Final del camino para la aeronave que asistió en la eliminación del terroristas
El próximo 9 de marzo pasado tuvo lugar el aterrizaje definitivo de una de las aeronaves más exitosas...
21 de Marzo de 2018
El próximo 9 de marzo pasado tuvo lugar el aterrizaje definitivo de una de las aeronaves más exitosas y, en su momento, tecnológicamente rupturistas. Ese fue el día en que la Fuerza Aérea de los Estados Unidos de América condujo el último raíd de combate para el icónico sistema de vuelo no tripulado (UAS) conocido como MQ-1 Predator, en alguna geografía no especificada de Oriente Medio.
Mientras que, desde lo personal, jamás tuve la oportunidad de comandar un Predator en mi período de servicio en las fuerzas aéreas, la noticia sí nos transporta a eventos del pasado reciente.
En la tarde del 16 de febrero de 2001, fui invitado a una habitación repleto de otros líderes en la base Nellis de la Fuerza Aérea, en el estado americano de Nevada, para asistir como testigo a un instante que cambiaría para siempre la trayectoria del poderío aéreo estadounidense.
Todos observábamos mientras el Predator (desarrollado por General Atomics) volaba a través de la pantalla de tevé, y oímos mientras su piloto describía los eventos que seguirían a continuación. Una fracción de segundo más tarde, un misil del tipo Hellfire -el primero lanzado por un sistema de aeronaves no tripuladas- atacó a un objetivo a millas de distancia. Ese disparo fue oído en todo el globo.
Desde la época del primer vuelo del Predator, en 1994, la presión para mantenerse en los cielos ha sido constante. Hacia 2001, la Fuerza Aérea había adquirido unos sesenta modelos RQ-1 (solo destinados a reconocimiento) pero, ese misil disparado -en simultáneo con los ataques del 11 de septiembre de 2001- transformó al Predator en un sistema que los combatientes de todo el planeta contemplaron como esencial para sus operaciones.
Desde la época del primer vuelo del Predator, en 1994, la presión para mantenerse en los cielos ha sido constante. Hacia 2001, la Fuerza Aérea había adquirido unos sesenta modelos RQ-1 (solo destinados a reconocimiento) pero, ese misil disparado -en simultáneo con los ataques del 11 de septiembre de 2001- transformó al Predator en un sistema que los combatientes de todo el planeta contemplaron como esencial para sus operaciones.
La demanda subsiguiente para estas unidades forzaron a un sistema que por entonces estaba en la adolescencia, a ser llevado a la línea del frente, mientras que la firma General Atomics debió trabajar a tiempo completo para acelerar la producción del MQ-1. Lidiar con los estándares temporales asociados al proceso de adquisición de material por parte del Departamento de Defensa fue tanto una maldición como una bendición. Las tropas en el terreno recibieron prontamente unidades Predator, pero el sistema carecía de la optimización necesaria y de un programa de evaluación idóneo. Los operadores en los teatros de operaciones y en la compañía que formaron parte de ese gran equipo debieron lidiar con esos problemas, y con una miríada de prolegómenos.
La curva de aprendizaje, tanto para la Fuerza Aérea como para General Atomics, fue acelerada, mientras la firma se involucraba en aspectos de reingeniería que fueron desde los aspectos de la línea exterior hasta los controles que operaban los sensores, a criterio de facilitar la carga de trabajo vinculada al empleo de la máquina. Obrando mancomunadamente, el equipo logró que las unidades Predator volaran más de 136 mil misiones relacionadas con apoyo aéreo en cercanía, supervisión de convoys y desarrollo de objetivos de alto valor (en inglés, high-value target development).
Los atributos del Predator en materia de inteligencia, monitoreo y reconocimiento terminaron por convertirlo en una pieza de colección, pero el efecto kinético que comportó para los soldados estadounidenses en el terreno es digno de cualquier libro de récords. Las aeronaves Predator han volado por más de dos millones de horas, y han disparado incontables misiles Hellfire, en apoyo a la guerra contra el terrorismo. Funcionalidades que, con toda probabilidad, lograron consolidar la eliminación de terroristas como ningún otro sistema aéreo lo ha logrado hasta el día de la fecha -tripulado o no-. Y ello hace que el día 9 de marzo sea un día digno de celebración.
Al arribar el final de una aeronave, de la carrera de un piloto o del staff que lo acompaña, sucede algo muy especial. Mientras la aeronave recorre la pista, los equipos anti-incendios disparan chorros de agua al avión. Luego, cuando la carlanga se abre y los miembros de la tripulación se bajan del cockpit por última vez, sus colegas de escuadrón los acompañan.
El descripto es un pasaje de un rito que data de los primeros días de la aviación de combate y, mientras que la tradición se vio continuada con el último vuelo del Predator, hubo un detalle original. Tras tocar pista, el último MQ-1 de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos fue derivado a una zona en algún punto de Oriente Medio -cesando sus actividades una tripulación alejada de la estación de control, algo más de 12 mil kilómetros de la Base Creech de la Fuerza Aérea en Nevada. Todos recibieron el chorro de agua conforme lo explicita la tradición, y luego contemplaron el increíble viaje del que fueron parte, convencidos de que pelearon por lo que es correcto. Y habrán de mantener su fe en sus camaradas de armas.
Artículo original, en éste link
* El autor, John Venable, sirvió durante más de veinte años en la Fuerza Aérea de Estados Unidos. Actualmente, se desempeña como fellow de investigaciones para la Defensa en el think tank estadounidense The Heritage Foundation, en Washington, D.C.
Artículo original, en éste link
* El autor, John Venable, sirvió durante más de veinte años en la Fuerza Aérea de Estados Unidos. Actualmente, se desempeña como fellow de investigaciones para la Defensa en el think tank estadounidense The Heritage Foundation, en Washington, D.C.