constitución como la Ley Sáenz Peña misma. La Revolución, dice la proclama, busca el perfeccionamiento 'del régimen electoral de suerte que pueda contemplar las necesidades sociales,las fuerzas vivas de la Nación'. En un párrafo, Uriburu condensa su propósito sin medias tintas: 'Cuando los representantes del pueblo dejen de ser meramente representantes de comités políticos y ocupen las bancas del Congreso obreros, ganaderos, agricultores, profesionales, industriales, etcétera, la democracia habrá llegado a ser entre nosotros algo más que una bella palabra'.
Un equipo de notables rodeará al Presidente para llevar a buen término sus pretensiones. La mayoría de ellos son abogados de compañías extranjeras o representantes de sus intereses en el país o en fin, están de alguna manera en relación con la naciente industria de la explotación petrolera. Uriburu mismo era Director de la Compañía Industrial y Comercial del Chaco y Director del Banco Argentino de Finanazas y Mandatos.
El Vicepresidente del Gobierno Enrique Santamarina,poderoso terrateniente,era accionista de Astra,compan{ia petrolera del grupo norteamericano Standard Oil y Director de Aga del Río de la Plata y de Baltic S.A. Cuando se produjo el golpe, circularon rápidamente versiones que indicaban que la Standard había contribuído financieramente. En un telegrama secreto enviado al Departamento de Estado, el embajador estadounidense en Buenos Aires, Robert Woods Bliss, comunicaba: 'He sido informado de que miembros del Partido Radical están difundiendo la idea de que la revolución se financió con dinero americano, en parte suministrado por la Standard Oil'. La prensa divulgó que el vicepresidente de la compañía se entrevistó con altos funcionarios del Departamento de Estado, pero se había negado a ratificar por escrito su desmentida.
El Ministro de Interior designado fue Matías Sánchez Sorondo. Al momento del golpe, se desempeñaba como abogado de la Standard Oil en Argentina, director de ARSA, presidente de Franco Argentina Comercial y Financiera, abogado del Banco Español del Río de la Plata, presidente de la Trasman Trade Company y Comendador de la Orden del Imperio Británico.
Horacio Beccar Varela se desempeñaría como Ministro de Agricultura. Hombre de múltiples intereses y contactos de alto nivel, oficiaba como abogado de las empresas petroleras Compañía Argentina de Comodoro Rivadavia y Andina S.A., como abogado de The National Bank of New York, integrante del directorio de Cervecería Palermo, Droguería Suizo Argentina, director de El Cóndor Destilería de Petróleo, vicepresidente de Compañía Argentina de Minas y Metales, presidente de Firestone, y vocal de Sol Compañía Petrolera, entre muchas otras actividades empresariales y asesorías jurídicas.
El Ministro de Obras Públicas fue Octavio Pico, directivo de las subsidiarias de la Standard Oil en Comodoro Rivadavia y Petrolera Andina S.A. Ernesto Bosch, Ministro de Relaciones Exteriores, era presidente de la Compañía Industrial y Comercial de Petróleo, subsidiaria de la Anglo Persian y presidente de La Escandinavia S.A. El Secretario de la Presidencia, Teniente Coronel Emilio Kinkelin, había sido hombre de confianza del petrolero alemán Hugo Stinnes.
El golpe tuvo lugar un día antes de elecciones en las provincias de San Juan y Mendoza. Se vaticinaba un triunfo radical que aportaría al Parlamento Nacional los senadores necesarios para llevar adelante el proyecto del Poder Ejecutivo que habría de garantizar el monopolio de la actividad petrolera en manos de Y.P.F., firma estatal a la que la capacidad e iniciativa del General Mosconi había convertido en una organización moderna y eficiente. Tras el golpe, se decreta la intervención en YPF y se produce el alejamiento de su Director.
