Venezuela: país de contradicciones
Recientemente, Sergio Dahbar escribió un trabajo intitulado 'Así viven los ricos de Venezuela'...
Recientemente, Sergio Dahbar escribió un trabajo intitulado 'Así viven los ricos de Venezuela', un artículo publicado en el portal m.revistadonjuan.com y presentado con la siguiente introducción: 'A Sergio Dahbar se le midió indagar sobre el tema del que nadie habla ni quiere hablar: cómo viven los ricos en Venezuela a cuerpo de rey y, casi de manera clandestina, sirviéndose de conductores y escoltas que les hacen mandados. Se fue a los restaurantes en donde corren botellas de Petrus y de Möet & Chandon. Llegó hasta donde los chavistas gastan fortunas con mujeres Miss Venezuela amparados en un ambiente en el que nadie los ve. Visitó mercados en donde venden carne traída de Manhattan. Estuvo en las tiendas de ropa que han organizado su negocio 'a domicilio' para los miembros del gobierno que pagan, sin ruborizarse, cuentas de 20.000 dólares. Bienvenidos al lujo chavista'. (ver aquí).
El artículo refiere una Venezuela que no todos conocen pero se presume su existencia. Estas dos Venezuelas no se ven sólo en estos temas a los que alguien podría decir que son muy específicos o se requirió de una investigación para evidenciarlo. Pero, en rigor, las vemos en todos y cada uno de los momentos de nuestro día a día.
Tomemos sólo un ejemplo: ¿cuál es nuestra moneda realmente?
Escuchas en la calle cifras como 150 dólares; 200 dólares; 15 dólares; 20 dólares (se podrá establecer un control de cambio, pero no es posible controlar la realidad). Aunque también se oyen otras frases, igualmente verídicas: “son 120 bolívares, perdón, 120 mil bolívares”; “son 850 mil bolívares (Bs. 850.000,00) pero me equivoqué y pasé la tarjeta por 8 millones cincuenta mil bolívares (Bs. 8.500.000,00), anularé la operación”.
Venezuela experimenta, desde hace algunos años –la diferencia es que, hoy día, nadie lo discute ya– un proceso hiperinflacionario que pone al descubierto la destrucción de nuestra moneda, el bolívar, y la consecuente necesidad de defendernos frente a esta destrucción buscando una moneda dura, a pesar del control de cambio instaurado por el régimen en el año 2003.
El bolívar perdió su calidad de dinero, es decir, (i) no sirve como instrumento de intercambio y (ii) no constituye un ahorro. De hecho, podemos ver en distintos locales comerciales aceptar a cambio de sus servicios distintos bienes y productos. Hemos regresado a lo más básico, a la economía del trueque porque cualquier bien o servicio cumple más y mejor las funciones de dinero que el bolívar.
Ahora bien, tampoco podemos afirmar que nuestra economía está dolarizada de facto, porque si bien algunos servicios ya se deben pagar en una moneda distinta al bolívar, por ejemplo, en realidad no existe un flujo libre de divisas. Son pocos los que pueden costear las aventuras contadas por Sergio Dahbar en su artículo o, sin ir muy lejos, son pocos los que pueden costear una consulta odontológica.
Nuestra economía es un mar de contradicciones: El bolívar ya no es dinero, pero es la moneda que recibe la inmensa mayoría de los venezolanos. La totalidad de los bienes y servicios (salvo los regulados, con su consecuente desaparición) se valoran en términos de dólares, pero son pocos los que reciben ingresos en esta moneda y las remesas no son suficientes en muchos casos. Hemos retornado a la economía del trueque dada la precariedad de nuestra situación y al mismo tiempo, nos hemos convertido en unos expertos en materia de criptomonedas (¿el dinero del mañana?, tal vez).
Siempre tengo presente este pasaje del libro de Roberto Ampuero y Mauricio Rojas en Diálogo de Conversos: 'El socialismo puede echar al mercado por la puerta, pero le entra de vuelta por la ventana del mercado negro. Creen que pueden controlar los precios así como creen controlar las conciencias, pero esto último puede resultar más fácil que lo primero' (Diálogo de conversos, Suramericana, Santiago de Chile, 2015, p. 128).
Con la aspiración a controlarlo todo, no sólo generan mercados negros, sino también estas contradicciones que, a diario, experimentamos los venezolanos.
* La autora del artículo, Andrea Rondón-García, se desempeña en el instituto venezolano CEDICE Libertad.