Transitamos la era del cannabis
Un reconocido pediatra del estado americano de Vermont, el Dr. David Rettew, fue invitado recientemente...
11 de May de 2018
Un reconocido pediatra del estado americano de Vermont, el Dr. David Rettew, fue invitado recientemente para ofrecer su testimonio experto ante la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. El tópico: la eventual legalización de la comercialización de marihuana recreativa en el estado del que es nativo, y la venta al menudeo de la denominada 'marihuana medicinal'.
Rettew intentó probar -recurriendo a su nutrida experiencia pediátrica y en materia de psiquiatría infantil- las problemáticas vinculadas a la salud mental que emergen del consumo de marihuana. Del debate de referencia, tomaron parte grupos de intereses ligados a grandes firmas privadas, productoras de cannabis. En el ínterin, la opinión médica profesional fue denigrada, por cuanto se la asoció a la administración de medicamentos psiquiátricos que alteraban la consciencia, mientras se defendía a ultranza la discrecionalidad de personas que optan por autoadministrarse notables cantidades del alucinógeno conocido como THC, presente en la marihuana. En pocas palabras, el fanatismo terminaría reemplazando a la evidencia científica.
Mientras tanto, la realidad explicita que en la referida Vermont, el 48% de los jóvenes fuma marihuana. Nuestro colega estadounidense, en algún punto, estimó que no pocos funcionarios electos con los cuales tuvo la generosidad de discutir el tema, también eran consumidores. La nueva moda impone, al parecer, que aquellas personas que experimentaron estrés y trauma severo -léase: síndrome de estrés postraumático- deban echar mano de la marihuana, pues no existe otro camino que retorne resultados.
Sin embargo, la evidencia científica muestra precisamente lo contrario: aquellos pacientes aquejados por el síndrome de estrés postraumático han empeorado, tras volcarse a la marihuana. Existen incontables casos, en los Estados Unidos de América y en otros países, en donde veteranos de guerra optan por abandonar la psicoterapia y los medicamentos de prescripción médica, para terminar ejerciendo una transición a la psicosis, volviéndose paranoides y violentos. En los EE.UU. la Administración Federal de Medicamentos (Food and Drugs Administration, FDA), es una institución y organismo de control de inigualable alcance y marca tendencias a nivel global -pero rara vez es escuchada al tratarse esta cuestión.
Finalmente, tras comicios nacionales, Vermont decidió convertirse en otro estado de la Unión Americana en donde se tolera la comercialización de drogas y marihuana medicinal en tiendas. El Dr. Rettew exigió que, cuando menos, se habilitasen camas para pacientes psiquiátricos -anticipando una oleada de psicosis- y que se dotase de recursos más abundantes a los servicios de emergencia toxicológica. Pero la lucha ya se había perdido: todo criterio preventivo se desvaneció. 'Remendar' personas jamás es una solución.
La lucha por las cuotas de mercado
Hace pocas semanas, me referí puntualmente al esfuerzo de firmas internacionales por capturar mercados de consumo de cannabis -realidad que, en poco tiempo, habrá de volverse patente. Es bien conocida la solidez de intereses comerciales y políticos en pos de construir un imperio dominante de mercados para esta droga alucinógena. Conforme hemos presentado desde este mismo espacio, la marihuana oficia de 'abrepuertas' para que el cerebro pase a otras drogas (esto, en individuos vulnerables). Este entramado se ve consolidado especialmente en las naciones del orbe latinoamericano, caracterizados por la evidente crisis de la familia, organización fundante del sujeto. El núcleo familiar, en numerosos casos, ha perdido ya su función de contención de la persona; en paralelo, la escuela ya ha dejado de ser transmisora de cultura y convivencia ciudadana con valores centrados en la solidaridad y el encuentro.
En el caso argentino, el denominado conurbano bonaerense -junto a los más de diez millones de residentes de asentamientos o villas de emergencia- asisten a diario a la descomposición del barrio, que tampoco se centra ya en el esfuerzo ni en el trabajo. A contramano de tiempos pasados, el barrio ahora es otro de tantos factores de disociación. De allí surgen innumerables 'territorios minados'.