Hacia fines de 1930, Uriburu, siguiendo sugerencias de su Ministro de Interior, Sánchez Sorondo, decide jugar una carta difícil. En marzo del año siguiente, el PEN convocará a elecciones a realizarse en el inmediato abril: se aplicará la normativa de la Ley Sáenz Peña, y no se empleará ningún recurso reñido con las disposiciones legales para disfrazar la aunténtica voluntad popular. El Ministro cree sinceramente que el desprestigio generado por la caótica gestión radical augura el triunfo de las fuerzas conservadoras en alianza con sectores del socialismo independiente y radicales antipersonalistas, es decir críticos de Irigoyen. Sánchez Sorondo decide apresurar la vuelta a la normalidad constitucional, ya que desconfía de los experimentos ajenos a la democracia y, en particular, de la tentación corporativista que anima a Uriburu. Años después, el hijo del Ministro, Marcelo, publica unas memorias y constesta preguntas: '¿Usted cree, entonces, que su padre no aconsejó al general Uriburu intentar una reforma constitucional del tipo corporativo? -- Nada de eso fue sugerido a Uriburu por mi padre. Otros hombres, como Juan P. Ramos, que era un teórico universitario, y Carlos Ibarguren, también hombre de letras de relevante actuación política, fueron quienes hicieron esas sugerencias al Presidente Provisional. También en esto, aunque mas a la distancia, jugó un papel importante la influencia doctrinaria de Lugones' (Sánchez Sorondo 2001:29). Un párrafo del discurso que Ibarguren pronuncia en Córdoba echa luz sobre la constitución de dos sectores de opinión enfrentados en el interior de la 'revolución'. Es decir, los que como Sánchez Sorondo creen que debe volverse a la normalidad constitucional, ya que la caída de Irigoyen agota la tarea histórica de Uriburu y otro, que anhela una reforma sustancial antes del retorno a la legalidad: 'El país quiere otra cosa; ni vuelta a la demagogia y al imperio de los comités, ni reformas exclusivamente fascistas. La sociedad ha evolucionado profundamente del individualismo democrático que se inspira en el sufragio universal, a la estructuración colectiva que responde a intereses generales más complejos y organizados en forma coherente dentro de los cuadros sociales' (Ibarguren 1999:428).
El 15 de diciembre, el Presidente Provisional, en la sobremesa de una comida en la Escuela Superior de Guerra, expresa su pensamiento francamente: 'La política es una mala palabra. Nuestra postura moral nos aparta de ella como de un elemento disolvente (...) La Constitución que ha servido para constituir el país y hacerlo marchar a tumbos, adolece de defectos que deben corregirse (...) En nuestro país, nos embriagamos hablando a cada momento de Democracia. La Democracia es el gobierno de los más ejercido por los mejores. Eso es difícil que suceda en un país como el nuestro, que tiene un sesenta por ciento de analfabetos' (Dalmazzo 2010:155).
En los primeros meses de 1931, Uriburu ya ha aceptado el plan de su Ministro de Interior: elecciones escalonadas. La primera experiencia se debería llevar a cabo en la Provincia de Buenos Aires. El Interventor en el distrito, Meyer Pellegrini, se muestra eufórico: a quien quiera oírlo, dice que los conservadores no pueden perder, que el radicalismo esta desprestigiado, y que la población acompañará al Gobierno Provisional. Con las mayorías que exige la Constitución para su reforma, se llevaría a buen término la conformación de un nuevo Estado corporativo. Para afianzar la imagen de un proyecto decididamente en marcha, se persigue a comunistas, a alborotadores de toda laya, y anarquistas. Dos de éstos últimos son fusilados el 1 de febrero, en aplicación de la Ley marcial vigente. A Yrigoyen, abatido y enfermo, se le niega reiteradamente la posibilidad de dejar Martín García y exiliarse. A los dirigentes radicales que piden garantías plenas para el ejercicio de su ciudadanía y el cese del estado de sitio, Uriburu los interpela el 23 de marzo desde la base aérea de El Palomar: '(...) Los hombres del gobierno depuesto están jugando a dos cartas: la de la conspiración y la del comicio y quieren llegar de nuevo al gobierno. ¿Para llevar al país a dónde? ¿Ignoran que los oficiales del Ejército y de la Armada están animados por el espíritu de la Revolución y están dispuestos a cumplir sus propósitos? (...) Es estos seis meses transcurridos desde la gloriosa jornada, habéis podido ver cómo los políticos piden pasar a la normalidad. ¿Qué es la normalidad? ¿El peculado,el robo, el saqueo, la coima?'.
