Reivindicar después de vencer
Lo que este 8 de marzo vimos en relación con la reivindicación de la igualdad de las mujeres...
Lo que este 8 de marzo vimos en relación con la reivindicación de la igualdad de las mujeres sería un sinsentido, si no fuera porque tiene un componente de polarización social que claramente colisiona con la libertad de pensamiento y de expresión. Decir hoy que en el mundo occidental —eso que llamábamos justamente el mundo libre— la mujer es igual que el hombre, lo convierte a uno —para el pensamiento dominante y políticamente correcto— en un peligroso ser antisocial, que solo puede optar entre permanecer callado o aceptar algún tipo de reeducación. Incluso se tiene que callar si quien lo dice es una de las mujeres más libres e iguales que uno pueda conocer, ¿verdad, Cayetana?
Lo bueno del feminismo del siglo XIX y XX es que triunfó. Afortunadamente. Hoy, las mujeres occidentales son tan libres y tan iguales ante la Ley como los hombres. Ya no hay normas que prohíban a la mujer elegir su vida, ascender profesionalmente, ganar tanto como sean capaces de hacer que su trabajo valga. Hace 50 años sí, pero ahora ya no. Y las consecuencias están a la vista de todos. Felizmente.
¿Subsisten asesinatos, violaciones y abusos? Sin duda, pero el problema no es que la Ley, como expresión del orden de libertad en que vivimos, conduzca a la mujer a ser asesinada, violada o abusada impunemente. El problema es que hay individuos que atentan contra la vida, la libertad o la propiedad de otros individuos (mujeres), y merecen por ello ser juzgados y condenados. También los progres del mundo del espectáculo y del cine, por cierto.
Lo mejor del feminismo del siglo XX es que fue la única revolución del siglo pasado que no fue liberticida, sino liberal. Como, por cierto, ha repetido en cientos de artículos y conferencias una mujer libre como Esperanza Aguirre, en medio del más perfecto y ominoso silencio del mainstream políticamente correcto. Las revoluciones del gusto de las reivindicadoras progresistas —las de Rusia, China, Cuba, o la propia de Mayo de 1968— no hicieron que hubiera más libertad para las mujeres. Ni para los hombres. Ni siquiera la dominación totalitaria era igual de dura para los hombres que lo fue para las mujeres, como cuenta Svetlana Aleksiévich, por cierto bien poco promocionada por quienes dicen que defienden a las mujeres.
Lo malo del feminismo en los países occidentales, a la altura del año 2018, es que, en vez de celebrar su éxito, lo enarbolan como arma de combate para dividir a la sociedad, creando en la generación de mis hijos un conflicto que, precisamente por ser inexistente, es más agresivo que nunca.
¿Por qué ocurre eso? La respuesta, como a tantas cosas que suceden en el ámbito público, la podemos encontrar en la escuela de Public Choice. Es decir, en el intento de explicar el comportamiento del ser humano en el espacio público del mismo modo que en el resto de su vida: guiado cada uno por los incentivos de lo que cree que mejor le conviene. Y hay algunas personas a las que no les conviene que se acepte que las mujeres hoy son tan libres y tan iguales como los hombres. Son las personas cuyo discurso público, cuya acción pública, cuyas organizaciones dirigidas por ellas, se basan en la denuncia de discriminación contra la mujer. Especialmente para aquellas personas que han hecho de dicha denuncia su modo de vida. Es un comportamiento racional. Si una persona es leída, seguida e incluso retribuida por denunciar que existe discriminación contra las mujeres, el incentivo que se genera le anima a hacer cualquier cosa, menos proclamar que por fin las mujeres ya no son discriminadas. Comportamiento racional, por más que éticamente sea tramposo y mentiroso.
Eso es, para mí, lo malo del feminismo en Occidente hoy en día. Lo peor es otra cosa. Lo peor es que sí existen lugares y culturas en las que la mujer padece discriminación derivada de normas que se aplican con fuerza de ley. Me refiero a las mujeres discriminadas y sometidas en una buena parte de los países musulmanes, y en determinadas culturas indígenas de América, Asia y África. Ahí si hay dominación apoyada en la norma jurídica, y la mayoría de las feministas de Europa o de Estados Unidos miran para otro lado. Da igual que una mujer —libre, libre y mil veces libre— como Ayaan Hirsi Ali lo haya denunciado de todas las maneras posibles. No se miran los casos que suceden constantemente en países como México o Guatemala. 650 millones de mujeres han sido obligadas a casarse siendo niñas, según documenta la organización Girls Not Brides en su impresionante trabajo.
La única causa que no se extingue nunca es la defensa de la libertad individual de mujeres y hombres, niños, adultos o ancianos. Es su libertad individual la que se violaba hace 80 años en casi toda Europa, o en España hasta hace 50 años. Es la libertad individual de una o muchas mujeres la que desgarra quien las viola o abusa de ellas. Es la libertad de las mujeres de lugares como Arabia Saudí la que casi nunca ha encontrado una feminista que grite en su favor, ni siquiera cuando el mundo acepta sin pestañear que hasta este mismo año mujeres como Manal al-Sharif fueran hechas prisioneras por conducir.
Es la libertad, siempre es la libertad lo que merece la pena ser defendida. También la de un grupo de mujeres libres que ha decidido ir contracorriente y publicar un manifiesto para decir que ellas, en un país como España, no nacen víctimas.
Javier Fernández-Lasquetty es Vicerrector de la Universidad Francisco Marroquín. Publica en distintos medios internacionales, como Libertad Digital (España), y el sitio web del think tank estadounidense The Cato Institute.