El cannabis cuenta con un gigantesco respaldo, incluso en Wall Street, espacio reducido en donde las grandes organizaciones farmacéuticas comercian acciones que retornan jugosos dividendos. Paralelamente, los intereses del narcotráfico transnacional lograrán amplificarse, ni bien vaya consolidándose la liberalización del consumo. En esa faena, cuentan con el apoyo de bien identificados núcleos políticos que, a caballo de un discurso demagógico, parecen esmerarse en la proposición del siniestro eslogan que reza 'Cuanto peor, mejor'. La mano de obra para estos imponentes intereses nacidos de Wall Street se verá constituída por los 'territorios minados' previamente cifrados, allí donde la pobreza merodea el 40% de los habitantes. En el futuro cercano, de allí saldrán los 'soldados' que terminarán trabajando como peones para los intereses de los poderosos de la bolsa de valores de Nueva York, poniendo de suyo para que las organizaciones del narcotráfico expandan su dominio geográfico.
La totalidad de este esfuerzo promocional se ve aunado por un marketing 'libertario', aunque la libertad que dice promocionarse parece, en rigor, orientarse a una suerte de libre albedrío para ser esclavo -cumpliendo los medios masivos de comunicación un rol central. Naturalmente, este esfuerzo de mercadotecnia jamás advertirá sobre los costos sociales de la discapacidad asociada a los consumidores, en donde destacan el deterioro psiquiátrico, el incremento en los presupuestos destinados a prisiones y cárceles (dado el derivado aumento de la criminalidad), etcétera. La clase política, en el ínterin, tampoco reparará en estos problemas, por cuanto ya ha avizorado, calculadora en mano, los enormes ingresos que surgirán del cobro de impuestos para quienes comercien drogas. Ergo, lo que este ecosistema impone es, sencillamente, silenciar o bien ocultar bajo el tapete las perniciosas y destructivas consecuencias del consumo.
Conocemos hoy los ritos iniciatorios de adolescentes y 'millennials', a partir del alcohol, experimentando en simultáneo con tabaco y marihuana. A posteriori, el cerebro (ya 'domado') de estos consumidores tempranos hará el resto. Y es menester apuntarlo: un gran mercado se avecina. Las tabacaleras ya evalúan, en sus departamentos farmacéuticos, cómo comerciar cigarrillos con marihuana. Como ya hemos señalado, las grandes firmas farmacéuticas combaten ahora mismo por el mercado de la marihuana recreativa: se producen, hoy día, fármacos en donde ciertos derivados del cannabis pueden competir con la farmacopea tradicional, a criterio de intentar paliar efectos de la quimioterapia, de epilepsias refractarias y de ciertas artritis. Favorecido, este esfuerzo, por la inenarrable confusión que caracteriza a la ciudadanía cuando se intenta distinguir entre cannabis medicinal y cigarrillo de marihuana. Víctimas del más abyecto desconocimiento, numerosas familias que arriban a consulta psicológica o psiquiátrica se notifican de que el cigarrillo que sus hijos consumen comporta afectos adictivos, al observar a diario el agudo deterioro de sus conductas.
Holanda como narcoestado
Rettew intentó probar -recurriendo a su nutrida experiencia pediátrica y en materia de psiquiatría infantil- las problemáticas vinculadas a la salud mental que emergen del consumo de marihuana. Del debate de referencia, tomaron parte grupos de intereses ligados a grandes firmas privadas, productoras de cannabis. En el ínterin, la opinión médica profesional fue denigrada, por cuanto se la asoció a la administración de medicamentos psiquiátricos que alteraban la consciencia, mientras se defendía a ultranza la discrecionalidad de personas que optan por autoadministrarse notables cantidades del alucinógeno conocido como THC, presente en la marihuana. En pocas palabras, el fanatismo terminaría reemplazando a la evidencia científica.