Fijadas para el 5 de Abril en la Provincia de Buenos Aires, las elecciones para Gobernador y autoridades municipales, tres fuerzas políticas principales se aprestaron a competir: a) los socialistas, propusieron como candidato al dirigente Nicolas Repetto; b) los coservadores nominaron a dos grandes hacendados como Gobernador y Vice: Antonio Santamarina y Celedonio Pereda. Descartan el triunfo, y ese entusiamo se patentiza en la poca preocupación en elegir dirigentes con mayor pefil político; c) los radicales prefieren hacer valer el prestigio del ex Canciller de Yrigoyen, Honorio Pueyrredón. Para sumar a todos los sectores, el Vice será el antipersonalista Mario Guido, que aceptará la designación casi a regañadientes.
Cuando, en horas de la noche, se difunden los primeros resultados, el asombro es mayúsculo: socialistas: 41.573; conservadores: 187.734; radicales: 218.783.
Uriburu está acorralado: para salvar la revolución, debe anular las elecciones. No ha habido fraude, porque los consejeros de palacio no consideraron necesario tomarse el fastidio de armarlo. Rueda la cabeza de Sánchez Sorondo, y renuncia pronto el resto del gabinete.
Ahora, el Presidente culpa al electorado por la preferencia manifestada: 'Grave, gravísimo error que indica hasta dónde está perturbado el criterio público...'. Plantea la tesis de que la revolución está por encima de la voluntad popular: 'La revolución tiene su lógica. No ha terminado el 6 de Septiembre. Continúa y continuara hasta el cumplimiento de sus fines o hasta que sea vencida la idea que la engendró' (Discurso del 11 de abril).
La Legión Cívica, fuerza paramilitar integrada por muchachones aburridos de la burguesía porteña en busca de aventuras, es invitada a desfilar el 25 de mayo y el 9 de julio, saludando marcialmente al Presidente. Un lúcido intelectual de militancia radical observa: 'La organización de la Legión Civica acentuó el remedo. Sólo faltaban Mussolini y el ambiente romano. Jamás se hubiera sospechado que, en la República Argentina, la patria de San Martín y de Sarmiento, pudiera darse, en 1930, un espectáculo de esa especie' (Rojas,1932:98).
El delirio uriburista entra en caída libre. Se convoca a elecciones generales pero esta vez los golplstas han aprendido, que no pueden prescindir de la proscripción ni del fraude. La fórmula radical Alvear-Güemes es vetada: se aduce torpemente que no ha transcurrido un período completo desde la última vez que el radical ejerció el PEN. El pequeño detalle de que el plazo constitucional intermedio no pudo ser cumplido en razón del golpe de Estado del 6 de setiembre, parece una minucia para la hipocresía del Presidente.
Los radicales deciden abstenerse de participar en los comicios. El último, desesperado e igualmente inútil gesto de Uriburu para dejar su impronta en la historia de la Argentina, consiste en llamar a elecciones, bochornosamente fraudulentas, para el 8 de noviembre de 1931, y entregar a su sucesor un programa para alcanzar la reforma constitucional que lo desvela. Cuando, el 20 de febrero del año siguiente, se produce la transmisión del mando,Uriburu no se preocupa por ocultar sus convicciones y manifiesta ante el General Agustín P. Justo: 'Cumple a nuestra lealtad declarar que, si tuviéramos que decidir forzosamente entre el fascismo italiano y el comunismo ruso y vergonzante de los llamados partidos de izquierda, la elección no sería dudosa. Afortunadamente, nada ni nadie nos impone este dilema'. En el proyecto que entrega al Presidente entrante, en su punto tercero se lee: 'Preparar la reorganización institucional de la República mediante reformas a la Constitución que nos defiendan en el futuro de los peligros del personalismo, del centralismo, de la oligarquía y de la demagogia'.
Justo agradeció con gélida sonrisa y archivó para siempre una propuesta que contradecía su estrategia personal para consolidarse en el poder. Poco después, Uriburu parte para Europa en busca de cura para su enfermedad. Antes de llegar al destino fijado, el paciente, agravada su salud, es descendido en París, donde fallece unos días más tarde, el 29 de abril. Al dejar Buenos Aires, Uriburu había redactado un melancólico manifiesto, donde ratifica su ideario: '(...) Un mito fantástico creado por el interés de los empresarios electorales, que hacen de la política un medio para vivir, presupone que el osado que se atreve a mencionar la modificación de la Ley Saénz Peña abriga una intención aviesa (...) La agremiación corporativa no es, pues, un descubrimiento del fascismo, sino la adaptación modernizada de un sistema cuyos resultados durante una larga época de la historia justifican su resurgimiento'.
