NARCOTRAFICO & ADICCIONES: DR. JUAN A. YARIA

Argentina: la cocaína en la esclavitud del condenado

'Me obligas a rendirme; solo soy un esclavo más... encerrado en el olvido'...

22 de May de 2018
'Me obligas a rendirme;
Solo soy un esclavo más
Encerrado en el olvido'


... nos comparte un paciente de nuestra clínica, aficionado a la poesía y prisionero de la sumisión al consumo de cocaína. Tal como él mismo lo refiere, en lo personal, siempre me ha sorprendido la inermidad que el voraz consumidor de esta sustancia porta consigo. En la práctica, sienten que no pueden sustraerse de ese verdadero festín de muerte, coincidente con el consumo indetenible de esta droga. Otro joven, en los inicios de mi práctica profesional, me describía desde su lecho de muerte cómo había sentido estar 'en el paraíso' -cuando, en rigor, se hallaba en medio del peor de los infiernos, en una sala de terapia intensiva y moribundo. Amén de ello, no podía dejar de recordar la sensación paradisíaca, que había logrado atraparlo para siempre.

Adicción a la cocaínaPero el trasfondo de esa sensación comporta una explicación orgánica. La alteración en el cerebro -principalmente en la pubertad y la adolescencia- es absoluta, en lo que respecta a los circuitos de la motivación y del placer. En el cerebro humano, es crítico el rol de la dopamina como plus energético y de excitación -a partir de ella, la persona siente y percibe al mundo. En simultáneo, el núcleo accumbens procesa esos transmisores químicos. Los alimentos, por ejemplo, disparan en un 45% a la dopamina; las anfetaminas, el 500%. Entonces, los adictos pierden la propia vida en su búsqueda del placer ilimitado. El compromiso de la memoria adictiva hará el resto, esto es, empujar a la persona a reiterar la conducta del consumo, hasta que ésta se torne compulsiva -nuevamente, siempre con el pago de la propia vida como peaje definitivo.

Así comienza a configurarse el vía crucis de la condena de un paciente dado: ante cada oportunidad, siente que le resulta imposible abandonar la sustancia -un condenado a morir en un plato de cocaína. La aclaración es importante: ya no se trata aquí de la tradicional bolsita de tres gramos: debe ir acompañada de un plato. Habrá que recordarlo con crudeza: numerosos pacientes comprometen el grueso de su salario, con tal de obtener la dosis diaria. En las villas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, por ejemplo, se rentan habitaciones a distribuidores de drogas, a cambio del salario mensual del consumidor -combo que incluye un plato de alimentos con la ración cotidiana del estupefaciente incluída. Aún en nuestra práctica profesional diaria, el trato con personas drogodependientes no deja de conllevar sorpresas. Los hijos y las obligaciones diarias de cualquier individuo terminan a un costado del camino: lo único que importa es el plato con droga; mucho después en importancia, le sigue la alimentación.

Esta pérdida de control del comportamiento se da en paralelo con el empleo reiterado de sustancias psicoactivas; escenario que  intensifica de manera anormal a los sistemas biológicos del ser humano (los sistemas frontal y temporal del cerebro; los cuales han evolucionado con el norte puesto en guiar el comportamiento hacia estímulos cruciales para la supervivencia. Es a partir de esta explicación que el dependiente de la cocaína siempre se inclina por las alternativas erróneas: a su alrededor, se percibe su reconocimiento como un 'adicto al fracaso', por cuanto se desmoronan empresas, familias, múltiples parejas (con abandono de hijos), etcétera. En pocas palabras, el consumidor recurrente de cocaína en mucho se parece a un esclavo en alocada carrera hacia la condena definitiva, en donde el deterioro psicológico y biológico se unen a la perpetua melancolía de la culpa y la venganza contra sí mismo.

Instante en donde deviene en oportuno citar al paciente-poeta del inicio; él escribe: 

No te deja escapar;
Llegaría a matar,
Para no compartirte con nadie. 


Confesión de parte: la propia condena es la imposibilidad de decir NO.


Condenados al nacer

En la Provincia de Mendoza, fuentes oficiales han informado oportunamente que en Casa Cuna nacen bebés que exhiben todos los síntomas clásicos de abstinencia, con convulsiones y llantos prolongados: 8 de cada 10 niños, de acuerdo a estadísticas, esperan por la vida en estas horrendas condiciones. Certificación insoslayable de que el 80% de estas madres no se sometieron a control alguno durante el embarazo, mostrándose incompetentes para detener su apetito por la droga en ese ínterin. A lo largo de mi carrera profesional, recuerdo situaciones en donde fui llamado a consulta debido a las convulsiones de niños de pocos meses de edad. Tras consultar yo por la madre en el sanatorio, recibí la explicación de que un bebé en particular se nutría de leche materna con restos de clorhidrato de cocaína. Una feliz -y oportuna- intervención del Juez de Familias interviniente, hizo lugar para que la madre se tratara bajo tutela judicial en una comunidad terapéutica, quedando su hijo a cargo del abuelo. Tras seis meses, el niño recuperó a una madre sana: su desarrollo pudo continuar sin alteraciones.

Lo cual nos conduce a uno de los aspectos clásicos de la conducta compulsiva en una persona adicta, cuyo centro pasa por anular al Otro. Mientras la existencia de una mayoría de personas podría definirse como la búsqueda de amor en un tercero, para los individuos con comportamientos dependientes, no es posible mirar ni sentir más allá de la propia existencia. Acaso debido a esta razón, la invaluable experiencia de la maternidad queda absolutamente cercenada, conforme la alienación por el consumo pasa a convertirse en el objetivo primario. En el mundo del consumidor, el único Otro que suele privilegiarse es el verdadero titular de la droga: el dealer o transa. La merca ocupa el sitio del hijo por venir, en tanto el hijo también se hace acreedor a la condena impuesta por su madre.


Hacia una solución definitiva

Progresivamente, el paciente se involucra en un sendero de deterioro, incurriendo en el mundo de la discapacidad. Sus energías decaen, los mecanismos cognitivos (atención, memoria, pensamiento) y sus afectos comienzan a pendular entre exaltación y depresión hasta que, al final del camino, la abulia y la falta de placer ganan la batalla: el ser vivo se transforma en un virtual 'muerto en vida'Zombies que pululan sin rumbo por las ciudades; son los nadies tantas veces citados desde este espacio -nuevos homeless del paisaje urbano.

Acto seguido, cobran protagonismo los aspectos criminosos en la problemática del adicto. Las propias familias los abandonan; las instituciones públicas solo los desintoxican perentoriamente, sin tratar el problema humano subyacente, y escaseando los tratamientos más profundos; ausencia absoluta de sistemas gubernamentales preventivos que oficien de alerta temprana, para no consumir desde la adolescencia; etc. Para atender a esta realidad sin filtros, bastará con observar de primera mano lo que sucede en los rincones más abandonados de las distintas ciudades.

En la caída del telón, la condena completa su faena en la vida del esclavo-dependiente. Nuestro conocido poeta-consumidor lo comparte en otra estrofa:

Me resigno a lo que es estar vivo;
Me haces quedar sólo,
Para que no haya testigos.

No me dejas escapar.



 
Sobre Juan Alberto Yaría

Juan Alberto Yaría es Doctor en Psicología, y Director General en GRADIVA, comunidad terapéutica profesional en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Los artículos del autor en El Ojo Digital, compilados en éste link.