Mientras tanto, la realidad explicita que en la referida Vermont, el 48% de los jóvenes fuma marihuana. Nuestro colega estadounidense, en algún punto, estimó que no pocos funcionarios electos con los cuales tuvo la generosidad de discutir el tema, también eran consumidores. La nueva moda impone, al parecer, que aquellas personas que experimentaron estrés y trauma severo -léase: síndrome de estrés postraumático- deban echar mano de la marihuana, pues no existe otro camino que retorne resultados.
Sin embargo, la evidencia científica muestra precisamente lo contrario: aquellos pacientes aquejados por el síndrome de estrés postraumático han empeorado, tras volcarse a la marihuana. Existen incontables casos, en los Estados Unidos de América y en otros países, en donde veteranos de guerra optan por abandonar la psicoterapia y los medicamentos de prescripción médica, para terminar ejerciendo una transición a la psicosis, volviéndose paranoides y violentos. En los EE.UU. la Administración Federal de Medicamentos (Food and Drugs Administration, FDA), es una institución y organismo de control de inigualable alcance y marca tendencias a nivel global -pero rara vez es escuchada al tratarse esta cuestión.
Finalmente, tras comicios nacionales, Vermont decidió convertirse en otro estado de la Unión Americana en donde se tolera la comercialización de drogas y marihuana medicinal en tiendas. El Dr. Rettew exigió que, cuando menos, se habilitasen camas para pacientes psiquiátricos -anticipando una oleada de psicosis- y que se dotase de recursos más abundantes a los servicios de emergencia toxicológica. Pero la lucha ya se había perdido: todo criterio preventivo se desvaneció. 'Remendar' personas jamás es una solución.
La lucha por las cuotas de mercado
Hace pocas semanas, me referí puntualmente al esfuerzo de firmas internacionales por capturar mercados de consumo de cannabis -realidad que, en poco tiempo, habrá de volverse patente. Es bien conocida la solidez de intereses comerciales y políticos en pos de construir un imperio dominante de mercados para esta droga alucinógena. Conforme hemos presentado desde este mismo espacio, la marihuana oficia de 'abrepuertas' para que el cerebro pase a otras drogas (esto, en individuos vulnerables). Este entramado se ve consolidado especialmente en las naciones del orbe latinoamericano, caracterizados por la evidente crisis de la familia, organización fundante del sujeto. El núcleo familiar, en numerosos casos, ha perdido ya su función de contención de la persona; en paralelo, la escuela ya ha dejado de ser transmisora de cultura y convivencia ciudadana con valores centrados en la solidaridad y el encuentro.
En el caso argentino, el denominado conurbano bonaerense -junto a los más de diez millones de residentes de asentamientos o villas de emergencia- asisten a diario a la descomposición del barrio, que tampoco se centra ya en el esfuerzo ni en el trabajo. A contramano de tiempos pasados, el barrio ahora es otro de tantos factores de disociación. De allí surgen innumerables 'territorios minados'.
El cannabis cuenta con un gigantesco respaldo, incluso en Wall Street, espacio reducido en donde las grandes organizaciones farmacéuticas comercian acciones que retornan jugosos dividendos. Paralelamente, los intereses del narcotráfico transnacional lograrán amplificarse, ni bien vaya consolidándose la liberalización del consumo. En esa faena, cuentan con el apoyo de bien identificados núcleos políticos que, a caballo de un discurso demagógico, parecen esmerarse en la proposición del siniestro eslogan que reza 'Cuanto peor, mejor'. La mano de obra para estos imponentes intereses nacidos de Wall Street se verá constituída por los 'territorios minados' previamente cifrados, allí donde la pobreza merodea el 40% de los habitantes. En el futuro cercano, de allí saldrán los 'soldados' que terminarán trabajando como peones para los intereses de los poderosos de la bolsa de valores de Nueva York, poniendo de suyo para que las organizaciones del narcotráfico expandan su dominio geográfico.