El jefe del movimiento es el Teniente General Félix Uriburu. Retirado hace un año del Ejercito, es el referente de una corriente de opinión civil y militar que desea terminar con la 'politiquería comiteril' y su manifestación práctica: la 'chusma radical'. Sostienen que la sanción de la Ley Sáenz Peña, al instaurar el voto secreto, universal y obligatorio, ha promovido en el país un período de decadencia de tal magnitud, que los buenos patriotas deben salir a jugar un rol protagónico en la suerte de la República. Uriburu ha visto en Europa modelos de relaciones fervorosas entre un conductor y las masas asalariadas, un diálogo que produce fenómenos como el mussoliniano, generando anticuerpos contra la infección marxista y neutralizando la virulencia de la protesta social.
Yrigoyen, que ha asumido el mando presidencial por segunda vez en 1928, en comicios que dieron en llamarse el 'plesbicito', en razón del porcentaje del 57% alcanzado sin pronunciar un discurso, debió enfrentar un año después la celebérrima 'caída de la Bolsa de Nueva York', profundo cataclismo que impulsó en Occidente una revisión de los postulados básicos del liberalismo como propuesta económica y política.
Este 6 de setiembre de 1930, el Presidente no está en Casa de Gobierno. Hace pocos días, debió acogerse a una licencia por enfermedad. Al ver la columna que se acerca, el vicepresidente Martínez iza bandera blanca. Enterado de los acontecimientos, Yrigoyen se apersona ante las jefes de un regimiento en la ciudad de La Plata, y redacta una lastimosa nota de renuncia. Queda detenido, a la espera de un buque que la Armada destinará para aislarlo como un prisionero en la Isla Martin García.
Hacía ya unos años que el General escuchaba con atención las inquietantes propuestas de su primo, Carlos Ibarguren, salteño como él e igualmente aficionado a las morosas charlas en el Jockey Club. En la nómina de los intelectuales que desean un golpe de timón en la estructura institucional de la República, tienen lugar de preferencia el poeta Leopoldo Lugones, los ensayistas Julio y Rodolfo Irazusta, el historiador Ernesto Palacios, el prosista Manuel Gálvez y agitadores y propagandistas como Juan E. Carulla. Todos, con leves diferencias de matices, sienten un discreto desprecio por la democracia de cuño liberal y su armazón jurídica, la Constitución Nacional. Abominan de los postulados de la izquierda en cualesquiera de sus vertientes y, definitivamente, del anarquismo y del comunismo.
Racismo y xenofobia se evidencian como elementos esenciales de este nacionalismo ultramontano en los periódicos que se editan con entusiasmo. En uno de ellos, La Fronda, se califica al yrigoyenismo como 'una horda de beduinos encabezados por un santón neurótico (...) dueños de casas de juego y lenocinios (...) árabes, calabreses, turcos, rusos y otros detritos europeos desterrados de sus respectivas patrias' (20 de mayo de 1928) (...) 'El triunfo del radicalismo en toda la República ha tenido como principal consecuencia un predominio evidente de la mentalidad negroide. La munimisión de los negritos en masa es un fenómeno característico del yrigoyenismo (...) Hablan, actúan, hacen ruido, expresan opiniones impregnando de catinga la atmósfera política del país' (31 de julio de 1929).
Carlos Ibarguren hace un preciso inventario de las ideas que prevalecían en grupos que preparaban desde el último triunfo radical el golpe setembrino: a) combatir el liberalismo y el parlamentarismo; b) organizar un gobierno representativo del país real y no de los comités electoralistas; c) implantación de una democracia funcional, basada en las 'fuerzas sociales y no en los partidos manejados y usufructuados por demagogos y oligarquías de políticos profesionales'; c) sostener la necesidad de gobiernos fuertes que mantuvieran enérgicamente el orden social, las jerarquías y la disciplina, para evitar la amenaza del comunismo soviético y; d) evitar la continuación del demoliberalismo individualista que provocó la guerra 1914-1918, y trajo la calamidad del personalismo yrigoyenista. (Ibarguren 1999: 412/413).
Poco después de su designación como interventor en Córdoba, Ibarguren pronuncia un discurso en el Teatro Rivera Indarte de la capital provincial, el 15 de octubre de 1930. Allí, reclamó que las Legislaturas incluyeran 'representantes genuinos de los verdaderos intereses sociales en todas sus capas;un nuevo Parlamento donde debe estar representada la opinión popular y acordarse representación también a los gremios y corporaciones que están sólidamente estructurados'. En un pasaje de su vibrante alocución, el orador hace una reserva notable: 'La reforma no debe ser exclusivamente fascista'.
