NARCOTRAFICO & ADICCIONES: JUAN A. YARIA

Argentina: droga y destrucción de vínculos

La misión del analista es hacer las veces de variable contenedora de la angustia del paciente...

08 de Abril de 2018
La misión del analista es hacer las veces de variable contenedora de la angustia del paciente, a criterio de poder ofrecer una reflexión/interpretación que pueda ayudar a esclarecer y convocar a lo mejor del otro -y que, a su vez, el paciente pueda continuar buceando en su intimidad.

Pero, naturalmente, en ocasiones todo se complica: terminamos saturados de preguntas, aunque también de tensiones. Se multplican los casos de familias portadoras de conflictos lindantes con la tragedia, la desesperación y las crisis con duelos, abandonos y traumas. Sobran padres ausentes, en medio de historiales de abuso, violaciones y negligencia. No pocos pacientes parecen intentar traspasar toda frontera, a partir de comas por sobredosis, accidentes fatales, días enteros de giras sin destino cierto. Otros aguardarán hasta la noche en plazas o receptáculos de consumidores, villas de emergencia, promiscuidad -con la amnesia como protagonista, la cual ha brotado a partir de la notable cantidad de estupefacientes consumida. En la práctica, la suspensión de la memoria anula cualquier posibilidad de personalizar lo hecho; es el triúnfo de la alienación, aunque habrá que consignar que la alienación es compartida, en muchos casos con personajes desconocidos. Tal es la realidad diaria de los 'nuevos desaparecidos', consecuencia de las drogas; aquellos que han desaparecido de las estadísticas. Con periodicidad, podemos ofrecer pruebas de este panorama, por cuanto pacientes y familiares se acercan para compartirnos sus vivencias y padecimientos.

Drogas, terapia, adiccionesY lo cierto es que muchos explotan ese silencio cómplice. Cifras oficiales (Ministerio de Seguridad de la Nación) refieren a los más de AR$ 21 mil millones que administran las bandas del tráfico de drogas: se habla de la comercialización de un aproximado de 13 toneladas de cocaína al año, y de 184 mil de marihuana. La referida cifra se acerca, con irónica precisión, al presupuesto operativo del área de Salud en la Provincia de Buenos Aires -como también podrían equivaler a la cifra necesaria para poner en marcha proyectos de desarrollo energético o industrial. Detrás de los poderes del delito, otros dos Poderes ocultan su rostro en la América Latina.

Por un lado -y conforme ya hemos explicitado desde este espacio-, pululan intereses políticos vinculados al denominado 'progresismo', que persiguen declaradamente la liberación absoluta del consumo, al tiempo que se esmeran en denostar cualquier programa preventivo masivo que abarque a escuelas, familias y organizaciones sociales. Este esfuerzo planificado también busca limitar la implementación de cualquier programa de asistencia y/o tratamiento. Un ejemplo para ilustrarlo: la Ley de Prevención Escolar, sancionada en el 2006, jamás llegó a aplicarse, tras multiplicarse argumentos que niegan de plano la existencia de una epidemia de consumo. También hemos afirmado previamente que, desde 2010, la legislación no permite la habilitación de nuevos centros asistenciales; realidad absurda que no tiene paralelo con ninguna nación del espectro occidental, donde luchar contra el consumo compulsivo y letal es norma para el Estado y la ciudadanía.

Finalmente, se impone el interés económico respaldado en la comercialización libre del cannabis, que reposa sistemáticamente en el 'Caballo de Troya' de la marihuana medicinal: grandes firmas farmacéuticas de proyección transnacional y que ya cotizan en Wall Street. Ya hemos puntualizado oportunamente que, en América del Sur, la República Oriental del Uruguay se ha constituído en la 'cabecera de playa' para tales organizaciones y promotores. En simultáneo, el daño que el consumo de sustancias inflinge a la estructura societaria es convenientemente ocultado.

Así las cosas, parece imponerse el eslogan que reza 'Cuanto peor, mejor'. Todo a partir del accionar de grandes capitales y expertos en mercadotecnia que han descubierto, tras estudiar al cerebro humano en profundidad, que en él, la marihuana funciona como un 'abrepuertas' en generaciones más jóvenes; tal como lo hace el alcohol. Para esas gigantescas firmas privadas, hay población (mercado) asegurada; plusvalía permanente.

Con el correr del tiempo, se han constituído núcleos sociales de nuevos 'desaparecidos' (son los nameless, sin nombre) que deambulan en el anonimato de las ciudades, organizando guetos de felicidad ilusoria. Son verdaderos sujetos de sufrimiento pero que carecen ostensiblemente de capacidad cerebral y de personalidad para asumirlo en toda su dimensión. El 'sonámbulo', a la postre, reemplaza a quien vive la vida con vigor existencial.


Sociedades basadas en la desvinculación

El avance de la enajenación colectiva parece ir de la mano con la pérdida de la transmisión de palabras y de contención. En definitiva, la sociedad se muestra hoy dominada por las llamadas 'sociedades de desvinculación', allí donde toda estabilidad vincular -fuente básica de transmisión- se ha extraviado. Nada permanece: ni parejas ni estudios. Para las personas involucradas en el consumo y quienes padecen el abandono, la vida se transforma en trauma puro, al no experimentar ellas el sustento del relato familiar, ritos y otras tradiciones fundantes. No queda ya espacio para la transmisión generacional, porque el vacío existencial reina. Ciertos sectores incluso celebran ruidosamente esa cultura del vacío.

Desde el vacío existencial de miles, reinan los receptores de la cultura narco. Se cosecha, entonces, una multitud de individuos aislados o 'nuevos autistas', sin vitalidad ni deseo, solo conducidos por sus propios impulsos. Personas que, de igual manera, carecen de la menor capacidad de lucha, porque a la hora de luchar, es menester asimilar el principio de la realidad -por el cual se asume y acepta el 'coeficiente de adversidad' que supone toda existencia. Lo cierto es que, sin relatos, límites ni contención emocional, solo crece un Ego omnisciente y narcisista que no se encuentra preparado para vivir. Es un ser solo apto para la huída: la química proporciona esta fuga, a costa de transformar al sujeto en un desaparecido, que vive perpetuamente en pos de ilusiones, lógicamente inalcanzables. Se trata de los 'indigentes' de nuestro tiempo: aquellos que pueblan las salas de emergencia en los hospitales del sistema público, tanto en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires como en el conurbano bonaerense.

El consumo compulsivo cuenta con el beneficio de un cerebro ya domado, y que se rige exclusivamente por los principios de la abstinencia, allí donde 'una copa es mucho, y cien son pocas'. Esa angustia de la abstinencia solo sabe potenciarse, ante cada episodio de consumo. Al final de ese encierro, la 'salida' suele presentarse en forma de aniquilación, que tiene lugar en medio de un episodio delirante, ommipotente o extrema sensación de ruina. Pares que tienen por costumbre complementarse: la omnipotencia conduce, invariablemente, a la ruina.


Hacia la necesaria reconstrucción de los vínculos

El capital humano y social de los pueblos se forja a partir de una intensa vinculación entre escuelas, familias, Estado, instituciones de la espiritualidad, redes y organizaciones sociales. La prevención ha de ser masiva, comenzando por un cabal reconocimiento del problema.

 
Sobre Juan Alberto Yaría

Juan Alberto Yaría es Doctor en Psicología, y Director General en GRADIVA, comunidad terapéutica profesional en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Los artículos del autor en El Ojo Digital, compilados en éste link.