La totalidad de este esfuerzo promocional se ve aunado por un marketing 'libertario', aunque la libertad que dice promocionarse parece, en rigor, orientarse a una suerte de libre albedrío para ser esclavo -cumpliendo los medios masivos de comunicación un rol central. Naturalmente, este esfuerzo de mercadotecnia jamás advertirá sobre los costos sociales de la discapacidad asociada a los consumidores, en donde destacan el deterioro psiquiátrico, el incremento en los presupuestos destinados a prisiones y cárceles (dado el derivado aumento de la criminalidad), etcétera. La clase política, en el ínterin, tampoco reparará en estos problemas, por cuanto ya ha avizorado, calculadora en mano, los enormes ingresos que surgirán del cobro de impuestos para quienes comercien drogas. Ergo, lo que este ecosistema impone es, sencillamente, silenciar o bien ocultar bajo el tapete las perniciosas y destructivas consecuencias del consumo.
Conocemos hoy los ritos iniciatorios de adolescentes y 'millennials', a partir del alcohol, experimentando en simultáneo con tabaco y marihuana. A posteriori, el cerebro (ya 'domado') de estos consumidores tempranos hará el resto. Y es menester apuntarlo: un gran mercado se avecina. Las tabacaleras ya evalúan, en sus departamentos farmacéuticos, cómo comerciar cigarrillos con marihuana. Como ya hemos señalado, las grandes firmas farmacéuticas combaten ahora mismo por el mercado de la marihuana recreativa: se producen, hoy día, fármacos en donde ciertos derivados del cannabis pueden competir con la farmacopea tradicional, a criterio de intentar paliar efectos de la quimioterapia, de epilepsias refractarias y de ciertas artritis. Favorecido, este esfuerzo, por la inenarrable confusión que caracteriza a la ciudadanía cuando se intenta distinguir entre cannabis medicinal y cigarrillo de marihuana. Víctimas del más abyecto desconocimiento, numerosas familias que arriban a consulta psicológica o psiquiátrica se notifican de que el cigarrillo que sus hijos consumen comporta afectos adictivos, al observar a diario el agudo deterioro de sus conductas.
Holanda como narcoestado
En la República Argentina, hace pocas semanas, provocaron escozor las declaraciones públicas de Patricia Bullrich, Ministro de Seguridad de la Nación. Se refirió al Reino de Holanda y los Países Bajos como un 'narcoestado'. Y razón no le faltó, amén de que la retórica diplomática del gobierno la forzó a morigerar sus dichos. En Holanda, la realidad es acuciante -sin importar la dialéctica recurrente de la progresía política, que supo proponer a Amsterdam como modelo para el mundo.
Sobre Holanda, baste decir que el otrora mercado legal de los denominados coffee shops ha comenzado a retroceder -procediéndose a su clausura en múltiples municipios. Las bandas narco hace tiempo proliferan, al tiempo que se dispara el consumo de otras drogas. El propio sindicato de agentes de policía del país ha echado mano de sus voceros para advertir sobre el incipiente Estado narco, mencionando que la producción de drogas sintéticas, los negocios vinculados al cannabis y la importación de cocaína han convertido al puerto de Rotterdam en un pandemonio. La política de tolerancia hacia las 'drogas suaves' ha comenzado a cosechar ruidosos rechazos por estos momentos. Precisamente, el Jefe de Policía de Amsterdam ha señalado hace poco: 'La ideología libertaria de los medios de comunicación ha llevado a una historia totalmente hipócrita de la relación apacible del país con la droga'. El 25 % de los alcaldes ya ha sido amenazado por pandillas dedicadas ciento por ciento al tráfico.; quince laboratorios fueron desmantelados en 2016. En pocos años, de una cifra de 837 coffee shops, se ha pasado a la actual de 537. En ese breve lapso, más del 60% de esos comercios han sido forzados a bajar sus persianas.
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@JYaria
Sobre Juan Alberto Yaría
Juan Alberto Yaría es Doctor en Psicología, y Director General en GRADIVA, comunidad terapéutica profesional en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Los artículos del autor en El Ojo Digital, compilados en éste link.