El poeta Leopoldo Lugones, tras un giro copernicano que lo llevó de la militancia socialista al fervor mussoliniamo, aportaba su prestigio de eximio intelectual a la tarea de demolición del edificio radical, afectado también por la senilidad del presidente y su frágil salud más cierto desorden en la administración pública. Algunas expresiones lugonianas dan testimonio del estado de ciertas mentalidades. Así, '(...) la masa de empadronados para votar está integrada por mestizos irremediablemente inferiores (...); al pueblo no le interesa la Constitución, máquina anglosajona que nunca ha entendido (...) la mayoría desmiente los postulados ideológicos de su buen sentido y su honradez. El comicio la revela necia, envidiosa, concupiscente y anárquica (...) Entre nosotros, el régimen mayoritario es inadecuado para gobernar el país (...)' (expresiones volcadas en panfletos y apuntes reunidos en un volumen que tituló La Grande Argentina).
En sus primeros días de gobierno, Uriburu parece tener dos preocupaciones centrales:debe designar un gabinete de Ministros que compartan su ideario político y, a la vez, hacer pública su decisión de llevar adelante no un golpe de Estado, sino una revolución. Por lo tanto, ha de proponer una modificación sustancial de la norma fundamental, la Constitución, ya que su objetivo, declara, no es substituir unos hombres por otros, sino dar lugar a profundas transformaciones que saquen al país de la decadencia a la que ha sido arrastrado por la reverencia a los mitos liberales, en particular el régimen de la Ley Sáenz Peña.
En los primeros días de octubre de 1930, el Presidente Provisional emite una proclama en la que insiste en la necesidad de una reforma sustancial de la Constitución, aunque paradójicamente advierte que deben respetarse los mecanismos que la misma Carta prevee para ese cometido. Los responsables de una interrupción del orden constitucional a través de un recurso, el golpe de Estado, no admitido por la Norma Fundamental, proponen convocar a una Asamblea Constituyente según las disposiciones de la Ley Sáenz Peña, a fin de modificar tanto la Constitución como la Ley Sáenz Peña misma. La Revolución, dice la proclama, busca el perfeccionamiento 'del régimen electoral de suerte que pueda contemplar las necesidades sociales,las fuerzas vivas de la Nación'. En un párrafo, Uriburu condensa su propósito sin medias tintas: 'Cuando los representantes del pueblo dejen de ser meramente representantes de comités políticos y ocupen las bancas del Congreso obreros, ganaderos, agricultores, profesionales, industriales, etcétera, la democracia habrá llegado a ser entre nosotros algo más que una bella palabra'.
Un equipo de notables rodeará al Presidente para llevar a buen término sus pretensiones. La mayoría de ellos son abogados de compañías extranjeras o representantes de sus intereses en el país o en fin, están de alguna manera en relación con la naciente industria de la explotación petrolera. Uriburu mismo era Director de la Compañía Industrial y Comercial del Chaco y Director del Banco Argentino de Finanazas y Mandatos.
El Vicepresidente del Gobierno Enrique Santamarina,poderoso terrateniente,era accionista de Astra,compan{ia petrolera del grupo norteamericano Standard Oil y Director de Aga del Río de la Plata y de Baltic S.A. Cuando se produjo el golpe, circularon rápidamente versiones que indicaban que la Standard había contribuído financieramente. En un telegrama secreto enviado al Departamento de Estado, el embajador estadounidense en Buenos Aires, Robert Woods Bliss, comunicaba: 'He sido informado de que miembros del Partido Radical están difundiendo la idea de que la revolución se financió con dinero americano, en parte suministrado por la Standard Oil'. La prensa divulgó que el vicepresidente de la compañía se entrevistó con altos funcionarios del Departamento de Estado, pero se había negado a ratificar por escrito su desmentida.
El Ministro de Interior designado fue Matías Sánchez Sorondo. Al momento del golpe, se desempeñaba como abogado de la Standard Oil en Argentina, director de ARSA, presidente de Franco Argentina Comercial y Financiera, abogado del Banco Español del Río de la Plata, presidente de la Trasman Trade Company y Comendador de la Orden del Imperio Británico.
Horacio Beccar Varela se desempeñaría como Ministro de Agricultura. Hombre de múltiples intereses y contactos de alto nivel, oficiaba como abogado de las empresas petroleras Compañía Argentina de Comodoro Rivadavia y Andina S.A., como abogado de The National Bank of New York, integrante del directorio de Cervecería Palermo, Droguería Suizo Argentina, director de El Cóndor Destilería de Petróleo, vicepresidente de Compañía Argentina de Minas y Metales, presidente de Firestone, y vocal de Sol Compañía Petrolera, entre muchas otras actividades empresariales y asesorías jurídicas.
El Ministro de Obras Públicas fue Octavio Pico, directivo de las subsidiarias de la Standard Oil en Comodoro Rivadavia y Petrolera Andina S.A. Ernesto Bosch, Ministro de Relaciones Exteriores, era presidente de la Compañía Industrial y Comercial de Petróleo, subsidiaria de la Anglo Persian y presidente de La Escandinavia S.A. El Secretario de la Presidencia, Teniente Coronel Emilio Kinkelin, había sido hombre de confianza del petrolero alemán Hugo Stinnes.
El golpe tuvo lugar un día antes de elecciones en las provincias de San Juan y Mendoza. Se vaticinaba un triunfo radical que aportaría al Parlamento Nacional los senadores necesarios para llevar adelante el proyecto del Poder Ejecutivo que habría de garantizar el monopolio de la actividad petrolera en manos de Y.P.F., firma estatal a la que la capacidad e iniciativa del General Mosconi había convertido en una organización moderna y eficiente. Tras el golpe, se decreta la intervención en YPF y se produce el alejamiento de su Director.
Hacia fines de 1930, Uriburu, siguiendo sugerencias de su Ministro de Interior, Sánchez Sorondo, decide jugar una carta difícil. En marzo del año siguiente, el PEN convocará a elecciones a realizarse en el inmediato abril: se aplicará la normativa de la Ley Sáenz Peña, y no se empleará ningún recurso reñido con las disposiciones legales para disfrazar la aunténtica voluntad popular. El Ministro cree sinceramente que el desprestigio generado por la caótica gestión radical augura el triunfo de las fuerzas conservadoras en alianza con sectores del socialismo independiente y radicales antipersonalistas, es decir críticos de Irigoyen. Sánchez Sorondo decide apresurar la vuelta a la normalidad constitucional, ya que desconfía de los experimentos ajenos a la democracia y, en particular, de la tentación corporativista que anima a Uriburu. Años después, el hijo del Ministro, Marcelo, publica unas memorias y constesta preguntas: '¿Usted cree, entonces, que su padre no aconsejó al general Uriburu intentar una reforma constitucional del tipo corporativo? -- Nada de eso fue sugerido a Uriburu por mi padre. Otros hombres, como Juan P. Ramos, que era un teórico universitario, y Carlos Ibarguren, también hombre de letras de relevante actuación política, fueron quienes hicieron esas sugerencias al Presidente Provisional. También en esto, aunque mas a la distancia, jugó un papel importante la influencia doctrinaria de Lugones' (Sánchez Sorondo 2001:29). Un párrafo del discurso que Ibarguren pronuncia en Córdoba echa luz sobre la constitución de dos sectores de opinión enfrentados en el interior de la 'revolución'. Es decir, los que como Sánchez Sorondo creen que debe volverse a la normalidad constitucional, ya que la caída de Irigoyen agota la tarea histórica de Uriburu y otro, que anhela una reforma sustancial antes del retorno a la legalidad: 'El país quiere otra cosa; ni vuelta a la demagogia y al imperio de los comités, ni reformas exclusivamente fascistas. La sociedad ha evolucionado profundamente del individualismo democrático que se inspira en el sufragio universal, a la estructuración colectiva que responde a intereses generales más complejos y organizados en forma coherente dentro de los cuadros sociales' (Ibarguren 1999:428).
El 15 de diciembre, el Presidente Provisional, en la sobremesa de una comida en la Escuela Superior de Guerra, expresa su pensamiento francamente: 'La política es una mala palabra. Nuestra postura moral nos aparta de ella como de un elemento disolvente (...) La Constitución que ha servido para constituir el país y hacerlo marchar a tumbos, adolece de defectos que deben corregirse (...) En nuestro país, nos embriagamos hablando a cada momento de Democracia. La Democracia es el gobierno de los más ejercido por los mejores. Eso es difícil que suceda en un país como el nuestro, que tiene un sesenta por ciento de analfabetos' (Dalmazzo 2010:155).
En los primeros meses de 1931, Uriburu ya ha aceptado el plan de su Ministro de Interior: elecciones escalonadas. La primera experiencia se debería llevar a cabo en la Provincia de Buenos Aires. El Interventor en el distrito, Meyer Pellegrini, se muestra eufórico: a quien quiera oírlo, dice que los conservadores no pueden perder, que el radicalismo esta desprestigiado, y que la población acompañará al Gobierno Provisional. Con las mayorías que exige la Constitución para su reforma, se llevaría a buen término la conformación de un nuevo Estado corporativo. Para afianzar la imagen de un proyecto decididamente en marcha, se persigue a comunistas, a alborotadores de toda laya, y anarquistas. Dos de éstos últimos son fusilados el 1 de febrero, en aplicación de la Ley marcial vigente. A Yrigoyen, abatido y enfermo, se le niega reiteradamente la posibilidad de dejar Martín García y exiliarse. A los dirigentes radicales que piden garantías plenas para el ejercicio de su ciudadanía y el cese del estado de sitio, Uriburu los interpela el 23 de marzo desde la base aérea de El Palomar: '(...) Los hombres del gobierno depuesto están jugando a dos cartas: la de la conspiración y la del comicio y quieren llegar de nuevo al gobierno. ¿Para llevar al país a dónde? ¿Ignoran que los oficiales del Ejército y de la Armada están animados por el espíritu de la Revolución y están dispuestos a cumplir sus propósitos? (...) Es estos seis meses transcurridos desde la gloriosa jornada, habéis podido ver cómo los políticos piden pasar a la normalidad. ¿Qué es la normalidad? ¿El peculado,el robo, el saqueo, la coima?'.
Fijadas para el 5 de Abril en la Provincia de Buenos Aires, las elecciones para Gobernador y autoridades municipales, tres fuerzas políticas principales se aprestaron a competir: a) los socialistas, propusieron como candidato al dirigente Nicolas Repetto; b) los coservadores nominaron a dos grandes hacendados como Gobernador y Vice: Antonio Santamarina y Celedonio Pereda. Descartan el triunfo, y ese entusiamo se patentiza en la poca preocupación en elegir dirigentes con mayor pefil político; c) los radicales prefieren hacer valer el prestigio del ex Canciller de Yrigoyen, Honorio Pueyrredón. Para sumar a todos los sectores, el Vice será el antipersonalista Mario Guido, que aceptará la designación casi a regañadientes.
Cuando, en horas de la noche, se difunden los primeros resultados, el asombro es mayúsculo: socialistas: 41.573; conservadores: 187.734; radicales: 218.783.
Uriburu está acorralado: para salvar la revolución, debe anular las elecciones. No ha habido fraude, porque los consejeros de palacio no consideraron necesario tomarse el fastidio de armarlo. Rueda la cabeza de Sánchez Sorondo, y renuncia pronto el resto del gabinete.
Ahora, el Presidente culpa al electorado por la preferencia manifestada: 'Grave, gravísimo error que indica hasta dónde está perturbado el criterio público...'. Plantea la tesis de que la revolución está por encima de la voluntad popular: 'La revolución tiene su lógica. No ha terminado el 6 de Septiembre. Continúa y continuara hasta el cumplimiento de sus fines o hasta que sea vencida la idea que la engendró' (Discurso del 11 de abril).
La Legión Cívica, fuerza paramilitar integrada por muchachones aburridos de la burguesía porteña en busca de aventuras, es invitada a desfilar el 25 de mayo y el 9 de julio, saludando marcialmente al Presidente. Un lúcido intelectual de militancia radical observa: 'La organización de la Legión Civica acentuó el remedo. Sólo faltaban Mussolini y el ambiente romano. Jamás se hubiera sospechado que, en la República Argentina, la patria de San Martín y de Sarmiento, pudiera darse, en 1930, un espectáculo de esa especie' (Rojas,1932:98).
El delirio uriburista entra en caída libre. Se convoca a elecciones generales pero esta vez los golplstas han aprendido, que no pueden prescindir de la proscripción ni del fraude. La fórmula radical Alvear-Güemes es vetada: se aduce torpemente que no ha transcurrido un período completo desde la última vez que el radical ejerció el PEN. El pequeño detalle de que el plazo constitucional intermedio no pudo ser cumplido en razón del golpe de Estado del 6 de setiembre, parece una minucia para la hipocresía del Presidente.
Los radicales deciden abstenerse de participar en los comicios. El último, desesperado e igualmente inútil gesto de Uriburu para dejar su impronta en la historia de la Argentina, consiste en llamar a elecciones, bochornosamente fraudulentas, para el 8 de noviembre de 1931, y entregar a su sucesor un programa para alcanzar la reforma constitucional que lo desvela. Cuando, el 20 de febrero del año siguiente, se produce la transmisión del mando,Uriburu no se preocupa por ocultar sus convicciones y manifiesta ante el General Agustín P. Justo: 'Cumple a nuestra lealtad declarar que, si tuviéramos que decidir forzosamente entre el fascismo italiano y el comunismo ruso y vergonzante de los llamados partidos de izquierda, la elección no sería dudosa. Afortunadamente, nada ni nadie nos impone este dilema'. En el proyecto que entrega al Presidente entrante, en su punto tercero se lee: 'Preparar la reorganización institucional de la República mediante reformas a la Constitución que nos defiendan en el futuro de los peligros del personalismo, del centralismo, de la oligarquía y de la demagogia'.
Justo agradeció con gélida sonrisa y archivó para siempre una propuesta que contradecía su estrategia personal para consolidarse en el poder. Poco después, Uriburu parte para Europa en busca de cura para su enfermedad. Antes de llegar al destino fijado, el paciente, agravada su salud, es descendido en París, donde fallece unos días más tarde, el 29 de abril. Al dejar Buenos Aires, Uriburu había redactado un melancólico manifiesto, donde ratifica su ideario: '(...) Un mito fantástico creado por el interés de los empresarios electorales, que hacen de la política un medio para vivir, presupone que el osado que se atreve a mencionar la modificación de la Ley Saénz Peña abriga una intención aviesa (...) La agremiación corporativa no es, pues, un descubrimiento del fascismo, sino la adaptación modernizada de un sistema cuyos resultados durante una larga época de la historia justifican su resurgimiento'.
Cuando el 6 de setiembre se produce el asalto uriburista al poder, hacía sesenta y dos años que no se interrumpía por la violencia el ejercicio constitucional de la Presidencia. El último intento revolucionario había tenido lugar veinticinco años antes. Desde 1928, cuando asume Yrigoyen, y hasta 1995, ningún gobierno elegido democráticamente completó integramente el período para el cual fue ungido, excepto el primer gobierno peronista (1946-1952), en el que una nueva constitucional (1949) permitió que el Presidente se sucediera a si mismo, así como lo hiciera el último de la serie, Carlos Saúl Menem (1995-1999), también gracias a una reforma constitucional (la de 1994).
A la hora de indagar en el insondable misterio de la frustración argentina, es probable que la inestabilidad institucional desempeñe un papel, si acaso no decisivo, al menos gravitante en la red de causas directas y tangenciales que podrían explicar la atrocidad de nuestra inocultable decadencia.
Referencias
Dalmazzo Gustavo. El Primer Dictador-Uriburu y su Epoca; Vergara, 2010.
Ibarguren Carlos, La Historia que He Vivido; Sudamericana, 1999.
Rojas Ricardo, El Radicalismo de Mañana;Rosso,1932.
Sánchez Sorondo Marcelo. Memorias-Conversaciones con Carlos Payá; Sudamericana, 2001.
Otras fuentes:
Devoto Fernando J.. Nacionalismo, Fascismo y Tradicionalismo en la Argentina Moderna. Siglo Veintiuno, 2006.
Halperin Donghi Tulio. La República Imposible (1930-1945); Emecé, 2007
Cantón Darío/Moreno José L./Ciria Alberto. La Democracia Constitucional y Su Crisis; Paidós, 2005.
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Sobre Sergio Julio Nerguizian
De profesión Abogado, Sergio Julio Nerguizian oficia de colaborador en El Ojo Digital (Argentina) y otros medios del país. En su rol de columnista en la sección Política, explora la historia de las ideologías en la Argentina y el eventual fracaso de éstas. Sus columnas pueden accederse en éste link.